Los héroes del 7 de julio de 1822 contra el rey
Contra el rey
Por Arturo del Villar. LQSomos.
En el arco de la calle del 7 de Julio en su cruce con la Plaza Mayor de Madrid se encuentra una cornisa con esta inscripción bajo una corona con dos ramas de laurel en bronce: “A los héroes del 7 de julio de 1822.” A cada lado se halla la figura de un ángel con una trompeta, simbolizando que son los anunciadores de una victoria, la del pueblo contra la tiranía de Fernando VII de Borbón, apodado Narizotas por sus vasallos, y El Rey Felón en los tratados de historia. Hay que festejar siempre a los valientes que se opusieron a los borbones para defender la libertad popular, y con mayor motivo en el bicentenario de su gesta, porque ellos nos marcaron el camino a seguir cuando el monarca no sabe comportarse conforme a su papel constitucional.
El conocido como trienio liberal, un paréntesis en la tiránica monarquía absoluta de Fernando VII, comenzó el 10 de marzo de 1820, cuando El Felón, cobarde como todos los borbones, se amilanó ante el heroico comportamiento del teniente coronel Rafael del Riego, y aceptó la Constitución aprobada en Cádiz en 1812, que él mismo había prohibido. Pronunció entonces una de las mayores falsedades que jalonan su despreciable reinado: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.” No pensaba cumplir su palabra carente de valor, y lo que ya maquinaba entonces era cómo ordenar la ejecución de Riego.
Apoyaba a Narizotas la clerecía, porque el altar y el trono se compensaban mutuamente en su deseo de mantener esclavizado al pueblo. Ambos regímenes se entendían muy bien, y no les interesaba que uno de ellos perdiera su autoridad en un sistema político parlamentario. Por eso desde todos los púlpitos del reino se predicaba la obediencia al rey, por el que se oraba en las misas. Tanta era la identificación entre los dos estamentos del poder político y eclesiástico, que el Felón nombró secretario de Estado, cargo equivalente al de jefe del Gobierno, a su confesor, Víctor Damián Sáez, tan integrista y criminal como su amo.
Los sucesos de 1822
Y vamos ya a recordar los sucesos acaecidos a comienzos del mes de julio de 1822, durante el trienio liberal que sacaba de sus casillas al Borbón reinante. Comenzaron el 30 de junio, cuando al regresar a palacio Narizotas de clausurar la sesión de Cortes, se produjo una carga de la Guardia Real, integrada por fieros defensores del absolutismo, contra unos manifestantes que vitoreaba a la Constitución y un retén de la Milicia Nacional de Voluntarios que los defendía. Bajo ningun concepto puede considerarse delito vitorear a la Constitución vigente en un sistema político democrático, pero la Corte de Fernando VII era cualquier cosa, excepto democrática.
Era secretario de Estado en esos días el dramaturgo Francisco Martínez de la Rosa, apodado la Pastelera, jefe de la facción liberal conocida como los doceañistas, opuesta a la de los llamados exaltados. En este caso se mostraron más resueltos, y plantearon al monarca la disolución de la Guardia Real, cosa que, como era de esperar, rechazó de plano.
Con unas intenciones que no podían ser claras, cuatro batallones de la Guardia Real salieron de sus cuarteles y se instalaron en El Pardo, en actitud combativa, de manifiesta oposición a Gobierno. Mientras tanto otros dos batallones continuaban en palacio para salvaguardar la persona del rey. El día 6 esos dos batallones cerraron las puertas de palacio y retuvieron a los ministros.
Esa actitud equivalía a un golpe de Estado en cualquier país, con la característica extraña de darlo unos militares a las órdenes del monarca. Era así porque Narizotas veía en la Guardia Real a los defensores de su absolutismo, que le permitirían poner en práctica su venganza contra los liberales que, como Riego, se atrevieron a enfrentarse a él.
Se da la casualidad de que un siglo y un año después, el 13 de setiembre de 1923, el general Primo dio un golpe de Estado cumpliendo las instrucciones del Borbón reinante entonces, Alfonso XIII, tan dictatorial como su antecesor, aunque menos criminal. Los golpes de Estado en el reino de España quedan siempre rodeados de misterio ante la historia. En cualquier caso, la Guardia Real cometió el supremo delito de secuestrar al Gobierno aunque lo hiciera cumpliendo órdenes del rey, porque es precepto incuestionable que las órdenes ilegales no se deben obedecer. En la Corte de Fernando VII todo era desmesurado, como su típica nariz borbónica.
El 7 de julio
Los cuatro batallones acuartelados en El Pardo avanzaron el día 7 de julio sobre Madrid, divididos en tres columnas. En la Plaza Mayor se enfrentaron a la Milicia Nacional de Voluntarios, capitaneada por Francisco Ballesteros, y sufrieron una estrepitosa derrota que les obligó a rendirse y entregar las armas. No debió de ser una batalla muy violenta, ya que las crónicas solamente cuentan que hubo 14 guardias reales y tres milicianos muertos. En la Casa de la Panadería se acordó el armisticio. La placa en el arco de la calle del 7 de Julio recuerda ese trozo de historia que no debiera haberse materializado.
El provocador de la insurrección y causante de esas muertes fue Fernando VII, deseoso de reinar como monarca absoluto y dispuesto a eliminar físicamente a quien tratara de impedírselo. Intrigó ante la Guardia Real para que se pusiera fuera de la Ley, pero el 7 de julio sus tretas fallaron ante el valor de la Milicia Nacional de Voluntarios. El fracaso del golpe de Estado fue de Narizotas, puesto que él mismo lo había alentado. Le salió mal el plan, y tuvo que esperar hasta el año siguiente para conseguir vengarse de Riego. Con su ejecución concluyó sangrientamente el trienio liberal, el limitado espacio de tiempo en que los españoles supieron lo que era la democracia. El resto fue un suplicio continuado.
La marrullería de los borbones desde que llegaron a España, para nuestra inmensa desgracia, envilece la historia. Con un desprecio total hacia el pueblo, solamente se han dedicado todos, hombres y mujeres, a cumplir incansablemente las funciones propias de su sexo, y a enriquecerse en igual proporción a costa del pueblo.
Lo mismo que sucedió en 1822 cuentan siempre con militares dispuestos a mantenerlos en el poder. Parece que los militares son una casta programada para servir a los borbones. Se ha comprobado en las dos ocasiones en las que el hartazgo del pueblo los expulsó del país, la primera de manera revolucionaria en 1868 y la segunda mediante una votación democrática en 1931. En ambos casos la traición de unos militares los volvió a colocar en el trono. El pueblo considera héroes a quienes se enfrentan a los servilones de los monárquicos, porque detesta a sus monarcas. La placa destinada a recordar los sucesos de hace doscientos años está dedicada “A los héroes del 7 de julio de 1822”. Debemos tener siempre activo su ejemplo en la memoria, porque es un recuerdo muy válido.
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