Perdones hacen ladrones
Keti Koti
Por Nònimo Lustre.
La consulta del elemento paremiológico del lenguaje -vulgo, los refranes-, suele ser fructífera aunque no siempre es moderada ni tampoco humanitaria. En esta ocasión, la noticia de que un rey centroeuropeo ha pedido perdón a los que su Casa Royal esclavizó -debería decirse, exterminó-, me ha sugerido no sólo el título de esta nota sino también alguna de sus derivadas. Por ejemplo, señor rey: A fácil perdón, frecuente ladrón y, a la postre, Perdón merece a quien su pecado escuece puesto que nadie en sus cabales cree que el susodicho monarca crea en su fuero interno que haya pecado y, desde luego, si alguna vez se ha visto obligado a representar un guiñol expiatorio, lo ha hecho sin remordimiento alguno -buena es esa cáfila del Gotha europeo del derecho divino materializado por enfermedad de transmisión sexual, para enmendalla…
Willem-Alexander Claus George Ferdinand van Oranje-Nassau; ahora apocopado a ‘Guillermo Alejandro’, nacido en 1967 y, desde 2013, monarca de los Países Bajos, dice que ha pedido perdón por los ‘excesos’ cometidos por su reino contra sus propios súbditos -expropietarios de las colonias neerlandesas que contaminan varios continentes. “La esclavitud y la trata de esclavos se reconocen como un crimen de lesa humanidad. Y los estatúderes y reyes de la Casa de Orange-Nassau no hicieron nada para detenerlo”, exclamó ante los descendientes de esclavos y las víctimas del racismo que celebraban el Keti Koti (=ruptura de cadenas), que, en 1863, abolió la esclavitud en Surinam y en las Antillas Neerlandesas. En la práctica, los esclavos trabajaron en las plantaciones otros 10 años más, hasta dejar de estar legalmente “bajo supervisión del Estado” Por otra parte, el entronado precisó que “600.000 personas fueron transportadas en barcos neerlandeses para ser vendidas como esclavas y obligadas a trabajar en las plantaciones, y alrededor de 75.000 de ellas no sobrevivieron a la travesía, lo que se suma a las atrocidades cometidas contra las poblaciones indígenas de las colonias”. Incluso se dio el lujo de dictar una lección de Moral: “Lo que se consideraba normal en las colonias, no estaba permitido aquí… Aquí, en los Países Bajos europeos, la esclavitud estaba estrictamente prohibida. Lo que se consideraba normal en las colonias de ultramar, lo que se practicaba a gran escala y estaba alentado, no estaba permitido aquí. Esa es una verdad dolorosa” (cf. Discurso durante el Día Nacional de Conmemoración de la Esclavitud, Oosterpark, Ámsterdam, 01.VII.2023)
Afortunadamente, la mejor ciudadanía neerlandesa entendió que el discursito de marras respondía a la consabida técnica: si te pillan en un renuncio, primero disminuye el riesgo y luego jibariza (reduce) los daños. Sabiéndolo de sobra, los colectivos Black Manifesto y The Black Archives abominaron del discurso y organizaron una marcha de protesta bajo el lema “No sanación sin reparación”.
Pocos días antes, un organismo de raíz monárquica -léase, acomodaticia-, había publicado un sesudísimo informe que calculaba en algo más de 500 millones de euros la ganancia obtenida por la Casa Real de Orange durante varios siglos de colonialismo. Evidentemente, es una cifra ridícula, en parte porque, cuando era un régimen absolutista, ¿cómo diferenciar el Palacio Royal del País Plebeyo? Y también porque, hoy, tampoco es fácil distinguir entre una empresa privada y una hiper beneficiada empresa royal.
Estas cuentas atañen al Koninklijk Paleis o a cualquiera de los otros tres palacios royales. En los Países Bajos, este rey es el primer machote desde hace 123 años. Sin olvidar que las antecesoras de Guillermo Alejandro, las reinas Guillermina, Juliana y Beatriz tuvieron fama de ser las mujeres más ricas del globo. Guillermina llevó a sus adeptos colonos a combatir a los británicos en la guerra de los Boers (y perdió); Juliana era esotérica pero se exilió cuando Hitler invadió su reino; y, sin embargo, la última, Beatriz, se casó ‘inadvertidamente’ con un príncipe de las Juventudes Hitlerianas, seguramente el mejor acicate para que viviera hasta los 94 años, los últimos con alzheimer. Chismes palaciegos que, sin duda, fueron ignorados por la Banca y por la Bolsa porque las tres incrementaron poderosamente su patrimonio -el suyo, no el de Nederland.
