¿Mantas con viruela?
Nònimo Lustre*. LQS. Julio 2020
Una de las leyendas epidemiológicas más persistentes es aquella que afirma que los Blancos regalaron a los indígenas mantas y objetos infectados con viruela. Según es fama popular, lo hicieron adrede con el infame propósito de exterminar a esos indígenas –amerindios u otros-. Demostrado como está que los Invasores utilizaron una enorme variedad de métodos para aniquilar a los Invadidos, esta leyenda podría tener visos de verosimilitud pero, antes de corroborarla, conviene hacer algunas precisiones considerándola como una de las muchas clases de guerra bacteriológica que ha conocido la Humanidad. A tal efecto, dividiremos su historia en tres fases. La primera comienza cuando el Homo sapiens inaugura su caminata.
Fase 1. 100.000 ane -1492. Primitiva guerra bacteriológica
Aún no se sabe dónde y cuándo se originó la viruela. Pero hay indicios serios de que ya existía en el Antiguo Egipto. Lo avala el estudio microbiológico de tres momias datadas hacia el tercer siglo ane pero, evidentemente, pudo surgir mucho antes. La primera descripción escrita es del cuarto siglo ane, en China. En India, las primeras narrativas son del siglo VII y, en Asia Menor, del siglo X.
En esta Fase I, la viruela afectó a todas las sociedades, ricas o pobres. Todo ello indica que la viruela nunca fue una enfermedad absolutamente incurable o, dicho de otro modo, ineluctablemente mortal. Por supuesto que su índice de mortalidad fue altísimo. Y hay pruebas indirectas o inconcretas de algunos de los primeros episodios de guerra bacteriológica. Ejemplos: en 184 ane –año de su muerte-, Aníbal lanzó sobre el enemigo cazuelas de barro atestadas de serpientes. Y, saltando los siglos hasta la Edad Media, se recuerda que, en 1346, cuando los tártaros estaban sitiando la ciudad de Kaffa (Crimea) les sobrevino una peste -¿de qué?-. Entonces, decidieron catapultar a sus muertos sobre la ciudad. Se dice que les funcionó tan impía estratagema.
Es plausible suponer que, en la fase final de esta Fase I, además del aislamiento como medida profiláctica, también comenzaron a conocerse otros métodos curativos como la variolización. Y es seguro que, simultáneamente, se hicieron experimentos con la viruela como obús. Los hicieron a cara descubierta y con orgullo los galenos temerarios y los frailes -más o menos ‘variolizados’- pero los archiveros e historiadores de los siglos posteriores se encargaron de adecuar los obuses “a la moral de sus tiempos”. En suma, fueron experimentos censurados.
Fase 2. 1492-1800. Moderna guerra bacteriológica
En sus primeras décadas, la viruela causó estragos en toda Europa por lo que resultaba superfluo extenderla artificialmente desde el momento en el que los hipotéticos ‘infectadores’ corrían un riesgo excesivo. La epidemia se cronificó hasta el punto de llegar a las Casas reales: Elizabeth I de Inglaterra la contrajo pero le fue a la reina Mary II porque, en 1694, murió a los 32 años poco después de haber enfermado del mal de las pústulas.
