Multiverso
Juan Gabalaui*. LQSomos. Febrero 2017
Es sencillo ver universos paralelos si tienes la paciencia de pararte y mirar a tu alrededor. Solo tienes que plantarte en la Gran Vía madrileña y ver más allá de las decenas de personas que pasean arriba y abajo con bolsas de Primark y de HM en la mano, siguiendo ciegamente la idea de continnuar comprando en cualquier otra tienda. Entre sus piernas se pueden ver a mujeres y hombres, sentados, con un cartel enfrente de ellos pidiendo una ayuda o relatando su situación, real o ficticia, que les obliga a estar en la calle. Un poco más adelante se ve a una decena de africanos, cargando unos bultos, mirando por dónde se mueve la policía, para encontrar un lugar donde vender su mercancía sin ser molestados. Si afinas la vista, verás a los descuideros, moviéndose de un lado a otro, saliendo y entrando de las tiendas y de los hoteles, esperando una oportunidad. Están los ancianos que venden mecheros para sacarse algo de pasta y los jóvenes que se prostituyen en la Puerta del Sol o se dedican al hurto si es necesario. Vamos tan deprisa que estos mundos pasan desapercibidos a pesar de que se desarrollan en la misma temporalidad que el nuestro. Estamos demasiado centrados en las próximas compras.
Están también los universos paralelos de lo que se dice en twitter y de lo que se hace fuera de twitter. Se nos calienta fácilmente la boca y lanzamos proclamas revolucionarias con tanta frecuencia que asombra que la revolución ni esté ni se la espere. A veces imagino que el más exaltado por un problema laboral trending topic en una empresa, mira hacia otro lado cuando sus compañeros de trabajo están siendo acosados por su jefe, o se piensa tanto decir algo, por temor a que le afecte, que cuando se quiere dar cuenta les han despedido. Y es que no es fácil cuando tu puesto de trabajo está amenazado y la falta de solidaridad es la norma que te rodea, pero es muy sencillo lanzar proclamas en las redes sociales donde podemos desahogar nuestra frustración sintiéndonos adalides de las libertades y de los derechos. El activismo real es, sin duda, más estresante que el clic activismo y nos enfrenta a la realidad de que muchas personas optan por un contexto de injusticia e indignidad laboral si la alternativa es ser despedido. Aunque sean muchos los que lo sufren, nos sentimos solos y esta es una de las tragedias de la sociedad que hemos creado. Frente a nuestros ordenadores somos lo que nos gustaría ser pero el mundo real nos pone a cada uno en nuestro sitio.
A veces, cuando alguien que detenta el poder comete una injusticia, se piensa que le pesará sobre la conciencia pero en realidad aludir a problemas de conciencia es el consuelo de los que se sienten perdedores. Hitler no se suicidó bajo el peso de las muertes de millones de judíos, gitanos, homosexuales y militantes de izquierda. Nuestra mente construye autoengaños que sirven para justificar cada una de nuestras acciones, crea razones que apoyan cada uno de nuestros actos, aunque sean los más viles. Se mueren pensando que hicieron lo que tenían que hacer. Viven en otro universo que no alcanzamos a comprender y, en muchas ocasiones, sin necesidad de matar a nadie, algunos pasan de un universo a otro y se convierten en alguien con poder, aunque sea el del miserable jefe que tiene a cuatro personas a su cargo, y, de repente, las decisiones de uno afectan a las vidas de decenas, centenas o millares. Y lo tienen fácil porque estamos solos. Una soledad en compañía. Cuántas veces nos hemos enterado de una injusticia y no hemos hecho nada porque ante la pregunta ¿qué podemos hacer?, nos hemos respondido que nada. Y nada es lo que tenemos. Ante esto quiero escapar a un universo de solidaridad pero ¿por dónde se va?