Lobo
En qué cabeza cabe.
Estos quejicas de institución son un encanto; después de negar a sueldo las orejas, los ojos, el morro, los colmillos, el cuello, la pechera, los lomos, los cuartos traseros y delanteros y naturalmente el rabo no del lobo sino del Ejército de lobos que se acercaba (disculpa, hermano lobo, por el abuso comparativo), le han visto las orejas, los ojos, el morro, los colmillos, el cuello, la pechera, los lomos, los cuartos traseros y delanteros y naturalmente el rabo al Ejército que ya está aquí y han dicho a sueldo: la culpa es de la gente, que no se entera. Peste de gente, que no se entera. ¿En qué cabeza cabe que, en un mundo donde nadie nace enseñado, la gente a la que nadie ha enseñado esté sin enseñar? Imperdonable, sin duda. Menos mal que ellos, sueldo, más sueldo, tienen sueldo para narrar en sus escaños, periódicos y televisiones que ven los miles y miles de culos del Ejército de lobos que les han saltado amablemente por encima, tomándolos extrañamente por lobos (reitero, hermano lobo, mis disculpas) y que los culos parecen culos, dios mío, culos pegados a cuerpos en cuya otra punta habrá en principio fauces que, quizás, no alimentemos la subversión, harán auuuuu y auuuuu y ñamñam-ñamñam y se comerán a esa gente que ni siquiera se resiste, pero qué les pasa, QUÉ PENA DE PAÍS. Peste de país, hermano lobo, para los padres y madres de la sumisión que hoy, como siempre a sueldo, niegan a sueldo su paternidad y aplastan a sueldo al que gritó lobo, por quitarle la medalla; al que luchó, por quitarle la medalla y al que lucha, por si los reconoce.
* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia