Nardo, el albañil garzon
Nardo, “El albañil garzón”
Que hace de vientre en bolsas de plástico
De Alimerka
Dada la miseria en la que vive
Arrojaba de sí un olor bueno y agradable
Excitado, sin embargo
Echando de sí humo fragante y oloroso
Como el benjuí
El ámbar o el incienso
Cuando fue contratado
Por una pequeña empresa de construcción
Para arreglar y pintar unas paredes
De un convento de clausura
En Burgos capital.
Mientras arreglaba un zócalo
Parte inferior de un pedestal
Vio venir una Sor muy mansa
Con un corazón de Jesús en el pecho
Atravesado por una espada
Descendiente dicen
Del conde de Castilla Garci Fernández
Traspasando la verja filigrana
Que separa el oratorio de las monjas
Con las salas del cenobio
Adivinando las cenefas o bordaduras
Que adornan las ropas del refajo
Falda o saya interior de paño
Franela, bayeta.
”Yo sí que te voy a dar en el cenobio”, pensó
Y, al acercarse a ella, tras preguntarle
“¿Qué te parece la obra?”
Cual clérigo ordenado de misa
Le levantó el devoto atavío
Separando o apartando una ropa de otra
Buscando la debida forma
Sintiendo en la mano el agua retenida
En el caz del místico molino
Para poder aprovecharla
Como fuerza motriz auxiliar
Si no bastase la de su corriente erguida
Tan en carnes de membrillo.
La monja en su condición de ausencia
Ni ausente sin culpa
Ni presente sin disculpa
Dejaba hacer al albañil
Pues como ella decía
“Estaba de la oración y el cilicio
Hasta las tetas”
Que ponía las orejas
Asegurando sus ojos
En el órgano averiguado de entrepierna
Y ella en la imaginada verga del rocín de Sancho
En sede episcopal
Y que rompía las notas musicales
Del cántico Stábat Mater en gregoriano
Himno religioso
Dedicado a los dolores de la Virgen
Al pie de la cruz.
En este trance subiente, de subir
En cada uno de los follajes
Que suben adornando un vaciado de pilastras
O cosa semejante
Apareció la madre superiora
Cortándole las horas al día
Y al albañil la lechetrezna
Que ya rompía en la historia de su tiempo
Y se sentía como Odenato
Príncipe árabe
A la sor abrazando
Como se abraza a la célebre Zenobia
Reina de Palmira.
Enterado el contratista
Por el chivatazo de la superiora
Acabó con el garzón
El que enamora o corteja
Poniéndole en el narigón o agujero
Como al buey de trabajo
En la ternilla que separa las ventanas de la nariz
Una soga para conducirlo a la calle
Sin darle indemnización
Aunque había empezado a trabajar
Como un esclavo
A las ocho de la mañana.
La madre superiora a la sor celebrada
Arrojó al cólera de la oración
Castigándola a ponerse el cilicio
En el muslo derecho
Que ahora lloraba lágrimas de sangre
Por las púas de hojalata
Que se incrustaban en la carne
Mientras ella, en vez de rezar
Cantaba:
“Ahí va Nardo, el albañil garzón
Con el rabo entre las piernas
Cual perro majadero
Sin haber ocupado el trono
A que una sor le destinaba”.