Medio siglo de indígenas amazónicos (1952-1998)
Nònimo Lustre. LQSomos. Octubre 2017
Segunda parte de Los indígenas amazónicos, según el National Geographic
Obviamente, la ideología imperialista con esporádicas crisis de humanitarismo que subyace y se manifiesta escandalosamente en la imagen que NGM quiere dar al mundo de la guerra de Vietnam, es la misma que inspira sus reportajes sobre los indígenas amazónicos en el período 1952-1998 sólo que, en Amazonas, el componente humanitario es mayor y, huelga añadirlo, descaradamente paternalista. Veámoslo en quince ejemplos etnográficos ordenados cronológicamente:
1952: los Cubeo (1)
Jungle Jaunt on Amazon Headwaters. Foaming Rivers Led a Lone White Woman to Remote Clearings Where Primitive Indians Peered at Her in Wonder. En estos años, el NGM abunda más en la pura aventura que en la ciencia, siendo ésta última un mero barniz de respetabilidad. Incluso añadiríamos que, puesto que la autora de este reportaje (B.M. Goetz) (2) explora sólo en vacaciones, el NGM propicia el amateurismo incluso en un campo como el de los aventureros que, pese a la imagen juvenil que gustan transmitir, estaba profesionalizado desde los tiempos de Marco Polo. Pero, en este caso, la aventura se queda corta porque no llega a su término natural: la heroicidad. Se trata, más bien, de una hazaña doméstica -valga la contradicción- llevada a cabo por un ama de casa. Con la publicación de este reportaje casero, pareciera como si el NGM quisiera mostrar a las housewives norteamericanas que el mundo entero -Amazonas incluido- estaba tan a su alcance como el jardín de su casa.
Como es lógico, esta apología del aventurerismo conlleva considerar a los indios amazónicos como definitivamente domesticados -lo cual todavía no era el caso- y, de paso, dar rienda suelta al narcisismo de una autora entendida como paradigma de la mujer (gringa) trabajadora e independiente. En ello, Goetz no se queda corta: en su curriculum vitae -una formalidad que el NGM no requerirá a autores sucesivos-, destaca que ha descubierto una fortaleza inca y que ha vivido -¿cuánto tiempo?- con los Jíbaros de Ecuador. Y añade una dudosa hazaña: que, habiendo desertado los indios que la acompañaban, tuvo que esperar una semana a que la rescataran de la selva; ¿de cuál jungle?, ¿qué trato les dio a los indios para obligarles a huir? En todo caso, es muy significativo el uso de un término militar como ‘deserción’.
Pero de joyas terminológicas está repleto este reportaje. Por ejemplo: comienza diciendo que ‘salvo por una dotación de indios, viajo sola’ -léase, los ‘indios’ no son personas-. Continúa pregonando que ‘mi hobby son los pueblos primitivos’ pero tiene una extraña concepción de lo que es un hobby porque viaja con un revólver escondido (p. 373). Aún más curioso resulta que, en su primera noche en una aldea indígena consiga aprender toda ‘la cortesía y los convencionalismos que permiten a cinco familias vivir en armonía bajo un mismo techo’. Tiemblen los que se ganan la vida dando maestrías en Protocolo.
La utilidad etnohistórica de estas desvergonzadas narraciones suele reducirse a los datos de las relaciones económicas entre el viajero y los indígenas. Dentro de este campo y por lo que atañe a los salarios, Goetz nos informa únicamente que el jornal de una indígena porteadora era un corte de tela de 3 yardas (p. 371). Por lo que se refiere a los trueques, dándoselas de exploradora experta en selvas, la viajera nos informa que ‘pasaron los tiempos en los que el viajero repartía cuchillos, peines, espejuelos, perfumes y sal. Lo que ahora entusiasma a los Indios es la mostacilla blanca, azul y oro’ [mostacilla= beads, verroterie, cuentas de vidrio] Pero después sólo reseña tres transacciones concretas: intercambia un pescado y un racimo de frutas silvestres por 20 anzuelos (p. 373), consigue una cerbatana con su correspondiente dotación de dardos con curare a cambio de un cuchillo (p. 383) y lo mismo le cuestan un collar de colmillos de jaguar acompañado de una maraca emplumada (p. 388). El resto de su comercio se pierde en vaguedades; la pólvora parece ser muy apreciada pero no sabemos cuánto de ‘apreciada’ -y nos gustaría saberlo para colegir cuántas escopetas se habían introducido.
No puede decirse que Goetz pisara un terreno etnográficamente virgen puesto que, aun sin tener en cuenta la literatura disponible en castellano, disponía de abundantes referencias anglosajonas. Por ejemplo: el naturalista Alfred Russel Wallace -amigo y precursor de Darwin- estuvo en el Vaupés en 1853; el etnógrafo Theodor Koch-Grünberg visitó el área en 1903/1904 y publicó -en alemán- sus experiencias en 1909/1910; el aventurero dizque geógrafo Hamilton Rice viajó en 1907-1908 y publicó sus aproximaciones en 1910-1914; Irving Goldman comenzó su trabajo de campo en 1939 y -aunque no publicó su clásica monografía sobre los Cubeo hasta 1963, once años después del artículo de Goetz-, era una personalidad suficientemente conocida como para poder consultarle sin mayores dificultades. Pero la referencia más próxima en el tiempo al viaje de Goetz era un artículo del antropólogo Curt (Unkel) Nimuendajú publicado póstumamente en 1950 -y en portugués- sobre su viaje de 1927 al Aiarí -río visitado por Goetz- y otros ríos próximos.
A pesar de todo este caudal etnológico, los datos etnográficos que podemos extraer de este artículo son escasos, indirectos e irrelevantes. Por ejemplo: en San José del Guaviare, todavía se veían indígenas con faldas de corteza de árbol; entre esta población y Mitú existían malocas -casas indígenas comunales-; en Mitú había un almacén de caucho crudo -lo que nos indica que, a pesar de que la II Guerra Mundial había terminado siete años antes y con ella la demanda extraordinaria de caucho, éste se continuaba extrayendo-; en las cercanías de esta capital selvática aún se pescaba con arpones de madera; el vestido occidental de las indias se limitaba a la falda; se mascaban hojas de coca pulverizadas.
