Manipur, después de la tormenta

Manipur, después de la tormenta

Por Guadi Calvo*.

Tras el inicio de la violencia étnica-religiosa del pasado tres de mayo, en el estado indio de Manipur, entre las tribus Meitei (hindúes) y los Kukis y Nagas (cristianos), que dejaron al menos ciento cuarenta muertos, más de quinientos heridos y cerca de ochenta mil desplazados, además de la destrucción y el saqueo de miles de viviendas, locales comerciales, edificios públicos, junto a la quema de cientos de vehículos particulares y oficiales, docenas de iglesias y madires o devasthana, (templos hindúes), ratificando, esto último, el carácter profundamente sectario de la crisis, que, si bien, parece, fue desactivada, permanecer en un peligroso estado latente

El domingo 2 de julio, en una aldea kuki, en el distrito de Churachandpur, fue decapitado un hombre y otros tres, ejecutados con disparos. Sin que hasta ahora se conociera las consecuencias del hecho y si el crimen se enmarca en el contexto de la crisis reciente.

Las disputas étnicas no son para nuevas en Manipur, y el último estallido, trae resonancias del conflicto Naga-Kuki, que entre 1992 y 1997, dejó al menos mil muertos, y obligó al destierro de 350 aldeas kukis. Aquello tuvo como punto de máxima, el genocidio de 115 miembros de esa etnia kuki, que fueran masacrados por grupos armados nagas, supuestamente pertenecientes al Consejo Nacional Socialista de Nagaland (Isak Muivah) en la aldea de Joupi, el trece de septiembre de 1993, fecha que en la historia de la comunidad kuki, se recuerda cómo cada año como el Sahnit-Ni (día negro).

Tras los disturbios de mayo, el ejército indio pasó a controlar la totalidad del estado nordestino, que es una de las regiones más abandonadas y remotas del país. Por lo que el conflicto, si bien habría bajado su intensidad, todavía no se ha podido conocer el destino de las casi cinco mil armas robadas en los días más difíciles de los enfrentamientos étnicos. Y que además está lejana de resolverse la cuestión de fondo entre las tribus involucradas, dejando abierta la posibilidad, muy concreta, que la crisis vuelva a estallar ganando, otra vez, las calles de la ciudad de Imphal, la capital del estado, y se vuelva a extender, como ya lo sucedió, a otros centros urbanos de Manipur. (Ver: India, el grito silenciado de los kukis de Manipur).

La ola de disturbios provocó que prácticamente todos los miembros de la comunidad kuki, que vivían en la capital, hayan sido expulsados. Mientras que los meiteis, afincados en las áreas predominantemente kukis como Churachandpur y otros distritos montañosos, se hayan debido desplazar a las tierras bajas de los valles de Manipur, donde históricamente radican la etnia hinduista, en procura de seguridad.

El Primer Ministro indio, Narendra Modi, ha conseguido convertir a su país, en un centro de poder político comercial junto a China, Estados Unidos y Rusia. Moviéndose, con firmeza en las cimas del poder mundial. Por lo que no puede presentarse ante el mundo, con una guerra tribal, que por más remota y olvidada que sea la región, donde sucede, retrotrae al principio de los tiempos.

Esas es una de las razones, del porqué Modi, más allá de que no se haya referido públicamente al conflicto, actuara rápidamente, y decidió enviar miles de efectivos militares, para a impedir que la crisis siga escalando.

Más allá de que esta situación, ha resurgido al amparo de las políticas supremacistas que Modi, alienta a lo largo de toda su carrera política, ya como Primer Ministro Principal (gobernador) del estado de Gujart (2001-2014) y mucho más desde su llegada al ejecutivo de la Unión India, en 2014, intentando imponer el concepto de Hindutva, una sociedad basada en los principios del hinduismo, un capítulo fundamental del ideario de su partido Bharatiya Janata Party o BJP (Partido Popular Indio).

