¿Por qué tentamos la aniquilación nuclear?

¿Por qué tentamos la aniquilación nuclear?

Por Max Blumenthal.
Traducido por Rafael Poch de Feliu*.

Max Blumenthal, periodista de la publicación disidente de Estados Unidos, The Grayzone, habló ante el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el papel de la ayuda militar estadounidense a Ucrania en la escalada del conflicto con Rusia y los verdaderos motivos del apoyo de Washington a la guerra por poderes de Kiev

Intervención del periodista estadounidense Max Blumenthal ante el Consejo de Seguridad de la ONU, 29 de junio de 2023

Gracias a Wyatt Reed, Alex Rubinstein y Anya Parampil por ayudarme a preparar esta presentación. Wyatt tiene experiencia de primera mano sobre el tema como periodista cuyo hotel en Donetsk fue atacado con un obús de fabricación estadounidense por el ejército ucraniano en octubre de 2022. Estaba a 100 metros de distancia cuando se produjo el ataque, y estuvo a punto de morir.

Mi amigo, el activista por los derechos civiles Randy Credico, también está hoy aquí conmigo. Estuvo en Donetsk más recientemente, y pudo presenciar los ataques regulares con HIMARS del ejército ucraniano contra objetivos civiles.

Estoy aquí no sólo como periodista con más de 20 años de experiencia cubriendo la política y los conflictos en varios continentes, sino como estadounidense obligado por mi propio gobierno a financiar una guerra por poderes que se ha convertido en una amenaza para la estabilidad regional e internacional a expensas del bienestar de mis compatriotas.

Este 28 de junio, mientras los equipos de emergencia trabajaban para limpiar otro descarrilamiento de tren tóxico en Estados Unidos, esta vez en el río Montana, que puso aún más de manifiesto la crónica falta de financiación de las infraestructuras de nuestro país y sus amenazas para nuestra salud, el Pentágono anunció planes para enviar 500 millones de dólares más en ayuda militar a Ucrania.

El acontecimiento se produjo cuando el ejército de Ucrania entra en la tercera semana de una cacareada contraofensiva que la CNN describe como «que no cumple las expectativas», y que incluso Volodymyr Zelensky dice que «va más lenta de lo deseado».

Mientras el ejército ucraniano no lograba abrir una brecha en la principal línea defensiva rusa, la CNN informaba de que, a 12 de junio, Kiev había «perdido» 16 vehículos blindados de fabricación estadounidense enviados al país.

¿Y qué hizo el Pentágono? Se limitó a pasar la factura a los contribuyentes estadounidenses medios como yo, cobrándonos otros 325 millones de dólares para reponer el material militar despilfarrado por Ucrania. No se hizo ningún esfuerzo por consultar la posición de la opinión pública estadounidense al respecto, y es probable que la inmensa mayoría de los estadounidenses ni siquiera supiera que se había producido el intercambio.

La política estadounidense que acabo de describir -en la que Washington da prioridad a la financiación desenfrenada de una guerra por poderes con una potencia nuclear en un país extranjero mientras nuestra propia infraestructura nacional se desmorona ante nuestros ojos- pone de manifiesto una dinámica inquietante en el centro del conflicto de Ucrania: un esquema Ponzi internacional que permite a las élites occidentales arrebatar la riqueza ganada con esfuerzo de las manos de los ciudadanos estadounidenses medios y canalizarla hacia las arcas de un gobierno extranjero que incluso Transparencia Internacional, patrocinada por Occidente, califica como uno de los más corruptos de Europa.

El gobierno estadounidense aún no ha realizado una auditoría oficial de su financiación a Ucrania. El público estadounidense no tiene ni idea de adónde ha ido a parar el dinero de sus impuestos.

Por eso, esta semana, The Grayzone ha publicado una auditoría independiente de la asignación de dólares de los contribuyentes estadounidenses a Ucrania a lo largo de los ejercicios fiscales 2022 y 2023. Nuestra investigación fue dirigida por Heather Kaiser, ex oficial de inteligencia militar y veterana de las guerras estadounidenses en Afganistán e Irak.

Descubrimos un pago de 4,48 millones de dólares de la Administración de la Seguridad Social estadounidense al Gobierno de Kiev.

