Otro Lepanto es inevitable
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
La Gran Nautomaquia(en griego, Nafpaktos; en turco, İnebahtı) fue “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros” (Cervantes dixit) En buena parte gracias a dos volúmenes clásicos (F. Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, 1949, 1966; traducción de F.C.E ., 1953), en los siguientes párrafos veremos que posteriormente no ameritó tanta hipérbole pero este detalle no impresiona a las autoridades españolas que hoy nos atosigan con la celebración del 450º aniversario de aquella batalla naval de 1571. Medio mezclada con las inminentes fiestas del 12 de octubre, creo que se hace necesario explicar Lepanto por el bien de la Cronología y del imaginario colectivo patrio. Aunque sólo sea para que no olvidemos la otra cara de la moneda: la visión de los otomanos.
La Gran Nautomaquia
En 1571, “el Mediterráneo ¿medía 99 días de largo? La cifra sería excesiva… [pero es posible] que Estambul tuviera 700 000 habitantes…” (apud Braudel I: 365) Según este historiador, en ese mismo año había entre 500 y 600 galeras activas en el Mediterráneo, entre cristianas y musulmanas, es decir de 150.000 a 200.000 hombres, entre remeros, marinos y soldados.
El Occidente mediterráneo se sentía amenazado por aquella Sublime Puerta cuyos dignatarios eran denostados con fruición. Empezando con el sultán Selim II (1524-1574), insultado como El rubio (Sarı Selim) o El borracho (Sarhoş Selim) a quien la Cristiandad retrataba como afeminado, alcohólico y libertino. O como el temible corsario Uluj Alí, alias El Renegado Tiñoso.
Las estadísticas crudas: en Lepanto pelearon 100.000 hombres entre turcos y cristianos. 230 barcos de guerra turcos contra 208 cristianos. Pero esta aparente inferioridad numérica se compensaba con una vanguardia de seis galeazas venecianas que fueron decisivas puesto que estaban mejor artilladas que nadie. Desde luego, mucho mejor que las galeras turcas, donde muchas de sus tripulaciones combatían todavía con arcos.
¿Negligencia, exceso de confianza o disfunción cultural?: “Pero los empréstitos culturales son injertos que no siempre prenden. Ya en 1548 habían intentado los turcos, en su campaña contra Persia, transformar el armamento de los spahis, dotándolos especialmente de pistolas (minores sclopetos quorum ex equis usus est) pero la tentativa cayó en ridículo y los spahis, en Lepanto y mucho tiempo después, seguirán armados de arco y flechas. Este ejemplo de orden menor revela por sí solo las dificultades con que tropezaban los turcos, no digamos para alcanzar, sino incluso para seguir de lejos a sus adversarios. Sin las divisiones, las querellas y las traiciones entre éstos, los turcos jamás habrían podido enfrentarse contra el Occidente, a pesar de su número, su disciplina, su fanatismo y la excelencia de su caballería y de sus unidades militares” (mis cursivas, Braudel II)
Con arcos y dudosas espingardas, el Gran Turco acudió a la guerra naval “echando mano de las castañuelas, los tambores y los pífanos, se pusieron a bailar como locos al son de estos instrumentos, llamando a los cristianos gallinas remojadas y prometiéndose la victoria y un triunfo indudable” (Bartolomeo Sereno) Pero se equivocaron y “sólo lograron escapar con vida 30 galeras turcas. Los turcos tuvieron más de 30 000 bajas entre muertos y heridos, 3 000 prisioneros, y más de 15 000 forzados de galeras recobraron la libertad. Los cristianos, por su parte, perdieron 10 galeras y tuvieron 8 000 muertos y 21 000 heridos” (ibid)
Después de la batalla
Como ironizó Voltaire y escribió en 1918-1919 el abad Dom Luciano Serrano –“el último y el mejor de los historiadores de Lepanto”, Braudel dixit- aquella ‘espléndida Victoria’ tuvo pocas consecuencias. Los Aliados no pudieron perseguir al turco por el mal tiempo otoñal y porque habían perdido en el combate más de la mitad de sus efectivos. O las tuvo pero pequeñas y en detrimento de las flotas vencedores. Por ejemplo, al año siguiente, los cristianos fracasaron delante de Modón. En 1573, desertó Venecia y, para rematar, en 1574, los otomanos reconquistaron La Goleta y en Túnez.
