Neil Young: 50 años convalecientes de la fiebre del oro
Mariano Muniesa*. LQS. Noviembre 2020
Los 60 apenas habían terminado y los 70 apenas comenzaban cuando Neil Young grabó un réquiem para aquella época. La triste canción que da título a su tercer álbum, “After the Gold Rush”…
A comienzos de este tan singular año de 2020, mi siempre admirada Patti Smith, una de las mujeres más cultas, sensibles e inspiradas que la historia del rock nos ha legado, participó en uno de los programas de televisión de mayor audiencia y repercusión que existen en la televisión estadounidense, el Jimmy Fallon Show para promocionar su último libro, “Year Of The Monkey”.
Además de leer un poema, Patti también tuvo tiempo para versionar en directo “After the Gold Rush” de Neil Young. Y no fue en modo alguno una casualidad. En este año, más concretamente el pasado 19 de septiembre, se ha cumplido exactamente medio siglo de la edición en 1970 de “After The Gold Rush”, uno de los álbumes más grandes de la carrera de Neil Young, un disco cargado de imaginación y creatividad, así como de significado histórico por el momento en que salió, en un año tan controvertido en la historia del rock como 1970, el año de la separación de los Beatles y de las muertes de Jimi Hendrix y Janis Joplin. De hecho, este disco salió al mercado justo al día siguiente del viaje a la eternidad del genio revolucionario de la guitarra.
Los 60 apenas habían terminado y los 70 apenas comenzaban cuando Neil Young grabó un réquiem para aquella época. La triste canción que da título a su tercer álbum, “After the Gold Rush” es aparentemente una oda a la protección y cuidado del medio ambiente, pero vista desde otros ángulos, tiene implicaciones más profundas. También es el final, paradójicamente, del capítulo inicial en la carrera de Neil Young. Después de romper con Buffalo Springfield y lanzar su álbum debut en solitario en 1968, el cronista rockero de la América de finales de los 60 comenzaría lo que se convertiría en el primero de muchos éxitos en su carrera, quizá no tanto en lo comercial, aunque sí desde luego en lo creativo. En su “Everybody Knows This Is Nowhere” de 1969, enchufó los amplificadores, subió el volumen y acompañado en su primera incursión con los Crazy Horse, nos dejó maravillas de puro rock como “Down by the River”, “Cowgirl in the Sand” y sobre todo “Cinnamon Girl”, mi favorita, he de reconocerlo, de la carrera de Neil Young en solitario.
No obstante en 1970, tras el éxito de “Everybody Knows This Is Nowhere’”y de su disco con Crosby, Stills y Nash, “Deja Vú”, Neil Young decidió seguir esa línea cercana al hard rock que tan buenos resultados le había dado, pero profundizando en la fusión con el country. Aunque en este disco ya no estuvieron con él los Crazy Horse, retuvo algunas canciones que ya habían dejado como sobrante o descarte de otras grabaciones y se retiró a su sótano en Topanga, California, donde comenzó a grabar todo lo que se le pasaba por la cabeza, en especial si tenía un aroma o un eco folkie o country. Dejando que esta influencia fuera la que más pesara en la orientación estilística que tuvo “After The Gold Rush”, aun cuando en canciones como “When You Can Dance I Can Really Love”, la cercanía al rock y en cierta manera a “Cinnamon Girl” se hace muy evidente.
Es sabido que el origen de “After The Gold Rush”está en un proyecto cinematográfico que finalmente nunca se realizó: Dean Stockwell y Herb Berman escribieron el guión de una película que se llamaba igual que el disco que apareció en septiembre de 1970, y que dejaron leer a Neil Young. Este se mostró encantado con ese guión y preguntó a Stockwell si podía componer y producir la banda sonora. Baste como dato conocer el hecho de que la propia canción “After The Gold Rush” y “Cripple Creek Ferry” fueron escritas específicamente para la película. Frustrado finalmente el proyecto, Young aprovechó el material ya elaborado y tratando de hacer en este disco una fusión de Crosby, Stills & Nash y de Crazy Horse, logró cuajar un álbum que vivencialmente hablando, tuvo la brillantez genial de conjugar musicalmente elementos que hicieron de él uno de esos pocos discos cuya escucha proporciona a la perfección el camino para transitar con comodidad y fluidez de los años 60 a los años 70 del siglo XX.
También es un álbum romántico – el suave y aterciopelado “Only Love Can Break Your Heart” es un punto culminante – pero la picadura de “Southern Man”, que sigue inmediatamente en el tracklisting, es un magnífico y pegadizo blues-rock que de inmediato cambia el estado de ánimo. Aunque las melodías de praderas polvorientas, música de “saloon” del oeste y el sabor de Ry Cooder y de los Flying Burrito Brothers se pueden apreciar igualmente, sobre todo con esa maravillosa armónica, en “Oh, Lonesome Me”, del mismo modo que en “I Believe In You”, no es difícil que nos vengan a la cabeza The Byrds o quizá más específicamente, Roger McGuinn en solitario. O incluso, y no es ninguna incongruencia, un guiño al pop en la breve “Till The Morning Comes”.
Todo el álbum es así: suave y al mismo tiempo, duro. Silencioso y ruidoso. Acústico y eléctrico. Algunos críticos de rock norteamericanos escribieron en su momento que daba toda la impresión de que Neil Young atravesaba una especie de fiebre creativa muy ecléctica, traducida en cientos de ideas, que decidió verter en un LP de 35 minutos que sirve como un vínculo tanto literal como metafórico entre el abrasivo “Everybody Knows This Is Nowhere” y el más melancólico “Harvest”.
“After The Gold Rush” se convirtió en el primer álbum Top-10 de Neil Young, llegando al número 8 (obtendría su único número 1 dos años después con ‘Harvest’). Se sacaron dos sencillos del disco, el vals acústico “Only Love Can Break Your Heart” y el ya mencionado “When You Dance I Can Really Love”, grabado con unos crepusculares Crazy Horse, pero ninguno de los dos llegó al Top-30. Con el paso del tiempo, vendió más de dos millones de copias.
Y sigue siendo una de las mejores obras del canadiense, un resumen de su carrera hasta ese momento y una señal muy inspirada de lo que vendrá en el futuro. Exploró los dos lados opuestos del álbum muchas veces a lo largo de los años, a veces juntos, como en el “Rust Never Sleeps” de 1979, pero más a menudo en proyectos separados que ocasionalmente luchaban por dar sentido a sus inquietudes y saltos en el vacío, como fue el incomprendido “Trans” de 1983. Aquí, todo se une para rendir homenaje a la época que ayudó a definirlo.
Otra obra maestra cuya escucha estoy seguro que me agradecerán.
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* Nota original del diario “La Región”
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