Río+20, la ofensiva de la economía verde
Estas próximas semanas vamos a empezar a oír hablar de economía verde, de políticas para frenar el cambio climático… en motivo de la celebración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable, más conocida como Río+20, que tendrá lugar en Río de Janeiro (Brasil) del 20 al 22 de junio.
La Cumbre de Río+20 se celebra 20 años después de la Cumbre de la Tierra que tuvo lugar en el año 1992 en Río de Janeiro, con un fuerte eco internacional y la presencia de 125 jefes de Estado y de Gobierno. La cumbre de la Tierra de 1992 tenía como eje central de su agenda las discusiones sobre el desarrollo sustentable.
Y en dicha cumbre se aprobó el “programa de acción” de la Agenda 21, que implicaba una serie de medidas para proteger el ecosistema, los bosques, reducir el impacto humano sobre los mismos, otro de modelo de agricultura, cuidar de la biodiversidad, etc.
En dicha conferencia se ratificó también la Convención sobre el Cambio Climático que ponía de manifiesto la necesidad de hacer frente al cambio climático y al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, y que dio lugar a la aprobación del Protocolo de Kyoto, en 1997, como hoja de ruta para frenar el calentamiento global.
Y en la Cumbre de la Tierra de Río del 92 fue lanzado asímismo el Convenio sobre la Diversidad Biológica, que como su nombre indica tenía por objetivo “proteger”, “conservar”, dicha biodiversidad: los recursos genéticos, las especies y los ecosistemas.
Pero, ¿qué ha sucedido desde la Cumbre de la Tierra en Río del año 92 hasta la cumbre que tendrá lugar del 20 al 22 de Junio de Río+20? Pues hemos visto como todas estas palabras de “sustentabilidad”, de “lucha contra el cambio climático”, de “protección de la biodiversidad”… se han quedado completamente huecas de significado.
La Cumbre de la Tierra del 92 resultó ser una cumbre con una gran proyección internacional, de encuentro de los líderes de los principales países a nivel internacional, de declaraciones de buenas intenciones… pero veinte años después el proceso al que dio lugar dicha cumbre fue como un gran fuego de artificios, “mucho ruido y pocas nueces”.
En estos 20 años, no sólo no se ha conseguido frenar el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la deforestación de bosques y selvas vírgenes… sino que, por el contrario, estos procesos se han agudizado e intensificado.
En estos 20 años ha aumentado el cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero, se han privatizado y mercantilizado aún más los recursos naturales. Las patentes sobre la vida. Hoy en los países del Sur asistimos a una creciente ola de acaparamiento y privatzación de tierras, con la consiguiente expulsión de campesinos y pueblos indígenas de estos territorios. Y en un continente claramente afectado por el hambre estas tierras han pasado de ser cultivadas por pequeños campesinos a quedar en manos de la agroindustria internacional, de fondos especulativos, compañías de seguros, etc.
Hoy asistimos a una profunda crisis ecológica y climática, que amenaza el futuro de la especie y de la vida en el planeta y que también amenaza nuestro presente.
Para apuntar sólo a algunas de las consecuencias del cambio climático:
–Liberación de millones de toneladas de metano en el Ártico, un gas 20 veces más potente que el CO2 desde el punto de vista del calentamiento atmosférico. Y esto se debe al calentamiento del Ártico y la desaparición de los bloques de hielo de sus aguas.
-El derretimiento de los glaciares y de los mantos de hielo que aumenta el nivel del mar, provocando migraciones forzadas. Si en 1995 había alrededor de 25 millones de migrantes climáticos, actualment esta cifra se ha doblado, 50 millones. Y en 2050 ésta podría ascender a entre 200 y mil millones de desplazados
–El aumento de la temperatura. Todo apunta a que nos dirigimos hacia un calentamiento global descontrolado superior a los 2°C, y que podría rondar los 4°C para finales de siglo, lo que desencadenaría muy probablemente, según los científicos, impactos inmanejables, como la subida de varios metros del nivel del mar.
Y cuando hoy señalamos que asistimos a una “gran crisis” del sistema capitalista, cuya expresión más evidente aquí en Europa es la crisis económica y financiera convertida en una profunda crisis social, no podemos olvidar que uno de los elementos centrales de esta crisis es su vertiente ecológica y climática. Y que justamente éste es uno de los aspectos que diferencia esta “gran crisis” respecto a crisis anteriores como la del 29 o la de los años 70.
