Neologismos: entre la poesía y la pintura
Francisco Cabanillas*. LQSomos. Mayo 2015
Se trata de los neologismos literarios,
un tipo de neología que responde fundamentalmente
a las necesidades expresivas del autor y contribuye
a la función poética del texto.
Jorgito Ma Meen
No vivimos en una democracia. Vivimos en
un sistema político que ha legalizado el chantaje,
que le sirve exclusivamente al poder corporativo
y que está inundado de propaganda y mentira.
Chris Hedges
Dúsmico. Desde la diáspora, la poesía nuyorican épica de los años 60 y 70 —el fin de la guerra de Vietnam en 1975 lo cambiará todo, hasta la letra de la música, la llamada salsa gruesa, la cual se torna intimista y romántica en los 80—; la poesía se tira a la calle a pelear por los derechos individuales y colectivos de los puertorriqueños nacidos o criados en Nueva York. Intemperie; uno de aquellos poetas, Miguel Algarín, rompía el molde donde se armaban los poetas nuyoricans de entonces, más bien autodidactas, como Pedro Pietri: El Poeta.
Poeta bisagra: Algarín se transforma en puente que comunica la calle y la academia. Primera metáfora: poeta arquitecto. En 1973, Algarín funda la casa de los poetas, el Nuyorican Poets Cafe, primero en la sala de su apartamento en el East Village y después, tras varias mudanzas, en Loisaida (Lower East Side), donde está hoy, en 3rd St. En 1975, en dúo con otro poeta y dramaturgo nuyorican, Miguel Piñero, Algarín crea la antología que desde entonces ha quedado como edificio de aquella época épica: Nuyorican Poetry: An Anthology of Puerto Rican Feelings and Emotions (1975). En esa antología, Algarín escribe la introducción que fundamenta el castillo poético nuyorican.
Como poeta y profesor de literatura inglesa (Shakespeare), Algarín no tardó en notar el protagonismo del lenguaje de los nuevos poetas puertorriqueños que se formaron en el furor político de la época, en guerra declarada contra el poder de la ciudad que los excluía sin más. A ese lenguaje nuevo que articulaba de muchas maneras el inglés y el español, Algarín lo llamó nuyorican (no spanglish).
Ante el brote de tanta novedad, Algarín se sacó de la manga otra de sus cartas; esta vez, un término nuevo para describir la poesía a la que había dado morada en la antología de 1975. Poesía que define como “bandida, experimental y dúsmica.” Fuera de la ley, la poesía bandida tantea formas de adoptar y adaptar emociones y sentimientos ante la realidad opresiva de la época, experimentación que renueva un sentimiento viejo: el amor, entendido sobre todo como dúsmico. Es decir, como una fuerza que transforma la violencia negativa del sistema en energía que recentra la subjetividad.
Poesía con sujeto; la dúsmica ama al ser nuyorican. Algarín se politiza.
Sersajes: Desborde; inundación. Desde la poesía nuyorican, la dimensión dúsmica se derrama por el paisaje de la ciudad. El olor a vida llega hasta el universo de Roberto Matta, pintor poeta que lo huele desde París:
La imagen pintada y la palabra
son el círculo de la dialéctica de la creación.
Lo que una palabra desentierra
de las profundidades del espíritu,
la imagen lo traduce
en ese fruto mágico
sin el cual la conciencia no sabría
construir.
Es a través de imágenes del objeto en
perspectiva
que nuestra conciencia descubrió su
forma física.
Matta; el último surrealista, o mejor, mucho mejor, como plantea Sandra Maldonado H., “Con Matta murió el sur realismo.” Pero se trata de la vida; esa fuerza dúsmica que Matta, como Algarín, vincula con la poesía, ahora desde el “coraje poético”: “La calidad del artista está en el contenido de su grito; el que lo quiere ignorar tiene miedo de despertarse. La calidad de la obra reside en su carga de coraje poético”(Matta).
