Nostalgia para amantes de los tebeos (Cuarta Parte). El teniente Blueberry
El éxito de El Príncipe Valiente prolongó la serie más allá de la muerte de su creador. Un mediocre dibujante prosiguió la historia, obteniendo resultados desiguales. Algo parecido sucedió con el Teniente Blueberry, una extraordinaria creación deGiraud y Charlier.
Blueberry, cuya semejanza con Jean-Paul Belmondo se acentúa en los años del “spaghetti western”, es un cínico oficial de la caballería de los Estados Unidos. Ascendido a teniente durante la guerra civil, participa en la lucha entre la Union Pacific y la Central Pacific -las dos compañías ferroviarias que se disputan el objetivo de unir el Atlántico y el Pacífico- y firma un tratado de paz con la nación sioux. Un militar sin escrúpulos, el general Allister, romperá el acuerdo, traicionando las promesas hechas a los indios. El general Cabellos Rubios es probablemente uno de los mejores manifiestos antimilitaristas de la historia del cómic. Los esfuerzos de Blueberry por detener la matanza de sioux iniciada por Allister perjudicarán gravemente su carrera. La campaña del cobarde y mediocre general fracasa, pero éste se encarga de que lo envíen como marshall a un remoto pueblo levantado en las proximidades del desierto y cerca del territorio apache. Allí transcurre una de las aventuras más logradas de la serie, cuya deuda con el “spaghetti-western” queda perfectamente reflejada en los cazarrecompensas con levita negra estilo príncipe Alberto y en los pueblos polvorientos calcinados por el sol.Prositt Luckner, el villano de la historia, es un desalmado singular. Nunca en un personaje imaginario se ha cumplido de forma más rotunda la máxima de La Rochefoucauld, según la cual la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.
La traición es el medio natural de Prositt, pero antes consigue atraerse la confianza de sus víctimas. Seductor, locuaz, refinado, parece un tranquilo caballero que recorre el salvaje Oeste en busca de yacimientos arqueológicos. A lomos de una mula, su inofensivo aspecto despierta la sonrisa de vaqueros y pistoleros, que le toman por un petimetre. Sin embargo, su vocación no es la arqueología, sino el crimen. Asesinatos, robos, usurpación de personalidad, nadie le detiene para conseguir lo que busca: una fabulosa mina de oro situada en un poblado zuñí excavado en la montaña. Se trata de un lugar maldito, abandonado por sus ocupantes hace muchos años y habitado por un fantasma que dispara balas de oro. El desierto de Arizona, fielmente copiado del Monumental Valley retratado por Ford en espléndidas panorámicas, juega un papel fundamental en el relato. Giraud refleja los cambios del paisaje, subrayando su influencia sobre el comportamiento de los personajes. La hostilidad del medio infunde un carácter angustioso a una narración que, en algunos momentos, se interna en el terreno de lo fantástico y lo sobrenatural.
En la siguiente aventura, Blueberry ha regresado al ejército, pero un alto funcionario del gobierno decide fingir su expulsión para facilitar la recuperación de 500.000 dólares, el tesoro oculto de la Confederación. Un oficial separado del ejército con deshonor tendrá menos dificultades para justificar su presencia en el México de Juárez, donde se encuentra presumiblemente el dinero extraviado. Se abre de este modo un ciclo que concluye con Blueberry en la cárcel injustamente acusado de haberse apropiado del tesoro confederado. Giraud, que vivió durante una temporada en México, retrata el país con minuciosidad y verosimilitud. El dibujo logra captar los matices que definen las distintas atmósferas y refleja perfectamente la convulsa realidad de una nación que sale del caciquismo colonial para caer en la venalidad de políticos al servicio de los grandes propietarios. El gobernador López encarna los intereses de la alta burguesía asentada en las ciudades y anuncia el dominio del mundo urbano sobre un campo cada vez más empobrecido. Vigo, oficial de los rurales -un cuerpo fundado por un antiguo cosaco y, presumiblemente, inspirado en la Guardia Civil española-, representa los ideales revolucionarios que no se conforman con la independencia política y que aspiran a una sociedad capaz de acometer la reforma agraria, salvando de la miseria a indios y campesinos.