Recién lograda la victoria naval, vae victis, los exquisitos venecianos fueron los más despiadados: “Después de Lepanto, Venecia hizo toda clase de gestiones cerca de la Liga [Santa] a fin de que diera muerte, pura y simplemente y a pesar del cuantioso valor que representaban, a todos los prisioneros turcos que sabían algo del oficio del mar: capitanes de galeras, corsarios, ‘oficiales’ y gente de tripulación. Venecia temía que los turcos, por no carecer de madera ni de dinero, pudieran reconstruir fácilmente su flota. Si podía rihaver li homini, la flota turca volvería pronto a dar guerra; el único elemento insustituible era el hombre” (Braudel I: 140)
Dos meses después de Lepanto, Venecia decide expulsar a los judíos. En 1573, los expulsa de hecho. ¿Antisemitismo vulgaris o precaución bélica? La Serenísima quizá recordaba que, en 1550, un viajero francés escribió los marranos: “son quienes han dado a conocer a los dichos turcos tanto las maneras de traficar como las de manejar sus negocios, es decir, todo aquello que nosotros usamos mecánicamente” (cit. en Braudel II)
Las añejas rencillas de los venecianos con los españoles terminaron saliendo a la luz: “Los únicos culpables de lo poco que se ha logrado en esta expedición son los españoles, que, en vez de ayudar a la Liga, no han tenido más mira que debilitar y arruinar Venecia. Las demoras de don Juan, sus vacilaciones en el curso de la campaña, respondían todas a este plan de ir exterminando poco a poco las fuerzas de la República y de asegurar las ventajas del rey en Flandes, olvidándose de los intereses de la Liga y perjudicándolos: la mala voluntad de los españoles ha sido patente y manifiesta en cuanto tocaba al beneficio de los Estados venecianos” (Foscarini cit. en Braudel II, cap. IV) Tuvieran o no los españoles una especial animadversión a Venecia, lo cierto es que –repito-, dos años después de Lepanto, una Venecia exhausta abandonó la alianza cristiana
Y una última declaración que avisa sobre el peligro de que una potencia comercial –léase, neutral-, se involucre en aventuras bélicas: “Antes de la última guerra -decían los senadores- nuestros mercaderes de Venecia tenían la costumbre de fletar nuestros barcos para el comercio y el tráfico del Poniente [es decir, de Inglaterra] y los despachaban a Cefalónica, Zante y Candía [Creta], donde cargaban pasas y vinos para el viaje del Poniente, y, de regreso, traían a esta ciudad carisea, paños de lana, estaño y otras mercancías, todo en gran beneficio de los mercaderes, armadores y de la gente de mar que, embarcada en cinco o seis naves, iban un año tras otro, con buen o mal tiempo, al mar del Norte. Pero después de la guerra “il detto viaggio è del tutto levato” (Braudel I: 628)
Cumpliendo la sempiterna regla de las posguerras, quienes sí se beneficiaron ostentosamente fueron los piratas y corsarios de ambos bandos: “Después de 1580 registran el mismo impulso la piratería cristiana y la musulmana, ante la inactividad de las grandes flotas. De 1600 en adelante, la piratería argelina, completamente renovada en sus técnicas, se desborda sobre el Atlántico…. en Sicilia empezó a operar, desde antes de 1574, todo un enjambre de corsarios célebres, especialmente el asombroso Césare Rizzo… La regla vale también para el Islam: de Lepanto al reemprendimiento de la guerra contra Alemania, en 1593, Turquía, volviéndose hacia Asia, se lanza a una fanática guerra contra Persia… [en cuanto a Inglaterra] donde tanta inquietud causaban los triunfos católicos en el Mediterráneo, producían el mismo regocijo las derrotas de los turcos: Lepanto, por ejemplo, llenó a la vez de duelo y alegría los corazones de los ingleses” (Braudel II) Como murmuraban en Londres, “antes con los papistas que con el turco”.
