Sé que me arriesgo a que esta carta no sea publicada por su tono, pero no por ello voy a dejar de escribirla. Allá se las arregle con su conciencia quien escoja la mordaza para la silenciar las bocas pero permanezca impasible ante la sangre que brota de las heridas de un inocente.
Treinta horas aproximadamente. Ese es el tiempo que le resta de vida a Afligido, el toro que este martes 13 de Septiembre va a ser alanceado hasta la muerte en Tordesillas durante las fiestas en honor a la Virgen de la Peña. Y por más que habrá quien me diga que este sustantivo únicamente puede ser utilizado con víctimas humanas, dicha acción sólo tiene un nombre: asesinato. Legal, ya lo sé, pero asesinato al fin y al cabo.
Pasamos de la desesperación a la rabia, la vergüenza y la tristeza. Es un camino que cada año recorremos entre el antes y el después de ese crimen premeditado, anunciado y subvencionado. Y nuestras voces se siguen estrellando contra la crueldad y el egoísmo de unos y la indiferencia y los intereses de otros. Pero a pesar de ello seguiremos gritando y cada vez más alto.
Vais a matar entre muchos a ese toro. Pero no sólo con el acero de las lanzas, pues en su carne también se va a clavar la miserable cobardía de los que pudiendo evitarlo no os atrevéis ni tan siquiera a pronunciaros en contra aunque no estéis de acuerdo. No se sabe si producís mayor repulsión por ambiciosos o por medrosos, pero vuestra conducta en este caso inmunda.
Y no os estoy insultando, sino definiendo y describiendo. Podéis cargar contra mí todas las tintas que os apetezca diciendo que no respeto la libertad, pero los únicos que están vulnerando un derecho fundamental sois vosotros: el que tiene Afligido a no ser torturado.
No sólo es eso, también estáis ensalzando la violencia contra un ser vivo. La mañana de cada segundo martes de Septiembre, en la Vega Tordesillana, queda sobre la tierra buena parte de vuestra dignidad como políticos y seres humanos al consentir, convirtiéndola en excepción, una brutalidad que la ley prohíbe, y también al enaltecer el ensañamiento con un animal.
Adelante, asesinad a esa desdichada criatura a la que ya habéis condenado. Dadle a ese puñado de ciudadanos que la reclaman su ración de sufrimiento ajeno. Bautizad la tortura como patrimonio cultural y vestidla de tradición para que aparente bonita. Seguid prestándoos a ese juego sangriento y perverso, que nosotros, entre arcada y arcada, entre lágrima y lágrima, y entre la indignación y el dolor, continuaremos luchando sin descanso por poner fin a esta sádica infamia. Y lo lograremos. Os lo juramos.
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