Dentro de la selección que hemos hecho para mostrar la política seguida por el NGM, este reportaje forma parte de una línea que llamaremos doméstica pues presenta al Amazonas y a sus indígenas como muy accesibles, incluso para una mujer sola: nada que temer porque los ex feroces indios son ahora ‘los simplicísimos niños de la selva’ (p. 388). Obviamente, mantener esta línea de amateurismo y de sencillez hubiera sido tirar piedras contra el propio tejado. El NGM se apercibe del peligro y prueba de ello es que los restantes reportajes serán ya obra de especialistas pero, como veremos más adelante, hasta 1964, dudaba todavía entre el amateurismo y la profesionalización.
Ahora bien, exigir una cierta profesionalidad va en contra del intrusismo pero no necesariamente en contra de la sencillez etnográfica. El NGM también tiene esto en cuenta y obra en consecuencia: a partir del siguiente artículo (1959) las descripciones ya no serán cotidianas y domésticas sino maravillosamente excepcionales. Lo cual viene a decir al lector que no tiene la menor oportunidad de presenciarlas. Pero, como esto puede crear un soterrado rechazo en el público que, tarde o temprano, acabaría repercutiendo negativamente en el crecimiento del NGM, ha de añadir a renglón seguido: “pero no se preocupe porque no va a quedarse sin ellas; para eso está nuestra revista: para mostrárselas”. Aun así, como los deseos ocultos no se satisfacen con declaraciones más o menos expresas, la frustración de los suscriptores puede seguir latiendo subliminalmente. Por ello, en 1972 se pasa a retratar al Amazonas no en detalle sino en su totalidad. Las razones de este cambio de política editorial las examinaremos cuando lleguemos a ese año (3).
1959: los Tukuna
Tukuna Maidens Come of Age. En este caso, el reportaje del NGM no está firmado por una aficionada sino por el etnógrafo y fotógrafo Harald Schultz (HS) quien estuvo trabajando hasta su muerte en 1966 con los indígenas del ahora famoso Parque Nacional Xingú (PNX), que no es propiamente Amazonas pero lo parece, pese a la notable diferencia que existe entre las selva tropical lluviosa y las sabanas del Mato Grosso.
HS fue invitado a un festival de Môça Nova -‘mujer nueva’, iniciación de dos púberes Tukuna-. Pese a la formación académica de HS, su reportaje se reduce a una narración periodística profusamente ilustrada (22 fotos) de este rito de paso. La ceremonia sigue un patrón similar al de muchos otros ritos de paso: las muchachas son iniciadas tras pasar unos tres meses de reclusión. Luego salen a la plaza pública, son pintadas con Bixa orellana (achiote, onoto, etc.), los familiares las depilan el cráneo arrancándolas a mano los cabellos y la fiesta termina tras varios días de bailes y de toque nocturno de las “flautas sagradas”. En las fotos del NGM, sólo hay indígenas vestidos a la brasileña –menos las dos muchachas que van a iniciarse semidesnudas. Las informaciones etnográficas son muy limitadas pero, entre ellas, nos es útil saber que Tukuna le hacen saber a HS que sus malocas son más grandes que las de los brasileños porque reciben a numerosos invitados. No hay mención alguna a la situación laboral de los Tukuna o Ticuna (autodenominación, Magüta) quienes, en aquellos años y pese a que ya había pasado el boom del caucho propiciado por la II Guerra Mundial, todavía fungían como mano de obra barata y estacional en los seringales o caucherías colombianas.
Por todo ello, desde el punto de vista etnográfico este reportaje no añade nada nuevo a la literatura existente… salvo la referencia escrita a las flautas de Yuruparí donde las define como ‘trompetas sagradas’ o boo-boos (silbatina, pifia) No obstante, más importante que unos breves párrafos es la publicación de la foto de una enorme flauta de Yuruparí (pp. 642-643), probablemente la primera vez que tal instrumento musical aparece en un medio masivo. HS no usa el término clave yuruparí pero suponemos que es por discreción y no por desconocimiento pues el culto a estos clarinetes clandestinos, extendido por todo el noroeste amazónico, era de dominio público (4).
En cualquier caso, esta foto no es tampoco la primera del registro etnográfico. Tal honor le corresponde a Koch-Grünberg quien recorrió en 1903-1905 los territorios donde se mantenía el secretismo sobre el complejo Yupuparí con tal fuerza que, pese a haber impresionado un millar de fotos –amén de cilindros fonográficos-, este etnógrafo pionero no pudo hacer fotos de esas flautas por lo que tuvo que conformarse con publicar un dibujo tomado al natural entre los Tuyúka del río Tiquié. En lo que respecta a su publicación en libros, estas ‘flautas sagradas’ ya habían aparecido en un librillo de aventuras firmado por un explorador francés quien las había fotografiado en 1949 (Gheerbrant: 112 y foto entre pp. 120-121) (5) .
A mediados del siglo XX, el complejo Yuruparí había perdido buena parte de su clandestinidad. Sin embargo, circa 1980, esas flautas, trompetas o clarinetes todavía se respetaban en el Alto río Negro y en el Guainía, como pudimos comprobar in situ; se escondían en el agua y preferimos no fotografiarlas. Pero, el último patrimonio cultural que conservaban los indígenas de esa esquina amazónica a salvo de la voracidad occidental, ya empezaba a ser demasiado conocido por los invasores. Ejemplo: en 1983-1986, la cineasta colombiana Gloria Triana produjo Yuruparí, una serie de cinco documentales sobre artes populares en los que, pese al título, sólo uno tocaba de soslayo el tema de estas flautas (6). Actualmente, el Yuruparí ha sido mercantilizado hasta la saciedad; ahora es todo menos secreto pues llevan tal nombre infinidad de productos, desde certámenes culturales hasta objetos domésticos (7).
