Sapo mostrenco barbudo
Daniel de Cullá. LQSomos. Enero 2018
Era un país de “Tócame Roque” donde gobernaba un tal “Pejerón” parecido a aquel bufón de los Condes de Benavente, fresco, robusto, bien conservado, listo y sagaz y al mismo tiempo algo pillo y maleante por el empeine del pie; labihendido en alguna parte de sus morros.
Su bandera era amorronada (bandera morrón).
El pueblo subyugado y sumiso con unas costillas un tanto achatadas, de cuyos bordes o de ambos salían unas como púas o dientes más o menos finos y menudos, entre los cuales se hacía figurar la Pasión de Jesucristo entre una carda de Cruzada, al fin y al cabo un instrumento de tortura, le conocía como el pejemuller, pejepalo, pejerrey, pejesapo, pejeángel, pejearaña, pejediablo y algunos otros.
Calzaba zapatos de siete leguas talla 155, que le llevaban por los Cerros de Úbeda montado en una yegua tan trotona como falsa a la que llamaban “Caracandao”. Mula rastrera que largaba sus juanetes en las puntas del morral del que salían páginas de una constitución boliche cuando el viento era flojo y de popa.
Según las encuestas de personajes adivinos y gurús, la mitad de su población era holgazana, majadera, imbécil, sinvergüenza, chupatintas de condiciones despreciables a juicio de las putas; mientras la otra mitad, la de los del laboreo, que a veces le iba a la morra, a golpes con la población holgazana, era un pueblo de morondonga, de escarnio para sí mismo, que quiere despreciarse, pues sabe que no tiene otro destino que el de obedecer, estar avasallado y recibir hostias a mansalva.
Este pueblo trabajador, incluido el desahuciado, el sin papeles, metido en un novelucho de morondonga, parece feliz, pues tiene una parte carnosa en el pescuezo que los curas bendicen en las iglesias, y su vahído o vértigo son oración y salmo salidos de sus hocicos abultados, queditos y sin hacer ruido.
La felicidad era bebida, chupada a lo morroncho: mansa, apacible, suavemente. Las vírgenes gobernaban los Ayuntamientos, mientras los ediles decretaban sobre esterillas, haciéndose los mortecinos, lo mismo en sentido material que espiritual.
La foto del sapo mostrenco barbudo, descendiente de los Condes de Benavente, el “Pejerón”, cansado, laborioso, penoso, dominaba la pared principal del Pleno, así como los curatos y algunos monasterios.
Al pie de la sala había un mortero grande que se usa para calentar con ascuas, en tiempo frío, la acción de mortificarse los ediles, domando sus pasiones, y refrenando sus malos instintos sometiendo el cuerpo a asperezas y malos tratos; a veces, sacudiéndose las chispas que salen del fuego.
Liberarse de ese cuadro, que mortifica o desazona, era un deseo de algunos que se llaman “oposición”; pero que están en babia, atando moscas por el rabo; mientras los “otros” cuentan cada una de las doce plumas que tiene el ave de rapiña a continuación de las aguaderas; en este garito o peladero, desde donde se gobierna haciendo trampas y fullerías, y se escalda al pueblo para pelarlo.