Sionismo y antisemitismo; paranoia y chantaje

Sionismo y antisemitismo; paranoia y chantaje

Por Luis Suárez-Carreño*

“Su reacción, incluida la de los israelíes liberales, es que el mundo no entiende su derecho a responder de la manera en que lo hicieron porque el mundo sigue siendo antisemita. Este es un gran problema: cuando quienes cometen crímenes no entienden que son criminales”. Ilan Pappé, mayo 2024

La paranoia como síndrome y también recurso político está en pleno auge, encabezado por los Trumps y Bolsonaros para quienes las consecuencias legales de todas sus fechorías solo son maniobras de sus enemigos y que promueven la sospecha enfermiza de manipulación e intereses ocultos de todo mensaje o medida que provenga de gobiernos no fascistas, de las instituciones internacionales o los consensos científicos… frente a la verdad alternativa, aquella que circula anónima e indocumentadamente por las redes.

El caso del sionismo, en su actual versión militarista y xenófoba, es especial, la actitud paranoica no está asociada a una ambición ególatra ni es un delirio conspirativo más, es un rasgo identitario que se funde con el victimismo también convertido en categoría identitaria y razón de ser existencial colectiva. No cabe duda de que el sentimiento de persecución en el caso del pueblo judío está más que justificado por la historia, pero el sionismo, como construcción ideológica, aparato mediático y estructura reticular de poder, utiliza esa persecución como explicación central del mundo, argumento y eje de su política internacional como Estado y como corriente ideológica mundial. Algo que sería más difícil de explicar sino se fundara en la doctrina del pueblo elegido, el otro rasgo fundacional o identitario determinante de ese Estado y movimiento político.

La paranoia como mecanismo político e ideológico tiene, no obstante, algunos rasgos comunes en todas sus manifestaciones: Por una parte, el egocentrismo o afán desmedido de protagonismo, donde todo lo que sucede se interpreta y explica desde los intereses del supuestamente perseguido; por otra, la utilización de una supuesta persecución como pantalla y coartada para ocultar y justificar las tropelías (o directamente crímenes) que el perseguido cometa.

Se ha escrito ya mucho sobre la burda trampa, argumental y ética, que representa la acusación de antisemitismo como respuesta a cualquier crítica a las acciones del Estado israelí, por muy legítima y fundada que esté bajo una óptica apartidista de defensa de los derechos humanos más elementales, especialmente en los últimos meses en que este viene implementando una masacre indiscriminada del pueblo gazatí, al tiempo que una escalada de violencia y expolio colonial en Cisjordania, acompañada de incursiones provocadoras e irresponsables en Líbano, Siria o Jordania.

En estas líneas intentaré no redundar en lo ya repetido, sino subrayar un par de contradicciones o incoherencias, menos mencionadas, que afectan al argumentario paranoico-victimista del sionismo.

Por una parte, resulta que la mayor parte de la crítica al sionismo por sus políticas colonialistas -y, ahora, genocidas- contra Palestina, o al menos la crítica más sostenida y severa, ha provenido de la izquierda y no de la derecha precisamente, que en general se muestra pro-israelí y hace la vista gorda ante sus desmanes. Sin embargo, la persecución más sanguinaria contra los judíos la protagonizó un régimen de extrema derecha como el nazismo, cuyo antisemitismo era el rasgo central de su ADN ideológico y de su política étnico-imperialista o supremacista; rasgo racista y sectario en el que coincidían otros regímenes afines ideológicamente al nazismo de la época, como el fascismo y el franquismo.

Es decir, la corriente política más antisemita en la historia ha sido la derecha xenófoba, la misma corriente que ha perseguido -y exterminado cuando ha podido- a los movimientos de izquierdas. Judíos y rojos han sido con frecuencia, desde el pasado siglo, compañeros de un destino trágico a manos del antisemitismo de derechas, o sea, del fascismo. Cuando la izquierda critica a Israel o al sionismo, no lo hace, en general, por antisemitismo sino por internacionalismo solidario, en defensa de los derechos humanos de un pueblo oprimido, o, más precisamente, masacrado, con independencia de su religión o etnia. Esa izquierda ni está contra el judaísmo del opresor ni está a favor del islamismo del oprimido; estaríamos igualmente a favor de los judíos oprimidos y en contra de sus opresores islamistas si fuera el caso; así entendemos que se deben defender los derechos humanos, sin filtros étnico-religiosos.

