Marlene Dietrich, una vida de leyenda
Carlos Olalla*. LQS. Septiembre 2019
Siempre fue fiel a su compromiso político y antibelicista. Lo llevó consigo allí donde actuó, habló o cantó. Jamás desaprovechó una oportunidad de defenderlo
Fue una de las actrices más carismáticas de la historia del cine y una de las más comprometidas políticamente durante toda su vida. Marlene Dietrich, nacida y formada en Alemania, no dudó en rechazar el nazismo y pedir la nacionalidad norteamericana en 1939, justo antes del estallido de la segunda guerra mundial, rechazando el ofrecimiento que le había hecho Hitler para convertirla en la imagen de la Alemania nazi. Pero su marcha a los Estados Unidos no se limitó a ser algo meramente gestual, sino que apoyó decididamente a las tropas aliadas durante la guerra actuando para el ejército norteamericano incluso en su propia Alemania natal. Eso le valió que muchos compatriotas suyos la considerasen una traidora y nunca se lo perdonaron, cosa que a ella poco le importó porque siempre tuvo bien clara su ideología antifascista. Tras esa imagen pública de compromiso Marlene fue, a la vez, una de las figuras más enigmáticas del Hollywood de la edad dorada. Escudada tras la andrógina imagen de mujer fatal que había creado en sus primeras películas alemanas de la mano de Josef Von Sternberg, insinuaba una bisexualidad que la acompañaría durante toda la vida, bisexualidad conocida por todos en el mundo de Hollywood y por muy pocos fuera de él. Las estrictas cláusulas morales de los contratos de las productoras castigaban implacablemente cualquier “desviación” de los cánones de la “buena conducta” de la época. Eso hizo que una actriz que había escandalizado a sus contemporáneos vistiendo pantalones de hombre y besando a una mujer en la pantalla, protegiese a capa y espada su vida privada. Casada durante más de cincuenta años con un marido con el que solo convivió los dos primeros, fue una de las figuras más representativas del conocido como Círculo de la costura, compuesto por mujeres que ocultaban en él su lesbianismo o su bisexualidad. A ese círculo pertenecieron actrices como Greta Garbo, Joan Crawford o Barbara Stanwyck. Que una mujer fuera capaz de rechazar a su país natal para apoyar abierta y valientemente al enemigo que lo venció, que lo hiciera, además, cuando su patria estaba en pleno auge y la querían a ella como gran diva de un régimen que podía dominar Europa, y que, sin embargo, durante toda su vida, no fuese capaz de admitir públicamente su bisexualidad indica el grado de represión que existía en aquella época hacia las personas LGTBI.
Desde muy pequeña había querido ser actriz. Intentó entrar en la academia más famosa de Alemania, la de Max Reinhardt, pero no fue admitida. Empezó entonces haciendo coros y cantando en los cabarets de la Alemania de los años veinte, aquellos cabarets berlineses famosos en toda Europa por la libertad sexual y el travestismo. Compaginó sus actuaciones con pequeños papeles en diversas películas hasta que, en 1930, Josef Von Sternberg le dio su gran oportunidad al protagonizar la primera película sonora del cine europeo, una película que forma parte indiscutible de la historia del cine: El ángel azul. Fue Sternberg quien fraguó el mito que acabaría siendo Marlene. Fue él quien le enseñó todos los secretos de la cámara y de la luz, secretos que ella haría suyos y que utilizaría con maestría durante toda su vida. El éxito de El ángel azul (que sería poco después prohibida por la Alemania hitleriana) le abrió las puertas de Hollywood. Supo estar en el lugar adecuado en el momento preciso. La Metro tenía en nómina a la gran estrella europea del momento, Greta Garbo, y la Paramount vio en la Dietrich la respuesta adecuada. Y no se equivocó. Su éxito en Hollywood fue fulgurante. Debutó junto a Gary Cooper en la película Marruecos y llegó a trabajar con los más grandes.
Tras algunos altibajos en su carrera, supo dotar a su madurez de una fuerte expresividad que, unida a una sabia elección de papeles, hizo de ella una de las actrices más grandes de la historia. Sus interpretaciones en Sed de mal, a las órdenes de su admirado Orson Welles, Vencedores o vencidos o Testigo de cargo son inolvidables para cualquier amante del buen cine.
A partir de los años cincuenta recuperó su faceta de cantante, que en realidad no había abandonado nunca, para centrarse en la canción actuando y haciendo giras por todo el mundo con un espectáculo de cabaret. Lo siguió haciendo hasta que, cumplidos ya más de setenta años, decidió retirarse definitivamente del mundo del espectáculo. Se fue a vivir a París y, como Greta Garbo, se recluyó en su piso sin dejar que nadie la viera nunca más. Quiso que todos la recordáramos como el mito que había sido. Solo admitió participar en un documental sobre su vida a condición de que en él únicamente apareciera su voz. Estuvo nominado al Oscar en 1984. Marlene murió en su casa de París el 6 de mayo de 1992. Tenía noventa años. Cuentan que sus últimas palabras antes de morir fueron las que le dijo al amigo que la acompañaba: “Lo quisimos todo, y lo conseguimos, ¿no es verdad?”
El “Ne me quitte pas” de Brel fue una de las canciones que ella nunca dejó de cantar y que la acompañaron durante todos los conciertos que dio llevando su mensaje al mundo.
Marlene Dietrich también ha pasado a la historia por su desgarrada forma de interpretar la canción “Lilí Marleen”, una canción basada en un poema escrito durante la primera guerra mundial que habla de la historia de amor de un soldado alemán que se haría mundialmente famosa durante la segunda gran guerra por haber sido la única canción que han cantado y hecho suya los combatientes de dos ejércitos enemigos. Marlene la cantó tanto en inglés como en alemán y no dejó de hacerlo durante toda su vida.
Siempre fue fiel a su compromiso político y antibelicista. Lo llevó consigo allí donde actuó, habló o cantó. Jamás desaprovechó una oportunidad de defenderlo. Nadie como ella ha cantado desde lo más profundo del alma ese himno antibelicista de Pete Seeger que es “¿Dónde han ido todas las flores?” quizá porque nadie como ella conoce y ha sufrido el sinsentido de la guerra. Adoro a Marlene, su forma de pensar, la coherencia y la libertad con la que lo hizo todo en la vida, y admiro profundamente la valentía que tuvo para vivirla. Por eso ella es la única persona a la que he querido dedicarle dos entradas en este blog. Gracias, Marlene por haber existido.
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