Paranoicos armados y peligrosos
Cierto que la lucidez también existe más allá del océano, pero le resulta sumamente dificultoso abrirse paso en la sociedad corriente y moliente. La lucidez suele estar confinada en los guetos de los campus universitarios. Hablando de depredadores y presas, en su excelente ensayo “¿Por qué las cebras no tienen úlcera? La Guía del estrés” el prestigioso antropólogo norteamericano Robert M. Sapolsky da unas pistas meridianamente claras acerca la descoyuntada conducta humana y sus consecuencias. Entre otras cosas dice que las cebras se estresan de manera proporcional y puntualmente a la huida del león que las ataca. Pero el ser humano es el único animal destila un estrés desproporcionado y permanente, lo cual no refunda precisamente en un equilibrio físico y mental. Eso le convierte en un ser frágil. Y en algún momento puede romperse.
Antes que Newtown, Connecticut, fue la masacre de Columbine. En el excelente documental “Bowling for Columbine” , no hay más que visionar la gran entrevista de Michael Moore al actor Charlton Heston (en ese momento presidente de la todopoderosa Asociación Nacional del Rifle), para recapacitar acerca del grado de paranoia y violencia permanente que se respiran en los EEUU y que estos exportan como estilo de vida y negocio al resto del mundo. Armas, películas, videojuegos, guerras, torturas. Inhumanidad. En definitiva, una violencia estructural que produce buenos dividendos.
Y la cosa marcha, se recaudan los beneficios de esta cultura demencial; hasta que aparece un individuo que no puede más y explota. Entonces y sólo entonces todo se detiene por un instante. Extrañeza. Llega el rasgado de las vestiduras, la aparente catarsis colectiva, las lágrimas de la incomprensión…y después el negocio sigue adelante, porque la violencia no es una parte del sistema, ES el sistema. Es su columna vertebral y el aire que se respira desde la más temprana infancia. Lo cierto es que las consultas de los psiquiatras y los cubículos de los quirománticos y charlatanes, preferentemente filoreligiosos, están a rebosar de clientes, desequilibrados erráticos. El sistema sigue. No hay otro. Aunque mate mucho dentro y fuera de sus fronteras.
En los EEUU las armas “para defenderse de un posible ataque a la familia”son un fetiche que subsiste desde el pionero espíritu far-west. Uno de los apartados más ilustrativos del documental “Bowling for Columbine” es la comparación del comportamiento entre los estadounidenses y sus vecinos del Canadá. Allí también rige el capitalismo y se pueden comprar armas de fuego. Pero los canadienses entrevistados por el realizador, Michael Moore, se preguntaban para qué. Y de hecho, cuando se ausentan dejan las puertas y ventanas de sus casas sin cerrojos.
En este sistema, para poder sentir que no estás muerto, tienes que alcanzar el éxito. Este imperativo te lo marca la familia y la sociedad con el mismo hierro que se se señala una res dentro del rebaño. Cualquier cosa antes que ser un looser (perdedor). Y los que sienten en su fuero interno que no son capaces de bailar a ese ritmo común interiorizan el rechazo colectivo y son alcanzados por la sombría locomotora de la depresión. Y puede traducirse bien en suicidio, en demencia o en un asesinato en masa para llamar la atención.
Lo ocurrido en el colegio de Newtown, Connecticut, volverá a ocurrir tarde o temprano. Llama la atención, por insistencia y coincidencia, la descripción del perfil del asesino proporcionado por los mass media: Adam Lanza, 20 años, introvertido, callado, autoexcluido..Y repiten con unanimidad: ¡No estaba registrado en Facebook!
El corolario a deducir es inquietante. En este estadio de progreso tecnológico, no estar apuntado en las redes sociales del mercado es una clara señal de patología. Hasta aquí hemos llegado, por ahora.