En las Yndias Occidentales o virreinatos españoles, es posible que las columnas invasoras llegaran a los parajes desconocidos encabezadas por ‘adelantados’ –indígenas serviles aherrojados por el soldado más detestado por sus oficiales- que portaran paños infectados pero, de demostrarse este dato, tuvo que ser una práctica rara. Evidentemente no por razones humanitarias sino porque esos ‘adelantados’ podían volverse y contagiar al resto de las mesnadas hispanas. En todo caso, los indígenas elaboraron todo género de medidas y creencias profilácticas contra una enfermedad desconocida. Muchas dellas eran de carácter aislacionista. Había que protegerse del contacto con los Invasores adoptando medidas que nos pueden parecer supersticiosas pero que, sin embargo, podían ser efectivas como alarma ante el contacto con los españoles. Ejemplo:
“En 1611, durante el desembarco en La Serena de Juan Jara Quemada, recién designado gobernador de Chile, se rompió una botija llena de lentejas y los porteadores indios difundieron la noticia de que esa multitud de pequeñas semillas diseminadas era la fuente germinal a partir de la cual la enfermedad iniciaba su temida propagación para alcanzar luego el carácter masivo y letal que la distinguía. Sucedió acaso que entre las botijas de pólvora y miel, vino y aceitunas que del Perú se traen, venían algunas semillas y legumbres para este Reino, donde no las había; y quebrándose una de lentejas, semilla no conocida en estas Provincias y que tiene semejanza de viruelas, que por parecerse llaman comúnmente a este mal lentejuela creyeron que era semilla de viruelas que traía el Gobernador para sembrar estas Provincias y acabar con los indios por este medio. Persuadieronse a esto porque habían padecido antes un contagio grande viruelas, y luego pasaron la noticia a todas las Provincias para que defendiesen la comunicación de los españoles…(ver Francisco Jiménez, Juan; Alioto, Sebastián L. (2013) “Relaciones peligrosas: viajes, intercambio y viruela entre las sociedades nativas de las pampas (frontera de Buenos Aires, Siglo XVIII)”; en Andes, vol. 24, 2013, pp. 113-150; en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=12730581004)
Entramos ahora en un período intermedio caracterizado por la escabrosa y atormentada difusión de la variolización o proto-vacuna. Período heroico puesto que, pese a su evidente utilidad –demostrada en Asia y África-, se oponían los ilustrísimos médicos europeos. Aunque a trancas y barrancas, a finales del siglo XVII, la variolización era conocida en Grecia y en el resto del Imperio Otomano. A principios del XVIII, llegó a la clase adinerada europea y es de suponer –pero carecemos de datos fidedignos- que, poco después arribaría a las colonias españolas. Todo ello supone un point tournant porque, a partir de ese momento, los regalos de mantas variólicas comienzan a ser menos inverosímiles –los infectadores podían sentirse a salvo. Con reparos porque la técnica era rudimentaria y falible lo que dejaba abierta la posibilidad de que los criminales genocidas pudieran terminar siendo cazadores cazados.
Así nació Pittsburgh –antes Fort Pitt-
Cuarenta años después de que el esclavo Onesimus enseñara a sus amos blancos la variolización y diez años antes de que Washington inoculara a todo su ejército, en Fort Pitt, ocurrió la más conocida demostración histórica de que hubo introducción criminal de la viruela entre los amerindios del Norte. Fue la respuesta de los Invasores a una sublevación de los indígenas Delaware, Shawnee, Mingo y Ottawa quienes, dirigidos (es un decir) por Pontiac, jefe (otro decir) de los Ottawa, asediaron a Fort Pitt en la primavera de 1763.
No sabemos si los criminales estaban variolizados aunque es muy probable. El descaro con el que escribieron y actuaron así lo sugiere. Pero, sea como sea, dejaron los siguientes documentos que nosotros ordenamos cronológicamente:
16 junio 1763: el capitán Simeon Ecuyer, comandante de Fort Pitt, informa a su superior el coronel Henry Bouquet –entonces en Filadelfia-, que los indios se han alebrestado y que amenazan con tomar el fuerte.
23 Junio: Bouquet informa al general británico Amherst.
07 julio: Amherst responde a Bouquet con una orden explícitamente genocida “Could it not be contrived to Send the Small Pox among those Disaffected Tribes of Indians? We must, on this occasion, Use Every Stratagem in our power to Reduce them.”
13 julio: Bouquet, atraviesa Pensilvania con refuerzos británicos camino del fuerte asediado y contesta a Amherst prometiéndole que esparcirá la viruela entre los indios vía mantas contaminadas, “taking care however not to get the disease myself.” -¿no estaba variolizado?
16 julio: Amherst aprueba el plan de su coronel urgiéndole a diseminar la viruela “as well as try Every other method that can serve to Extirpate this Execreble [sic] Race.”