Pintura de ojos abiertos, instalada en el verbo ver, “Que el mundo que yo escojo no sea con un ojo cojo. El modo de empleo del verbo ver, para que humanamente sirva a la mente humana es iluminar, ver con la imaginación, la inteligencia…”; pintura que muestra lo que no es visible, como la realidad subatómica, las relaciones y los paisajes interiores del ser, que el pintor poeta llama sersajes:
El rayo del Ser
En las fronteras del mundo
Lleva los colores de la noche
Un cielo de indecible dulzura
Corona mi alma para siempre
Entre el poeta, “Nos transformamos. La antigua identidad ya no existe,” y el pintor de cuadros con títulos en varias lenguas, como, entre otros, The And of the World (1953), Le son des mots (1958), El verbo América (1981), Verbe arbre (1954),
Verbo y adverbio del Gran Transparente (1972), el universo de Matta se levanta sobre una importante zapata lingüística. Giro verbal. Al pintor lo seduce jugar con las palabras en cuadros como L’Ecclectrician (1954-6), Ergasmo (1973), Crucifixhim (1947),
United Snakes (1991)…
Cuando pinta sus sersajes, Matta mira desde el tercer ojo: “La imaginación es un ojo en el centro del centro… hay que ver a toda luz para que el ojo escoja sin cojear.”
Serestá: Los sersajes de Matta crecen como si fueran campos elíseos: “Cultivar la mente como si se tratara de una agricultura de la cultura.” Otra vez, se produce un desborde lingüístico; inundación que llega a la poesía de otro poeta puertorriqueño, Yván Silén, quien, como Algarín, vivió en Nueva York —también lo hizo Matta durante la Segunda Guerra Mundial—, aunque Silén no es nuyorican ni escribe en inglés (en 2008, regresa a Puerto Rico, de donde emigró en la década de 1970).
Poeta filósofo, de calada metagramatical, Silén, como Matta, para quien América es acción, hace hincapié en los verbos, sobre todo, en uno con el cual Matta estaría en completa sincronía: “serestar.” Yo serestoy, tú serestás, ella sertestá… Porque para Silén, poeta filósofo de la “libertá,” el ser, en verdad, un no-ser en devenir, “Ser es la avidez de lo extraño,” no se puede escindir de su estar. ¡Serestamos! También Matta juntaba ser y estar, a los cuales añadía otro verbo más: ser-estar-hacer.
Desde su serestar poético, necesariamente político, Silén, autor de poemarios como El pájaro loco (1972), Los poemas de Filí-Melé (1976), El miedo del Pantócrata (1981), se saca de la manga otro neologismo: poesiar, el cual reinscribe en el dictum cartesiano, “poesío, luego existo.” La poesía salda cuentas con Platón; el poeta acoge al filósofo (lo “eleva” a la altura de la poesía). Desde las cloacas de la mundanidad, el poeta filósofo (Silén), críticamente nietzscheano, demasiado nietzscheano, arremete, en Nietzsche o la dama de las ratas (1986), contra el aristocratismo del filósofo (Nietzsche) que “mató” a su poeta: “Para Nietzsche los que se sublevan son la plebe” (Silén). Como respuesta, desde “Prefaio para un encuentro con la muerte” (1983) y La poesía como libertá (1992), Silén instaura al Paria como la encarnación del poeta de la libertá: un sublevado.
El poeta filosofo poesía.
Eternauta. Entre los sersajes del pintor poeta, Matta, y el serestar del poeta filósofo, Silén, la poesía se desdobla en bisagra: puente entre poetas abocados a los verbos. Verbo América (1981); Verbe arbre (1984). “Poesiar”; “girasolar”; “budar.” Desde el neoadjetivo de Algarín (dúsmico), los sersajes de Matta se cocinan en su tinta sur-realista. De la pintura sale un fuerte olor a poesía chilena de la primera parte del siglo XX: Neruda, Gabriela Mistral, ¿Vicente Huidobro? Sobre todo, el olor a Federico García Lorca lo tiñe todo de vida.
