Obama, Bush y los golpes de Estado latinoamericanos

Obama, Bush y los golpes de Estado latinoamericanos

Algo extraño está ocurriendo en América Latina. Las fuerzas de derecha en la región están emplazadas de tal modo que pueden desempeñarse mejor durante la presidencia estadunidense de Barack Obama que durante los ocho años de George W. Bush.

Éste encabezaba un régimen de extrema derecha que no tenía ninguna simpatía en las fuerzas populares en América Latina. Por el contrario, Obama encabeza un régimen centrista que intenta replicar la política del buen vecino que proclamara Franklin Roosevelt como forma de anunciar el fin de la intervención militar directa de Estados Unidos en América Latina.

Durante la presidencia de Bush, el único intento serio de golpe de Estado con respaldo de Estados Unidos ocurrió en 2002 contra Hugo Chávez en Venezuela, asonada que falló. Fue seguida de una serie de elecciones por toda América Latina y el Caribe, donde los candidatos de centro-izquierda ganaron en casi todos los casos. La culminación fue una reunión en 2008 en Brasil, a la que Estados Unidos no fue invitado y donde el presidente de Cuba, Raúl Castro, recibió trato de héroe virtual.

Desde que Obama asumió la presidencia se ha logrado perpetrar un golpe de Estado en Honduras. Pese a la condena que expresó el mandatario, la política estadounidense ha sido ambigua y los líderes del golpe están ganando su apuesta de mantenerse en el poder hasta las próximas elecciones para presidente. Hace muy poco, en Paraguay, el presidente católico de izquierda Fernando Lugo pudo evitar un golpe militar, pero su vicepresidente derechista, Federico Franco, está maniobrando para obtener, de un parlamento nacional hostil a Lugo, un golpe de Estado bajo la forma de enjuiciamiento. Y los dientes militares se afilan en otros países.

Para entender esta aparente anomalía debemos mirar la política interna de Estados Unidos y cómo afecta la política exterior estadounidense. De vez en cuando y no hace tanto tiempo, los dos partidos principales representaban a coaliciones de fuerzas sociales que se trasladaban y en los que el balance interno de cada uno iba de una derecha, corrida del centro en el caso del Partido Republicano, a una cierta izquierda, movida del centro para el Partido Demócrata.

Debido a que los dos partidos se trasladaban, las elecciones tendían a forzar a los candidatos presidenciales de ambos partidos más o menos hacia el centro, de modo de ganaban sobre la fracción relativamente pequeña de votantes que eran los independientes, situados en el centro.

Éste ya no es el caso. El Partido Demócrata es la misma coalición amplia que siempre ha sido, pero el Partido Republicano se ha desplazado más a la derecha. Esto significa que los republicanos tienen una base menor. Lo lógico es que esto significara bastantes problemas electorales, pero como estamos viendo, no funciona exactamente de ese modo.

Las fuerzas de la extrema derecha que dominan el Partido Republicano están muy motivadas y son bastante agresivas. Buscan purgar a todos y cada uno de los políticos republicanos a quienes consideren demasiado moderados e intentan forzar a los republicanos en el Congreso a una actitud negativa uniforme hacia todas y cada una de las propuestas del Partido Demócrata y en particular del presidente Obama. Los arreglos políticos de compromiso ya no se ven como políticamente deseables. Por el contrario, a los republicanos se les presiona para marchar al ritmo de un solo tamborilero.

Entretanto, el Partido Demócrata opera como siempre lo ha hecho. Su amplia coalición va de la izquierda a una cierta derecha centrista. Los demócratas del Congreso invierten casi toda su energía política en negociar unos con otros. Esto implica que es muy difícil aprobar legislaciones significativas, como vemos actualmente en el intento de reformar las estructuras de salud estadounidenses.

¿Qué significa esto para América Latina y, de hecho, para otras partes del mundo? Bush podía conseguir casi todo lo que quería de los republicanos en el Congreso, en el cual tuvo una clara mayoría durante los primeros seis años de su régimen. Los debates reales ocurrían en el círculo ejecutivo interno de Bush, dominado básicamente por el vicepresidente Cheney durante los primeros seis años. Cuando Bush perdió las votaciones para elegir congresistas en 2006, la influencia de Cheney declinó y las políticas públicas cambiaron ligeramente.

La era de Bush estuvo marcada por una obsesión con Iraq y, en menor medida, con el resto de Medio Oriente. Algo de energía quedaba para lidiar con China y Europa occidental. Desde la perspectiva del régimen de Bush, Latinoamérica se desvanecía poco a poco hacia el fondo. Para su frustración, la derecha latinoamericana no obtuvo el tipo común de involucramiento en su favor que esperaba y deseaba el gobierno estadounidense.

Obama se enfrenta a una situación totalmente diferente. Tiene una base diversa y una agenda ambigua. Su postura pública se bambolea entre una firme posición centrista y unos moderados gestos de centroizquierda. Esto vuelve esencialmente débil su posición política. Obama desilusiona a los votantes de izquierda que movilizó durante las elecciones y que en muchos caso se retiran de lo político. La realidad de una depresión mundial hace que algunos de sus votantes centristas se aparten de él por miedo a una deuda nacional creciente.

Para Obama, igual que para Bush, América Latina no está en la cúspide de sus prioridades. Sin embargo, Obama (a diferencia de Bush) está luchando duro por mantener la cabeza arriba del agua política. Está muy preocupado por las elecciones de 2010 y 2012. Y esto no es insensato puesto que su política exterior está influida considerablemente por el impacto potencial que tenga ésta en dichas elecciones.

Lo que la derecha latinoamericana hace es sacarle ventaja a las dificultades políticas internas de Obama para forzarle la mano. Se percatan de que no cuenta con la energía política disponible para atajarlos. Además, la situación económica mundial tiende a redundar en contra de los regímenes en el cargo. Y en la América Latina de hoy son los partidos de centroizquierda los que están en el poder. Si Obama lograra triunfos políticos importantes en los próximos dos años (una ley de salud decente, una auténtica retirada de Iraq, una reducción del desempleo), esto mellaría, de hecho, el retorno de la derecha latinoamericana. ¿Pero logrará tales triunfos?

* Publicado en El País de Costa Rica

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