Y esta situación de crisis ecológica y medioambiental pone claramente de manifiesto la incapacidad del sistema capitalista para sacarnos de esta crisis donde su propia lógica nos ha conducido. Una lógica de la barbarie, del crecimiento por el crecimiento, del beneficio a corto plazo, del consumismo compulsivo, del individualismo y la competencia. En definitiva un modelo que no tiene en cuenta los límites del planeta tierra es el que nos ha conducido a esta situación.
Y esta incapacidad por parte del sistema capitalista de dar una respuesta real a la crisis climática la hemos visto reiteradamente tras las fallidas cumbres del clima de Copenhague (2009), Cancún (2010), Durban (2011) o en la cumbre sobre biodiversidad en Nagoya (Japón en 2010), entre otras.
La esperada cumbre del clima en Copenhague, en 2009, que generó una importante movilización y expectación internacional terminó con un sonoro fiasco. Y en palabras del especialista belga en cambio climático Daniel Tanuro: “Nos han querido hacer creer que hay piloto en el avión, pero no hay piloto, o más bien el único piloto que hay es el automático: la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados a la guerra de la competencia por los mercados mundiales”.
Hemos visto como en dichas cumbres del clima han prevalecido los intereses políticos y económicos corto-placistas que en última instancia han buscado hacer negocio con el cambio climático y las emisiones de CO2, así como las soluciones tecnológicas al cambio climático: más nucleares, la producción de agrocombustibles, captura y almacenamiento de CO2 bajo tierra, etc. Se trata de falsas soluciones que intentan esconder las causas estructurales que nos han conducido a la presente situación de crisis y que buscan hacer negocio con la misma.
Todas estas falsas soluciones no harán sino agudizar la crisis ecológica y social que enfrentamos. Y agudizaran aún más las consecuencias del cambio climático y especialmente entre las poblaciones más vulnerables y empobrecidas.
Y como decía antes, todas estas cumbres han terminado en un sonoro fiasco. E incluso las élites políticas son conscientes de que éstas no sirven para nada. De hecho, en unos cables filtrados por Wikileaks en el año 2010 se recogían las declaraciones del presidente del Consejo Europeo, el belga Herman van Rompuy, que le decía al embajador de EE.UU. en Bruselas, pocos días después de la cumbre de Copenhague, que ésta había sido “un desastre increíble” y que “las cumbres multilaterales no funcionarán”. Y el jefe del gabinete del presidente del Consejo Europeo -Frans van Daele- fue mucho más explícito y llegó a calificar la cumbre de Copenhague como “Pesadilla en Elm Street II. ¿Quién quiere ver esa película de terror otra vez?”.
Por lo tanto, vemos como a pesar de la “gran puesta en escena” que significan estas grandes cumbres. Hay un auténtico consenso “por arriba” en que no sirven para nada. O al menos no sirven para dar una solución real al cambio climático, pero sí para hacer negocio con el mismo.
Y ¿por qué esta incapacidad? Los vínculos entre aquellos que ostentan el poder político y el económico son extremadamente estrechos. Esto es justamente lo que ha puesto de manifiesto el movimiento del 15-M: la dinámica de puertas giratorias. Las políticas no son neutrales. Y de aquí que no haya una respuesta real a la crisis ecológica y climática.
Una solución real implicaría un cambio radical en el actual modelo de producción, distribución y consumo, enfrentarse a la lógica productivista del capital. Tocar el núcleo duro del sistema capitalista. Y hoy no hay voluntad para llevar a cabo un cambio de esta envergadura, porqué implicaría renunciar a unos privilegios, a un negocio, por parte de quienes ostentan el poder.
De este modo, luchar contra el cambio climático pasa por combatir el actual modelo de producción industrial, deslocalizado, just on time, masivo, dependiente de los recursos fósiles.
A menudo desde el ámbito sindical se hace seguidismo y se legitiman las políticas del capitalismo verde con la farsa de que las tecnologías verdes crean empleo y generan mayor prosperidad. Es necesario desmontar este mito. La izquierda sindical debe poner en cuestión el actual modelo de crecimiento sin límites, apostando por otro modelo de “desarrollo” acorde con los recursos finitos del planeta.
Las reivindicaciones ecologistas y contra el cambio climático tienen que ser un eje central del sindicalismo combativo. Los sindicalistas no pueden ver a los ecologistas como a sus enemigos y viceversa. Todas y todos sufrimos las consecuencias del cambio climático y es necesario que actuemos colectivamente.