Los sersajes de Matta giran en torno a su propia gravedad. De repente, apuntan a una zona gris del paisaje iluminado: ¿leyó Matta al poeta creacionista chileno, Vicente Huidobro, autor de Altazor (1931), poemario que testimonia la caída más poética de la poesía chilena y latinoamericana? Turbulencia; en una nota periodística, otro poeta chileno, Gonzalo Rojas, establece una contigüidad desesperante: “De cuantos volcanes se nos dieron en Chile —Mistral, de Rokha, Huidobro, Neruda— ninguno más siglo veintitrés que Matta” (1997). Humo; espirales en forma de interrogación.
La pregunta sobre los volcanes chilenos, ¿leyó Matta al creacionista Huidobro?, da un salto inesperado. Brinco que le pasa por encima a la cordillera de los Andes y termina en una historieta argentina emblemática: El eternauta (1959), de Germán Oesterheld, creador del primer cómic latinoamericano que narra una invasión alienígena (en Buenos Aires). ¡Vértigo! El neologismo del comic argentino —el eternauta es el “viajero de la eternidad”— hace temblar a los poetas del cono sur, sobre todo a los chilenos que, como Huidobro, mucho antes que Oesterheld, se valieron del neologismo, en el Canto VII de Altazor, donde el lenguaje se deshace y rehace: “Tralalá / Aí aí mareciente y eternatua.” ¿Eternauta?
Temblor de tierra; erupción. Humo. Sobre todo, silencio. Nadie responde la pregunta que lo ha puesto todo a temblar: ¿cita el guionista de ciencia ficción, Oesterheld, en 1959, al creacionista Huidobro de 1931? O, como en tantas otras ocasiones, ¿ el eternauta supone una doble invención a destiempo?
Coda. Todo se mueve. Los apuntes se traspapelan. El efecto a vértigo huele a apalabramiento (¿de Efraín Barradas?). Por un lado, la pintura escribe en colores literarios; por el otro, la poesía pinta metáforas. Dos artistas puertorriqueños, Elizam Escobar y Rafael Trelles, traspasan la pintura desde la poesía; un poeta, Yván Silén, atraviesa la poesía desde la pintura. ¡Convergencia! En la Liga de Arte de San Juan, el 5 de marzo de 2015, los pintores poetas y el poeta pintor se juntan en una exhibición: Epocalipsis.
Alborotadas, las citas se salen de los apuntes. Las páginas salpican tinta roja, que parece sangre o salsa de tomate. ¿El arte de la salsa en las carátulas disqueras de Izzy Sanabria? Entre las chispas y los desplazamientos que se traban, este que llega desde el DF mexicano le saca fuego a los papeles: una crítica de Paco Ignacio Taibo II, la cual se estrella contra una montaña de papeles pintados de azul. ¿Maelo? (“azul pintado de azul”). Desde YouTube, Paco Ignacio se burla de la izquierda que se ampara en Nietzsche, filósofo, como es sabido, para nada abocado a la política de los de abajo. Irrupción inesperada (la de Paco), cuyo efecto crítico no se hace esperar. La filosofía de Michel Onfray responde desde el norte de Francia: no se trata de pensar como, sino “a partir de” Nietzsche. Por eso, a nivel micropolítico, Onfray se vale de un nietzscheanismo de izquierdas.