Pero refiriéndonos domésticamente a nuestra cultura ibérica, el antisemitismo es un fenómeno aún más inverosímil o improbable; lamentablemente, hace ya más de cinco siglos que el fundamentalismo católico impuso su doctrina xenófoba expulsando sucesivamente de los distintos reinos ibéricos, empezando por Castilla y Aragón a finales del s. XV, o forzando a la conversión, o directamente ejecutando ritualmente – a manos de esa ‘santa’ inquisición que impuso su cruel  y sectaria ley durante casi 400 años – a la población judía o conversa -al igual que a la población musulmana- que hasta entonces convivía con relativa armonía con el resto de culturas en estas tierras, en un ejercicio pionero de limpieza étnico-ideológica.

Ciertamente, durante los años más siniestros e ideológicamente delirantes del franquismo, se rescató un antisemitismo (recordemos la retórica del ubicuo enemigo judeo-masónico) que no buscaba sino asimilarse y congraciarse con su ideal doctrinario, esto es, el régimen nazi, al tiempo que retribuir su imprescindible ayuda para el triunfo de la ‘Cruzada’.

La realidad es que en nuestro país la presencia judía ha sido y es desde los albores de la modernidad insignificante, y que para las generaciones del siglo XX en adelante el, digamos, tema judío ha sido muy ajeno y lejano. En la política de este país la cuestión judía simplemente no es tema que haya interesado u ocupado. No ha habido un caso Dreyfus, y sí ha habido muchos casos relacionados con otras minorías, etnias o culturas específicas o diferenciadas, ya sean catalanes, vascos, gitanos, moros, etc.

Por ilustrarlo de forma más prosaica o antropológica: desde niños hemos consumido, y frecuentemente reproducido, chistes y tópicos sobre catalanes, andaluces, moros, chinos, gitanos, vascos, gallegos, sudacas, enanos, gordos, putas, curas, maricas, lesbianas, borbones… pero no judíos. Los únicos chistes sobre judíos los hemos conocido a través del cine norteamericano, por ejemplo, de Woody Allen.

Aunque puede ser difícil de aceptar para un ultrasionista, por esa seña narcisista o ególatra antes mencionada de cualquier paranoico político, consistente en creer que el mundo gira alrededor de él y su grupo, el hecho es que en este país la cuestión judía no ocupa lugar alguno en el imaginario colectivo al menos desde mediados del siglo XX, simplemente no es tema. Difícilmente podría germinar el antisemitismo sobre un lecho de general indiferencia.

Del enorme fraude ético que es el espantajo del antisemitismo lo único que sorprende a estas alturas es que tantos gobiernos, organismos y creadores de opinión lo sigan comprando. En medio del actual genocidio que el Estado de Israel perpetra en Gaza, tachar de antisemitismo a las críticas humanitarias es tan indecente como pueril y en nuestro caso, directamente absurdo.

No voy a recodar las cifras del genocidio y limpieza étnica que se desarrolla diariamente ante nuestros ojos en Gaza, pero mencionaré sí un reciente gesto revelador, ofrecido hace pocos días por el presidente Netanyahu mostrando al mundo lo que cabe interpretar como su mapa ideal en el que los eufemísticamente denominados Territorios Palestinos han quedado reducidos al campo de exterminio de la franja de Gaza. Desaparecida así Cisjordania, Israel muestra abiertamente su proyecto al que solo por convención se puede denominar colonial porque en realidad es mucho más bárbaro e inhumano: el holocausto del siglo XXI, imposible de ocultar o siquiera disimular con la cortina de humo del antisemitismo.

¿Hasta cuándo el mundo va a seguir tolerando esta masacre? ¿Hasta cuándo permitirán los gobiernos e instituciones internacionales el indecente chantaje moral del antisemitismo?

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