Por qué amamos el graffiti
Javier Nix Calderón*. LQSomos. Febrero 2015
Amamos el graffiti porque va unido al ser humano desde el comienzo de nuestra especie. El hombre habitaba en cavernas y ya decoraba las paredes para conseguir cazas más abundantes o pedir favores a sus arcaicos dioses. Los romanos también lo realizaban. En la base de la pirámide de Gizeh hay inscripciones de soldados romanos en las que se leen los nombres de los integrantes de las legiones que conquistaron Egipto. También lo hicieron los soldados napoleónicos, en esas mismas pirámides, en el siglo XIX. El graffiti representa la pasión del individuo inmerso en la masa por distinguirse del resto.
Amamos el graffiti porque éramos unos niños ansiosos de sentir la adrenalina fluyendo por nuestras venas. La adrenalina es una carrera a oscuras en un laberinto de gritos y uniformes. Nos atrapó desde la primera dosis. Nos atrajo su enorme poder, su efecto sobre nuestros cuerpos. Nos hizo conscientes de estar desafiando un orden constituido por una doble moral: el arte debe estar en los museos, no en las calles. Luchamos, resistimos y nos escapamos entre las dobleces de un sistema estúpido que sueña con hombres lisos. Y vimos la luz.
Crecimos inmersos en un sistema de signos, símbolos, letras y nombres que representan cosas que sólo nosotros y los que son como nosotros comprendemos. El graffiti nos abrió un mundo nuevo, un mundo en el que lo prohibido y lo artístico se entremezclan haciéndonos conscientes de nuestra dimensión de individuos únicos e irrepetibles.
Amamos el graffiti porque creó un vínculo fuerte entre nosotros. Lo amamos porque nos enseñó que la unión hace la fuerza. Nos enseñó también a luchar, a reivindicarnos, a forjarnos un carácter distinto: luchador, competitivo, valiente. Lo amamos porque a través de él podemos elegir quiénes somos. Nuestro nombre no es el de nuestro carnet de identidad; nuestro nombre es el que escribimos en la pared con la determinación y el anhelo de trascender de los poetas. Amamos el graffiti porque nos permite coger un nombre y hacerlo grande.
Amamos el graffiti porque nació en los guetos. Lo amamos porque en tan solo unos años arrasó en todo Estados Unidos. La juventud de todo el planeta vio en esta forma de expresión un vehículo para descargar el odio y la rabia contra un mundo enloquecido cuyo único objetivo es convertirnos en números. Lo amamos por Seen, por T-Kid, por Cope2, por Muelle. Lo amamos por sus orígenes contraculturales, por la lucha que representa. Lo amamos por la creatividad sin límites, por la exuberancia del color sobre las paredes grises.
Amamos el graffiti porque es la mejor forma de recordar a los que ya no están con nosotros. Amamos el graffiti por Nyx, por Zuk, porque ellos lo amaron con la misma intensidad que nosotros. Al escribir sus nombres en la pared, la muerte parece retroceder asustada, consciente de que su recuerdo jamás será borrado.
Amamos el graffiti porque hemos crecido con él. Lo amamos por el plata y el negro, por el dorado y el rosa erika, por la explosión de colores. Lo amamos por la expresión inglesa “power line”, que significa “línea de fuerza”. Lo amamos por su carácter indómito, porque el graffiti y la vida son semejantes. Ambos son salvajes e impetuosos. Amamos el graffiti porque es ilegal, porque las masas no comprenden nuestro impulso creador. Lo amamos porque nos enseñó a caminar por el lado salvaje de la vida. Lo amamos tanto porque está perseguido.
Lo amamos por las noches pintando. Nos atrae porque cuando lo hacemos nos aislamos del mundo. Nos atrae porque nos permite conectar mano y corazón en un mismo gesto. Amamos la competición inherente al graffiti, la amamos porque es una manifestación de nuestra individualidad. Defendemos el graffiti porque nos enamoramos de un sueño: que las ciudades sucumbieran ante una explosión de colores. Soñamos con muros arrasados por millones de colores.
Amamos el graffiti porque nuestros nombres permanecerán escritos mucho tiempo después de que hayamos muerto. Lo amamos porque ensancha nuestras almas, porque al hacerlo nos sentimos vivos. Lo amamos porque al ver el color viajar por las paredes, sentimos que la sangre se convierte en un rumor de caballos salvajes galopando. Lo amamos porque el mundo se rendirá ante su poder: el graffiti conseguirá que las diferencias se atenúen en una sucesión infinita de azules, rosas, rojos y verdes. Lo amamos porque el graffiti nos permite vomitar arcoíris eternos.
El graffiti es un niño con un rotulador en la mano que se alza de puntillas para pintar en la cara del poder. Nosotros no dejaremos que ese niño muera. Está dentro de nosotros, nos pertenece, nos grita para que no dejemos de escucharle. El graffiti es una llamarada de color en un mundo en tinieblas, un grito de libertad en un mundo sordo, ciego y mudo.