Los Saami (antes, Lapones) Y la geoingeniería de Bill Gates
Nònimo Lustre*. LQS. Abril 2021
Hace más de cuarenta años, leí por primera vez una noticia científica (“Biological Warfare Fears May Impede Last Goal of Smallpox Eradicators”, en Science 28.VII.1978) sobre una desagradable forma de guerra –la biológica- que amenazaba al planeta -como explicaba ese artículo, a veces, obstaculizando la erradicación de plagas cuando estaban a punto de lograr su objetivo. Desde entonces, pese al miedo despertado por la nueva pandemia artificial o antropogénica, la viruela parece oficialmente desaparecida pero la lista de nuevas variedades de la guerra biológica ha crecido hasta incluir otras como la genética, la ionosférica, la climática y, por supuesto, la nuclear. Huelga añadir que todas ellas han sido experimentadas contra la Tierra y contra los humanos –ejemplo, el uranio empobrecido contra los palestinos.
Por supuesto, toda guerra es biológica puesto que se busca eliminar la vida del enemigo pero los últimos ‘hallazgos’ bélicos han elevado monstruosamente la amplitud y eficacia de sus mortandades. Hoy, sólo analizaré una de sus alteraciones más en boga: la Geoingeniería (GI), según los oficialistas, un proyecto a la desesperada para frenar el cambio climático (CC; antes, calentamiento global/global warming) O, según los críticos, negación de las causas del CC y remiendo sólo útil para los tecnócratas y los empresarios que, pequeño detalle, se desarrolla en todo el planeta -mejor dicho, en los bienes comunes.
Léase, una aventura del capitalismo salvaje cercana a la ciencia-ficción… y aún más próxima a la Bolsa que, dada su evidente peligrosidad, hace más de diez años tuvo que ser regulada mediante una moratoria incluida en 2010 en la Convención sobre la Diversidad Biológica (CBD, ONU; también conocido como Protocolo de Nagoya) Respecto a la cual conviene subrayar que este documento no es un tratado internacional más, plagado de recomendaciones de voluntario cumplimiento, sino que es una Convención –es decir, que tiene fuerza coercitiva.
Este obstáculo de la coerción ha sido sistemáticamente contorneado por una falacia: presentar la GI como un Plan B por si fracasa la mitigación del CC. Lo cual ha evitado su análisis profundo sustituyéndolo por un arsenal de majaderías para consumo de la plebe. La creencia más popular consiste en afirmar que las huellas que los aviones dejan en el cielo son peligrosísimas estelas químicas –chemtrails, término cada día más generalizado. Pero hay otros muchos proyectos geoingenieriles como, por ejemplo, cubrir los desiertos con polietileno de aluminio reflejante, ubicar en el espacio constelaciones de espejos, lanzar sulfatos como si fueran satélites artificiales, fertilizar los mares con nanopartículas de hierro, blanquear las nubes para que rechacen la luz solar, etc.
Todas estas ‘genialidades’ –secuelas del afamado Profesor Franz de Copenhague-, no nos molestarían sino fuera porque comienzan con inversiones de dinero público para, una vez desbrozado el camino, ser inmediatamente aprovechadas por la empresa privada quien, además de blanquear su imagen corporativa, recibe sustanciosas subvenciones y/o exenciones fiscales por continuar los experimentos ‘científicos’. Y tampoco nos incordiarían demasiado si Bill Gates –inversor en planes de GI- respetara a los Saami, uno de los escasos pueblos indígenas de Europa. Sobre la derrota que los Saami han infligido a Gates versan los siguientes párrafos.
Chernobyl y los Saami
El día 26.abril.1986, en la ciudad ucraniana de Pripyat, estalló el reactor nuclear de Chernobyl. La nube radiactiva no tardó en llegar hasta 2000 kms. al norte, justo al territorio de los Saami, tradicionalmente pastores de renos. La primera advertencia del inminente desastre consistió en recordar que los renos pastan sobre todo líquenes y que éstos, además de ser de crecimiento lento, son “esponjas radiactivas”. Había, por tanto, que medir al mayor agente pernicioso, el cesio 137 cuya vida media alcanza la friolera de 30 años. Siete meses después de que llegara a Samiland la nube radiactiva, los renos de Snasa (Noruega), padecían unos 70.000 bq/kilo, con algunos casos extremos de 137.000 bq/kilo (bq=becquerel, medida del cesio 137; en Noruega se consideraba que el consumo humano es peligroso a partir de los 6.000 bq aunque en Suecia usaban otros límites)
Las recomendaciones de las autoridades fueron imposibles de cumplir pues no solo prohibieron el consumo de reno sino también de alce, champiñones y cualquier otro producto de la Naturaleza –hemos de añadir que no todos los Saami las cumplimentaron, algunos siguieron comiendo la carne de sus propios rebaños. Becquerel pasó a ser palabra de moda; antes de Chernobyl, los niños se saludaban en la escuela preguntándose por las noticias habituales –¿pescaste, anduviste bajo la lluvia?- pero, desde 1986, la palabra clave fue bequerel por lo que se saludan al estilo “I can eat this meat. Has only 300 bq”.