En efecto, Ecuyer y Bouquet cumplieron la orden de diseminar la viruela… pero esa cronología oficial tiene que ser corregida por un dato que poco los importaría a la gente de Pontiac pero que supone una manipulación más de las muchas que contiene este episodio. Y es que los hoy famosos regalos de dos mantas y un pañuelo fueron entregados a los indios ¡el día 24 de junio!, justo horas después de que el coronel Bouquet informara a Amherst. Es decir, antes de haber recibido la orden del general de que sembrara la viruela contra aquellas “disaffected Tribes of Indians”.
La prueba del delito: ese mismo día 23 de junio, el aventurero William Trent escribió en su Diario que dos emisarios Delaware habían visitado el fuerte y habían concertado una cita para el día siguiente. Fue durante ese segundo encuentro cuando Trent les regaló las “two blankets and a handkerchief” que había conseguido en el pabellón de la viruela. “I hope it will have the desired effect”. Como todos los Diarios, éste tiene un valor relativo, máxime tratándose de un villano como aquel genocida pero hay una prueba complementaria: poco después, Trent pasó una factura al ejército británico por los gastos en los que había incurrido e incluso por el lucro cesante que le supuso su criminosa hazaña.
Y siguen las manipulaciones: en estos momentos, la historiografía gringa es una dudosa aliada de la verdad histórica porque arremete contra los británicos. Así, el delito se carga contra Ecuyer del que destaca que es un mercenario suizo de 22 años y también contra Bouquet puesto que es, simplemente, otro mercenario francófono. Además, se subraya que las famosísimas mantas eran viejas y, por ende, quizá su carga variólica había caducado. Dato impreciso que se refuerza (¿) con la suposición de que fueron los propios indios quienes ya tenían la viruela –lo de siempre, satanizar a las víctimas. Todo ello para disminuir la culpabilidad de Amherst quien, a fin de cuentas, sería invasor pero era general y hasta padrino de la ciudad homónima. Finalmente, se pone en duda y con cierta base que no sabemos si la estratagema de las mantas desencadenó realmente una epidemia entre las fuerzas indígenas de asedio –decimos con cierta base porque la viruela arrasaba desde antes todo aquel territorio.
(ver Mayor, A. (1995). “The Nessus Shirt in the New World: Smallpox Blankets in History and Legend”. The Journal of American Folklore, 108(427), 54. doi:10.2307/541734. Y también cfr. Fenn, E. A. (2000). “Biological Warfare in Eighteenth-Century North America: Beyond Jeffery Amherst”. The Journal of American History, 86(4), 1552. doi:10.2307/2567577. Un resumen divulgativo en: Koster, John (agosto 2012) “Smallpox in the Blankets”, en Wild West.)
El retorcimiento del incidente de Fort Pitt fue continuación de otro episodio similar y anterior: en 1757, los indígenas asediaron Fort William Henry (hoy, en el estado de Nueva York) En este caso, los indios eran aliados de los franceses y su delito fue ignorar un armisticio entre franceses y británicos. Excusándose en su ignorancia, arrasaron el hospital de la guarnición, mataron a los enfermos y se llevaron sus vestidos y sus mantas algunas dellas infectadas con viruela. Incluso, puestos aún más truculentos, es fama que desenterraron a los cadáveres del cementerio cargándolos como trofeo hasta su aldea con el resultado de prever, una epidemia feroz. Pero la historiografía gringa, subyugada por Fort Pitt, no ha prestado tanta atención a este caso del que podemos sospechar que está tan contaminado como su conocidísima secuela.
Viruelas aparte, durante los siglos XVII y XVIII, los británicos atacaron a los amerindios quemando sus plantíos y sus casas para reducirlos a la condición de refugiados en su propio territorio. Esta táctica de ‘tierra quemada’ era de una eficacia más que demostrada y, desde luego, más masiva que el genocidio artesanal que -no siempre- conseguían las mantas variólicas.
Los franceses llaman guillotina seca a la pena de muerte por medios no truculentamente directos –por hambre, por infección, por destierro, etc-. En esta Fase II, los amerindios del Norte y del Sur la padecieron con mayor frecuencia que por viruela inducida. Desde el siglo XIX y siguientes, los Invasores optaron por dar cierta espectacularidad a sus crímenes legales.
