Nostalgia para amantes de los tebeos (Tercera Parte). El Príncipe Valiente

Nostalgia para amantes de los tebeos (Tercera Parte). El Príncipe Valiente

Pocas semanas antes de morir, mi padre me compró los primeros fascículos de El Príncipie Valiente. La historia me deslumbró desde la primera entrega.

Exiliado de su patria, Valiente es un príncipe vikingo que pasa su infancia en una zona pantanosa del Este de Gran Bretaña. Es hijo de Aguar, rey de Thule destronado por el tirano Sligon, y su sueño es convertirse en caballero de la Tabla Redonda. Su estancia en los pantanos le formará el carácter. Se enfrentará con dragones, tortugas prehistóricas y un ser deforme con aspecto de ogro. Su madre, una horrible bruja, le predice un porvenir lleno de aventuras, pero sin paz ni felicidad. La primera desdicha no tarda en llegar. La madre de Val muere en plena juventud y éste decide alejarse de los pantanos para mitigar su dolor. Resuelto a obtener las espuelas de caballero, dirige sus pasos hacia Camelot.

Por el camino, conoce a sir Gawain, al que salva de un gigantesco cocodrilo y de un caballero renegado que le ataca a traición. Convertido en su escudero, realiza hazañas que el rey Arturo recompensará con la orden de caballería. Empuñando la “Espada Cantante”, un arma con propiedades mágicas cuando se utiliza para un noble fin, hará retroceder a las huestes de Atila en el corazón de Europa y logrará frenar las invasiones de los sajones. En compañía de Boltar, un pirata escandinavo que ejerce su profesión con alegría y desvergüenza, se adentrará en Africa, donde encontrará animales fabulosos (en realidad, jirafas y elefantes), luchará contra un ogro terrible (un orangután) y unos enanos que arrojan dardos envenenados (pigmeos). Anticipándose en cinco siglos a Erik el rojo, cruzará el Atlántico para rescatar a su mujer, secuestrada por uno de sus enemigos, y entrará en contacto con los guerreros de piel cobriza que habitan esas tierras.

Valiente maneja la espada con mucha habilidad y es un diestro jinete. Sin embargo, muchas de sus victorias no son producto de la fuerza, sino del ingenio. Cuando uno de sus escuderos pierde un pie, le aconseja que abandone las armas y se dedique a los libros, pues la inteligencia es la que gobierna las naciones. Esta sensata observación no impide que de vez en cuando se comporte como un adolescente atolondrado. En una ocasión, sustituye los estandartes de Camelot por ropa interior femenina y, en otra, propaga la falsa amenaza de un dragón, forzando la salida precipitada de varios caballeros por una puerta donde los espera una ingeniosa trampa que les arrojará a un foso de agua helada.

Las aventuras de Val discurren en el siglo V, una época convulsa y llena de cambios. Los pueblos del norte cruzan el Rihn y se diseminan por Europa. Alarico saquea Roma y el Imperio creado por los césares desaparece en medio de una hecatombe que muchos identifican con el fin del mundo. San Agustín escribe: “Horribles noticias nos han llegado[…], no podemos negarlo: infaustas nuevas hemos oído gimiendo de angustia y pena, y llorando frecuentemente sin podernos aliviar. No cierro los ojos a los hechos: el mundo se viene abajo.” Son los años en que la civilización mediterránea sucumbe bajo las oleadas de hunos, godos y vándalos. Oriente comienza a despuntar y el feudalismo todavía no se ha puesto en marcha. La Edad Media retratada por Foster incluye ciertos anacronismos. Así, la biografía de Valiente, que se imprime mucho antes de que la imprenta permitiera la edición de varios ejemplares de una misma obra; o el hallazgo accidental de la pólvora, que se anticipa en mil años a su aparición en Europa. Tampoco es muy verosímil el racionalismo de Merlín, que cuestiona la existencia de fuerzas sobrenaturales en una sociedad donde lo fantástico estaba tan arraigado en la mentalidad colectiva que nadie dudaba que las brujas volaran o el diablo se encarnara en forma de inmaculadas doncellas.

La transfusión de sangre que salva la vida de Valiente también es una licencia bastante sorprendente, pues todavía en el siglo XVI se consideraba herético sostener que la sangre circulaba por el cuerpo. Miguel Servet fue quemado vivo, entre otras causas, por mantener esta teoría, a la que atribuía connotaciones místicas y teológicas. La visión de la Edad Media que se plasma en El Príncipe Valiente coincide con la versión romántica de la época. Castillos en ruinas, paisajes llenos de misterio y poesía, espíritu heroico e idealización de la mujer. Al igual que Chauteaubriand, Foster concibe el mensaje cristiano como el fundamento de la civilización occidental y el fracaso de la nueva doctrina en su intento por extenderse en Thule, provocará una amarga decepción en el ánimo de Aguar, que soñaba con convertir su reino en un nuevo Camelot. El espíritu romántico que circula por la serie se corresponde perfectamente con los rasgos biográficos de su creador. Nacido en Canadá, a orillas del Atlántico, la infancia de Foster discurrió entre el mar y la naturaleza. A los ocho años ya era capaz de manejar un velero y a los catorce navegaba en una corbeta como oficial de a bordo. Cazador, boxeador, buscador de oro, cruzó la frontera de los Estados Unidos en bicicleta y se desplazó en ella hasta Chicago. Salvo en su trágico desenlace, su existencia participa del mismo impulso aventurero que caracterizó la vida de Jack London.

