Navidad: de la paz a la felicidad

Navidad: de la paz a la felicidad

Por Nònimo Lustre

“Stille Nacht! Heilige Nacht! / Alles schläft; einsam wacht”
(villancico Noche de Paz, ca. 1816; tonadilla de los villanos austríacos)

Existen vocablos que deberían prohibirse por su notorio raquitismo semántico (ejem: felicidad, democracia) Otras palabras seudo-parónimas también deberían estar prohibidos o, al menos, estrechamente vigiladas, porque sus enemigos las han desprestigiado y emputecido (libertad, compasión, igualdad) Y, en tercer lugar, hay un término escandalosamente obsceno que, sólo con pronunciarlo, nos sume en la estupidez: Paz.

Si se repite continuamente que, ‘no hay filosofía después de Auschwitz’ (T. Adorno, Dialéctica Negativa 1975), igual podríamos parafrasear que no puede haber Paz después de Gaza/Cisjordania 2023 -y de muchos otros lugares donde la guerra es, quizá, menos genocida pero igualmente injusta. En esta Navidad 2023, Gaza es tan omnipresente que sólo los brutos y los sádicos se atreven a hablar de ‘noche de paz / noche de amor’ -lamentablemente, los brutos y los sádicos se cuentan por millones.

Por ende, el sentido comercial ha sustituido Paz por Felicidad, un cambio que no es inocente puesto que Paz se usa para designar una actividad colectiva mientras que Felicidad se aplica a cuestiones individuales. En un mundo cada día más privatizado y egoísta, es lógico que de lo colectivo se esté derivando a lo individual. Ejemplo: para la sempiterna enciclopedia, “La felicidad es una emoción o estado de ánimo que experimenta un ser consciente cuando llega a un momento de conformación, bienestar o se han conseguido ciertos objetivos deseables para el individuo consciente” -definición ostentosamente individualista sin referencia alguna a lo social o colectivo. A renglón seguido, la susodicha desgrana uso comentarios analíticos de las mil y una formas de la felicidad (repetimos, individual) Entre otros aditamentos, una pirámide de las necesidades humanas firmada por Abraham Maslow que discurre desde la fisiología hasta la autorrealización.

Otras fuentes se esmeran en otras definiciones. Por ejemplo, que la Felicidad es la Paz Interior, ecuación que bordea el concepto budista del suja (sukha) Aunque las hay tan descaradamente materialistas que caen en la química farmacéutica -caso de la dopamina, al parecer ‘culpable’ de los estados felices. Claro que, como las ciencias electrónicas avanzan que es una barbaridá, ya hemos llegado a un estadio en el que la IA (inteligencia artificial) llega a predecir la muerte del sujeto interrogador y hasta presume de llegar a un 78% de aciertos (¿) En cualquier caso, siempre será mejor errar por exceso de delirio tecnológico que llevar la lucha de clases a su punto más deletéreamente clasista: “Las personas con menos capacidades cognitivas son las más felices, algo que quizás se sabía, pero ahora la ciencia ha sido capaz de demostrar”, nos informa ‘científicamente’ un diario español ultra-fascista recogiendo una encuesta que la universidad de Bath (Reino Unido) hizo a 36.000 hogares británicos (OkDiario, 16/12/2023)

El archicitado comienzo de Ana Karenina reza: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgra¬ciada”. Traducción politológica: el Estado cree que su pueblo es homogéneamente feliz, ergo el Bien -una de cuyas manifestaciones externas es la Felicidad- es un Bien tan amorfo, continuo y ubicuo que termina siendo banal. En Venezuela, el gobierno bolivariano creó en 2013 el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo. Según la retórica oficial, así se cumplimentaba una famosa máxima del Libertador Bolívar: “El mejor sistema de Gobierno será aquel que le proporcione a su pueblo la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de estabilidad política, y la mayor suma de felicidad posible” (año 1819; nuestras cursivas)