1961: los Javahé
Blue-eyed Indian. A city boy’s sojourn with primitive tribesmen in central Brazil. Los antes conocidos como Javahé (Itya Mahãdu, pueblo de en medio) habitan en el río Xingú en un área relativamente pequeña de gran diversidad étnica. Esta riqueza se ve reflejada en las listas que los etnohistoriadores han elaborado. Ejemplos: en 1817, se cita que los Javahé-Carajás, estaban rodeados por los Noroguagés, Pochetys, Appynagés, Cortys y los Xerente que eran “convizinhos” de los Xavante que moraban al norte de la Isla de Bananal. Años después, a la lista se añadían los Tapirapé, Mangariruba, Cururu, Craya, Gradaú, Tessemedú, Amadú, Guayá-Guasú, Capepuxi, Coroá y Coroá-mirim. Huelga añadir que gran parte de estos pueblos desaparecieron porque fueron exterminados –el término extintos es un desagradable eufemismo-.
Pues bien, la pobreza y la vaguedad de esas enumeraciones quedan patentes cuando se pregunta a los Javahé por su propia historia; en tal caso, las listas cambian radicalmente y pasan a ser tan nutridas y geográficamente precisas como la siguiente; los Javahé se dividían en tres grupos: Iraru mahãdu (pueblos del norte de la Isla de Bananal): Karalu, Nibònibò, Kuriawaku y Wariwari. Itya mahãdu (pueblos del medio) Imotxi, Kyrysa, Ijewe, Xirumy, Wakatu, Aximani, Anirahu, Latèbi, Lòreky, Kòhòny, Kujejeni, Habòkò, Kanõanõ, Kòriminikèhè, Heryrihiky, Heryri Hetxi y Kanuaru. Ibòkò mahãdu (pueblos del sur de la Isla): Dimarani Hãwa, Takinahaky, Tahakala, Juasa, Halàlàra, Kanakèrebi, Mõrõrõ, Bisarukèrè y Mõri (8).
Es el segundo reportaje de Harald Schultz (HS) quien también firmará los dos siguientes. Hasta 1966, puede decirse que HS monopolizó la imagen que el gran público gringo se hizo de los ‘indios brasileños’. Esta vez, su trabajo está ilustrado con 29 fotos; en 20 de ellas, aparece su hijo Alexander, alias indígena Teemaree; y en 11, aparece sólo el niño, generalmente protagonizando alguna hazaña venatoria con la menuda fauna local. El (pequeño) escándalo que produjo llevar a un niño de ocho años a una expedición selvática encontraba argumentos desde los primeros párrafos del texto, aquellos en los que HS escribe que pasarán cerca de los temibles Cayapó por unas orillas de río Araguaia donde, hasta pocos años atrás, los viajeros eran atacados por los Shavante. Pero, a renglón seguido, HS nos tranquiliza: esos indígenas han sido pacificados puesto que el avance de la civilization les ha despojado de su modo de vida e incluso amenaza su existencia. Por ende, HS sólo debe preocuparse por educar a su retoño en el arte de esquivar los peligros -no humanos sino naturales- de las pastinacas (rayas fluviales), los gimnotos eléctricos y, ¡cómo no!, las ubicuas pirañas. De los mosquitos, ni palabra.
El énfasis en esta pedagogía consigue que este artículo parezca más un álbum familiar que una narración exótica. Por otra parte, HS no hace la menor mención a la enorme diversidad étnica que acoge esa zona del Mato Grosso. Asimismo, este reportaje no alude siquiera a que, en ese mismo años de 1961, fue creado el PNX, de donde saldrán numerosos reportajes del NGM -y de muchas otras publicaciones especializadas en el fácil exotismo.
Dada la absoluta ausencia de referencias etnohistóricas -el NGM mantenía todavía la ilusión de que cada mes descubría ‘tribus ignotas’-, obviamente HS no registra que, desde 1936, los indígenas Carajás -primos de los Javahé- que habitaban en lo que luego sería la conocidísima parte media del río Xingú y la gran Isla de Bananal, habían sido fotografiados para las revistas ilustradas por Mario Baldi como parte del proyecto Marcha para el Oeste que el gobierno populista de Getúlio Vargas había emprendido para expandir la frontera agraria en lo que sería uno de los primeros emprendimientos gubernamentales sudamericanos para invadir el Amazonas desde su periferia.
No menos obviamente, HS olvida que tres años antes de su visita a los Javahé, los antropólogos Davis y Pia Maybury-Lewis -futuros fundadores del organización indigenista Cultural Survival- estuvieron nueve meses entre los Shavante, vecinos de los Javahé, llevando con ellos a su hijo Biorn alias indígena Sibupa, entonces un bebé que aprende a caminar entre esos indígenas al que, a veces, dejan al cuidado de una ‘tribu’ con fama de irredenta y hasta asesina. En 1965, David publicó un libro (Maybury-Lewis, op. cit.) ilustrado con 37 fotos en cinco de las cuales aparece Biorn, desde luego sin protagonizarlas y sin realizar ninguna hazaña venatoria ni siquiera lúdica.
Al contrario que HS, David M-L sí presta atención a los mosquitos; más aún, abundando en que constituyen un peligro más grave y cotidiano que el latente en las famosas pirañas, advierte sobre la relativa inutilidad de los repelentes (ibid: 179) Y lo que es más instructivo: destaca que la presencia de Sibupa es muy beneficiosa para la convivencia con los indígenas y, correlativamente, para el trabajo de campo; incluso subraya que Pia y él han sido ‘meramente aceptados’ mientras que el niño recibe todos los honores y cuidados (ibid: 198), todo ello sin menospreciar los peligros que corre pues llega a padecer disentería (ibid: 211-213).
