Pensaba haber hecho una crítica de la obra “Nómadas”. Un libro sobre relatos de “viajes” coordinado por Elías Gorostiga. Lo iba a realizar a su estilo y se lo comenté. Me solicitó que lo hiciera al mío. Pero quise que viera su manera de hacer críticapara luego pelotear con autores y narraciones de turistas esnob la mayoría, aderezada la presentación a cada uno de alabanzas fatuas, cuando se podría decir igual que lo que él ha escrito sobre los demás.
Y quise recordar aquel viaje a París que hicimos los dos, sin fotos si quiera, sin dinero, sin recuerdos del mismo, y rememorar la canción que le irritaba en la miseria, aunque fuer pasajera, “qué bella es / que bella es / ¡la ciudad de París!…”. Tuve la tentación de hacer esa broma ácida o usar esa acidez sarcástica de Elías Elié. Y lo quise hacer desde la amistad que dan los posos de tiempo y de caminos inciertos recorridos. También desde mi admiración hacia él, pues creo que hay dos grandes escritores en la actualidad a nivel mundial: él y yo.
Sin embargo cuando estaba en ese proyecto me apunté a la Marcha de la Dignidad. Casi un mes sin internet, sin escribir a cambio de percibir el espacio y el tiempo de una manera especial, caminando por fuera y por dentro de mí, de lo cual me percaté después. Al volver al punto de partida tuve que llegar poco a poco. En la distancia se ve todo ¡tan pequeño, tan insignificante!, que se me quitaron las ganas de escribir aquello. Me pareció una tontería aquella idea y eso que estuve dando vueltas a qué escribir después de haber leído el libro “Nómadas” y pensar: ¿qué diría Elías si hubiera recopilado otra persona esas mismas narraciones?.
Me vi estúpido e infantil. Tras andar por los mismos caminos que anteriormente había recorridos en autobús, la palabra “nómada” adquirió para mí un significado especial que me ha hecho entender muchas cosas. Entre otras ver que a las cosas y cuestiones que damos importancia suelen ser pequeñeces, mientras que en otras ocasiones situaciones minúsculas a las que no prestamos atención son esenciales, las tenemos al lado y no las apreciamos. Lo mismo ocurre con determinadas personas.
Me di cuenta de que vivimos en un mundo sedentario. Sin aquel contraste de ser nómada en miniatura y de juguete, de papel y terciopelo, no me hubiera dado cuenta por obvio que sea. Y es que ¡no hacemos caso a tantas cosas!. Al asomarme al abismo de los tiempos mi percepción y pensamiento adquirió la mirada de nómada y quiero recordar ese chispazo.
Al menos que sirva para darnos cuenta yrecobrar el pensamiento nómada e indagar su sentido, aunque no seamos realmente nómadas, por mucho que viajemos con la VISA escondida y vestidos rotos de seda y naylón. Somos sedentarios como mundo, en el cual se ha eliminado a los nómadas. Ellos tuvieron la sensación de libertad, aunque no fuera cierta. Nosotros, los sedentarios, tenemos la palabra “libertad” disecada en el pensamiento.
Con el mundo sedentario vinieron las fronteras. Más aún: impusimos la propiedad privada. Lo mío y lo tuyo. Incluso hacemos lo mismo con las personas: Mí, nuestra, mi tribu, mi patria, mi idioma… Ya no sólo hubo un camino de vuelta, sino quevolver se convirtió en una obsesión(Ulises, s. VII a. C.) y se hizo el horario y con éste las horas. Ulises representa el tránsito de nómada a sedentario a nivel de la humanidad.
Un nómada jamás llevaría un reloj. El sedentario come a la hora, duerme a la hora que le corresponda, pero el nómada no. Come cuando llega a un lugar, y luego sigue. Duerme cuando la oscuridad y el cansancio lo paran. Conoce gente a su paso y no gente que pasa. El nómada habla poco, pero dice de lo que ve y percibe. El sedentario habla mucho, se inventa la mayor parte de lo que expresa y lo demás es mentira. El nómada nunca escribe, el sedentario se escribe a sí mismo para esconderse y hacerse el listo, cuando no disfrazar su sedentarismo de aventura y, peor aún, para hacerse pasar por un nómada.