Encontramos pagos por valor de 4.500 millones de dólares de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional para pagar la deuda soberana de Ucrania, gran parte de la cual es propiedad de la empresa de inversión global BlackRock.

Sólo eso equivale a 30 dólares sustraídos a cada ciudadano estadounidense en un momento en que 4 de cada 10 estadounidenses no pueden hacer frente a una emergencia de 400 dólares.

Encontramos dólares de los impuestos destinados a Ucrania llenando los presupuestos de una cadena de televisión en Toronto, un grupo de reflexión pro OTAN en Polonia y, aunque parezca mentira, agricultores rurales en Kenia.

Encontramos decenas de millones a empresas de capital riesgo, incluida una en la República de Georgia, así como un pago de un millón de dólares a un único empresario privado en Kiev.

Nuestra auditoría también reveló el contrato de 4,5 millones de dólares del Pentágono con una empresa llamada «Atlantic Diving Supply» para suministrar a Ucrania equipos de explosivos no especificados. Se trata de una empresa notoriamente corrupta contra la que Thom Tillis, presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, arremetió anteriormente por su «historial de fraude».

Sin embargo, una vez más, el Congreso ha fracasado a la hora de garantizar que estos pagos turbios y acuerdos masivos de armas sean rastreados adecuadamente.

De hecho, gran parte de la ayuda militar y humanitaria enviada a Ucrania simplemente ha desaparecido. El año pasado, CBS News citó al director de una organización sin ánimo de lucro pro-Zelensky en Ucrania, quien informó de que sólo alrededor del 30% de la ayuda estaba llegando a las líneas del frente en Ucrania.

La malversación de fondos y suministros es al menos tan preocupante como las posibles consecuencias de la transferencia y venta ilícitas de armas de uso militar. El pasado mes de junio, el jefe de Interpol advirtió de que las transferencias masivas de armas a Ucrania significan que «podemos esperar una afluencia de armas en Europa y más allá», y que «los delincuentes están incluso ahora, mientras hablamos, centrándose en ellas».

El pasado mes de mayo, un grupo de neonazis rusos contrarios al Kremlin, equipados con material suministrado por el gobierno ucraniano, fue aclamado por políticos occidentales por llevar a cabo ataques terroristas en territorio ruso utilizando Humvees de fabricación estadounidense. Aunque el grupo, el llamado «Cuerpo de Voluntarios Rusos», está dirigido por un hombre que se hace llamar el «Rey Blanco» e incluye a numerosos admiradores abiertos de Adolf Hitler, el armamento occidental de esta milicia contra las fuerzas rusas no ha provocado ninguna protesta en el Congreso.

Y aunque el gobierno de Biden ha prometido que está controlando las armas enviadas, un cable del Departamento de Estado filtrado el pasado diciembre reconocía que «la actividad cinética y el combate activo entre las fuerzas ucranianas y rusas crean un entorno en el que las medidas de verificación estándar son a veces impracticables o imposibles». La administración Biden no sólo sabe que no puede rastrear las armas que está enviando a Ucrania, sino que sabe que está intensificando una guerra por poderes contra la mayor potencia nuclear del mundo, y la está desafiando a que responda del mismo modo.

Sabemos que saben esto porque ya en 2014, el presidente Barack Obama rechazó las demandas de enviar armamento ofensivo letal a Kiev porque, como dijo el Wall Street Journal, tenía una «preocupación de larga data de que armar a Ucrania provocaría a Moscú en una nueva escalada que podría arrastrar a Washington a una guerra por poder». Cuando Donald Trump llegó al poder en 2017, intentó mantener la línea de la política de Obama, pero pronto fue tachado de marioneta rusa por el cuerpo de prensa de Washington y el Partido Demócrata por negarse a enviar los misiles Javelin de Raytheon al ejército ucraniano. La reticencia de Trump a enviar los Javelin se convirtió en parte de la base para su destitución. Como era de esperar, cedió. Cuando el armamento ofensivo de fabricación estadounidense empezó a llegar a las líneas del frente del Donbás, el Occidente colectivo explotó los Acuerdos de Minsk para «dar tiempo» a Ucrania a armarse, como dijo la excanciller alemana Angela Merkel. En enero de 2022, Estados Unidos anunció un paquete de armas a Ucrania por valor de 200 millones de dólares. Para el 18 de febrero, los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa informaron de que se habían duplicado las violaciones del alto el fuego, y los mapas de la OSCE mostraban la abrumadora mayoría de los lugares atacados del lado de la población separatista prorrusa en Donetsk y Lugansk. Cinco días después, Rusia invadió Ucrania. Y desde entonces, Estados Unidos y sus aliados se han apresurado a subir por la escalera de la escalada en cada oportunidad. «Cosas que no podíamos dar en enero porque era escalada las dimos en febrero», se quejaba un exfuncionario del Departamento de Estado tras reunirse con sus homólogos ucranianos. «Y cosas que no podíamos dar en febrero las podemos dar en abril. Ese ha sido el patrón distintivo, empezando por, por el amor de Dios, los Stingers», dijeron, refiriéndose a los misiles montados en el hombro.

