MONGO BLANCO

MONGO BLANCO

Carlos Olalla*. LQS. Junio 2019

Nuestros antepasados fueron capaces de esclavizarlos y sacarles de su tierra condenándoles a muerte para enriquecerse. Hoy, tras haber destrozado su tierra, les expulsamos impunemente de la nuestra condenándoles de nuevo a la muerte

Tras leer MONGO BLANCO, la magistral novela de Carlos Bardem sobre la vida del malagueño Pedro Blanco Fernández de Trava, uno de los negreros más importantes del siglo XIX y ver las atrocidades que cometieron los negreros, su absoluta falta de escrúpulos y valores, su desorbitada codicia y ansia de poder y, sobre todo, ver que quienes estaban detrás de la trata eran los prohombres de nuestra sociedad y que con aquel genocidio se forjaron muchas de las principales fortunas de este país, uno entiende mejor lo que pasa en el mundo de hoy, heredero directo de aquella atrocidad bendecida por banqueros, obispos, militares y reyes. MONGO BLANCO es un libro duro, descarnado, terrible y necesario, un libro que, narrado en primera persona, nos cuenta las atrocidades que se cometieron con la población africana cuya esclavitud fue la base de todos los negocios de la época, y la hipocresía con la que desde la perspectiva colonial aquellas atrocidades se vivían como lo más natural del mundo, barnizadas incluso de caridad cristiana que salvaba las almas de los pobres negritos o del cinismo liberal que disfrazó de ética y moral la abolición cuando, en realidad, no fue más que la constatación de que era más rentable tener obreros explotados que esclavos a los que había que alimentar incluso cuando ya habían dejado de ser productivos lo que verdaderamente abocó a la abolición. Es repulsivo, realmente repulsivo, asomarse a nuestra historia para comprobar el grado de barbarie que pudimos alcanzar y darnos cuenta de la naturalidad con la que lo vivieron nuestros abuelos.

El hecho de que Carlos Bardem sea, además de un excelente contador de historias a través de la escritura y de la interpretación, licenciado en Historia es una conjunción perfecta para traernos la figura de ese personaje siniestro y sanguinario que no aparece en nuestros libros de texto, o de esos viejos políticos que todavía hoy tienen un sinfín de estatuas en muchas de nuestras ciudades que, como Cánovas del Castillo, fue capaz de declarar en una entrevista, una vez abolida la esclavitud que “los negros en Cuba son libres; pueden contratar compromisos, trabajar o no trabajar, y creo que la esclavitud era para ellos mucho mejor que esta libertad que solo han aprovechado para no hacer nada y formar masas de desocupados. Todos quienes conocen a los negros os dirán que en Madagascar, en el Congo, como en Cuba son perezosos, salvajes, inclinados a actuar mal, y que es preciso conducirlos con autoridad y firmeza para obtener algo de ellos. Estos salvajes no tienen otro dueño que sus propios instintos, sus apetitos primitivos” La esclavitud se abolió en Cuba en 1886 y cierto es que no hay que leer los textos de entonces con la mentalidad de hoy pero, leyendo estas palabras, uno no puede dejar de sentir que nos parecen tremendamente actuales, de hoy en día y que muchos son quienes, quizá con otro lenguaje, vienen a decir lo mismo. El racismo, la xenofobia, el colonialismo y el españocentrismo no han nacido hoy. Decía que reunir en una persona la cualidad de actor, escritor e historiador para traernos una historia como ésta es una conjunción perfecta porque, como escritor, Carlos debe contarnos lo que le pasa a su personaje; como actor defenderlo ya que es imposible interpretar a un personaje si no le llegamos a entender, por duro que resulte; y, como historiador, centrar la historia que nos cuenta en su momento y circunstancias dotándola de una riqueza de datos y detalles capaz de trasladarnos a aquella época. Por eso estamos, sin duda, ante una novela excepcional que, además, te atrapa desde la primera página porque, sabio como es, Carlos ha elegido contarnos la historia del MONGO BLANCO en primera persona, una persona derrotada por la vida, que pasa los que pueden ser sus últimos días encerrado en un manicomio devorado por sus recuerdos.

Al leer este libro, al ver las atrocidades y brutalidades cometidas contra los negros, hombres, mujeres y niños, al comprobar la frialdad y naturalidad con las que se cometieron, uno no puede sino preguntarse ¿cómo es posible que los descendientes de aquellos negros a los que tanto sufrimiento causamos puedan mirarnos hoy sin odio? No han pasado ni ciento cuarenta años de todo aquello, su tradición oral habrá pasado la historia de sus abuelos y de los abuelos de sus abuelos de generación en generación, y, sin embargo, hoy no hay odio en su mirada. Y no lo hay a pesar incluso de que el origen de la mayor parte de los terribles problemas de hambres y guerras que viven hoy sus países los seguimos provocando, directa o indirectamente, nosotros y nuestro modelo de vida, nuestras multinacionales, nuestras organizaciones de comercio, nuestros monopolios, nosotros… Leer libros como MONGO BLANCO te hacen reflexionar sobre la realidad que estamos viviendo. Durante siglos, cuando necesitábamos mano de obra barata, nuestros antepasados fueron capaces de esclavizarlos y sacarles de su tierra condenándoles a muerte para enriquecerse. Hoy, tras haber destrozado su tierra, les expulsamos impunemente de la nuestra condenándoles de nuevo a la muerte. En estos ciento cuarenta años lo único que hemos hecho ha sido sustituir el hierro de las cadenas con las que les condenábamos entonces por el papel de las de ahora que, en forma de contratos precarios, alquileres o hipotecas, utilizamos desde nuestros lujosos despachos y elegantes corbatas para seguir condenándoles.

He leído en alguna entrevista a Carlos que hay posibilidades de que MONGO BLANCO llegue a ser una serie de televisión. Ojalá sea así porque obras como ésta son hoy más necesarias incluso que cuando sabíamos que éramos negreros.

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