Los otros cautivos
Desde antes de Lepanto, la literatura de moriscos fue todo un género en Hispania pero, en ella, abundan las bellísimas moras –signo banal de morofilia– y, sólo muy de tarde en tarde, aparece la otra cara oculta de la Luna: el moro cautivo. En el siglo XVI, el acervo español -a menudo acerbo- se enriquece con la comedia de cautivos, igualmente asimétrica pues en ella predominan las obras sobre los cristianos cautivos por los turcos, corsarios y piratas. No obstante, Cervantes, el más famoso de los cautivos post-Lepanto, en el Quijote apenas menciona un párrafo a aquella batalla: “Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto” (Don Quijote I parte, cap. 40: Donde se prosigue la historia del cautivo) Olvidándonos del inmenso corpus de moriscos, huríes, otomanos y frailes mercedarios al rescate, ¿qué ocurrió con los 3.000 turcos que fueron hechos prisioneros en Lepanto? En este caso, el corpus adelgaza hasta desaparecer –aunque es plausible suponer que está sumergido en esa lengua turca que, desgraciadamente, no está a nuestro alcance.
Dada mi ignorancia del idioma turco, sólo puedo ofrecer un ejemplo: antes de Lepanto, el poeta e historiador Hindi Mahmud había sido un alto funcionario, qapijibashi y muteferriqa, en la corte del sultán Selim II. Su periplo es un cuento de cautiverio y de regreso a casa, materializado en una gran obra poética, El diario de Hindi Mahmud o Serguzestname. Mahmud estuvo 4 años preso en Mesina, Nápoles, Roma e Italia anotando sus impresiones sobre el Papa, la vida religiosa de los prisioneros y, por supuesto las infamias padecidas en las ergástulas cristianas. En una segunda obra, la Qisas-i Enbiya de 1579, Mahmud señala que el Serguzestname consta de 8.000 versos pero, en el único manuscrito sobreviviente, se han perdido 1.113. Hasta la fecha, este magnífico memorial es el primer relato de ‘los otros’ cautivos (esaretname) del tiempo otomano.
Aunque terminemos en las escurridizas contabilidades pecuniarias, señalaré que la flota de guerra mediterránea de Felipe II se incrementó desde las 55 naves de 1562 hasta las 146 de 1574 para luego descender hasta las 102 seis años después de Lepanto. Pero subrayemos que, para las arcas del rey de España, la aportación hispana a la exaltada y hasta hagiografiada nautomaquia, incluyendo las infanterías siciliana y otras, ascendió a 567.764 escudos, un 64% del total cristiano. Visto desde la economía de la Liga Santa, Lepanto significó para Madrid un cargo particularmente moderado pues sumó 1,2 millones de escudos –sólo un 13% de los aprox. 09 millones que el rey español recibía anualmente de sus colonias mediterráneas (ver Geoffrey Parker & I. A. A. Thompson. 1978. “The battle of Lepanto, 1571”; The Mariner’s Mirror, 64:1, 13-21, DOI:10.1080/00253359.1978.10659061)
Corolario colonial: “Al llegar la década de 1580, la fuerza de España se vio, en efecto, empujada de golpe hacia el Atlántico” (Braudel I) Es decir, para desgracia indirecta de los persas y frontalmente directa de los amerindios, Lepanto sí influyó en la Invasión de las Yndias –ergo en el 12 de octubre.
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