“La familia de Pascual Duarte”: teatro de alta tensión
En cierto punto extraña que, pasados setenta años desde que se publicó la gran novela de Cela y con tan precario bagaje como el que aportan a la escena hoy en día los nuevos autores, “La familia de Pascual Duarte” no haya llegado antes a las tablas. Muy distante queda también el año (1975) en que el libro fue versionado para el cine bajo la dirección de Ricardo Franco y con una notable interpretación de José Luis Gómez, que sin duda recordarán quienes hayan visto el film.
“La familia de Pascual Duarte” estaba ahí, expuesta a la interpretación de quien quisiera servirse de un texto literario formidable para adaptarlo a una puesta en escena que, de contar con los requisitos clave para darle la creciente intensidad dramática que caracteriza a la novela (un buen libreto, un no menos bueno y esforzado trabajo actoral y una dirección ajustada al tenso crescendo dramático), obtendría la encomiable solvencia que logra el montaje de Tomás Gayo Producciones, estrenado hace unos meses en Castellón.
Gerardo Maya, que como director tan proclive se muestra siempre al teatro de texto, ha sabido elegir y también ha sido oportuno en la elección: no solo porque recuerda y homenajea así a un gran escritor -sobre el que muy poco se ha dicho en los medios a los diez años de su muerte-, sino porque esa literatura tremendista que parece asociada al convulso tiempo en que se desarrolla la vida de Pascual Duarte (entre 1882 y 1937) se llenó de tremenda realidad hace poco más de veinte años con el sangriento episodio de la matanza de Puerto Hurraco, también llevada al cine por Carlos Saura (2004).
Con esto quiero decir que el espectador, a la salida del teatro (a partir del día 8 en el Centro Cultural de la Villa), no se siente ausente de la historia contada -por vieja-, sino muy embebido en ella -quizá porque no ha caducado o sigue latente-, y hasta conmovido por lo que ha comportado violencia de esa España negra en la intrahistoria y en la historia de nuestro país. Ese efecto es fruto de un texto bien dialogado, una dirección muy apegada al valor oral del teatro y concorde con el ritmo de tensión creciente del relato, y una magnífica labor por parte de los actores y actrices, con escenas tan sobresalientes como la protagonizada por Pascual (Miguel Hermoso) a la muerte de Lola (Ana Otero). Muy acertadas también las actuaciones de Lola Casamayor (la madre) y Ángeles Martín (Rosario).
Para mayor realce y escucha de la palabra, la escenografía es sobria (una fachada de adobe con una ventana a la que asoma el relumbre de sol y cal del campo extremeño) y los efectos sonoros son sutiles, muy ajustados al hosco ámbito de la acción: las rejas y el rumor de voces apagadas del presidio, desde el que Pascual narra su historia, y el turbador ulular del viento sobre la casa familiar. La función termina con una última escena impactante, muy bien subrayada por las luces (Santiago Noreña), en la que la figura de la madre, distanciada del resto de los personajes, asiste impasible a la ejecución del reo, entregado por su entorno social y la fatalidad de sus circunstancias a tal desenlace.