Finalmente, debemos admitir que el reportaje de HS es un remedo grotesco del sempiterno tópico, tan querido en Occidente, del Niño Salvaje (feral child) una tradición que, según Heródoto, se remonta a un experimento del faraón Psamético I y que perdura en la actualidad (9). El Niño salvaje, natural o asocial es generalmente criado por monos u osos pero también por animales más insólitos (avestruces, pumas) y, sobre todo, por lobos: recordemos a Rómulo y Remo amamantados por la Loba Capitolina. Pero, además de encontrarlos en la Antigüedad clásica, los ejemplos se acumulan en la contemporaneidad; por ejemplo, Víctor del Aveyron, el Mowgli de Kipling y, naturalmente, el más famoso de todos: Tarzán. Al lado de estas figuras reales o de realidad aumentada, el hijo de HS resulta la apoteosis de lo doméstico dentro de una selva mutada en un disneyworld. Una torpe caricatura y un abuso contra los acólitos del NGM.
En este mismo número, el NGM utiliza a los indígenas Suyá como reclamo para aumentar el número de suscriptores -por entonces, 2.700.000-. En la foto del anuncio, se ve a dos Suyá leyendo al revés -lo de arriba, abajo- un baqueteado ejemplar del NGM. Obviamente, el lector debe entender que estos indígenas son analfabetos tanto para los textos -una trivialidad- como para las fotos -una mentira-, y que son tan atrasados que ni siquiera pueden apreciar las imágenes. Sin embargo, la verdad es muy distinta: lo que no dice el NGM es que está sobradamente documentado que, al menos en la Amazonía, los indígenas leen los objetos invertidos sin necesidad de ladear siquiera la cabeza. Es sintomático del menosprecio en el que se tiene a los indígenas que esta peculiaridad perceptiva sea conocida -especialmente en el mundo del arte- bajo el término de lack of verticality. Dicho así, pareciera que a los indígenas les falta la verticalidad cuando mucho más adecuado sería decir que su sentido visual no está supeditado a la verticalidad del objeto. Somos los occidentales los que, atados a la vertical, carecemos de percepción omni-angular y son los amazónicos los que gozan de la omni-angularidad.
1964: los Erigbaagtsa
Indians of the Amazon Darkness. Tercer reportaje de Harald Schultz (HS), ilustrado con 28 fotos y producto de una estancia de cuatro meses entre los antes llamados canoeiros y hoy conocidos como Rikbaktsá. Esta vez HS sí presta atención a los mosquitos hasta el punto de que atribuye a estos indígenas una vida de puertas adentro de sus chozas o malocas precisamente para evitar la plaga de los piums o jejenes y otros insectos hematófogos (p. 740, passim). En las fotos sólo aparecen estos contados objetos occidentales: cucharas, cazo, cuchillo, botones, cajita metálica y machete. En cuanto al texto –esas líneas que nadie lee-, de entrada se hace eco de los rumores extendidos por los buscadores de oro y diamantes sobre el supuesto canibalismo de los Rikbaktsá; HS es escéptico pero una conversación con algunos de sus guías le inclina a creer que los chismes son ciertos (p. 745) aunque, jugando con dos barajas, al final corone su texto con una duda retórica. Los datos generales son raros, si acaso que no conocen los peines y que su edad media es de sólo 25 años. En este reportaje, no hay niño occidental pero sí una rotunda afirmación: HS confiesa que, en veinte años de viajes amazónicos, jamás ha visto una pelea entre los niños indígenas.
Para HS, según un pie de foto -más leída que el texto-, estos indígenas sólo conocen una primitive agriculture (p. 749), una imprudente afirmación que poco antes y poco después desmiente implícitamente (p. 747, 758): gajes del prejuicio que conforma la imagen del exotismo amerindio. Sin embargo, acierta cuando describe las fronteras intangibles que dividen la casa comunal en mini-alcobas, algunas prohibidas para las mujeres y los solteros -una característica de las malocas que hemos comprobado personalmente en muchas ocasiones.
Cuando se publicó este reportaje (1964), el territorio de los Rikbaktsá todavía no había sido anegado por el avance de la frontera agraria pero ya estaba infectado por mineros de fortuna y por seringueiros o rubber tappers (p. 745, passim) que trabajaban por su cuenta o en enormes plantaciones de caucho; un día, HS y su esposa Vilma escuchan que, en la víspera, un seringueiro había asesinado a un indígena. Días después, encuentran el cráneo de un indígena supuestamente muerto por Boema, un cacique que sigue en guerra contra los invasores y contra otros indígenas. En definitiva, HS constata que, en años precedentes, los Rikbaktsá estuvieron en guerra contra los invasores pero que ahora estos indígenas sostienen que fueron ellos quienes ‘pacificaron’ a los invasores y no al revés. Pero todavía quedaban familias resistentes que seguían enguerrillados, una situación de zozobra que aparece pálidamente reflejada en esta crónica.
Sabemos que la ‘pacificación’ llegó en 1957. Aunque, si tenemos en cuenta que el pueblo Rikbaktsá quedó reducido a un tercio (10) , más que de paz deberíamos hablar de exterminio parcial. Era una paz eclesiástica en la que jesuitas y evangélicos del Summer Institute of Linguistics (SIL), se repartieron las tareas y las almas. Un autor especializado -y HS le apoya sibilinamente- argumenta que los jesuitas fueron los principales ‘agentes del cambio’ mientras que los jesuitas opinan lo contrario: que fueron los misioneros del SIL (Hahn: 86) Sea como fuere, Hahn opina que los ‘conflictos’ comenzaron por la conjunción de varios factores: “ocupación y uso de territorios que se solapaban, ignorancia mutua, incertidumbre, miedo e interés de los indígenas por los bienes de los invasores” (ibid: 89) Nos parece una explicación insidiosa, especialmente por el primer factor: los territorios no se pueden solapar porque la Tierra no tiene dos ni tres pisos. El territorio en disputa pertenecía exclusivamente a los indígenas y, por ende, el resto de los factores explicativos está de más.