La matanza de renos fue inevitable… y duradera. Entre los años 1994-2014, 80.000 renos fueron sacrificados antes de tiempo –quizá se llegara a los 100.000 renos sobre un total de unos 200.000 renos desechados. Los pastores Saami tuvieron que acostumbrarse a enterrar con tractores a sus renos. Aun así, la masacre sólo contuvo a medias la calamidad. Ejemplo, en 1996, la concentración media en los cuerpos humanos del cesio 137Cs fue de 88 bq/kg. para las mujeres y 164 bq/kg. para los hombres –aproximadamente, la mitad de los valores de 1990-1991. Todavía en 1998, más de 500 toneladas métricas de renos tuvieron que ser sacrificado debido a sus altos niveles de bq.
En resumen, un tercio de los Saami se vieron obligados a reducir su consumo de carne. Ahora, solo un 10% de los 70,000 o 100.000 Saami pastorean una cabaña de 500.000 renos. Sobra decir que las consecuencias sociales de Chernobyl fueron tremendas, en especial en lo que atañe a las migraciones forzosas y, sobre todo, a la dependencia de la seguridad social del Estado de Bienestar -un fenómeno cuasi inédito para los antiguos Saami.
Bill Gates, SCoPEx y los Saami
El mundialmente reconocido filántropo Bill Gates invirtió desde 2010 unos 4,5 m. US$ en una aventura que denominaremos SCoPEx (Scopex) consistente en llevar a cabo en Kiruna, Suecia, Samiland (vulgo Lapland) un experimento para enfriar la Tierra mediante el lanzamiento de un globo aerostático –científico, por supuesto- cargado con tiza que imitaría una gran erupción volcánica con el consiguiente ocultamiento del Sol. Esto es, un proyecto de GI solar contra el CC.
¿Qué le lleva a Gates a invertir la calderilla de sus denarios en un emprendimiento GI cuyos beneficios no son inmediatos? Yo diría que, como en casi todo Gates, en las patentes está el truco. Para mayor abundamiento, he de anotar los antecedentes de Scopex. Exactamente en la patente USA nº 4.686.605. Gracias a esta patente, se organizó HAARP (High Frequency Active Auroral Research Program), un semi-secreto proyecto militar de guerra climática que, desde 1992, tuvo su cuartel en Gokona (Alaska) y que se sumió en aún el mayor de los secretos en 2013. La susodicha patente tuvo por título “Method and apparatus for altering a region in the earth’s atmosphere, ionosphere, and/or magnetosphere” Patente USA nº 4.686.605, 11.agosto.1987 (con antecedentes en Nicola Tesla 1935) Alterar una región desde el cielo… Era prometedor. Esta patente fue propiedad de APTI, después de E-Systems y, finalmente, cayó en manos de la colosal multinacional bélica y belicista Raytheon.
Pues bien, Gates supo del potencial económico de Haarp y pensó que debía ser heredado por un ensayito aparentemente menor: el SCoPEx (Scopex, Stratospheric controlled perturbation experiment; experimento de perturbación controlada de la estratosfera) nanopartículas reflectivas de carbonato cálcico (tiza) para acumular aerosoles a unos 16-25 kms de altura.
El lanzamiento del globo estuvo previsto para junio 2021 pero… Gates &Co. creyeron que los Saami no existían, no habitaban esa comarca o se plegarían a los indudables beneficios que Scopex conseguiría para la Humanidad. Por ello, se le olvidó pedir a los indígenas el preceptivo consentimiento previo, libre e informado. Y allí fue Troya: los Saami se opusieron frontalmente y fueron apoyados por científicos, ambientalistas, indigenistas y tutti quanti. Ante la rebelión saami, Frank Keutsch, el profesor de Harvard que dirige el equipo de investigación, juró y perjuró que compartía muchas de las preocupaciones de los ambientalistas -¿y de los Saami?. Pero recurrió al manido argumento de que, en este caso, “el riesgo de no investigar es mayor que el riesgo de
investigar”. Otro que debió creer que los Saami eran unos indios zarrapastrosos –no sabía que hasta celebran en la misma Kiruna el festival Saami Pride, dicho sea porque parece que ese es una medida mundialmente aceptada de la modernidad y la libertad.