Los sedentarios no dejamos que los pensamientos pasen, sino que nos aferramos a ellos y creemos tener razón siempre, cuando un nómada sabe que la razón cambia a cada paso. Los sentimientos forman parte del caminoy quedan y fluyen, son caminos de viento, pero para los sedentarios son su cárcel y tortura.
El nómada deja que todo pase, hasta él mismo. El sedentario perpetúa su mundo, lo impone, hace estatuas en lugar de palpar el aire, templos en lugar de miradas, casas en lugar de hogueras. Los sedentarios hacen Historia, aunque haya que matar para ello. Los nómadas no son ni malos ni buenos. Los sedentarios son malos o buenos, según en qué bando se sitúen, porque siempre hay un bando del bien y otro del mal sin saber que es lo uno y lo otro, pero ambos lo forman sedentarios. Los nómadas han pasado. Quedamos los sedentarios. No podemos hacer nada. O quizá sí… dejar que las palabras sean nómadas…
Nos queda el anhelo, la mirada profunda del primer gen.
Ya no me acordaba de una época en que anduve caminos. Gracias a creer ser nómada con la palabra he recordado que el año 1980 escribí unas palabras tras meses de andadura, de vagar y deambular. Desperté de un sueño, cuyas palabrashuellas dedico a Alex, el poetafotógrafo y caminante que anhela ir a la India y encontrar con quien amar. El desayuno de la mañana sedentaria en la que desperté del sueño nómada fue una camisa de fuerza, baños de insulina inyectada y sueño, pero fue otro sueño:
¿Dónde está el camino?
¿dónde los pasos que fueron latidos?
¡Me roban el camino!
derrotado y sepultado en el asfalto.
¿Y mi camino?
¡¡¡Que no me roben el alma con dioses ni con nirvanas.
Que no me roben mis genes con la herencia.
Que no roben mis pecados con diablos de cartón.
Que no roben mi sinceridad con verdades de plástico.
Que no me roben la libertad con revoluciones perdidas.
Que no sigan robando pueblos y culturas con el televisor.
Que no roben las fiestas con el comercio.
Que no roben mi tristeza con pastillas.
Que no me roben la alegría con cubatas.
Que no me roben la angustia con terapias.
Que no me roben el aire con los malos humos.
Que no roben el silencio con los ruidos.
Que no roben la distancia con el avión.
Que no roben el cielo con radares.
Que no roben el hambre con un sueldo y nada más.
Que no roben el sexo con vídeos y dinero.
Que no roben el amor con sermones y doctrinas.
Que no me roben el tiempo con las prisas y relojes.
Que no roben la noche con el horario del turno.
Que no me roben Colunga con apartamentos y postales.
Que no me roben los años con la experiencia de la vida.
Que no roben preguntas con exámenes en las aulas.
Que no roben horizontes con jaulas enlatadas.
Que no roben la razón con intereses rentables.
Que no roben mis respuestas con los testde Rorschach.
Que no roben el trabajo con impuestos para guerras.
Que no roben el amor con ceremonias y banquetes.
Que no me roben el sueño con el despertador de moda.
Que no roben mi cuerpo con uniformes ni trajes de gala.
Que no roben mi rebeldía con la boca de mis hijos.
Que no roben el amor con temores y sospechas.
Que no roben la oscuridad con lámparas de neón.
Que no roben el viento con el nanómetro.
Que no secuestren el amanecer con pinturas y fotos.
Que no alejen mi soledad con falsas compañías.
Que no mueran los amigos con el trajín de la vida.
Que no sean recuerdos con pretendidos olvidos.
Que no roben mis sueños con la realidad imperante!!!.
¡Oh, mundo ladrón!
Que no me roben el camino
en el que guardo amigos y recuerdos
cansancio y miradas de una flor.
Que no me roben el alma
donde cobijo alegrías y penas,
versos y nidos de amapolas blancas.
Que no me roben el camino
donde acompaño al viento
y recorro nubes junto al sol.
Que no me roben el camino
en donde late el silencio
y la pisada es el reloj.
