Relato corto: Las revolucionarias de Madrid

Relato corto: Las revolucionarias de Madrid

Relato ganador en el Primer Concurso Jóvenes Haciendo Memoria organizado por la Asociación Mesa de Memoria Histórica del distrito de Latina

Por Elena Marugán

“¡Pum, pum! ¡Abran la puerta! ¡La guerra te reclama!, inmediatamente. Venga, no tenemos toda la mañana”.

Era el 17 de julio de 1936. El ejército republicano había tocado a la puerta. Mi madre, antes de abrirla, me dijo que le diese un abrazo a mi padre. Esa fue la última vez que lo vi. Se lo llevaron al frente para luchar en el bando republicano.

Yo en ese momento era una niña de 15 años que vivía en Madrid en el barrio de Lavapiés. No sabía muy bien qué era la guerra y por qué la gente era tan mala con los demás. Cada noche sonaba la misma alarma. Mi madre corría rápido a mi habitación para levantarme e irnos al refugio más cercano. Yo odiaba la guerra porque muchas de mis amigas eran del bando contrario y me miraban y me trataban como a una asesina. Menos mal que Francisca, Julia y Marga, mis mejores amigas eran de mi bando y podía hablar con ellas sin correr ningún riesgo.

Tres meses después, llamaron a mi madre para decirle que mi padre había muerto en el frente. Ni el pésame ni nada nos dieron. Solo nos mandaron a tres guardias civiles para decirnos que debíamos abandonar nuestra casa. Después de esto, me tuve que despedir de mis mejores amigas porque mi madre y yo nos íbamos a un pueblo de Ávila llamado Maello. Teníamos familia allí. Tras dos días andando, por fin llegamos. Me pusieron a trabajar en una panadería que tenía mi abuela. Recuerdo el hambre que se pasaba en aquella época. La gente, cuando venía a hacer pan, me daba cereales que ni los animales se comían y muchos intentaban engañar a mi abuela y borraban las marcas en la tarja del pan. Yo no decía nada porque me daban mucha pena.

Fueron pasando los años y, con 20 años, conocí al amor de mi vida. Se llamaba Diego. Un día apareció en la panadería, me dedicó un poema y me enamoré perdidamente. A los pocos días, me pidió ser su novia, y yo acepté.

Ocho meses después, murió mi madre, después de sufrir una larga enfermedad, Diego y yo decidimos irnos a Madrid en busca de un futuro. No avisamos a nadie. Nos metimos en el primer tren y nos fuimos. Al llegar, vi lo mal que estaba Madrid. Fui a mi antiguo barrio para encontrarme con mis mejores amigas, pero lo que me encontré no me gustó nada. Mi amiga Marga había sido asesinada porque no quiso delatar dónde se escondía su padre y Julia y Francisca estaban silenciadas y escondidas por miedo a que las mataran.

Animé a mis amigas a seguir luchando por la libertad y por nuestros derechos. Poco a poco se fueron uniendo bastantes mujeres, pero la alegría de estar de nuevo juntas duró muy poco. Fuimos denunciadas por nuestras vecinas y nos llevaron al Ministerio de Gobernación donde nos torturaron sin compasión.

El 1 de abril de 1941, a mis amigas y a mí nos metieron en un centro de reeducación, donde nos mataron de hambre y siguieron maltratándonos. Éramos más de trescientas presas. Yo en ese momento estaba embarazada de ocho meses y, aun así, también me torturaban.

Por estar embarazada, me llevaron a un módulo de madres y, aunque no me inspiraba mucha confianza, ya que corría el rumor de que era una trampa para quitarnos a nuestros hijos y venderlos en el mercado negro, yo tuve suerte y la enfermera Doña Irene se apiadó de mí y no consintió en que me quitaran a mi hijo cuando di a luz.

Esos días fueron a la vez muy felices, por el nacimiento de mi hijo Marcos, y muy tristes, porque me enteré de que mis amigas Francisca y Julia habían sido fusiladas tras una rebelión en su módulo.

No sé cómo pude aguantar tantos meses en ese centro de reeducación. Bueno sí lo sé: lo hice por mi hijo.
Un día, llegó la orden de mi puesta en libertad. No habían encontrado pruebas para acusarme de traición.
Todas mis amistades me recomendaron que abandonara el país, que dejara mis ideales, no era el momento de luchar, sino de sobrevivir.

Diego y yo abandonamos España en busca de un futuro mejor para nuestro bebé. Una semana después, nos casamos en Lyon y por fin formamos una verdadera familia.

Yo, Sandra Martínez, cuento esta historia desde Francia, 20 años después de nuestro exilio para recordar a toda la gente que falleció buscando justicia e igualdad. Fui una afortunada al poder escapar. Esa maldita guerra mató a más de 100.000 personas en el frente y a más de 20.000 en prisión.

Siento que fallé a mis compañeras revolucionarias escapando para salvar mi vida y olvidando los ideales por los que luchamos.

Firmado: Las revolucionarias de Madrid.

Elena Marugán leyendo su relato, en el acto de entrega de premios

Notas relacionadas:
La sombra de la igualdad
Muñiz-Huberman y Concurso Jóvenes haciendo Memoria.
Concurso literario: “Jóvenes Haciendo Memoria”.

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