Los personajes femeninos de la serie trascienden el estereotipo que solía asociarse a las heroínas de papel. Meros complementos de los protagonistas masculinos, las mujeres que aparecían en las historietas dirigidas al publico juvenil tenían unos rasgos tan parecidos que muchas veces resultaba difícil distinguirlas ente sí. Esta uniformidad producía invariablemente personajes pueriles y de escaso interés. Foster no siguió este criterio. Aleta, la mujer de Valiente, tiene una personalidad compleja y desarrolla un papel importante en la narración. Reina de una pequeña isla en el mar Egeo, aparece por primera vez cuando la sed y el sol están a punto de acabar con Valiente. Su intervención le salva de una muerte segura y marca el inicio de una obsesión. Convencido de que ha caído bajo un hechizo, Val no logra olvidar el bello rostro de aquella misteriosa mujer. Pese a su origen meridional, Aleta tiene una hermosa cabellera rubia que le transmite la apariencia de una diosa de la mitología griega. Valiente visita de nuevo a la bruja que le auguró una vida llena de aventuras, pero exenta de felicidad. La profecía no ha cambiado. La hechicera le confirma que no conocerá la paz ni la tranquilidad. La guerra y una existencia itinerante llenarán su futuro. En cuanto a Aleta, nada logrará deshacer el encantamiento. Su recuerdo le perseguirá como una pesadilla interminable. Atormentado, visita a Merlín. El consejero de Arturo se burla de sus quejas y le dice que “sólo una tortuga dormida conoce la felicidad”. Además, qué otra cosa desea Val sino aventuras, viajes, batallas y una doncella a la que amar.

Pasarán aún dos años hasta que Valiente y Aleta se reúnan de nuevo. Tras un secuestro que recuerda los romances mozárabes, la pareja se casa y comienza de este modo una relación que atravesará largas etapas de felicidad y períodos de incomprensión. Incluso se producirá alguna separación temporal y el matrimonio bordeará la ruptura. Las crisis, sin embargo, siempre se resolverán, pero cada uno de ellas dejará algún tipo de huella que incorporará al relato nuevos matices. Cada reconciliación será diferente y los hechos posteriores reflejarán los efectos del conflicto. Inteligente, generosa, bellísima (Harold Foster es -con Alex Raymond- uno de los dibujantes más inspirados en la representación de la figura femenina),Aleta es algo más que la compañera sentimental que completa el relato del héroe. Su participación en la historia es esencial. Resuelve crisis de Estado, evita guerras inútiles, refuerza los lazos familiares y se enfrenta a los peligros con serenidad y aplomo. Ocurrente, perspicaz, chispeante, su presencia ilumina el relato y lo transforma por momentos en una comedia tan refrescante y encantadora como las mejores películas de George Cukor o Howard Hawks.

La sinceridad me obliga a recordar que la irrupción de Aleta en la serie me desagradó enormemente. La transformación del relato en una historia familiar en la que predominaban lo íntimo y lo doméstico sobre las aventuras heroicas y las gestas épicas, no tenía mucho atractivo para un niño de diez años. Los prosaicos conflictos de una familia no podían sustituir el encanto que tenía para mí la acción y la aventura. En muchos momentos, llegué a odiar a aquel personaje que, pese a proceder de unas islas griegas, tenía una melena rubia y un cuerpo perfecto que recordaba a las adolescentes norteamericanas bronceadas por el sol de California. Su manera de resolver cualquier asunto -enarbolando el dedo índice y arrugando la nariz- me parecía tan irritante que no podía reprimir el deseo de que algún rufián insensible a esas muecas tuviera la feliz idea de arrojarla a un foso repleto de fieras hambrientas. Su desaparición hubiera permitido a Val regresar a esa vida ambulante y algo salvaje que había malogrado el matrimonio. Sin embargo, mis expectativas quedaban defraudadas semana tras semana. Foster adoraba a su personaje y parecía cómodo con el giro que había tomado la historia. Su predilección por Aleta, en la que Vázquez de Parga sólo ve “la encarnación del proverbial matriarcado norteamericano“, le hizo olvidar la discriminación que padecía la condición femenina en la Edad Media. Una época que describía a la mujer como “un saco de heces” o como “el sexo que ha envenenado a la humanidad, obligando a Cristo a morir por nuestros pecados”, no hubiera tolerado en ningún caso la intromisión femenina en asuntos tan graves como los que resuelve Aleta con sus empalagosas artimañas.