En realidad, esto de la felicidad como derecho de los pueblos viene de antiguo, al menos desde la Ilustración. En cualquier caso, desde principios del siglo XIX el uso político-partidista de la palabra felicidad hacía estragos en Europa y en América. En la (ex)Tierra de Gracia, un texto legal nacido en la campaña independentista es anterior a la frase del Libertador: “Los Gobiernos se han constituido para la felicidad común… El mejor de todos los Gobiernos será el que fuere más propio para producir la mayor suma de bien y de felicidad“ (Constitución Federal para los Estados Unidos de Venezuela, artº. 191; 21.XII.1811) Pocos meses después, los primeros parlamentarios españoles discutían en Cádiz el articulado de la Constitución de 1812 –la Pepa-, cuyo artículo 13 afirma que: “El objetivo de todo gobierno es la felicidad de la nación” (cf. A.P. 2016. La Banalidad del Bien, disponible en https://acortar.link/somos)

Felicidad para el que apuñala.
Y, si el occiso es pobre, sabremos que muere feliz

Bután, el reino de la Gross Happiness

Por solo hablar de los pueblos amerindios, señalemos que suelen sintetizar sus aspiraciones o desiderata en unos lemas relativamente conocidos por el gran público. Por ejemplo: sumak qawsay (en quechua), sumak kamaña (aymara), lekil kuxlejal (tzeltal), ñande riko, teko kavi y teko porã (guaraní) En todos los casos, pero más concretamente entre los guaraníes, esos lemas significan vida armoniosa, vida buena y/o buen modo de ser.

Pero es el reino de Bután quien ha elevado más alto esas esperanzas, justamente hasta incorporarlas en la administración y, en consecuencia, en la conformación del imaginario nacional. Y es que, entre 1971 y la década de los 1990’s, el rey sustituyó con cierto despacio el concepto occidental de Producto Nacional Bruto por el concepto nacional-budista del Gross Happiness Product (aprox., Felicidad Nacional Bruta) Con ello y a su manera, Bután se adelantó a economistas sensatos como el premio Nobel J. Sttiglitz quien había trabajado sobre el movimiento global del Buen Vivir llegando a la certeza de que era necesario actualizar el famosísimo PIB (producto nacional bruto) que llevaba creciendo año tras año… hasta que llegó la crisis financiera del 2008. Esta crisis afloró las grandes diferencias que había entre las métricas del PIB y las recetas susceptibles de ser utilizadas por los políticos para hacer frente a los mercados -no obstante lo cual, los “astutos economistas” siguieron afirmando que las arcaicas mediciones eran las más apropiadas (cf. J. Stiglitz,“It’s time to retire metrics like GDP. They don’t measure everything that matters”, The Guardian, 24XI.2019)

El reino himaláyico de Bután (el Druk Yul o Tierra del dragón del trueno) fue famoso por haberse librado del flagelo de la televisión nacional… hasta que tan estupenda garantía de bienestar fue derrotada en 1999 por la empresa BBS -Bhutan Broadcasting Service. Quién sabe si en ello algo influyó que Coca Cola llegó el año anterior aunque, es grato añadirlo, la ‘chispa de la vida’ sigue sin asentarse, quizá por ser un país frío y, por tanto, de té. Pero no es por estas dos desdichadas invasiones por las que es conocido actualmente ni tampoco porque su rey se casó ¡con una universitaria! En realidad, Bután es conocido porque, en 1971, el rey comenzó a sustituir el concepto occidental de Producto Nacional Bruto (PNB) por el concepto budista-butanés del Gross Happiness Product (GHP) Desde los años 1980-1990’s, el proceso adquirió cuerpo hasta acabar conformando el Gross National Happiness (GNH, Felicidad Nacional Bruta) Así pues, podemos decir que existe un rey asiático que se ha atrevido a medir la felicidad de sus súbditos. No nos extraña porque ya habíamos leído sobre los despotismos orientales –desde 1907, Bután está regido por el Druk Gyalpo o rey absoluto.

Los, propagandistas involuntarios de las propagandas estatales.

La idea era brillante… a efectos turísticos aunque quizá no tanto para cumplir con su misión original: escapar a la tenaza de sus dos vecinos, India y China. Asimismo, los oropeles pierden fulgor cuando no podemos establecer comparaciones con el resto del planeta puesto que no hay otro país con GNH; por ello, la felicidad (gakí) de los butaneses se mueve en el vacío, mayor aun cuando ni siquiera se puede comparar con los GNH antiguos del propio Bután.