Cronología reciente
El caso es que, hoy, Scopex –haya sido o no un globo sonda- ha sido expulsado de Saamiland por lo que Gates debe buscar otro sitio para sus ‘experimentos’. Por ignorar olímpicamente que los Saami están organizados -tienen un Parlamento propio en Kiruna- y que no comulgan con la GI aunque en los medios la vistan de seda, ahora anda con el rabo entre las piernas. Porque de poco le ha servido al mega-filántropo la ayuda que le llegó in extremis desde la Gran Academia gringa:
El 25.marzo, la National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine de EEUU, publicó las 328 pp. del informe Reflecting Sunlight. (https://doi.org/10.17226/25762) donde insta al gobierno USA a que asigne inmediatamente 100 a 200 millones de dólares para avanzar en la investigación y experimentación con geoingeniería solar. Lo de siempre: dinero público como capital semilla que deriva en dividendos privados.
Dos días después, el 27.marzo, Silvia Ribeiro, investigadora del estupendo Grupo ETC, publicaba en el diario mexicano La Jornada “Tapar el sol con un dedo”, un artículo de felicísimo título en el que resumía el conflicto con Gates et al: “El 24 de febrero, el Consejo Saami, que reúne a los pueblos saami de Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia, manifestó su oposición a dicho proyecto y exigió al gobierno sueco cancelar el experimento (https://tinyurl.com/f4ektwdj) por falta de consulta previa y consentimiento de sus pueblos. También porque el experimento es para desarrollar una tecnología muy peligrosa que afectaría a todo el planeta, por lo que señalan que no es papel de un grupo de Harvard o algunos gobiernos decidir sobre ella.” (mis cursivas)
En este punto, los Saami y sus aliados científicos nos recuerdan indirectamente que el Protocolo de Nagoya explicita que: “11. Toda actividad o interacción relacionada con los conocimientos tradicionales asociados a la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica que se lleve a cabo en sitios sagrados y en tierras y aguas tradicionalmente ocupadas o utilizadas por comunidades indígenas y locales o que sea probable que afecte a esos sitios, tierras y aguas y a grupos específicos, deberá realizarse con el consentimiento fundamentado previo y la aprobación e intervención de las comunidades indígenas y locales. Dicho consentimiento o aprobación no debe ser obtenido mediante coerción, fuerza o manipulación.” (mis versalitas)
Pocos días más tarde, también se publicó un artículo que influyó, sin duda, en el pueblo americano de una llamada extrema-izquierda: Patrick Mazza, “How the Saami Indigenous People Fended Off Gates-funded Geoengineering Experiment” (Counterpunch, 05.abril.2021) Y, al día siguiente, un diario español electrónico de izquierdas se apuntó a la noticia pero olvidando a los indígenas Saami: ver Malen Ruiz de Elvira, “Oscurecer el Sol para paliar la crisis climática” (publico.es, 06.abril) donde, olvidándose de los Saami, se posicionó con los científicos gringos: “La oposición al experimento ya se ha hecho notar en Suecia. Sin embargo, no son pocos los científicos que creen que la geoingeniería es una línea de investigación que se debe continuar para, si no se alcanzan los objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero, contribuir a aminorar los efectos del cambio climático, como segunda línea de defensa”. Léase, una levísima mención a la oposición sueca y un alegato a favor del Plan B.
Scopex, hija de HAARP, nieta de GI (alias Plan B) y bisnieta de CC por ser GI la hija tramposa del Cambio Climático, presume de una genealogía que se remonta al año 1935 (ver supra, patente Haarp) Aunque pudieran con mayor veteranía, los Sami no necesitan presumir de árbol genealógico: les basta recordar Chernobyl -una de las hazañas involuntarias de la GI-, para impedir que Gates perpetre uno de sus abusos cotidianos.
Otras notas del autor
* LQSomos en Red
Síguenos en redes sociales… Facebook: LoQueSomos Twitter@LQSomos Telegram: LoQueSomosWeb Instagram: LoQueSomos