Moda, tradición indígena y plagio
Nònimo Lustre*. LQS. Mayo 2021
A principios de abril 2021, surgió una noticia que fue recogida no sólo en los medios mexicanos sino en las redes sociales y medios especializados de medio mundo. Uno cualquiera de sus titulares y gacetillas rezaba aproximadamente así: “Cooperativa de artesanas de Oaxaca denuncia a marca de lujo por revender sus diseños” y continuaba “Mujeres artesanas (etnia ñuu savi, antes mixtecas) de Oaxaca que integran la Cooperativa Púrpura Tixinda denunciaron que una marca de lujo llamada Púrpura Mixteco revende sus prendas y ha tomado fotografías de su cooperativa para decir que las cooperativistas indígenas trabajan en conjunto con la marca.”
Otro suelto mediático nos instruía con detalles etnográficos: “Los tintoreros y tejedoras mixtecos representan una tradición cultural muy antigua. Las mujeres todavía usan el telar de cintura para tejer el posahuanco (enredo) y los huipiles y rebozos tradicionales. Junto con el azul del añil y el rojo de la cochinilla, el púrpura es uno de los tres colores sagrados de México. Las costas de Oaxaca son uno de los últimos lugares donde se ordeñan los moluscos para crear este tinte. Durante miles de años, los mixtecos han obtenido este color único de los caracoles llamados Tixinda o Púrpura Pansa (Plicopurpura pansa), cuyo tinte se extrae siguiendo los ciclos de la luna y sin dañar a los animales. En Pinotepa de Don Luis [sede de Tixinda] nos encontramos con Don Mauro Abacucuc, maestro tintorero, quien nos cuenta que entre los meses de octubre y marzo, armados con madejas y un palo de madera puntiagudo, los tintoreros esperan pacientemente a que bajen las mareas y se vean los caracoles pegados a las piedras. “Los caracoles se ordeñan hasta que liberan la tinta que se aplican a las madejas. Los hilos toman un color verde amarillento y el púrpura, a medida que el oxígeno y el sol los abracen. Terminada la labor, regresamos el caracol a las piedras para recuperarse e iniciar unnuevo ciclo” afirma.”
El plagio crónico
El caso Tixinda versus Púrpura mixteco es el último aparecido en los medios pero no es el primero ni, desgraciadamente, será el último. Es un tema recurrente en el campo del indigenismo por el que estoy interesado desde hace décadas. Por ejemplo, en 1997, publiqué un ensayo sobre Etnopublicidad ilustrado con anuncios a cual más deplorable. Luego, asistí a innumerables ‘reuniones técnicas’ sobre este mismo tema, incluyendo las celebradas en la ONU y, concretamente, en su agencia Organización de la Propiedad Intelectual (OMPI-WIPO, fundada en 1967) De todas ellas, saqué los pies fríos y la cabeza caliente -pero alguien tenía que asistir…
La pieza más reciente que recuerdo es el micro-ensayo “El saqueo interminable” (cf. blog Perezia, 06.julio.2019) que comienza: “Todo el planeta ha sido vendido y comprado. Desde la Antártida -propiedad de la ONU- hasta el Amazonas -propiedad de las transnacionales-, todo espacio tiene dueño, generalmente privado. Ello incluye el suelo, el subsuelo y el vuelo.” Y donde se detallan algunos casos mutatis mutandis parecidos al de Tixinda. Por ejemplo, el de los boomerangs que ilustra sobre la evolución de este problema: en 2013, Hermès vendió un estiloso bumerán, típico de los abo –apócope de los aborígenes australianos-, por la módica suma de 580 US$. Pero, en 2017, Chanel elevó disparatadamente el precio de sus bumeranes. Hermès no tuvo problemas de imagen pero, cuatro años después, los abos protestaron contra Chanel. Evidentemente, con
OMPI o sin ella, había mejorado notoriamente la consciencia universal sobre el expolio artístico sufrido por los indígenas de todo el mundo.
Es un poco absurdo fechar el primer caso de ‘apropiación cultural’ porque deberíamos datarla en el Pleistoceno pero, por pura inercia historiográfica, citaré la colección rusa de Yves Saint Laurent de 1976. Si saltamos al presente, la nómina de modistas/os ‘apropiadores’ convulsivos es tan infinita como sumamente conocida: Zara-Inditex, Benetton, El Corte Inglés, Mango, Galliano de Dior, Alexander MacQueen, Givenchy, DSquared, Valentino, la española Stella Rittwagen –saqueadora en 2013 de los diseños wayúu/guajiros-, Dolce&Gabanna, Gucci, Prada, H&M, Michael Kors… Es decir, todas y todos. Terminaré con el caso de una modista (profesional de moda, bien entendu) que expolió cerca de Pinotepa de don Luis. Se trata de Isabel Marant quien plagió en 2015 a las mixtecas de Santa María Tlahuitoltepec, también en Oaxaca, ‘primas’ de las Tixinda. Pero se supo que esta “diseñadora francesa plagió el diseño de una blusa que esta comunidad de mujeres indígenas ha estado bordando desde hace cientos de años. La diseñadora vendía la blusa plagiada en su tienda online a más de 5000 pesos mexicanos cuando los diseños originales cuestan entre 300 y 370.” No me opongo a los beneficios comerciales siempre que sean razonables y no abusen del proveedor pero me resulta tan odioso como exagerado multiplicar por quince el precio en origen de cualquier mercancía.
