Memoria por correspondencia, el libro de Emma Reyes

Memoria por correspondencia, el libro de Emma Reyes

Por Urariano Mota*

Tuve la suerte de que me despertaran de las profundidades de mi ignorancia cuando vi una noticia sobre el cumpleaños de Emma Reyes, que un doodle de google publicitó el 9 de julio de este 2023 https://www.google.com/doodles/emma-reyess-104th-birthday.

La información indicaba que había nacido el 9 de julio de 1919 en Bogotá, considerada la “gran madre” del arte latinoamericano, y que se había hecho famosa por retratar en sus cuadros su propia historia: la de una mujer nacida y criada en un barrio pobre de la capital colombiana. Luego supe que era escritora, autora del libro “Memorias por correspondencia”, aclamado por la crítica de todo el mundo. Cuando Gabriel García Márquez vio estas cartas antes de que se publicaran en forma de libro, quedó conmovido por la vida social de Colombia reflejada, y por el vívido retrato de una joven marginada y miserable.

No podía faltar. Pedí el libro, que leí encantada y feliz, a pesar de su dolor. Son 23 cartas escritas desde Francia a su amigo Germán Arciniegas en Colombia durante décadas. Lo anoté, y pude sentir que el sufrimiento hablaba de una chica en mi próxima novela, con Emma Reyes se reunió. Pero, ¿cómo fue posible este encuentro de personas tan diversas en momentos tan distintos?

La primera explicación es que los traumas son universales en las mujeres de todo el mundo. Colombianas, brasileñas, africanas, asiáticas, ¡cómo están unidas! La segunda es que la historia, cuando se escribe desde el corazón, se convierte en todo un universo en su particularidad. La sociedad de clases es general. Y no sólo, porque tenga que expresarlas. Como ella dice en una carta:

“Si usted cree que basta tener ideas, yo le digo que si no sabemos escribirlas de modo que sean comprensibles, es como si no las tuviéramos”.

Pero esta es una muy buena versión del pensamiento de Machado de Assis, cuando escribió: “en cuanto la expresión no traduce las ideas, tanto importa no tenerlas” (Crítica literaria A Nova Geração, en 1879).

Las historias de Emma Reyes, contadas en sus cartas, son tan verdaderas que parecen mentiras. Cuánta verdad hay en esto, como si fuera una paradoja:

“En el convento, sabíamos todo sobre el diablo. Sabíamos más del diablo que de Dios. Conocíamos todos sus trucos, todos los medios que utilizaba para hacernos caer en el pecado. También conocíamos el infierno de cabo a rabo. Teníamos la impresión de poder recorrerlo con los ojos cerrados”.

Las invenciones que confiesa Emma Reyes parecen mentiras, mentiras que son el absurdo que la miseria aporta a la persona humana:

“Tras varias discusiones, las monjas decidieron darme unas gafas para remediar mi bizquera. Gafas hechas por ellas, claro. La directora las hizo ella misma, y eran muy sencillas: dos cuadrados de cartón negro muy resistente, atados con alambres, cada uno con un solo agujero en el centro, hecho con una aguja. Para ver algo, tenía que mirar a través del agujero, de lo contrario no veía nada”.

Entonces vemos el amor homosexual entre religiosos, que siempre supusimos que existía en conventos y monasterios, expresado con una belleza que alcanza a todos los humanos:

“Vi tristeza en los ojos de la monja María; sabía que el castigo que me habían hecho a mí también le dolía a ella. Tuve ganas de arrojarme en sus brazos, besarle la cara, los ojos, la boca, decirle que yo también sufría y que la quería más que si hubiera sido mi madre y mi hermana juntas. En momentos así, la amaba con locura. Me arrodillé ante ella y le besé las manos; me pinchó ligeramente con la punta de la aguja que llevaba en la mano. Le pedí que bajara la cabeza y le susurré que por su bien volvía al dormitorio.

– No, no – fue su respuesta. – ‘Voy al claustro a hacer chocolate. Ven conmigo y luego acuéstate. Yo también haré chocolate para ti -…..

En silencio, cruzamos los dos patios y la lavandería y llegamos a la puerta del claustro. Sor María se agachó delante de mí, me abrazó y, apretándome fuertemente contra su pecho, me besó rápidamente toda la cara, como si tuviera mucha prisa”.

Hay una ambigüedad de genio fértil en la autora: habla de la infancia como si fuera una niña, pero con la percepción de una mujer madura y culta. Cuando su hermanito fue abandonado en una cesta en el umbral de una puerta, escribe:

“Yo seguía agarrado a las plantas y con la cara pegada al suelo. Creo que en ese instante, de un solo golpe, aprendí lo que es la injusticia y descubrí que un niño de cuatro años ya puede tener ganas de no querer vivir más y ser devorado por las entrañas de la tierra. Ese día quedará en mi memoria como el más cruel de mi existencia, sin duda”.

Sobre el convento donde sobrevivió durante 14 años, aprendemos:

“Nuestra vida no tenía futuro, y toda nuestra ambición era ir del convento directamente al cielo, sin pasar por el mundo. En el cielo nos esperaban, con los brazos abiertos y cantando canciones celestiales, los santos, los ángeles, los arcángeles y los querubines que, entre las nubes, nos conducirían al reino de Dios y de la Virgen María por toda la eternidad”.

Sobre esto habló Emma Reyes en una entrevista:

“Mi infancia transcurrió en un convento, sin que yo saliera nunca de él. Todo lo que ocurría fuera del convento tenía lugar en lo que llamábamos ‘el mundo’, como si estuviéramos en otro planeta”.

Y en otra entrevista:

“- ¿Quién te dio afecto en tu infancia?

– No creo que tuviéramos ese tipo de preocupación. Lo que nos interesaba era el pecado, salvar el alma, no ser malos, tener miedo al diablo”.

Y en su última carta, muestra su liberación cuando huyó del convento a los 19 años:

“Antes de empezar a caminar hacia el mundo, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que había dejado de ser una niña”.

Pero una vida maravillosa y dura se insinúa cuando intentamos averiguar quién era el padre de Emma Reyes. Tras el éxito de las cartas y de su pintura, el escritor Manuel Mejía Vallejo le preguntó un día en París:

“- ¿Es cierto que usted es nieta del presidente Rafael Reyes?

– Yo no hablo de eso. Cambiemos de tema, por favor”, respondió ella, molesta como pocas veces.

Emma Reyes contó una vez que se enteró de quién era su padre y, cuando salió del convento, incluso lo buscó y habló con él. Lo escuchó declarar que nunca la reconocería y que no la ayudaría en nada, lo que la llevó a salir de Colombia, humillada y cansada de todo.

Tanto mejor para ella, tanto mejor para todos los lectores. Para todo el mundo, no importa quién fue un presidente colombiano llamado Rafael. Lo que sí importa es Emma Reyes, la niña a la que sus compañeros de clase llamaban “¡Chica guarra! ¡Guarra! Asquerosa y sucia!”.

* Escritor y periodista, autor de novelas que denuncian la dictadura brasileña, como “Soledad en Recife” y “La más larga duración de la juventud”.

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