¡Que no me roben el camino!
En él tuve ganas de comer,
en el autobús de vomitar.
En el camino no hay curvas,
sino silueta del trazado.
No puedo estirar los brazos
que chocan con la ventana.
Me duelen ojos y sudores fríos.
Me arrancan del camino
sin poder pensar que vuelo.
Y golpearán mis cartas con matasellos.
Y volverá la vanidad del amor.
Y mis manos apretarán otras de compromiso.
Y los abrazos me agarrarán.
Y tras volver otra vuelta
para coger el tren.
Atravieso caminos en la mirada
de los que anduve
¡pero ya no son míos!
¿Donde el caminar?
No son los mismos árboles.
Las nubes han cambiado.
El mar es otro mar.
No hay lejanía
ni el camino es ya camino.
Otros montes, otros prados.
La brisa se estrella en el asfalto.
Las montañas se mueven
sin quedarse desnudas ante mí.
No hay frío,
la lluvia no moja.
¡Y mi camino!
de sueños y cantos.
¿Dónde está
sino adentro del alma?
¿Dónde las esperanzas sin final
sino en la espera de no sé qué?
¿Dónde mis cantos
sino en mis pasos?
Ya no podré seguir
a las gaviotas con la mirada,
ni correr tras ellas queriendo volar.
No podré mugir a las vacas,
ni balar a las ovejas.
Dejaré de respirar al ritmo de las olas.
¡Quiero volver!
No me importa que los coches
salpiquen con los charcos.
Ni que piensen que estoy loco
por bailar mientras que corro.
Ni que escuchen cuando silbo y canto.
No me importa volver a maullar
a los perros para que ladren,
ni preguntar cómo se va
a no sé dónde.
No quiero cambiar la belleza por la felicidad.
Ni la eternidad por el tiempo hueco.
Ni el horizonte por contratos indefinidos.
Ni las sirenas por las prostitutas del puerto.
Ni la poesía por la filología.
Ni los gestos por la pose.
Ni caprichos por salud de oro y marfil.
No quiero cambiar el arte por la fama.
¡No quiero cambiar mi camino!
¿Por qué no me perdí en él?
La música de la radio no es
la de las hojas en las ramas.
El calor del tren no es el de afuera.
Ya no me siento en el suelo.
Ya no es mi ritmo quien me lleva.
¿Qué pasa?
Y fui yo quien pagó el billete.
¿Cómo volver?
¡a mi camino!.
No hay parada más allá de la estación.
Y volver es la bruma del poeta,
es el trisar de las golondrinas
al borde del campanario.
Es el languidecer de una tarde
que flota sobre los tejados.
Siempre hay un rincón que duerme
a la ladera de cualquier ciudad.
Cuando el camino no es un viaje,
sino la propia vida,
no hay recuerdos ni regalos.
Sólo lo que se lleva a cuestas
es aquello que se puede dar.
Son las palabras huellas
y las rimas aleteos.
Copas entre amigos y desconocidos.
Libros sin ton ni son
y siempre Ella como telón de fondo.
Y un trozo de pan
y hablar con la gente.
Adonde no llegue la mirada
no lo harán mis manos,
ni mis poemas de barro,
a los que daré forma
de latido y vida.
A la vuelta ¿qué hay?.
Un caminar de alas
con la sangre de un río invisible.
El asfalto se hace espuma
y andar no es ir de acá para allá.
Es flotadura del alma.
Pensando como pensé,
en aquel caminar,
he aprendido la lección,
de ser piedra entre las piedras,
aire con el aire.
He amado otros caminos,
ciertos e inciertos.
La meta es lo de menos
ante un infinito
que termina al volver.
Ser sincero,
a pesar de las togas de alquitrán,
a pesar de los cargos sin carga.
He escrito notas y versos
para que la palabras anden
entre auroras y manos.
Y a la vuelta hay otras rutas,
otros lugares
en forma de caminos.
Pues volver es seguir,
y seguir.
Y un paso tras otro
hasta volver al mar.
“Que no me saquen del camino”.
Volver es volver.
* Ramiro Pinto
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