Por concluir esta nómina de indigenistas de ocasión con el ¿último? incidente de grandes proporciones mediáticas, citaré el caso de Carolina Herrera (CH) y de su malhadada colección Resort 2020. Al poco de exhibirla por la pasarela, la Secretaria –ministra- de Cultura mexicana, Alejandra Frausto señaló con fecha 12.VI.2019 que “esos bordados pertenecen a la comunidad otomí en Tenango de Doria, Hidalgo, mientras que otros son típicos del istmo de Tehuantepec, Oaxaca, y que una camisa a rayas toma el estilo del sarape de Saltillo.” (ver ‘Carolina Herrera: ¿apropiación cultural u homenaje?’, por V. Friedman, 13.VI.2019, New York Times) La empresa CH -propiedad del grupo de modas español Puig-, contraatacó arguyendo que la señora CH es una “gran admiradora de México –y añadió que- la emblemática casa de moda reconoce el trabajo textil y artesanal, diverso y maravilloso, de los artesanos mexicanos en su colección inspirada por los ricos colores de su cultura y técnicas artesanales… quise mostrar mi profundo respeto a las diversas técnicas y elementos tradicionales de la artesanía mexicana y celebrarla en la destreza de alta costura”. En estos tiempos en los que pedir perdón se ha convertido en uno de los peores disimulos diplomáticos, CH optó por acogerse a otro convencionalismo más à la page y recurrió a la puesta en valor, el respeto, la multiculturalidad, etc. Al homenaje en suma.
Agotamiento icónico crónico
Hasta ahora, he usado indistintamente los términos plagio y apropiación cultural. Es hora de aclarar que no son sinónimos porque el segundo es un detestable eufemismo –además, difícil de pronunciar. Y, de paso, añadiré algunas notas características de los plagios artísticos y de otros tipos: sean de objetos o de ideas –distinción básica-, se perpetran contra una obra ya bastante conocida lo cual, en el tema que hoy nos ocupa significa que el arte indígena es más conocido que antaño –ello ahorra la investigación. Como delincuente congénito, el plagiario es multi-reincidente, preferiblemente sin salir del campo que ha hollado –véase la lista de casas de alta costura antes enumerada. Pero estas pinceladas no son suficientes para llegar al meollo de la cuestión. Hay que profundizar en algo más y ello sólo es posible si nos adentramos en los campos de la imagen.
¿Por qué plagia Occidente? Dejando aparte las consideraciones socio-político-subjetivas de su intrínseco afán de robo, sostengo misericordiosamente que plagia el arte indígena porque se han agotado sus iconos pluriseculares –de animales, dioses, santos y vírgenes e incluso arquitectónicos. Los ha reproducido millones de veces y eso agobia a los consumidores. Con la imaginación gastada en delirios autofágicos y la creatividad desaparecida por falta de uso, todavía encontró un salvavidas. Así, hace un siglo, tuvo la inmensa suerte de que se le apareciera el arte abstracto quien llegó de urgencia para renovar su inventario pero, aun así, Occidente sigue esclavizado por el quietismo de su arcaico repertorio de manera que vuelve a las andadas, en caso de ‘exigencia del mercado’ -¿qué es el mercado sino lo que ordenen sus amos?-.
No obstante tan providencial deus ex machina no fue suficiente para renovar su archivo iconológico. No entendió que, para expresarlo con el apotegma de Gustav Mahler, “la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego“. El fuego se extingue y, cual insólito 7º de Caballería, ahora son los iconos indígenas los que tienen que salvar la caravana mercantil. Es un esqueleto de convoy que alberga una almoneda ruinosa. Aun así, en la segunda mitad del siglo XX -antes de internet-, algunos estudiosos pensaron que el campo icónico no era infinito por lo que resultaba factible abordar una tarea que, pocos años antes, hubiera parecido infinita: la elaboración de un catálogo de imágenes artísticas occidentales –repito, occidentales, no orientales.
Tal es el ICONographic CLASsification System; desde hace medio siglo, el ICONCLASS viene publicando sus trabajos en numerosos y gruesos volúmenes clasificados primariamente según nueve índices elementales: 1 Religión y magia / 2 Naturaleza / 3 Humanidad biológica / 4 Sociedad / 5 Ideas abstractas / 6 Historia / 7 La Biblia / 8 Literatura / 9 Mitología clásica griega y romana (ver Grund, A. 1993. “IconClass. On subject analysis of iconographic representations of works of art”; p.20-29 en Knowl.Org. 20:l) Semejantes aproximaciones positivistas a los iconos no me convencen pero las reseñamos porque son sólo el primer paso de un ambicioso empeño de cuya duración y utilidad especulativa tengo serias dudas –las mismas que tengo sobre uno de los primeros catálogos impresos, el Emblemata de Andreae Alciati Iurisconsultiss (Alciato, 1531).
– Imagen de cabecera: En Chiapas –vecina a Oaxaca-, una valla doblemente insidiosa –por ‘indigenizar’ la Cocacola y por aprovecharse de un huipil indígena.
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