Cruce de citas revueltas, que produce sincronías luminosas. Al nietzscheanismo de izquierdas de Onfray, se adjunta, como una lapa poético-filosófica, esta cita del poeta filósofo, Silén, sobre el Nietzsche que escribió Así habló Zaraturstra (1883), libro cuya lectura le salvó la vida a Silén: “Por eso mismo, mi crítica a Nietzsche [dice Silén] no es desde el marxismo, aunque esté libertariamente influenciado por éste, sino desde esa experiencia radical de la libertá que es el hombre.” En el mismo artículo, “De la muerte de Dios o el silencio de la filosofía” (2000), Silén habla del eternatua, Altazor, como “el poeta de las alturas–Icaro, Quetzalcóatl, el ángel caído {Lucifer}, el aviador, el cosmonauta, etc.–…” De Eduardo Galeano, Daniel Alberto Chiarenza dice que fue “el ‘Eternauta’ que se le escapó a Oesterheld, es el héroe colectivo, el héroe en grupo…”
Imantación. Las notas alucinan en el trasiego de los cruces literarios; promiscuidad metapoética. Roces. Corporalidad. Escritura; comunidad. Como si fuera un eco florido, se escucha un fragmento del filósofo Enrique Dussel que no es posible sino parafrasear así: nunca hemos vivido en estado de naturaleza… el individualismo moderno es una quimera… siempre somos comunidad…
Desde la marginalidad de su literaturidad —las notas no son sino apuntes sueltos—, el cruce de papeles pone los pelos de punta. Colgado a su paracaídas creacionista, Altazor cae de lo alto sobre una poesía moribunda. El lenguaje se desarma. Se pudren los sustantivos. Imantado hacia la caída de Altazor, es decir, hacia la muerte del poeta, Silén escribe: “Huidobro camina hacia el nihilismo de la ‘libertá’ del Temblor de Cielo en donde la poesía sustituirá a Dios. Pero su teocidio, ese sueño nietzscheano, se convertirá en el encuentro con lo antinihilista.”
Los papeles vuelan como si hubieran sido soplados por Lorenzo Homar: ¡tormenta! La caída de Altazor es la muerte del poeta que hace de esa nada una presencia poética. Algo. Puntualiza Silén: “Lo que no debemos olvidar, entonces, es que en el arte, como en la poesía, toda negación producirá su lado ‘positivo’. La ‘dialéctica’ del arte es incontrolable.” Desde Los ensayos del artificiero (1999) salta como un dardo esta cita de Elizam Escobar: “Toda filosofía exagera. También todo arte, así como toda política.”
Chisporroteo. Derrame. Cruce alborotado de más papeles que se mezclan sin sentido de culpa: un poeta boricua, Néstor Barreto, lee junto a uno chileno, Cristián Gómez Olivares, en el norte de Ohio (2013). Las páginas se pegan, como si estuvieran mojadas. El pintor poeta, Matta, habla del culo —no todos los culos son iguales, dice— en el documental que le hiciera Hugo Arévalo, Puerta a otra dimensión (1996). Desde la literatura argentina, la filosofía de José Pablo Feinman despotrica contra la culocracia de la televisión nacional, abocada a los culos femeninos, crítica que, por su parte, planteó Frances Aparicio en Listening to Salsa (1998). Matta filosofa: el culo de su esposa no es cualquier culo, porque es el de la mujer que él ama. Materialidad y empatía: los sersajes de Matta están bien anclados al cuerpo. La crítica a la culocracia que plantea Feinman es una crítica a la mierda posmoderna.
Feinman escribe sobre el eternauta en Escritos imprudentes II (2006), pero no dice nada de Huidobro. En un poema dúsmico, Algarín se despierta desnudo, frente a su madre, en una maña de 1974, liberado de la culpa cristiana que se avergüenza del cuerpo. Espiritualidad materialista. En “La casa de la mirada” (1987), Octavio Paz le rinde un tributo a Matta: “estás en el interior de los reflejos… / has cerrado los ojos y entras y sales de ti mismo a ti mismo…” Sobre todo, Paz le rinde tributo a la ecuación emblemática de Matta, “el corazón es un ojo,” la cual subraya: “hay que CREAR PARA VER” (Paz).
Una cita de Mario Vargas Llosa, defensor a ultranza del liberalismo económico que nos acosa, en la página del Instituto Cato, plantea, como una celebración acrítica a esa dinámica económica, no haber conocido a lo largo de su larga vida a ningún “neoliberal.”
Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014)