Marcos Ana, sembrador de estrellas
Carlos Olalla*. LQS. Febrero 2020
En uno de sus poemas dice que había cometido un pecado terrible: haber querido llenar de estrellas el corazón de los hombres…
Era casi un niño cuando entró en la cárcel. Fue el preso que más tiempo continuado estuvo en las cárceles franquistas, 23 años. Cuando salió dedicó su vida a defender a los presos y los exiliados. Siempre estuvo con quien le necesitó. En los pasillos de las cárceles por donde pasó organizó con los presos representaciones teatrales clandestinas en homenaje a Miguel Hernández, y en la soledad de su celda aprendió a escribir poesía. Con su vida nos enseñó que los muros se derriban hombro con hombro y verso a verso. Marcos Ana fue un hombre bueno, un hombre capaz de perdonar a quienes le robaron 23 años de su vida, a quienes le torturaron, a quienes le difamaron. Denunció públicamente las brutales torturas a las que había sido sometido pero se negó a dar un solo nombre de sus torturadores para que sus nietos pudieran pasear por la calle sin tener que esconder la cabeza. Esa era la talla humana de un hombre que dedicó su vida a hacer de este mundo algo mejor o, cuando menos, menos malo.
Fue un verdadero honor participar en el homenaje que el viernes 31 de enero le organizaron en Madrid el PCE, partido en el que siempre militó, CCOO, la Fundación Primero de Mayo y la Asociación que lleva su nombre. A él le habría encantado ver que en ese acto estaban presentes un vicepresidente y un ministro del gobierno de España, un secretario de Estado y el director del Instituto Cervantes. Sin duda los tiempos están cambiando y la lucha de Marcos Ana no fue en vano. El 20 de enero Marcos Ana habría cumplido cien años. En uno de sus poemas dice que había cometido un pecado terrible: haber querido llenar de estrellas el corazón de los hombres. Su libro de memorias, “Decidme cómo es un árbol”, está dedicado a sus padres, Marcos y Ana, a su hijo y, especialmente a los luchadores por la libertad y a las nuevas generaciones en cuyos surcos hemos sembrado nuestra historia. Marcos Ana, Fernando Macarro Castillo, fue un alfarero de almas y un sembrador de estrellas. Como bien le definió Juan Diego Botto el día de su funeral, fue la España que debería haber sido.
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