Por qué la defensa de las libertades es una cuestión central en esta hora de la lucha social
Podría parecer incluso una provocación para algunos que plantee la cuestión del modo en el que aparece en el título de este artículo cuando la clase trabajadora está siendo despojada de todas sus conquistas y derechos sociales, arruinados amplios sectores de la misma hasta niveles de pobreza y supervivencia desconocidos antes del período de postguerra civil española.
Déjenme que les explique porqué sostengo que la defensa de las libertades que el gobierno del PP está considerando proscritas a través de sus indecentes y criminales leyes –Ley de Tasas en la Justicia, Reforma del Código Penal, de la Ley de Seguridad Ciudadana, de la Ley de Seguridad Privada, del aborto– es un asunto que debe ocupar un lugar central en la lucha no sólo contra el gobierno del PP sino también contra el capital, antes de que se me arroje el epíteto de librepensador pequeñoburgués que hace mucho tiempo no recibo.
En un contexto en el que una revolución que merezca tal nombre y que no sea de colores, como la que se nos intentó vender hace más de dos años y medio, es una posibilidad todavía lejana, la defensa de los derechos que le están siendo arrebatados a la clase trabajadora requiere de la posibilidad de ejercer otros derechos, los de manifestación, reunión, expresión y opinión, justo aquellos a los que el gobierno fascio-liberal del PP pretende aplicar una “ley de fugas” legal incompatible incluso con el derecho burgués aceptado en tiempos de pacto social y bonanza.
Pero lo cierto es que ese pacto social hace tiempo que ha saltado en pedazos hecho añicos por el capital y sus gobiernos de turno, cierto que ninguno como éste del PP había llegado a traspasar los límites que ahora viola el señor Rajoy y sus ministros de Justicia e Interior, en fiel cumplimiento del objetivo de la tranquilidad social que reclaman “los mercados”.
Bastaría aplicar la máxima revolucionaria de conocer lo que defiende el enemigo para atacarlo y de saber lo que ataca para defenderlo para comprender que la defensa del derecho democrático a la protesta, a la insumisión y al pensamiento crítico es clave para sostener la lucha contra el capitalismo que necesita la paz de la desmovilización, la apatía y la derrota.
Pero hay otra razón más profunda para defender este planteamiento
La tontuna desclasante y desclasada, de ciudadanismo interclasista, sólo centrada en la reclamación a un Estado, del que se obvia su naturaleza de clase, y hacia un capitalismo sólo financiero, desde una posición de cliente estafado, tiene sus días tan contados como en su momento lo tuvo el populismo antipolítico, antipartidos y antisindicatos de la “indignación globalizada y franquiciada”.
Cada vez se escucha menos el marketing político engañabobos del “somos los de abajo y vamos contra los de arriba” o del “somos el 99% contra la avaricia del 1%”
A pesar del discurso simplista y opuesto a la contradicción fundamental trabajo-capital, a pesar de tantos años de engaños, manipulaciones y mentiras que trataban de convencernos de que la clase trabajadora estaba desapareciendo porque todos éramos ya clase media, a pesar de los falsos señuelos de las revoluciones realmente inexistentes como la islandesa, en la que nada sustancial pasó que impidiera la realización del capital y la sustitución de un reformismo de gestos por una derecha pura y dura, a pesar del antisindicalismo de las grandes centrales sindicales de pacto y subvencionada desmovilización, la clase trabajadora está volviendo a aparecer en escena.
Y lo hace de forma aún balbuciente, tímida, aislada en unos cuantos centros de trabajo- donde la explotación, los bajos salarios recortados, los despidos a pesar de los beneficios empresariales, la pérdida de derechos laborales y el miedo a un oscuro futuro impulsan la protesta que aún es de resistencia-, sin alcanzar todavía una conciencia e identidad de clase nítidas, sin trascender la lucha en la empresa concreta a un nivel más elevado de sector o localidad. Pero eso es lo nuevo, frente a lo que se nos presentaba como “lo nuevo” de los anti-globa-lización hoy desinflados, frente a la filosofía del “bien común” patrocinado por las grandes empresas de la Responsabilidad Social Corporativa, frente a la ideología clase media del “qué hay de lo mío” y del “no quiero vivir peor que mis padres” que tienen una segunda residencia, dos coches y tres teles de plasma.
La insolente irrupción de la clase trabajadora, tan “desfasada” y antiestética para esa falsa clase media con bonos de fines de semana con spa, en escena ha sido respondida desde el Ministerio del Interior con la próxima compra de un cañón de agua para disolver manifestaciones por importe de 493.680 euros, con el incremento de gastos en pertrechos para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en los presupuestos generales del Estado para 2014 por importe de 5.264 millones de euros, un 1,38% más que el año anterior, cuando el resto de Ministerios reduce sus presupuestos como media en un 4,7%, con una brutal ampliación de las potestades represoras de las policías privadas que complementen la reducción de efectivos de la policía del Estado, aunque ello incremente la deslegitimación de la violencia por parte de este órgano público.
¿Porqué iba a producirse ahora precisamente un recorte de los derechos democráticos de manifestación, reunión, expresión y opinión y un incremento de medios y efectivos de represión si lo que el capital y su gobierno temiesen es una reedición de los happening gandhianos de las plazas, hace mucho más que desiertas, las flashmob en sucursales bancarias, las monedas sociales (trueque, más viejo que el Arca de Noé) y los crowfundings para proyectos empresariales de aprovechados promotores de la indignación “reiniciadora –que no destructora- del sistema”.
Que no les cuenten los medios de comunicación del sistema ni los “medios alternativos” pro-sistema más cuentos.
Lo que el poder económico y sus consejeros delegados del gobierno temen es estallidos sociales, mucho menos amables y respetuosos con la añorada, por el gobierno Rajoy, paz social.
Lo que temen es el olor a pólvora de las protestas mineras, el olor a caucho quemado de las barricadas de la naval o del sector del automóvil, las huelgas triunfantes como la de la limpieza de Madrid. ¿Por qué si no planean una reforma de la Ley de Huelga tras esa combativa huelga en la capital del Estado, justo tras el fiasco prometedor de crecepelos para calvos del “relaxing cup café con leche” de las Olimpiadas y cuando ya se sabía que el centro de prostitución, mafia y juego de Eurovegas tampoco sería parte del milagro de la “luz al final del túnel”
¿Comprenden ahora porqué hay que defender las libertades conquistadas por la clase trabajadora con uñas y dientes?
Ese es el motivo por el que hace cerca de un año un pequeño grupo de trabajador@s de izquierdas, de diversa procedencia, creamos la Plataforma en Defensa de las Libertades Democráticas, un espacio que conjugase defensa de las libertades y lucha de clases, en la convicción de que se acercaban tiempos en los que nuestra clase tendría que batirse en defensa de su supervivencia y del derecho a la palabra.
Y ese es el motivo por el que, sin exclusiones preconcebidas, dimos vida e impulso, junto con otras organizaciones, a la Coordinadora Paremos la Criminalización de la Protesta Social que el próximo 16 de Enero volverá a salir a la calle para defender los derechos de manifestación, reunión, expresión y opinión.