Esta y tantas otras pomposas peticiones de perdón a las que tan aficionados se han vuelto los monarcas centroeuropeos, son repugnantes porque no pasan nunca de la locución protocolar y, asimismo, porque, simultáneamente, los perversos palaciegos están maquinando la siguiente aberración. Es decir, también son humillantes porque escenifican con gran boato un insulto a la inteligencia popular y un brindis al Sol retransmitido en las cadenas nacionales. Muy mal, muy mal esta royal familia europea, atrozmente endogámica y siempre al borde de la degeneración genética. Claro está que, si miramos hacia la monarquía borbónica que padecemos los españolitos/as, encontramos que aquí no hay comparación posible porque los Borbones vernáculos jamás han pedido perdón por haber desencadenado el genocidio que comenzó en la guerra civil y que, cacareen lo que cacareen los estómagos agradecidos, continúa en la actualidad.
Pasamos a glosar algunos de los países (¿ex?)esclavizados, antaño y hogaño, por los neerlandeses. Por alusiones royales, comenzaremos con Surinam y seguiremos con Papúa Occidental, Indonesia nuclear y, de propina, los Tribunales Internacionales con sede en La Haya (Den Haag; oficialmente, ‘s-Gravenhag)
Surinam
Hasta que llegué al indigenismo y a la etnohistoria, mi interés sobre Surinam se limitaba a un sapo: el que, Linneo taxonomizó como Pipa pipa -ahora, se han encontrado varias subespecies cada una con otro nombre científico.Un batracio común en la cuenca amazónica e importante en sus mitologías: Pipa pipa (Linnaeus, 1758), nombres vernáculos: sapo de Surinam, áparo (en Venezuela), arú y cururu-pé-de-pato (en Brasil), Surinamska krastača (en parte de Surinam), Surinaamse pad (en neerlandés) Calàpet de Surinam (en catalán), surinamese toad (en inglés)
Etnohistoria surinamesa: un neerlandés, asesinando indígenas -el dibujo no se distingue si es amerindio, cimarrón, Boni, etc.
La letra neerlandesa, con sangre entra
Wutaa Wajimuu, indígena Tirió, mapa mental de su territorio (foto R. Caputo. NGM, junio 2010)
Bástenos una ¿anécdota?: “Sacaron del desván la vieja cruz y la negra barra de hierro con la cual, miembro a miembro, se quebrantaban Ios huesos de los brazos y las piernas de los infelices que eran sometidos al suplicio de Ia rueda. En 1871, al comisionado británico, sir Hughes, le recriminaron tanta tortura. Él se había curado en salud eliminando la rueda a la que consideraba anticuada… pero ahorcando a cuatro rebeldes cuyos cadáveres fueron decapitados y quemados en la hoguera.” (cf. de Kom, Anton [1934], Nosotros, esclavos de Surinam; p. 63; Casa de las Américas, La Habana, 1981) Fueron miles los esclavos negros, indostaneses, criollos, javaneses, aborígenes e hindúes que sufrieron una gran variedad de crímenes de lesa humanidad.
Irian Jaya-Papúa Occidental
Una colonia neerlandesa más importante fue la Papúa. Tapol, fundada en 1965, es una veterana institución que documenta la Resistencia indígena a la invasión indonesia. Según sus numerosos informes, al principio, los EEUU dudaron sobre su propio papel como hegemón y, asimismo, sobre el papel geopolítico de ese archipiélago compuesto por miles de islas próximas a Australia. Como declaró en 1969 F.J. Galbraith, embajador gringo en Yakarta, la OPM “no es una organización revolucionaria perversa como la mayoría piensa…[estos] disidentes del gobierno virtualmente no tienen ningún conflicto con las demás partes, no reciben asistencia externa o dirección y son prácticamente incapaces de desarrollar una insurrección generalizada en contra del gran régimen militar indonesio en Irian Occidental”.
