¿Qué paso con Yugoslavia?: El engaño de nuestra vida, de Boris Kozlov
Por Pedro López López*
Tras cuarenta años contra Moscú, Washington gana la Guerra Fría y la OTAN encuentra una vía para expandirse hacia el Este; sin embargo, había un fleco suelto al no ser Yugoslavia un satélite de la URSS…
Son numerosos los escenarios en los que las potencias occidentales, con una mentalidad colonial/supremacista, han creado o al menos exacerbado conflictos entre etnias, pueblos o países con el fin de favorecer sus intereses y poder expoliar materias primas y otras riquezas. El pasado 11 de abril, al conectar la radio, me topé con una entrevista en Radio Nacional a un personaje que debía de ser historiador o periodista y que se estaba refiriendo a las raíces del genocidio de Ruanda, que provenían de la época colonial, primero con Alemania y después con Bélgica. Los europeos introdujeron en África y América la división étnica allí donde no existía, una división que terminaba envenenando la convivencia hasta estallar en odios, guerra civil, genocidio, terrorismo, etc. Jean Bricmont, en su extraordinario ensayo Imperialismo humanitario lo dice así:
«En lo relativo a Ruanda, primero el poder colonial alemán y después el belga utilizaron el principio de “dividir para reinar”, enfrentando a los tutsis y a los hutus entre sí. En el caso de Iraq, si estallase una guerra civil entre chiitas y sunitas o entre árabes y kurdos, podemos imaginar a los humanistas occidentales alzando sus brazos al cielo y denunciando la “barbarie” de esos pueblos encerrados en sus culturas religiosas y nacionalistas primitivas, olvidando todo lo que Estados Unidos ha hecho, deliberadamente o no, para que se enfrenten entre sí» (Jean Bricmont, Imperialismo humanitario, p. 98).
Bricmont cita también el caso de Iraq con la misma idea. A mi amigo Waleed Saleh le he oído hablar de que la convivencia en Iraq antes de que Estados Unidos fuera a “salvarlo” de las garras de Sadam Husein –provocando un desastre infinitamente mayor que el que decían ir a frenar- la gente no hablaba de suníes o chiíes, vivían sin enfrentamientos, con matrimonios mixtos como la cosa más natural. Pero ya sabemos que cuando Estados Unidos pone los ojos en una zona no es para contemplar sin más. De hecho, durante la guerra entre Irán e Iraq en los años ochenta encontramos a Donald Rumsfeld vendiendo armas a los dos países, con esa idea tan peculiar de buscar la paz que tienen los gringos, creando avisperos allí donde hay petróleo, coltán, gas o cualquier otro producto que pueda enriquecer a las mafias capitalistas, incluyendo el gran negocio de las armas, especialidad made in USA.
En los noventa, tras la caída de la URSS, Yugoslavia no podía quedar como ejemplo de un país socialista que pudiera servir como modelo -¿suena, no?-, de modo que había que destrozarlo alimentando tensiones que siempre existen en cualquier país. Así que allí se plantaron Estados Unidos y su juguete preferido, la OTAN, a ver cómo podían hacer engordar conflictos hasta hacer estallar el país en pedazos. Surgieron iniciativas diplomáticas (acuerdos de Rambouillet) que Estados Unidos no estaba dispuesto a que prosperaran (su planteamiento era que las tropas de la OTAN sustituyeran a las de la ONU en las tareas de intermediación), como se boicoteó en 2023 la posibilidad de acuerdo diplomático entre Zelenski y Putin cuando Boris Johnson, como mayordomo de los USA, se presentó en Kiev de un día para otro desactivando dicha posibilidad. Por algo estamos frente a expertos en incendiar el planeta en función de sus intereses.
Boris Kozlov es un serbio nacido en Belgrado y traído a España por sus padres con tan solo 13 años. Cuando el niño fue madurando se iba haciendo preguntas sobre su país y recogiendo información y relatos, lo que le ha llevado a filmar este documental de 23 minutos, en el que cuenta cómo era su país en su infancia y cuáles fueron las razones de su destrucción. Con modestia, nos dice que vivió “en diferido”, a través del relato de familiares, amigos y medios, cómo su país de origen entró en guerra civil y se desmembró. Yugoslavia era una república federal compuesta por seis repúblicas autónomas: Eslovenia, Croacia, Serbia, Macedonia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina. Su diversidad era aceptada y garantizada por la Constitución. Belgrado acogió la primera cumbre de Países No Alineados, un proyecto no muy apreciado por Estados Unidos –de hecho, uno de sus principales promotores, Sukarno, presidente de Indonesia, fue barrido por un golpe de estado seguido de un genocidio alentado por Estados Unidos, que suministró listas de comunistas a los escuadrones de la muerte, pueden verse en youtube dos documentales escalofriantes de Joshua Oppenheimer-.