El amargo desenlace de la misión que le había conducido a México sólo marca el inicio del calvario que recorrerá Blueberry en los álbumes posteriores. Condenado a veinte años de reclusión en un duro penal militar, se convierte en el chivo expiatorio de un complot para asesinar al presidente Grant. Angel Face relata los preparativos para llevar a cabo el magnicidio. La intervención de Blueberry en el último momento malogra el atentado, pero no consigue deshacer el malentendido que le señala como el frustrado magnicida. Perseguido por todos -los conspiradores quieren liquidarle para que no salga a la luz la maquinación y las autoridades locales intentan compensar los fallos de seguridad con una rápida captura-, Blueberry deambula de un lado a otro, sobreviviendo gracias a la ayuda de aliados ocasionales, entre los que se cuentan dos niños mexicanos que alaban su puntería tras observar como liquida a dos de sus perseguidores. Charlier maneja con habilidad el tema del falso culpable y logra imprimir a la acción un ritmo vertiginoso que recuerda las tramas del cine policiaco ubicadas en un espacio urbano opresivo y sobrecargado. Giraud se desenvuelve con soltura en este escenario y su dibujo, cada vez más cercano a los planteamientos oníricos y fantásticos que le han hecho famoso como Moebius, logra caracterizar con profundidad a cada uno de los personajes, captando sus emociones y sus mecanismos psicológicos. El humor del relato incorpora un elemento nuevo a la serie. El asfixiante cerco que se teje alrededor de Blueberry sólo cede en algunos momentos, donde el tono de comedia desplaza la tensión predominante. En esos instantes, la historia recuerda algunas películas de Hitchcock, en las que la adversidad del protagonista no le impide bromear sobre su situación. En ese sentido, es memorable la conversación entre Cary Grant y su madre en Con la muerte en los talones (el título, que es una ocurrencia del doblaje español, habría servido perfectamente para un western). Convertido en el blanco de una peligrosa organización criminal y acusado del asesinato de un funcionario de las Naciones Unidas, Cary Grant todavía conserva buen humor para ironizar sobre los crímenes que se le atribuyen.
Concluida esta etapa, Giraud se cansó del personaje y la serie se interrumpió durante un tiempo. Su reanudación fue el resultado de un compromiso editorial y sólo respondió al deseo de rehabilitar a Blueberry para seguir aprovechando el éxito del personaje. Tras la muerte de Charlier y la defección de Giraud, la serie se convirtió en una patética sombra de sí misma. Antes de morir, Charlier tuvo tiempo de participar en el guión de Arizona love, donde confirmó sus dotes para la comedia. Algo más tarde, Giraud ha dibujado otro álbum, Mr. Blueberry, donde aparecen los hermanos Earp y en el que Blueberry ha abandonado definitivamente la carrera militar para convertirse en jugador profesional. La historia finaliza con una aparición fantasmagórica del legendario Wyatt Earp y con Blueberry malherido en un oscuro callejón. Blueberry suele ir acompañado de MacClure, un viejo borrachín, y de Red Neck, un secundario menos definido. En la etapa mexicana, aparece Chihuahua Pearl, una ambiciosa bailarina de salón que se parece a Marilyn Monroe o a cualquiera de las rubias platino que se disputaron su herencia. Ella y Guffie Palmer, una vieja prostituta que saca a Blueberry de más de un apuro, son las únicas mujeres en un universo esencialmente masculino.
La serie evoluciona y sus criaturas cambian. Blueberry cada vez tiene más canas y su rostro refleja las privaciones sufridas durante su estancia en prisión. MacClure también envejece y, además, sufre los estragos del alcohol, que deforma su nariz e imprime a su cara ese característico tono rojizo de los bebedores de whisky. Los escenarios de la historia también sufren transformaciones. La evolución del western en el celuloide se refleja en el rumbo de la serie. Las primeras aventuras tienen como telón de fondo la guerra de secesión y recrean una atmósfera parecida a la de Lo que el viento se llevó: mansiones neoclásicas, negros furtivos y ciudades en llamas. La guerra contra los apaches, que articula el segundo ciclo narrativo, participa del mismo espíritu revisionista de las películas que en los años 50 comenzaron a rehabilitar la maltratada imagen de los indios. Dentro de esta tendencia figuran westerns como Apache de Robert Aldrich o Flecha rota de Delmer Daves. En Fort Apache (1948), John Ford denuncia el racismo de algunos mandos del ejército. Hay cierta semejanza entre el argumento de la cinta y el guión de Fort Navajo. En los dos casos, un militar ambicioso y lleno de prejuicios precipita una guerra que sólo logrará detener un oficial, cuya honestidad y coraje contrasta con la corrupción moral de sus superiores. Walter Hill repetirá este esquema narrativo en Gerónimo (1993), una denostada película que, pese a todo, contiene algunos momentos interesantes y una meritoria interpretación de Gene Hackman y Robert Duvall. Por cierto, es imposible no pensar en Blueberry al contemplar a Jason Patrick encarnando al personaje histórico del teniente Gatewood, gracias a cuya mediación se entregó Gerónimo.