Las prácticas de Modi, han apuntado como principal antagonista a la comunidad musulmana, que con sus 200 millones de fieles es el primer gran grupo religioso del país, después de los hindúes, que cuenta con más de mil millones de creyentes. Aunque las persecuciones religiosas del BJP, también han hecho blanco contra la comunidad cristiana, con unos veinticinco millones de practicantes e incluso los sikh, una observancia, nacida del tronco hinduista, con treinta millones de seguidores, que pesar de ser muy minoritaria, también es muy activa, a punto de pretende escindirse de Nueva Delhi, para fundar su patria el Khalistán (Tierra de los Puros). (Ver: India, cuando los Dioses matan a distancia).

Los enfrentamientos étnicos en Manipur, se iniciaron tras el reconocimiento a los Meitei, como “comunidades tribales registradas” (CTR), lo que le aporta una serie de beneficios como el acceso a tierras, créditos, vacantes en universidades, puesto públicos y otros beneficios, al punto que la nueva situación les permitiría avanzar sobre las tierras de la comunidad Kuki. Cambiando, de manera tajante, la distribución del poder en el estado. (Ver: India, Manipur la persistencia del odio).

El aislamiento geográfico de Manipur, que solo se comunica, por vía terrestre con resto del país, por el escabroso corredor de Siliguri o “el cuello de pollo”, ha colaborado en mucho para la profundización de las disputas étnicas, tribales y religiosas, del estado, cuya diversidad multicultural, alcanza también comunidades hermanas localizadas en Birmania, que operan fácilmente de uno y otro lado de las fronteras nacionales, habiendo sido separadas por designios del colonialismo británico. Lo que en la actualidad ha comenzado a generar algún eje de discordia entre Naypyidaw, la capital birmana, y Nueva Delhi.

Desentendimiento, que se disparó con el golpe militar en Birmania de 2021, y el reinició las operaciones contrainsurgentes en el noroeste birmano, precipitando la llegada de cientos de eso nacionales a Manipur fundamentalmente de las comunidades Kuki, que en Birmania se los conoce como zomi y chin, según la zona del país que provengan.

El factor opio

Según algunos especialistas, el conflicto de Manipur tiene un factor importante en la producción, elaboración y comercialización del opio, ya que es uno de los cuatro estados indios fronterizos con Birmania, que son utilizados como rutas de salida para el narcotráfico.

Por lo que el Ministro Principal de Manipur, Biren Singh, también miembro del BJP, inició una campaña de erradicación de los cultivos de adormidera en las colinas habitadas por comunidades Kuki. Lo que, según se cree, quitaría financiamiento a muchos de los grupos separatistas que operan en el noreste indio, y obviamente a la multitud de bandas criminales comunes, en muchos casos muy difícil de diferenciar unas de las otras. El gobierno estadual, en 2017, comenzó una campaña de eliminación de plantíos, que ya alcanzó las 6300 hectáreas, según diversas fuentes, el 85 por ciento de la totalidad sembrada.

Lo que también está provocando que los productores de opio, para conseguir más superficies, en las alturas que bordean el valle de Manipur, han generado una tala frenética de árboles, que, incluso, está afectando el clima de los valles. Por su parte, la Organización Nacional Kuki, insiste que desde 2016, ha prohibido, de manera taxativa, el cultivo de amapola, para los miembros de la comunidad, por lo que insiste que los cultivadores, no pertenecen a su etnia o de serlo, es un sector muy pequeño, como para general la producción que dicen se está generando.

Manipur, históricamente, ha sido parte de la ruta de las grandes producciones llegadas desde el mítico Triángulo Dorado (Birmania, Laos y Tailandia), al punto que durante las décadas del ochenta y noventa, en plena crisis del SIDA, se produjeron miles de muertos por el uso de jeringuillas infectadas, siendo el número de enfermos diez veces mayor al promedio general de India.

El opio introducido o producido en Manipur, generalmente, es trasladado a la ciudad de Guwahati, en el vecino estado de Assam, desde donde se despacha al resto de India.

Si bien los Kukis, han sido apuntados, como el grupo más importante en la comercialización de esta droga, según los datos oficiales, de las 2518 personas detenidas en relación con este delito, desde 2017, son los pangals, un grupo étnico del valle, de devoción musulmana con 1083 detenidos, a los que le siguen los kuki, con 873, y en tercer lugar los meities con 381 arrestos.

Más allá de las diferencias étnicas y la producción de opio en Manipur, la tormenta amenaza con regresar tan puntual, como los Monzones.

* Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional

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