Así que, y volviendo al inicio de mi intervención ¿dónde nos encontramos veinte años después de la Cumbre de la Tierra de Río de 1992? Pues que las élites políticas, económicas, financieras… en todo este tiempo en lo único que se han puesto de acuerdo, como decía el sociólogo brasileño Michael Lowy, ha sido en la urgente necesidad de no hacer nada.
Economía verde y negocio
Hoy la cumbre de Río+20 tiene como tema central en su agenda: la economía verde. Y, ¿qué es la economía verde? Inicialmente podemos pensar que es una propuesta alternativa al modelo económico dominante, pero la realidad no es así, sino todo lo contrario. La economía verde es justamente una estrategia más del capital para hacer negocio con la naturaleza, los ecosistemas, los bienes comunes… en definitiva “lo verde”.
La economía verde implica la neocolonización de los recursos naturales, aquellos que aún no están privatizados, y busca transformarlos en mercancías de compra y venta. La economía verde implica la mercantilización del mundo y de la vida. Seguramente tendríamos que rebautizar la economía verde y llamarla la economía de la usura, de la avaricia y de la muerte.
Justamente en un contexto de crisis económica como el actual, una de las estrategias del capital para recuperar la tasa de ganancia consiste en privatizar los ecosistemas y convertir “lo vivo” en mercancía. Y, por lo tanto, con la economía verde lo que se buscar es aumentar las bases para explotar y hacer negocio con la naturaleza.
Con la cumbre de Río+20 se busca crear lo que podríamos llamar “una nueva gobernanza medioambiental internacional” que consolide la mercantilización de la naturaleza y que permita un mayor control oligopólico de los recursos naturales. De este modo, se quiere avanzar hacia una economía de base biológica que consiste en capturar la materia viva, llamada biomasa, y transformarla en un producto de alto valor. Y se dice que esta “economía de la biomasa” será una alternativa al agotamiento del petróleo, que pondrá freno al cambio climático, que permitirá un desarrollo sostenible, etc. Mentira.
Y ¿quiénes son los promotores de esta economía verde? ¿Quiénes salen ganando con la economía verde? Pues justamente aquellos que nos han conducido al callejón sin salida en el que nos encontramos: de crisis de paradigma y de crisis múltiple, de crisis financiera, social, alimentaria, energética, de los cuidados, climática.
Se trata de grandes empresas transnacionales que monopolizan el mercado de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total), de la agroindustria (Cargill, DuPont, Monsanto, Procter&Gamble), de las farmacéuticas (Roche, Merck),
de la química (DuPont, BASF). Éstas son las principales impulsoras de la economía verde y cuentan con el apoyo activo de gobiernos e instituciones internacionales.
Y ¿quiénes salen perdiendo? Los mismos de siempre. Las comunidades más vulnerables. Aquellos y aquellas que cuidan de estos recursos naturales que ahora quieren privatizar. Las comunidades indígenas, campesinas, de pastores, pescadores… del Sur global, que cuidan de estos ecosistemas. Y que ahora son expropiados y expulsados de sus territorios en beneficio de las empresas transnacionales que buscan hacer negocio con los mismos.
La economía verde privatiza la naturaleza, convierte el acceso a los recursos naturales (tierra, agua, semillas….) y a los alimentos en transacciones comerciales y a las políticas públicas, que deberían garantizar estos derechos, en competencia de mercado. Pero esta dinámica de privatización de la naturaleza no es nueva, si bien ahora se acentuará con un marco internacional que promueve aún más la privatización y la mercantilización de lo vivo.
Ya en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, las empresas transnacionales dieron muestras de un “lavado” de imagen verde para ocultar sus prácticas con un fuerte impacto medioambiental y esquivar esponsabilidades con la generación de cambio climático.
Lo “verde” no es nuevo, pero la economía verde va mucho más allá y, como afirmaba el Grupo ETC, ésta “desatará el mayor acaparamiento de recursos en más de 500 años”. Por lo tanto nos jugamos mucho en la cumbre de Río+20. Ya que ésta puede despejar aún más y facilitar el camino a las empresas para apropiarse de los recursos naturales, legitimando unas prácticas de robo y de usurpación.
Resumen de la ponencia de Esther Vivas en la jornada "¿Economía verde? Beneficios a costa del medio ambiente", organizada por ELA el 05-06-2012. Manu Robles-Arangiz Institutua
*Esther Vivas es coautora de “Planeta indignado. Ocupando el futuro”