La construcción del ferrocarril inicia otra etapa que evoca el desarrollo visual de las películas filmadas en la década de los sesenta y que desemboca en la campaña de invierno de Allister, cuyas atrocidades recuerdan las terribles escenas de Soldado azul o de Pequeño gran hombre. Apenas hay que señalar la semejanza entre Allister y Custer. Los dos son sanguinarios y oportunistas, y ambos encarnan los aspectos más tenebrosos de la historia del Oeste.Después de una inspirada incursión en el “spaghetti-western”, la serie llega a México, impregnándose del cinismo y la tenue melancolía del western crepuscular. Los héroes envejecidos y desengañados de este ciclo tienen mucho en común con los personajes de Grupo salvaje o Pat Garrett y Billy the Kid. Por último, las aventuras comprendidas entre Nariz Rota y La tribu fantasma, donde Blueberry se convierte en un inverosímil jefe de guerra apache, prefiguran la inversión radical de los valores tradicionales del western, anticipando una reinterpretación de la historia americana y un espíritu crítico que coincide con la perspectiva de Bailando con lobos, una película desigual donde un desertor descubre la extraordinaria dignidad de los indios.
Esta postura no impide que Charlier y Giraud muestren sin tapujos la ferocidad de los apaches. La crueldad de Vitorio trae a la memoria las torturas y asesinatos que cometen un grupo de chiricahuas fugados de la reserva en La venganza de Ulzana, una descarnada película de Robert Aldrich que investiga los aspectos más sombríos del alma humana. Los apaches era una tribu belicosa que peleó sucesivamente contra los españoles, los mexicanos y los colonizadores anglosajones. No eran agricultores, ni artesanos. “Apache” -en su propio idioma- significa enemigo y lo cierto es que la guerra fue su actividad principal. Su ardor en el combate hizo que el general Crook, que luchó durante largos años contra ellos, les llamara los “tigres humanos“. Los navajos y los indios pueblo, que eran tribus hermanas, tampoco se libraron de su violencia. Los mexicanos, que ofrecían 300 dólares por cabellera apache, y los comanches, que con el tiempo compartirían con ellos la reserva de Oklahoma, fueron sus enemigos tradicionales. Los apaches torturaban a sus prisioneros porque su religión sostenía que de ese modo se apropiaban de su alma. Antes que ellos, muchos pueblos practicaban el canibalismo movidos por esa misma creencia. Los antiguos cazadores también estaban convencidos de que, al comerse a sus presas, se adueñaban de su fuerza. Todas estas supersticiones pasaban por alto una infamia que ya Platón había descubierto al estudiar el efecto del dolor: el sufrimiento expulsa al alma del cuerpo. Un hombre quebrantado por el tormento ya no es un ser humano, sino un despojo al que se ha arrebatado su capacidad de experimentar sentimientos racionales. El cuerpo es una realidad implacable que somete al espíritu con una facilidad atroz.
Los abusos cometidos contra los apaches no pueden borrar los aspectos menos amables de su cultura. Las ofensas no invisten de bondad a los que las padecen. Por el contrario, la injusticia envilece a sus víctimas, lo cual no impide que haya que luchar contra ella. El cine de Buñuel expresa admirablemente este conflicto. La desdichada peripecia de Nazarín, un sacerdote católico que se propone llevar hasta sus últimas consecuencias la imitación de Cristo, o la grotesca cena de los menesterosos que invaden la casa de la castísima Viridiana, nos muestran que la pobreza es abyecta, pero no sólo por la miseria que acarrea, sino también por la degradación moral que produce en sus víctimas.