El propio presidente Joe Biden dijo en marzo de 2022: «La idea de que vamos a enviar equipo ofensivo y tener aviones y tanques… no se engañen, digan lo que digan, eso se llama Tercera Guerra Mundial». Poco más de un año después, Biden cambió de opinión, respaldando un plan para proporcionar cazas F-16 a Ucrania, y tras presionar a Alemania para que enviara los tanques que antes temía que provocaran la Tercera Guerra Mundial. Sólo tuvieron que pasar dos meses desde que recibieron los sistemas HIMAR de Estados Unidos para que el ejército ucraniano empezara a atacar infraestructuras críticas, utilizándolos para atacar el puente Antonovsky sobre el río Dnieper, y de nuevo, dos meses después, en un ataque de prueba contra la presa de Kajovka «para ver si el agua del Dniéper podía elevarse lo suficiente como para impedir los cruces rusos», como informó el Washington Post. Hace tres semanas, la presa de Kajovka fue destruida, desencadenando una gran catástrofe medioambiental que provocó inundaciones masivas y la contaminación del suministro local de agua. Ucrania, por supuesto, culpa a Rusia del ataque, pero no ha presentado pruebas. Por esas fechas, Ucrania también acusó infundadamente a Rusia de planear una provocación en la central nuclear de Zaporozhe. Esto desencadenó una resolución de los senadores Lindsey Graham y Richard Blumenthal (sin parentesco conmigo) en la que se pedía a la OTAN que interviniera directamente en Ucrania y atacara a Rusia si se producía un incidente de este tipo.

La maniobra de Blumenthal y Graham establecía así una línea roja de facto para iniciar una acción militar estadounidense, muy parecida a la establecida en Siria que, como comentó un exdiplomático estadounidense al periodista Charles Glass, «era una invitación abierta a una bandera falsa.»

¿Veremos otro engaño de Douma, pero esta vez en Zaporozhe? ¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué estamos tentando a la aniquilación nuclear inundando Ucrania con armas avanzadas y saboteando las negociaciones a cada paso? Personas como el senador Dick Durbin nos han dicho que Ucrania está «literalmente en una batalla por la libertad y la democracia» y que, por tanto, debemos suministrarle armas «durante el tiempo que sea necesario», como dijo el presidente Biden. Cualquiera que se oponga a la ayuda militar a Ucrania se opone a la defensa de la democracia, según esta lógica.

Entonces, ¿dónde está la democracia en la decisión de Volodymyr Zelensky de prohibir los partidos de la oposición, criminalizar los medios de comunicación de sus oponentes políticos legítimos, encarcelar a su principal rival político, acorralar a sus principales diputados, asaltar iglesias ortodoxas y detener a clérigos?

¿Dónde está la democracia en el encarcelamiento por el gobierno ucraniano de Gonzalo Lira, ciudadano estadounidense, por cuestionar la narrativa oficial de su esfuerzo bélico?¿Y dónde está la democracia en la reciente decisión de Zelensky de suspender las elecciones en 2024 alegando que se ha declarado la ley marcial? Bueno, parece que la democracia de Ucrania es más difícil de encontrar estos días que el repentinamente discreto comandante en jefe de su ejército, Valeriy Zaluzhny.