Los argumentos de los dos bandos misioneros coincidían en lo esencial y hasta en lo superficial: como rezaba el jesuita que encabezó la pacificación, “The pagans have culture, but also a twisted sense of things, an obscured intelligence. By their ignorance, hopelessness, and evil, they are far from God. To evangelize them is to free them” (Dornstauder, cit. en ibid: 91) Paganos, inteligencia pero menos, ignorancia, desesperanza, demoníacos… es exactamente el mismo vocabulario utilizado por sus sacros competidores del SIL. Por cierto, la narración que hace este jesuita de su primer encuentro con los Rikbaktsá es tan grotesca como instructiva: de entrada, por capricho adjudica el papel de chamán a un indígena concreto; el ‘elegido’, señala al cielo y luego a sí mismo; el jesuita entiende que con esos gestos le está diciendo que, efectivamente, es un chamán a lo que responde con los mismos gestos como prueba evidente de que él también es chamán. Si no hubiera estado idiotizado por el marco de la gestualidad occidental, Dornstauder habría entendido lo que realmente le quería preguntar el supuesto chamán: ¿cuánto tiempo?, ¿cuántas lunas o soles han pasado o pasarán desde o hasta-lo-que-sea? (ibid: 92).
Además, este caso es ilustrativo de cuán duradera es la influencia del NGM: en 1990, 26 años después de la publicación de este reportaje, una empresa turística española incluyó a estos indígenas en una campaña publicitaria. “Mato Grosso (Brasil): a unos kms. de estas Erigbaagtsca hay una agencia de Viajes Meliá”, rezaba el anuncio. Lamentablemente, la foto que acompañaba a este texto era de unas indígenas… Melpa de Papúa Nueva Guinea. Puesto que el etnónimo Erigbaagtsca cayó en desuso después de 1964 siendo sustituido por el más apropiado de Rikbaktsá, es plausible suponer que los creativos publicitarios se dejaron llevar por sus añejas lecturas del NGM, únicas fuentes de las que ellos y tantos otros disponen sobre los indígenas. O de cómo aquellos barros trajeron estos lodos (para más detalles de la grosera utilización de este pueblo amazónico, cfr. Pérez 1997: 153-154) [véase infra, en 1977 la breve alusión de McIntyre sobre los Erigbaagtsá-Rikbaktsá].
The Waurá. Brazilian Indians of the Hidden Xingu. Cuarto y último reportaje de Harald Schultz (HS) pues fallece este mismo año. 27 fotos. Esta expedición de HS es muy distinta de las anteriores porque ahora no tiene que caminar ni navegar ni buscar ‘indios’: los encuentra en la escalerilla de la avioneta pues ha llegado a uno de los centros indigenistas desde los que se controla el PNX en aras de la protección, control y seudo-integración de los indígenas (11) .
Unas líneas sobre el PNX: en 1946, los tres hermanos Villas Boas llegaron al Alto Xingú. Quince años después, habían conseguido que el PNX fuera demarcado y oficializado por el Presidente Jânio Quadros según proyecto redactado por Darcy Ribeiro. Según un especialista como Menezes Bastos, los fundadores no fueron apoyados por los dos organismos indigenistas oficiales sino que se dirigieron directamente a la Presidencia de la República contando además con la aquiescencia de aliados tan insólitos como la Fundação Brasil Central, algunos cuadros de la Força Aérea Brasileira, los antropólogos, la prensa y el empresariado paulista.
En cuanto al aterrizaje de HS: el avión fue pieza clave en el desarrollo del PNX. Para los indígenas, fue el símbolo del poder de la sociedad caraíba -los invasores blancos-. Además, ir al aeródromo del Posto Indígena Leonardo Villas Boas –precisamente adonde llega HS- les significaba en aquellos años encontrarse con indígenas de otras etnias en una ceremonia de alianzas y duelos blandos en los que, sobre todo, participaban los Yawalapití como dueños locales y los Kamayurá -quienes designaban como awiãw are tsak (ir a ver avión) atender a semejante rito.
Volviendo al reportaje: HS calcula que los Waurá (o Waujá) han quedado reducidos a 85 personas –hoy son unos 600-. Los describe como los únicos ceramistas del PNX y señala que intercambian sus cacharros a los grupos vecinos por las canoas monóxilas que sustituyen a sus efímeras canoas de corteza. Asimismo, HS narra varias actividades cotidianas: una curación chamánica, las peleas deportivas entre los jóvenes, el adiestramiento en la arquería y en la arponada, las fiestas del recibimiento a una partida de los vecinos Suyá, el rito guerrero del javarí (o yawari, jabalí) y la ceremonia de unas flautas sagradas -tabú para las mujeres- muy distintas de las ya mencionadas del Yuruparí (cf. supra, Tukuna 1959) Pero ignora la fiesta pan-xinguana en honor de los muertos célebres que se hizo famosa bajo el nombre de quarup. Tampoco presta atención a que los Waurá y las etnias circundantes se organizaron desde el siglo XVIII en un modelo de interacción étnica ‘cosmopolita’ que sorprende pues une a pueblos que ni siquiera hablan lenguas próximas pues pertenecen a distintas familias lingüísticas (cf. supra, nota nº 14)
HS destaca que las mujeres Waurá conservan las danzas y ceremonias de Jamarikumá (p. 136-140 y 142-143), un complejo mítico que las retrata como una sociedad de amazonas que había aprendido el uso de las armas y que aspiraba a sobrevivir sin el concurso de los machos.
HS se las prometía muy felices con la creación del PNX. Pero no llegó a conocer la evolución posterior de esta reserva indígena: al principio, hubo promesas de demarcación efectiva de los territorios indígenas, de mayor seguridad, de asistencia médica, de abastecimiento de manufacturas occidentales y, sobre todo, de defensa contra el contacto interétnico indiscriminado. Sin embargo, a partir de la década de los años 70’s, la evolución fue exactamente la contraria: la construcción de la carretera BR 080, el ‘turismo étnico’ masivo, el acoso de las grandes fincas agropecuarias y el avance general de la expansión brasilera, lograron muy pronto la desacralización del PNX.