Frente a las interpretaciones dominantes al estallido de los conflictos, que los explican porque “Yugoslavia es un país muy joven”, o porque era un hervidero con un exceso de etnias confrontadas, o porque era un polvorín que tarde o temprano tenía que explotar, y que gracias a la comunidad internacional pudo lograrse la paz, y que de las cenizas de la obsoleta Yugoslavia nacieron seis nuevos estados europeos y que blablablá… la muerte de Yugoslavia no fue natural, sino una demolición preparada desde fuera. Tras cuarenta años contra Moscú, Washington gana la Guerra Fría y la OTAN encuentra una vía para expandirse hacia el Este; sin embargo, había un fleco suelto al no ser Yugoslavia un satélite de la URSS, sino un país independiente. Para conquistar esta plaza, Washington y sus socios aplicaron el clásico “divide y vencerás”. A principios de los 90 el Congreso de los EEUU suspendió el tratado de comercio con el país y el FMI impuso un ajuste estructural que conllevó devaluación monetaria, congelación salarial, desregulación de precios, inflación desbocada, cierre de unas 2500 empresas estatales, 600.000 parados más, caída del 22,5% del PIB, etc., “La economía yugoslava entró en coma”, dice Kozlov, lo que recuerda la instrucción del presidente Nixon al director de la CIA cuando Allende ganó las elecciones en Chile: «hay que hacer gritar a la economía», ahora eran los muchachos del FMI en vez de los Chicago Boys.
Los congresistas estadounidenses invitaban a las repúblicas integrantes de la federación a independizarse. En la Ley americana de Asignaciones de Operaciones Exteriores de noviembre de 1991 se acordó que se apoyaría la celebración de elecciones libres en las seis repúblicas. A partir de entonces Estados Unidos no quiere tratar ya con el gobierno yugoslavo, ahora solo le interesa tratar con los representantes de las repúblicas integrantes, poniendo a su disposición fondos y créditos si se independizan. El gobierno federal protesta, pero sin ninguna posibilidad de revertir la situación. Yugoslavia está sentenciada a muerte.
Hacen aparición entonces unos nuevos líderes nacionalistas que ya no apuestan por Yugoslavia, ahora son kosovares, musulmanes, croatas, serbios… la demolición de Yugoslavia y la guerra están servidas. Nada de transición con procesos internos, había mucha prisa, se metió dinero a espuertas, se izaron banderas, “soplando para que arda” (Kozlov), todo para montar el caos y conseguir la demolición de un estado socialista que estorbaba.
¿Era Yugoslavia un hervidero? “En los ochenta a nadie le importaba quién era de dónde”, dice Kozlov. En Yugoslavia no había entonces más tensiones que en España con Cataluña o el País Vasco. Pero había poderosos intereses a favor de la separación. ¿Quién estaba interesado en romperla? Al terminar la guerra, todo lo que tenía valor de la antigua Yugoslavia (compañías telefónicas, mineras, de automoción…) fue privatizado y la OTAN se expande en cuatro de los seis estados. Ahí tenemos las pistas.
Todos –croatas, serbios, albanokosovares…- fueron engañados, se lamenta Kozlov, y luego obligados a conformarse con la versión del vencedor. Los que empujaron a este sangriento caos (Clinton, Bush, Baker, Madeleine Albright, Donald Rumsfeld, Javier Solana, Wesley Clark…) siguen en activo, recibiendo homenajes, dando lecciones de democracia y relaciones internacionales… «Yo acuso a Washington y a la OTAN y a todos sus cómplices que trabajaron para socavar el proyecto yugoslavo y nos empujaron al abismo de la guerra civil. Acuso a las cabezas visibles y a todos los invisibles que jugaron al monopoly con mi país, a los que mintieron, engañaron y conspiraron, y que nos utilizaron como medios para sus fines, acuso a los que hacían llover bombas y llamaron daños colaterales a las víctimas…», concluye Kozlov.
Vean y difundan este documental es una explicación sencilla –no simple- del modus operandi del imperio cuando un estado le estorba: se provoca el incendio, se mete gasolina y se espera, es cuestión de tiempo.
* Profesor de la Universidad Complutense. Activista por los Derechos Humanos.
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