El senador Graham ha ofrecido una justificación mucho más sombría -y acertada- para suministrar a Ucrania miles de millones en armas. Como alardeó el senador durante una reciente visita a Kiev con Zelensky: «Los rusos están muriendo… es el mejor dinero que hemos gastado nunca». Graham, recordemos, también ha dicho que nosotros, Estados Unidos, debemos luchar esta guerra hasta el último ucraniano. Aunque las cifras oficiales de bajas son estrictamente confidenciales, debemos preocuparnos de que Ucrania vaya camino de hacer realidad las fantasías macabras del senador.

Como se quejaba este mes un soldado ucraniano a Vice News, no sabemos cuáles son los «planes de Zelensky, pero parece que se trata del exterminio de su propia población, de la población preparada para el combate y en edad de trabajar. Eso es todo». De hecho, los cementerios militares en Ucrania se están expandiendo casi tan rápidamente como las McMansiones del norte de Virginia y las fincas frente al mar de los ejecutivos de Lockheed Martin, Raytheon y diversos contratistas de Beltway que se benefician del segundo nivel más alto de gasto militar desde la Segunda Guerra Mundial.Estos son los verdaderos ganadores de la guerra por poderes de Ucrania. No los ucranianos ni los estadounidenses de a pie. Ni los rusos, ni siquiera los europeos occidentales.

Los ganadores son personas como el Secretario de Estado Tony Blinken, que pasó su tiempo entre las administraciones de Obama y Biden lanzando una empresa de consultoría llamada WestExec advisors que aseguró lucrativos contratos gubernamentales para empresas de inteligencia y la industria armamentística. Entre los antiguos socios de Blinken en WestExec advisors figuran la directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines, el subdirector de la CIA, David Cohen, la antigua secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, y casi una docena de miembros actuales y antiguos del equipo de seguridad nacional de Biden.

El secretario de Defensa, Lloyd Austin, por su parte, es antiguo y posiblemente futuro miembro del consejo de Raytheon, y ex socio de la firma de inversión Pine Island Capital, que colabora con WestExec y a la que Blinken ha asesorado. Mientras tanto, la actual embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas Greenfield, figura como asesora principal en el Albright Stonebridge Group, una autodenominada «empresa de diplomacia comercial» que también negocia contratos para el sector de los servicios de inteligencia y la industria armamentística. Esta firma fue fundada por la difunta Madeleine Albright, que declaró infamemente que la muerte de medio millón de niños iraquíes bajo el régimen de sanciones estadounidense «merecía la pena». Así, mientras hombres ucranianos de mediana edad son arrancados de las calles por la policía militar y enviados al frente, los arquitectos de esta guerra por poderes, financiera y políticamente conectados, planean pasar por la puerta giratoria para cosechar beneficios inimaginables una vez que termine su etapa en la administración Biden.

Para ellos, una solución negociada a esta disputa territorial significa el fin de la vaca lechera de cerca de 150.000 millones de dólares en ayuda estadounidense a Ucrania.

Cuando Estados Unidos, miembro permanente de este Consejo, ha caído bajo el control de un gobierno que pretende perpetuar una guerra por delegación durante «todo el tiempo que haga falta», que considera la diplomacia sinónimo de medidas coercitivas unilaterales para «convertir el rublo en escombros», como ha prometido hacer Biden; cuyos dirigentes subvierten las negociaciones para obtener beneficios mientras se niegan a informar debidamente a sus propios ciudadanos de lo que están pagando, y que empuja a los hijos y hermanos de sus supuestos socios ucranianos a un campo de exterminio para apalear a un rival geopolítico; cuando tanto Zelensky como miembros del Congreso de los Estados Unidos piden ataques preventivos contra Rusia que contravienen el espíritu del artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, este Consejo debe tomar medidas para hacer cumplir dicha Carta.

Los artículos 33 a 38 del Capítulo VI de dicha Carta dejan claro que el consejo de seguridad debe hacer uso de su autoridad para garantizar una solución pacífica de las controversias, en particular cuando amenazan la seguridad internacional. Esto no sólo debe aplicarse a Rusia y Ucrania. Este consejo tiene la obligación de vigilar estrictamente y frenar a EE.UU. y a la formación militar ilegal conocida como OTAN.

Gracias.

– Texto original: ‘Why are we tempting nuclear annihilation?’ Watch Max Blumenthal address UN Security Council
* Traducción de Rafael Poch de Feliu, en su Blog personal

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