Las fotos de HS tienen la virtud de haber sido de las primeras publicadas a gran escala pero no difieren esencialmente de las muchas que desde entonces se siguen publicando sobre estos indígenas, sin duda, uno de los más fotografiados entre los 15 o 16 pueblos que habitan el área protegida del Alto Xingú. Sin embargo, hay dos fotos que son etnográficamente valiosas: 1) la de un propulsor, antiquísimo y cuasi universal artefacto que, al prolongar el brazo, aumenta el alcance de las azagayas, jabalinas o lanzas (p. 139); y 2), las de un palo zumbador o roaring bull, artefacto compuesto por dos palos articulados de sendos 8 metros y, como remate del segundo palo, un pez de madera que brama al girar en el aire (p.145; se complementa con la foto del pez en p.144).
1968: los Tchikao
Saving Brazil’s Stone Age Tribes From Extinction. Esta vez son los fundadores del PNX, los hermanos Villas Boas, quienes firman el texto de este reportaje al que ilustran 21 fotos de Jesco von Puttkamer (12). Calculan que sólo quedan 53 Txikao de los 400 que sobrevivían diez años atrás, cuando fueron contactados. Hoy, los antes conocidos con el término peyorativo ‘txikao’ (pueblo hostil, en lengua tupí) pueden usar su verdadero etnónimo (ikpeng) y quizá su población alcance los 500 individuos. Cada individuo ikpeng, suele tener una docena de nombres pero, en la práctica social, usan un único apodo. Antes de 1968, desconocían la cerámica, la batata, el plátano, la cerbatana, el curare, el caballo (creían que era una vaca sin cuernos) e incluso los perros (llamados acary, como el jaguar); en cambio, sus mujeres tenían fama de excelentes tejedoras de algodón.
El título de este reportaje refleja los prejuicios de la época, en especial la eurocéntrica y absurda creencia de que un pueblo semi-amazónico vive en la Edad de Piedra y, por ende, reproduce la evolución europea. Los autores desgranan cómo abordan el proceso de pacificación de las ‘tribus’ sin contactar y fundamentalmente lo hacen a través de regalos (machetes y fósforos) dejados en la selva. En este caso, la domesticación duró ocho años desde un primer contacto en 1956 durante el cual los Ikpeng asaetearon infructuosamente a Claudio V.B. hasta que los ocho indígenas de otros pueblos ya desbravados que acompañaban al pacificador dispararon al aire sus armas de fuego. Pocos años después, siguiendo a los V.B., llegaron al territorio ikpeng los garimpeiros que buscaban oro, diamantes, caucho y pieles exóticas. Como era de prever, este contacto fue todo menos pacífico y, peor aún, la gripe entró a saco diezmando a la mitad del pueblo Ikpeng. No obstante, cuando fueron ‘pacificados’ construyeron de motu proprio una pista de aterrizaje -por cierto, demasiado estrecha y con demasiados baches para que fuera practicable.
En 1966, una invasión de garimpeiros y la construcción de una carretera no sólo volvieron a diezmar a los Ikpeng sino que obligó a los V.B. a trasladar por vía fluvial al pueblo entero para que se refugiara en el PNX –una operación de emergencia en la que participó Megaron, (sobrino de Raoni, cf. infra 192 Varios), un Txukahamei que llegaría a ser director del PNX y que se haría famoso en los años 1990’s. Todos los Ikpeng fueron transportados en una gabarra (foto pp. 438-439) y depositados en unas tierras protegidas dentro del PNX pero muy alejadas de aquel territorio tradicional en los ríos Jatobá (Roro Walu) y Batovi al que, cual palestinos de la selva, sueñan con volver algún día. De hecho, los Villas Boas califican de promised land el PNX al que los deportaron -por su bien, claro está.
Al llegar al Posto del PNX, surgió un problema: uno de los Waurá ‘domesticados’ descubrió que una de las recién llegadas mujeres Ikpeng era una hija suya que, años antes, había sido secuestrada por los Ikpeng (para las relaciones entre estas dos etnias, cf. supra, Waurá, p. 152) Pero, pese a la insistencia de su padre, la neo-Ikpeng no quiso separarse de su marido. Este caso engrosa la larga lista de las (muchas) mujeres raptadas antes de la pubertad (y algunos hombres) que no quieren regresar a sus familias y aldeas de origen (foto p. 441 y pp. 435, 444) Éste y otros conflictos inter-étnicos, hizo pensar a los V.B. que quizá fuera necesario trasladar a los Ikpeng al centro del PNX, allá donde estuvieran rodeados por vecinos con los que no habían tenido contacto alguno y, por ende, con los que nunca habían guerreado.
Este reportaje lo omite pero, el año anterior a su publicación, se produjo un hecho trascendental al indigenismo brasileño: el fiscal federal Jader de Figueiredo Correia publicó un informe de 7.000 páginas que recogía y catalogaba miles de atrocidades y crímenes cometidos contra los indígenas, que iban desde el asesinato, al robo territorial o la esclavitud (13) . Gracias a la repercusión mundial que tuvo este Informe, el gobierno brasileño se vio obligado a clausurar el criminal Servicio de Protección Indígena y reemplazarlo por la Fundaçao Nacional do Índio, FUNAI.