Tal vez, uno de los aspectos más interesantes de la serie sea la evolución de sus personajes. Sujetos a cambios, tienen hijos (Arn, el primogénito de Valiente, adquiere un protagonismo creciente con el paso del tiempo), mueren (como Tristán o Beric, cuya desaparición desborda las previsiones del lector, acostumbrado a la invulnerabilidad de sus héroes) y, sobre todo, se equivocan. Valiente se muestra implacable con sus adversarios y no conoce los problemas de conciencia. Matar al enemigo forma parte de la rutina del guerrero. Habituado a la excelencia moral de personajes como el Capitán Trueno o el Jabato, que arriesgan sus vidas por salvar las de los villanos que instantes antes intentaban matarlos, no se me ha olvidado la escena en que Valiente, con la ayuda de su escudero, ahorca a un salteador de caminos disfrazado de fraile. Foster disculpa su conducta con la excusa de que, de acuerdo con la mentalidad de la época, no había nada de malo en esa forma de proceder. Entre los rasgos que caracterizaron a aquel momento histórico, no se encontraban las consideraciones humanitarias. 

La tortura se concebía como un procedimiento legítimo y nadie planteaba objeciones a la pena de muerte. De hecho, las ejecuciones públicas eran la diversión favorita de aquellos tiempos. En El otoño de la Edad Media, Johann Huizinga nos recuerda que “había ejecuciones capitales con una ininterrumpida frecuencia. El cruel incentivo y la emoción grosera que emergían del cadalso eran un importante elemento para el sustento espiritual del pueblo. Para los crímenes más horribles había inventado la Justicia castigos pavorosos. Un joven incendiario y asesino fue colocado, en Bruselas, con una cadena que podría girar en un anillo en torno a un poste, en medio de un círculo de montones de ramas encendidas”.

Valiente no es el único personaje que comete errores o que, desde el punto de vista de la moral contemporánea, actúa de una forma inaceptable. Sir Gawain tampoco muestra mucho respeto por la vida humana y no disimula el placer que le proporciona aniquilar a sus adversarios. Además, es egoísta y débil. Su pasión por el juego y las doncellas le llevará a comportarse de un modo irresponsable, dando la espalda a su deber y defraudando la confianza de los demás. Foster también nos muestra la traición de Ginebra, la pasión senil de Merlín y la soledad de Arturo, que no logra impedir la lenta descomposición de la Tabla Redonda. En definitiva, todos los que intervienen en el relato muestran sus imperfecciones, alcanzando de este modo una talla inusual como personajes de ficción.

Foster mantiene su inspiración a lo largo de toda la historia. Su inventiva y su capacidad de trabajo (empleaba entre 55 y 60 horas semanales en la realización de cada plancha) no decayeron con el paso de los años. La serie comenzó a publicarse en 1937 y hasta 1970 avanzó sin ayudantes ni equipo colaborador. Excelente dibujante, Foster demostró un talento excepcional en la recreación de paisajes y emociones humanas. Su penetración psicológica le permitió plasmar las más convincentes expresiones de temor, coraje, ternura o perplejidad. Su pasión por la naturaleza hizo posible que de su pluma emergieran valles, acantilados, bosques, océanos. Su extraordinaria sensibilidad para el mundo natural le ayudó a captar los matices de los paisajes que recorren sus personajes (Europa, Escandinavia, Africa, América) y las peculiaridades de cada elemento: el agua, el aire, la piedra o el fuego.

Foster era un narrador extraordinario. La infancia de Valiente y sus peripecias hasta que se convierte en un hombre casado componen, para mi gusto, la parte más sólida e inspirada del relato. Dentro de ese ciclo, hay aventuras de gran brillantez -como el asedio de Andelkrag, la campaña contra los hunos o la destrucción de Saramanda-, pero junto a estos episodios mayores hay pequeñas historias llenas de encanto. Una de ellas relata la existencia de un gigante que atemoriza a las aldeas situadas en las proximidades de su castillo. Valiente se compromete a acabar con él, pero no tardará en descubrir que el temible gigante sólo utiliza el miedo para salvaguardar a una corte de parias a los que protege. Su hostilidad se transforma en admiración y propone al gigante que sustituya el terror por la amistad. Éste acepta y consigue el respeto de sus vecinos.Aunque mucho más ingenua, esta fábula guarda cierta semejanza con Freaks. Al igual que en la película de Tod Browning, los verdaderos monstruos no son esos seres deformes que viven ocultos en un castillo, sino los que están más allá de esos muros, los que se burlan de ellos y no muestran ninguna compasión hacia esas criaturas maltratadas por los ciegos mecanismos de la ley natural. La película maldita de Browning se estrenó en 1932. Fue un completo fracaso y la prensa más conservadora arrojó sobre ella toda clase de insultos y descalificaciones. Tal vez, entre el escaso público que asistió a la proyección se encontraba Harold Foster y la historia del gigante, publicada diez años después, se concibió como un secreto homenaje. Parece descabellado, pero conviene recordar que el cogito cartesiano se inspiró en una famosa máxima de San Agustín formulada mil años antes: Me equivoco, luego soy. Si esta ocurrencia pudo atravesar diez siglos, ¿qué podría impedir a unas imágenes cinematográficas incidir sobre la mente de un dibujante consagrado a la creación de universos imaginarios?

* Into The Wild Union

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