Mi ventana favorita

Mi ventana favorita

Me gustan esas ventanas donde el sol primero de la mañana hiere con sus reflejos los cristales más sucios y humildes de la chabola del arrabal de la gran ciudad.

Me gustan aquellas que se asoman a un río flanqueado por frondosos álamos, copiados éstos por las agitadas aguas.

Me gustan las ventanas orientadas al norte, de donde llega el más amable de los vientos en el tórrido verano.

Me gustan las orientadas al oriente, que me traen murmullos de canciones, perfumes árabes, visiones de hermosos rostros de mujeres cubiertas por el pudor de la leve gasa de un coqueto velo, así como el rumor de la oración del muecín y el amable aroma del tibio té de la amistad.

Me gustan las ventanas orientadas hacia la mina, donde los hombres se esfuerzan cada día, extrayendo el mineral que arderá en el hogar, la piedra que realzará la belleza de tu cuello amado.

Me gusta tu ventana semioculta por la hiedra, por donde en las madrugadas me descuelgo, tras otro apasionado encuentro clandestino.

Me gusta la ventana abierta a la calle donde, en los días del Iº de Mayo, las avenidas de las ciudades del mundo se desbordan con las banderas y las reivindicaciones de los ejércitos proletarios del pueblo.

Me gusta la ventana construida con toscos maderos que se asoma a la nieve virgen de las azules montañas.

Me gustan los soleados ventanales burgueses que se abren a las calles en paz, a los arbolados bulevares donde los niños juegan, y los ancianos, sobre los bancos, sueñan con los días de ardientes pasiones del pasado.

Siento una especial predilección por esas ventanas tras las que un digno presidente constitucional pronunciaba unas palabras sagradas, hace cuarenta años hoy:

“Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”

Ventanas con flores plantadas en una lata de conservas, sin flores; con humildes tendederos donde el sol blanquea la prenda íntima de la mujer, la camisa proletaria con memoria de sudores y de cansancios viejos.

Ventanas de antiguos y abandonados monasterios, devastados por el tiempo, donde crece la ortiga,  anida el águila y busca la sombra de sus piedras la culebra.

Ventanas de las remotas aldeas de China, de Vietnam, de la Cuba posrevolucionaria, abriéndose a los maravillosos tejidos de sus labrados campos de arroz, a los poderosos campos donde la caña madura en espera de los días de la dura zafra.

Ventanas a las planicies de ese desierto de la hamada argelina que habitas desde que el enemigo invadió tu tierra y a las que tú asomas a diario el rostro más esperanzado, en el sueño de que un día cualquiera de estos alguien anuncie con voz emocionada: ¡Regresamos a El Aaiún! ¡Regresamos a nuestras tierras! ¡Recojan todas sus cabras, todas sus melfas, todos sus sueños de reconstruir sus vidas en paz al pie de las banderas de la esperanza y del Frente POLISARIO! ¡Recojan, que regresamos!

Ventanas de mi patria, desde las que un día lejano unos hombres proclamaban “España es una República democrática de trabajadores de todas clases…”, y otro día, un general fascista prometía pan y perdón, mientras el plomo vengador segaba las vidas de trece jóvenes mujeres inocentes, entre borracheras de generales traidores, desfiles de la Legión Cóndor y las colas ante el Auxilio Social para recoger el pan de los vencidos.

Ventanas para un joven príncipe –asesino de su hermano- que un día jura los Principios fundamentales del Movimiento y a no tardar toma la corona de las manos ensangrentadas de uno de los máximos aliados de Hitler.

Ventanas de Rosalía, abiertas a la poderosa fraga gallega, ventanas de los poderosos que tienen en sus manos el destino de la Humanidad y que en cualquier momento pueden decidir sobre la vida y la muerte de millones de criaturas con un simple SÍ o un rotundo NO, ventanas desde donde prometer a una nación el oro y el moro, mientras el pueblo, alienado, ruge ante una miserable pantalla de plasma y criaturas de corta edad padecen hambre y el señor Urdangarín pide cambiar de juez -yo también quiero cambiar de presidente-. Ventanas para ver en el banquillo a los siniestros policías, los siniestros jueces y dictadores que arrojaron a las aguas, a las simas, a aquellos que un día osaron oponerse a sus designios. Una ventana por donde entre en la casa el postrer aliento del poeta amado, del humilde campesino, antes de caer ambos bajo las balas del ejército o de los sicarios del Gobierno.

Pero mi ventana favorita es ésa donde tú te asomas cada jornada para anunciarme con tu hermoso rostro uno más de estos luminosos y combativos días.

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LQSRemix

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