Pero estas objeciones palidecen si nos enfrentamos al problema de la medición de la gakí. Para comenzar, los 72 criterios básicos que se inician con el grupo del bienestar sicológico (psycological wellbeing) y culminan con el grupo del buen gobierno (good governance) se han materializado a través de unas encuestas –dicen que diseñadas por unos sociólogos canadienses- cumplimentadas por sólo 560 súbditos. Además, resulta que el primer indicador del primer grupo se titula ‘Salud Mental General’ por lo que los sociólogos suponen que la salud mental es un rasgo más entre los once que definen ese ‘bienestar sicológico’: curiosa sinécdoque en la que la parte –lo mental- es igual al todo.

Item más, si superamos los indicadores del grupo sicológico y nos adentramos en el acápite de las preguntas en las que se desglosa cada indicador, nos asaltan numerosas sorpresas. Al tronco general “¿cree usted que?” le surgen unas ramas adventicias francamente insólitas. Ejemplos: ¿se siente usted frustrado?, a lo que el humilde súbdito debe responder “siempre/a menudo/ rara vez/nunca” y, en efecto, abrumadoramente responden nunca; ¿puede justificarse el homicidio?, obviamente la respuesta es jamás, etc.

El último grupo es especialmente irritante porque sus preguntas giran alrededor de “¿se siente usted con libertad?” y cierra la pregunta ‘con libertad de expresión’, ‘religiosa’, ‘política’ y así hasta el aburrimiento. Huelga añadir que todos responde que sí, que se sienten libres para todo eso y más. En una monarquía que sigue siendo absolutista por mucho que haya una especie de elecciones, ¿alguien esperaba otras respuestas?

Pues bien, pese a la manifiesta incongruencia, arbitrariedad y chapuza de esa extravagante clase de sociología cualitativa, es alarmante que el ejemplo del GNH haya cundido fuera de Bután de tal forma que la Felicidad se ha convertido en pasto de los buitres mediáticos. Incluso descartando la inmensidad de programas de autoayuda cuyo fin declarado es la mejora de la felicidad -¿propia o ajena?-, es aterrador el tsunami de literatura, instituciones, organismos y expertos que se ganan la vida perorando sobre Ella… hasta hay programas dizque académicos de sociología autocomplaciente que intentan demostrar que todo el mundo es feliz.

Aun así, el colmo del peor psicologismo llegó cuando la mismísima ONU encargó un Informe sobre la odorífera happiness; con esta intervención humanitaria, versión sociológica del infame precepto de la “Responsabilidad para Proteger” (R2P en la jerga gringa), se institucionalizó el irracionalismo sólo maquillado de subjetivismo y se abrieron las compuertas de la autocomplacencia universal. A partir de entonces, hasta los países se clasifican según su grado de felicidad. Ancha es la castilla del sentimentalismo cualitativo y cuantitativo. Tras encuestar a ciudadanos de 157 países, la ONU publica anualmente un Índice global de felicidad (World Happiness Report) cuyos resultados estadísticos son harto discutibles -básicamente porque, repetimos por enésima vez: “hay verdades, mentiras y estadísticas”. La conclusión más buscada por los media se refleja en una lista donde los países con mayores puntuaciones de felicidad son: Finlandia: 7,8; Dinamarca: 7,6; Islandia: 7,5… e Israel, 7,5. España, ocupa el puesto nº 32 y Palestina, el puesto nº 99 (cf. supra, ibid., A.P. 2016)

[Para más información sobre el conflicto entre la felicidad y la Ética, cf. J. B. Davis. 1987. “The Sciences of Hapiness and the Marginalization of Ethics”; en Review of Social Economy, 45:3, 298-312, DOI:10.1080/00346768700000017) Asimismo, circunscritos a Bután, pueden consultarse los siguientes tres estudios del año 2020: a) Kamei, M., Wangmo, T., Leibowicz, B. D., & Nishioka, S. 2020. “Urbanization, carbon neutrality, and Gross National Happiness: Sustainable development pathways for Bhutan”, en Cities, 102972. doi:10.1016/j.cities.2020.102972. b) Drechsler, W. 2020. Development Challenges in Bhutan: Perspectives on Inequality and Gross National Happiness; Tantric State: A Buddhist Approach to Democracy and Development in Bhutan; Democratic Transition in Bhutan: Political Contests as Moral Battles. Asian Affairs, 51(2), 414–418. doi:10.1080/03068374.2020.1747862. c) Locke, J. 2020. Buddhist Modernism Underway in Bhutan: Gross National Happiness and Buddhist Political Theory. Religions, 11(6), 297. doi:10.3390/rel11060297)

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