Sin embargo, poco tiempo después, los USA se alinearon violentamente con el régimen militar de Yakarta y Tapol se vio obligada a denunciar que el primero llamado archipiélago malayo (A.R. Wallace), después Insulindia y, finalmente, Republik Indonesia, era considerado por Yakarta como la vía de escape llamada Transmigrasi -deportación no siempre voluntaria del exceso demográfico de las islas occidentales para ‘poblar’ la mitad más oriental del país. Obviamente, gran movimiento migratorio contra los derechos de sus indígenas. Uno de sus eslóganes fue: `Let the rats run into the jungle so the chickens can breed in the coop’ (Dejad que las ratas [papúas] huyan al monte para que los pollitos [malayos] crezcan en la cooperativa) y es que, en efeto, los papúas huían a la mitad oriental de la gran isla de Papúa Nueva Guinea, menos aherrojada y hasta semi-independiente del yugo colonial. Pero, al tener que abandonar sus territorios, éstos eran inmediatamente okupados a la fuerza por los colonos transmigrasis. Hubo asesinatos sin cuento, “from Arso to Waris”, familias enteras fueron pasadas por las bayonetas y sus restos, abandonados a los perros y a la pudrición. Se estima a la baja que, en los primeros días el ejército indonesio masacró a mil indígenas, muy pocos dellos guerrilleros OPM.
Un ejemplo: Simon Allom, joven papúa, mató en Port Moresby a un funcionario de la embajada indonesia en venganza porque su encarcelamiento en Sorong 1977 había sido violentado y abusado por su pertenencia a la OPM (Operasi Papua Merdeka o Free West Papua Movement, la guerrilla independentista contra la invasión indonesia) Su familia, también militante de la OPM, había sido previamente masacrada: cuando su madre estaba preñada, siguiendo la conocida técnica que tantísimas veces aparece en el Viejo Testamento, los invasores ‘moro-malayos’ la rajaron la tripa y luego la echaron a la hoguera; sus dos hermanas fueron mil veces violadas por los soldados y luego las incrustaron espinas en el ano y las dejaron morir; y sus dos hermanos fueron asesinados y desaparecidos. Allom presenció el bombardeo de su aldea (Akimuga, cerca de la mina de Freeport) y de las aldeas vecinas. Exasperado, decidió contraatacar: juzgado por el (supuesto) asesinato del funcionario consular, testificó que, en efeto, le había apuñalado ‘hasta el hígado’ y hasta le había ‘mordido en el cuello’: “I stabbed him with the knife, which penetrated straight to his liver. I fell down to the floor… I saw Meinard I kicked him on his backside and fell down the steps but was not dead yet and I jumped down and held him by his hair. I stabbed him with the knife and it penetrated between his shoulder and neck. I bit him on the neck” (cf. Osborne, Robin. 1985. Indonesia’s secret war. The guerrilla struggle in Irian Jaya. pp. 175-177) Pese a tan rotunda confesión, Allom no fue ‘desaparecido’ ni ejecutado sino que sólo fue condenado a 15 años de cárcel, quizá por haber colaborado con el enemigo.
La Indonesia nuclear -Batavia/Yakarta
Tres veces trabajé en la Indonesia central pero ninguna fue agradable ni instructiva porque tuve que pastorear a un rebaño de rebotaos del Partido Comunista -y de Falange- que se habían afiliado al PSOE cuando se percataron de que el PCE jamás llegaría al Poder mientras que los socialdemócratas (¿) sí llegarían enseguida -¿tanto tiempo necesitaron para caer en lo obvio: que estaba pactado con los EEUU vía Willy Brandt? No recuerdo que, en mi dilatada vida laboral, haya conocido a morralla más rendida ante los milicos, ni más racista, cleptómana, iletrada, chulesca, ágrafa… y monolingüe. Pero, aunque recorrí el archipiélago de Java a las Molucas, no pienso aburrirles con mis recuerdos laborales ni tampoco con las descripciones de aquellos paisaje, humanos y naturales. Sólo quiero hacer constar que pasé por allá…
Sigamos con las etnohistorias: entre 1825 y 1830, durante una de las rebeliones de los javaneses, los neerlandeses asesinaron a no menos de 200.000 isleños. La subsiguiente “pacificación” les produjo unas ganancias netas –el batig slot– que comenzaron siendo de 150 millones de guilders (florines) en la década 1831-1840 y ascendieron a 290 millones entre 1852 y 1860. Únicamente un holandés se atrevió a denunciar ese régimen de terror: Multatuli (=el que sufre), autor de Max Havelaar, para algunos optimistas de antaño, “la novela que mató al colonialismo” y ahora, una marca de comercio justo no tan justo (cf. Eduard Douwes Dekker (@, Multatuli) 1868. Max Havelaar. Or the Coffee Auctions of the Dutch Trading Company. Edimburgo)
Multatuli, el buen holandés. Al final de sus días,
tuvo que exiliarse en Alemania.