Hoy, los Ikpeng están siendo evangelizados por el SIL (cf. supra, Erigbaagtsa 1964) siguen considerándose ‘exiliados’ en el PNX y continúan reivindicando la mísera cantidad de 270 has. en el Jatobá. Por lo demás, están organizados en la Associação Indígena Moygu Comunidade Ikpeng (AIMCI, página web ikpeng.org)
1971: los Cinta Largas
En el reportaje Brazil Protects Her Cinta Largas, 23 fotos y texto de Von Puttkamer (VP), dejamos el Mato Grosso del cerrado y la sabana y volvemos a la selva tropical lluviosa del Amazonas. Los que, quizá, deberían ser conocidos como los Matetamãe (autodenominación arbitraria que designa a varios grupos) y/o Pãzérey, según el autor ascendían a unas 3.000 o 5.000 personas dispersas en un área entonces semi-desconocida, de ahí la amplitud de la horquilla demográfica -un cálculo demasiado optimista puesto que, dos años antes, fuentes fidedignas cifraban su población en unas 2.000, justamente la cantidad que se les calcula para hoy. Antes de su reducción ‘civilizadora’, vivían en unas 30 aldeas y VP menciona que ha cartografiado 22. Hoy, las aldeas de los “Cintas Largas” (en adelante, CL) no llegan a la media docena.
Este reportaje es un monográfico sobre los primeros contactos con los CL. En este limitado sentido, contiene fotos muy instructivas. Por ejemplo, las imitaciones en palma y piedra de hachas, tijeras y agujas que estos indígenas dejaban a los ‘pacificadores’ en reciprocidad por las herramientas del mismo tipo que les dejaban en la selva como regalo para atraerles (p. 422). O el intento de escribir y el uso de un bolígrafo como pincel para decoración corporal (p. 432). Sin olvidar la foto en la que un CL arrastra las patas de una carretilla sin levantarla del suelo, como si estuviera arando la tierra (ibid).
Desde el primer párrafo, VP narra el miedo que pasaban los blancos en sus encuentros con los CL. Sin embargo, leyendo entre líneas, es obvio que los indígenas no mostraban ninguna hostilidad sino todo lo contrario, precavida hospitalidad cuando no ostentosa amistad, puesto que, a pesar de que el reportaje no lo insinúe y como excepción a la regla general, es más cierto que todos los contactos amistosos entre los CL y la sociedad envolvente fueron establecidos por iniciativa de estos indígenas. Lo cual tiene más mérito si recordamos que, en los años 1960’s, los CL fueron objeto de la Masacre del paralelo once -pieza famosa del Informe Figueiredo citado en el parágrafo anterior-. Según dejó comprobado este Relatório, un barón del caucho ordenó que, desde una avioneta, se lanzaran cartuchos de dinamita sobre una comunidad CL: no menos de 30 indígenas fueron asesinados y solo dos sobrevivieron para contarlo. En su crónica, VP dedica nueve palabras a esta matanza (p. 421).
La narrativa de VP continúa mencionando la esforzada y paciente labor de los sertanistas Meirelles, con fotos del veterano Francisco Chico y de su hijo Apoena -entonces, de 20 años- quienes son muy conscientes de que el choque biológico puede exterminar a pueblos enteros y de que, además, el choque tecnológico (machetes, ropa y medicinas) también puede acabar con la cultura de los indígenas no contactados. Antes de ser vistos, los CL regalan a los expedicionarios con yuca, maní y maíz, presentes que VP interpreta como el deseo de los CL de que los invasores cultiven estos alimentos básicos en la dieta indígena. Poco a poco, los CL comienzan a hacer ruidos lo cual es señal de amistad puesto que, para VP, “quien se acerca ruidosamente, viene en son de paz”. A la postre, como hemos visto supra y como suelen relatar los expedicionarios que han experimentado los ‘primeros contactos’, los indígenas están convencidos de que han pacificado a los blancos. Como parte de un proceso lógico, los CL avanzan en el proceso de domesticación de los feroces blancos hasta llevarlo a la servidumbre. Para demostrar que los invasores se conforman con ella, VP llega a permitir que los CL se suban a los hombros de los blancos cuando atraviesan arroyos en los que puede haber rayas y gimnotos. Pero ni con estas tretas consigue VP que le inviten a visitar la aldea CL.
Con el tiempo, las relaciones entre los CL y la sociedad envolvente se intensificaron y, desde luego, se amargaron. En 2004, los CL mataron al menos a 29 mineros quienes, guiados por la aparición de kimberlito, un tipo de roca volcánica en la se forman los diamantes, extraían diamantes en su territorio legalmente reservado. Ese año, Funai estimaba en 600 a 800 millones de dólares al año el contrabando de diamantes extraídos ilegalmente de las reservas indígenas. En 2016, se descubrieron más vetas de diamantes en los territorios de los Paiter-Suruí y, a menor escala, también en los territorios colindantes de los CL (14).
Notas:
1.- En los siguientes epígrafes se utiliza la grafía utilizada por los autores y editores del NGM, independientemente de que nos parezca correcta, aproximada, confusa, anglosajonizada, insultante o anticuada.
2.- No confundir con Inga Steinworth de Goetz, más conocida como la Dra. Goetz, exploradora ilustrada teuto-venezolana de los Yekuana y Yanomami venezolanos.
3.- Si se nos perdona una digresión temática pero que incluye elementos étnicos, quisiéramos subrayar que, al año siguiente de que se publicara esa bazofia sobre los ‘Cubeo’, en plena guerra fría, el NGM publicó uno de los reportajes más suicidas y mentirosos de toda su historia: “Nevada Learns to Live with the Atom. While Blasts Teach Civilians and Soldiers Survival in Atomic War, the Sagebrush State Takes the Spectacular Tests in Stride” [Nevada aprende a vivir con el átomo. Mientras que las explosiones enseñan a civiles y soldados cómo sobrevivir en la guerra atómica, el Estado de la Artemisa se toma con tranquilidad las espectaculares pruebas], págs. 839-850 en National Geographic, junio 1953. El texto y las (espeluznantes) fotos, son pura propaganda llevada al extremo para convencernos de que ¡lo nuclear es inocuo!. Y un detalle etnográfico: la aldea más cercana a las explosiones era Beatty, un pueblo de indígenas Paiut; a sólo 50 kms. estaba la comarca más cercana que, ¡oh, casualidad!, era la reserva india del Moapa River. En septiembre del 2010, 63 años después de que los fotógrafos obtuvieran permiso para asistir a las detonaciones nucleares, The New York Times publicó una foto en la que se aprecia a unos camarógrafos que se encuentran a menos de 3 kilómetros de la explosión; la mayoría murió de cáncer pocos años después. De las 6.000 películas sobre los ensayos nucleares que se filmaron a lo largo de dieciséis años (1947-1963), hoy sólo pueden verse oficialmente dos: Countdown to zero y Nuclear tipping point.