Fase III. 1800-presente. Contemporánea guerra bacteriológica
En 1800, se implanta la vacuna de Jenner y las historias e historietas de las mantas variólicas dejan de ser tan asombrosas y/o polémicas. La viruela inducida perdía eficacia criminal en razón inversa al uso del patíbulo como espectáculo. Ejemplo: habiendo sido derrotados tras una de sus mayores sublevaciones, 303 dakota-sioux-santee fueron condenados a la horca en un juicio militar sin la más mínima garantía jurídica. El entonces presidente Lincoln perdonó a 265 pero ahorcó a treinta y ocho (38). El genocidio legal se consumó el 26.diciembre.1862 –el día después de Navidad, probablemente escogido para que a los verdugos no se les atragantara la epifanía de su dios… o como postre para su banquete navideño.
Por su parte, mientras la Invasión llegaba a rincones antes desconocidos del hemisferio americano, sus indígenas inventaban palabras para describir las nuevas calamidades. Entramos en la actualidad:
“Entre los Desana del Vaupés colombiano las enfermedades infecciosas de origen europeo son denominadas pea ~ basa behari o enfermedades contagiosas de la gente del fusil y se caracterizan por su virulencia y su capacidad para esparcirse… Existen varios mitos que asocian la difusión de la viruela con las cuentas de vidrio europeas. En una de sus variantes, se explica que las primeras mujeres blancas difundieron la enfermedad entre las nativas mediante collares que colgaron en los árboles. Las mujeres nativas atraídas por la belleza de estas joyas no dudaron en usarlas y en ese momento se contagiaron: Las primeras mujeres blancas de la humanidad han fabricado también esos collares de palaque [= cuentas de vidrios grandes, en portugués], esos collares hechos de grandes perlas… Cuando las primeras mujeres indias del mundo se pusieron al cuello estos collares de palaque, las perlas se trasformaron en viruela, se volvieron viruela…” Y delos Desana, llegamos a los Yanomami: “Los Yanomamo- estudiados por Bruce Albert durante la década del ochenta del siglo anterior- acuñaron el término boobe wakësi o humo del metal para referirse a las enfermedades epidémicas introducidas por los europeos… No es casual entonces que la palabra matihibë tenga dos acepciones: bien precioso y objeto patógeno”. (ver Francisco y Alioto, op. cit. supra)
Las arcaicas mantas variólicas fueron sustituidas por nuevas caras de la ahora denominada guerra bacteriológica, bioterrorismo, guerra química, etc. Unos pocos ejemplos para redondear una desagradable historia plagada de manipulaciones, prejuicios, ausencias de evidencias, exceso de leyendas y censuras que comenzamos con Aníbal:
1940’s, Zyklon B en la Alemania nazi. 1939-1945, Unidad 730 en Japón. Entre los Aliados, docenas de venenos y de instituciones cuyas existencias todavía están censuradas. 1995, gas sarín en el metro de Tokio. 2001. Ataques con esporas de ántrax cartas enviadas en cartas por correo a personalidades públicas –cinco infectados fallecidos.
Esos ‘incidentes’ son conocidos por el vulgo pero hay otros que, siendo o no aireados por los media, no llegan a calibrarse como aún más peligrosos. Para finalizar, mencionemos sólo dos ‘accidentes’ nucleares que son menos famosos que los de Three Mile Island (1979), Chernobil (1986) y Fukushima (2011): el 12.XII.1952 en Canadá. En el reactor nuclear NRX de Chalk River se produce el primer accidente nuclear industrial. Y el más secreto de todos: en 1969, en Lucerna (Suiza), un reactor de ‘investigación’ de diseño suizo se ‘vuelve loco’ siete horas después de su inauguración. La limpieza del sitio duró 34 años, hasta 2003.
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A ver, no confundamos blancos con británicos ni mestizos o indígenas de América Latina con indios de América del Norte. Hoy es de dominio público que los británicos llevaron mantas de infectados con viruela a la actual América Latina. ¿A qué viene ponerlo en dudad ahora? Y lo de las cuentas de vidrio no se lo cree ni el indígena ni el indio más tonto, ni de entonces ni de ahora…