Recuperar el humanismo
Por Manuel G. Fonseca*
Las primeras décadas del siglo XX dieron lugar a un ideología nacionalista que fomentó una cultura belicista, nación contra nación, hasta el punto de producir una de las épocas históricas de mayor destrucción y sufrimiento humano de la modernidad: dos inmensas guerras internacionales desde 1914 hasta 1945, que causaron más de 100 millones de muertos, y la destrucción al completo de ciudades como Bremen y muchas otras de las ciudades europeas. Igualmente, dieron carta de naturaleza a los bombardeos a las partes civiles de las ciudades, y al inicio de los bombardeos atómicos
En Europa, sin embargo, las décadas siguientes fueron denominadas “las gloriosas”, porque se crearon alianzas duraderas como la Unión Europea, creando una paz estable entre las naciones de la Unión, junto con el desarrollo de políticas sociales de carácter público en educación, sanidad y derechos sociales diversos, que dan nombre al “Estado del bienestar”. Estas políticas sociales tienen como base ética la consideración de la igualdad en derechos de todas las personas, es decir, una base humanista de la sociedad, de lo humano como personas.
No obstante, ya a finales de ese siglo comenzaron cambios radicales en lo socio-económico, encabezados a nivel político por malabaristas como Reagan y Thatcher, que en sus cambios ideológicos asentaron una concepción dualista de la humanidad, entre las personas pobres y las inmensamente ricas, entre las naciones imperiales y las del llamado “tercer mundo”, entre las colonizadoras y las colonizadas política y económicamente. Dichos cambios fueron respaldados por las élites culturales cuya idea central era el fin de lo humano, la puesta en cuestión del concepto humanista y personal del ser humano. El psicólogo americano Skinner titula su libro Más allá de la libertad y de la dignidad. En él escribe “creer en una cosa tal que el libre albedrío y la autonomía moral es el relicario de una visión mítica y precientífica del ser humano; la atribución de una responsabilidad y de una dignidad personal impide el progreso científico”. Otro ejemplo, el historiador israelí, Yuval N. Harari, en su libro Homo Deus afirma que “la inteligencia artificial rinde, poco a poco, la concepción humanista del hombre”. En otras palabras, para los escritores posthumanistas, como los define Harari, todo es materia enteramente manejable por las ciencias naturales. La consciencia, el pensamiento, los sentimientos, no son más que actividades nerviosas psíquicoquímicas constantemente regidas por una red de algoritmos electrónicos, dominados por los intereses de los poderes.
Frente a esta ideología, en 2020, Thomas Fuchs en su libro Defensa del hombre, señala que la visión nihilista del ser humano de Harari, y los antihumanistas, refleja los deseos de dominación de las élites mundiales del poder, cuando él escribe: “En el mundo entero sistemas de vigilancia numérica son creados con la inteligencia artificial dominando al hombre con la tecnología social”.
¿No existe una relación de fondo entre esta negación del humanismo y los crímenes y la violencia sin freno que está llevando a cabo el estado de Israel, que ha rechazado todas las normas éticas y políticas de las Naciones Unidas y que está actuando permanentemente para su desaparición?
Cometer crímenes de guerra, destruir edificios enteros donde viven civiles por la sospecha de que se encuentra en su interior un dirigente de una organización enemiga, acabar con la infraestructura civil de un lugar, incluidos sus hospitales, colegios y lugares de culto, impedir la entrada de alimentos y medicinas, realizar declaraciones de intención genocida, todo eso vulnera el Derecho Internacional, y el sentido de la humanidad.
Israel ha prohibido la presencia de periodistas extranjeros en Gaza. No quiere testigos de lo que está ocurriendo. Un centenar de periodistas gazatíes han sido asesinados por las bombas israelíes, algunos de ellos en ataques deliberados. Hasta hoy, el Ministerio de Sanidad de Gaza cifra en 42.126 los palestinos muertos por la invasión israelí. Son, aproximadamente, el 2% de la población de Gaza. Hay también 98.117 heridos. Hasta mediados de septiembre, han identificado con su nombre y apellidos a 34.344 de ellos. Se desconoce el nombre de los demás. De ellos, 1.999 son personas de más de 60 años, 6.643 son mujeres adultas, 11.355 son niños, niñas y adolescentes. El resto, 14.347, son hombres adultos.
Las personas medico-sanitarias que ya habían sido voluntarias en otros conflictos bélicos afirman no haber visto nunca nada parecido. Jamás habían tenido ante sus ojos tantos cadáveres de niños y adolescentes. The New York Times ha recogido algunos testimonios: “Una noche a lo largo de cuatro horas en la sala de urgencias, vi a seis niños de entre cinco y doce años, todos con un único impacto de bala en el cráneo”, Dr. Mohamad RassoulNuwar, de Pittsburgh. “Vi a varios niños a los que habían disparado con balas de alta velocidad, tanto en la cabeza como en el pecho”, Dr. Mark Perlmutter, de Rocky Mount, Pennsylvania. “Nuestro equipo atendió a cuatro o cinco niños, de cinco a ocho años, a los que dispararon con un solo tiro en la cabeza. Todos llegaron a urgencias al mismo tiempo. Todos murieron”, Dr. Irfan Galaria, de Chantilly, Virginia. Y citan muchos más testimonios, pero, debido a la atrocidad de sus palabras, me resulta difícil seguir citándolos.
Es imposible no sobrecogerse ante una matanza de estas dimensiones, salvo que hayamos perdido el sentido de lo humano, el que reconoce la dignidad absoluta de todas y cada una de las personas, que es la base de la paz y la justicia de una sociedad humanista.
* Miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.
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