4.- Ese mismo año de 1959, el territorio de los Tukuna ‘brasileros’ es visitado por el antropólogo R. Cardoso de Oliveira quien no hace fotos de las flautas sagradas -o, si las hizo, no las publicó-. Cardoso conoce a HS y ambos siguen la estela de Curt Nimuendajú, el etnógrafo comprehensivo que les había precedido y que murió en 1945, precisamente entre los Tukuna -no se sabe si fue asesinado por los blancos o por los indígenas o falleció de muerte natural-.
5.- Ello sin contar que, a finales del siglo XIX, el botánico Richard Spruce había enviado un ejemplar a los Kew Gardens de Londres -donde, en 1982, pudimos fotografiarlas y catalogarlas pues estaban perdidas en los almacenes-. Y poco antes de Spruce, desde 1852, el naturalista Alfred Russel Wallace había presenciado varios “Yuruparises”; asimismo, Barbosa Rodrigues describe la prohibición de las flautas y, a finales del siglo XX, S. Hugh-Jones realiza una contribución importante al señalar que existen varias clases de fiestas y flautas de Yuruparí (Orjuela: 48, 54, 55, 65 y passim)
6.- Dos años después, el 28.III.1988, catorce Tukuna reunidos en asamblea y desarmados fueron asesinados y unos 50 heridos gravemente por 15 madereros al mando del empresario Oscar Castelo Branco, OCB. Fue la masacre de la Boca do Capacete, en la triple frontera brasilera-colombiana-peruana. Trece años después del genocidio, OCB fue juzgado pero condenado a una pena mínima. Nada extraño si recordamos que, entre 1964 y 2000, se incoaron en Brasil unos 1.600 sumarios por genocidio contra los indígenas pero sólo un 1% llegó a sustanciarse.
7.- Este fenómeno de vulgarización absolutamente irrespetuosa de los “secretos de la tribu” -o de sus demonios familiares-, se repite en la vecindad. Ejemplo: para los indígenas del sur de Venezuela, Canaima era un ente peligroso… hasta que, en 1935, Rómulo Gallegos lo desvirtuó en una de sus famosas novelas. Hoy, Canaima es una palabra alegre que sirve de reclamo turístico y consumista -y Canaimita es el nombre de unas computadoras infantiles.
8.- Ver la tesis doctoral de Patrícia de Mendonça Rodrigues; A caminhada de Tanyxiwè: Uma teoria Javaé da História, Universidad de Chicago, 2008; pdf disponible en internet
9.- El caso más reciente del que tenemos noticia: “Mowgli Girl”, una niña de unos 10 o 12 años que fue encontrada en enero de 2017 viviendo con monos en la selva hindú. Andaba a cuatro patas, estaba desnuda, comía sin utilizar las manos y no hablaba. Pero, más interesante que esos hábitos fue que los monos intentaron rescatarla y que, tres meses después de su ‘socialización’, ya había comenzado a comer con las manos, a sonreír a sus captores/liberadores y a entender sus órdenes.
10.- Los números de las demografías indígenas son siempre dudosos pero, simplificando, podríamos decir que los Rikbaktsá eran un millar y los sobrevivientes fueron 300. Por su parte, según otros números igualmente elusivos, los invasores sufrieron 18 bajas (Saake cit, en Hahn: 89)
11.- Los “xinguanos” (denominación generalista que designa a los pueblos indígenas que habitan el PNX) se dividen en varias etnias de varias familias lingüísticas. Al Sur se encuentran los: Waurá, Mehinaku, Yawalapití (familia lingüística Arawaka), Kamayurá, Awetí (Tupi), Kalapalo, Kuikuru, Nahukwá-Matipúhy (Caribe) y Trumaí. Al Norte se encuentran los: Kayabí, Yuruna (Tupi), Suyá, Txukahamãe, Krenakore (Gê) y Txikão (Caribe)
12.- Este teuto-brasilero (1919-1994), como pariente del almirante homónimo que fue herido en el atentado contra Hitler de julio 1944, fue la oveja negra del clan Bismarck. A su muerte, dejó un enorme legado de 130.000 fotos de 60 pueblos indígenas ‘brasileños’, la mayoría amazónicos. Casi siempre se autofinanció sus expediciones. Su archivo se encuentra en la Pontífice Universidade Católica de Goiás. IGPA/PUC. Lo volveremos a ver en otros tres reportajes.
13.- Durante 45 años, el gobierno de Brasil y su indigenismo oficial sostuvieron que el Informe Figueiredo se había quemado en un incendio y que no existía ninguna copia. Hasta que, en 2013, “apareció” milagrosamente intacto -a pesar de su gran volumen, puede consultarse en internet-.
14.- Los Paiter-Suruí -unas 1.500 personas contactadas por primera vez en 1969-, se hicieron famosos en 2013 por ser los primeros indígenas del mundo que vendieron créditos-de-carbón dentro del proyecto de la ONU para combatir la deforestación. En 2016, el hallazgo de diamantes en su territorio dio al traste con la venta de esos créditos. Tanto los Paiter-Suruí como los CL viajaron enseguida a Brasilia para legitimar y ordenar ese extractivismo pero con resultados dudosos hasta la fecha.
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McINTYRE, Loren (T y F). Brazil’s Wild Frontier. Treasure Chest or Pandora’s Box? (noviembre 1977)
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