En 1945, Indonesia declaró su independencia definitiva pero los Países Bajos -i.e., su empresa de las Indias Orientales Neerlandesas- aguantaron años sin soltar su botín. Exactamente, cuatro años de guerra abierta en las que asesinaron a 100.000 indonesios y en los que, como parte de las operaciones de propaganda, caracterizó a los líderes independentistas Sukarno y Hatta como colaboradores del fascismo japonés y como terroristas. Las Europas les creyeron, claro está, pese a los antiguos testimonios fidedignos de europeos de bien como Multatuli o como Ponke Princen, un holandés que, horrorizado por las matanzas, se pasó al “enemigo” -cuando, 50 años después, intentó regresar a su antigua patria, le negaron la visa. No menor ostracismo le aplicaron a Gra Boomsma, escritor que se atrevió a publicar en 1992 la novela de denuncia El último tifón. Es decir, que la monarquía neerlandesa practica el arte de la buena memoria… para ocultar sus trapos sucios. Por su parte, los indonesios, todavía están esperando que el rey de turno les pida perdón –y no hablemos de compensaciones económicas por el plurisecular saqueo.
Los Tribunales Internacionales de La Haya
Los Países Bajos son una potencia comercial, ayer especializada en piraterías, patentes de corso, contrabando y minerías clandestinas. Y hoy, evolucionada hacia y hasta la patentes biológicas -en 1903, patentaron la primera patata, justamente la llamada holandesa. Para ‘proteger’ su tecnología punta -robada a sus creadores, mayormente indígenas-, el Paleis royal necesitaba una institución coercitiva de ámbito global. Por ello, consiguió que media docena de especialísimos Tribunales se alojaran en La Haya. Ahora, uno dellos aparece de contino en los media y, horror de los horrores, concita el aplauso mundial cuando encarcela a algún sangriento dictador -huelga añadir que nunca empapela a un Jefe Blanco -salvo que sea exyugoslavo destinado a suicidarse en extrañas circunstancias’- sino, generalmente, a un negro. Paradójica y escandalosamente, esta famosa Corte Internacional de Justicia, principal órgano judicial de las Naciones Unidas -mejorada (¿) en 1998 por la creación de la Corte Penal Internacional, TPI-, no ha sido firmada ni ratificada por varios países, entre otros EEUU, China, Rusia, India, Irak, Israel y Cuba.
Aun siendo impúdicas invenciones, el colmo del abuso imperial todavía podía ‘perfeccionarse’. Exactamente, es lo que ocurrió en 2002 cuando el Congreso de EEUU aprobó la American Servicemembers Protection Act. Esta ley hiper-chauvinista, prohíbe la extradición de cualquier gringo a La Haya y también prohíbe que los agentes del TPI investiguen en los EEUU. En el colmo del “destino manifiesto” -invención que cauciona la impunidad gringa-, incluso prohíbe entregar ayuda militar a los países que sean miembros de la Corte. Y, con la mayor desfachatada criminalidad del planeta, autoriza al presidente de los EEUU a utilizar “todos los medios necesarios y adecuados para lograr la liberación de cualquier detenido o encarcelado, en nombre de, o a solicitud del Tribunal Penal Internacional”.
Para que ahora nos hablen de la Justicia Universal… El rey Willem-Alexander podrá ir a un parque a lavar su sanguinaria cara pero, hasta que no se eliminen las mazmorras de La Haya, no perderemos más tiempo escuchando sus engoladas hipocresías.
NB. Mi evidente aversión al establishment de los Países Bajos tiene un motivo claro: en pleno tardofranquismo, me acerqué al puerto de Rotterdam para enrolarme en un barco que zarpaba a Veracruz (México) Tuve que pasar por una Comisaría para entregar mi documentación. Para mi sorpresa, los uniformados me amenazaron con subirme a un avión rumbo a Madrid. Yo estaba exiliado y les avancé que tendrían que embarcarme sedado pero que mis amigos me esperaban afuera y que, si tardaba en salir de ese antro, tenían instrucciones de ir a la prensa. Tras muchas horas de conflicto caliente, fui encajonado entre unos policías melenudos que me llevaron a la estación de tren en un Volkswagen Escarabajo vomitado y destartalado -¡qué discretos, hipócritas y clandestinos eran! Y me sentaron camino de París pero, por precaución me bajé en Bruselas y allí comencé a lamentar amargamente la pérdida de Veracruz.
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