Siria: Déja vu con nuevo maquillaje
Por Beatriz Bissio*
2024: La estatua de Hafez al-Assad, padre de Bashir al-Assad,
es derribada en Tartus, Siria.
2003: La estatua de Saddam Hussein es derribada en Bagdad.
Todo ello, en 2003 y 2024, fue debidamente filmado por la CNN y repetidamente difundido para celebrar la victoria de la libertad sobre la dictadura. Sin embargo, en 2016, con menos destaque, se hicieron públicas las declaraciones de arrepentimiento de algunos de los participantes en la gesta en Bagdad: «Nuestro país ha vuelto a la Edad Media», dijo uno de los iraquíes arrepentidos en una entrevista con la BBC. No sabemos si dentro de 13 años tendremos arrepentidos sirios concediendo entrevistas a la BBC…
Pero aún con tanta incertidumbre es posible hacer algunas reflexiones sobre la caída del gobierno de Bashar al-Assad, a la luz de experiencias históricas recienAl Jolani (centro), el primer ministro saliente Al Jalali (izquierda) y Mohamed al Bashir (derecha), que encabeza el “Gobierno de Salvación” de los rebeldes durante la reunión para coordinar el traspaso de poder
Los principales medios de comunicación occidentales, Al Yazira, Qatar TV y otros medios alimentados por las mismas fuentes presentan la caída del gobierno dirigido por Bashar al-Assad como el comienzo de la liberación del pueblo sirio. Y los responsables de este logro son los yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS). El 6 de diciembre, dos días antes de la caída del gobierno sirio, la CNN entrevistó a Abu Mohammed al-Jolani, líder de HTS.
En su nuevo cargo, al-Jolani pidió que se le llamara por su verdadero nombre, Ahmed Hussein al-Sharaa, y ya no por su nombre de guerra. Y declaró a la CNN que estaba comprometido con una transición sin violencia en Siria. El cambio no se ha limitado a su nombre: al-Jolani luce ahora una barba bien cuidada y ha pasado de vestir túnica musulmana a uniforme militar, un gesto que algunos comentaristas ya han asociado con la «moda» inaugurada por Vlodomir Zelenski.
El cambio de aspecto y la moderación del lenguaje eran casi obligatorios para asumir el nuevo papel de líder de la liberación siria, ya que al-Jolani se ha hecho «famoso» como ideólogo y comandante del Frente al-Nusra, vinculado a al-Qaeda, y sigue figurando en la lista de terroristas buscados por Estados Unidos cuya captura sería recompensada con 10 millones de dólares. Sin embargo, no es de extrañar que el Washington Post del 9 de diciembre informara que las autoridades estadounidenses «no descartan retirar la designación de terrorista a HTS para permitir un contacto y una cooperación más profundos con el grupo»…
Los retos de al-Jolani van más allá de convencer a los sirios de que sus brutales y bien documentados crímenes al frente de Al Qaeda siria son cosa del pasado y que hoy es un moderado que respetará las diferentes religiones y a todas las minorías. Hayat Tahrir al-Sham, que él lidera, formada en 2017, es una alianza de diferentes grupos yihadistas con el apoyo del servicio secreto turco, el M16 y la CIA, en coordinación con la MOSSAD israelí, con el objetivo de derrocar al gobierno laico de Assad: Jabhat Fateh al-Sham (antiguo Frente Al-Nusra), el Frente Ansar al-Din, Jaysh al-Sunna, Liwa al-Haqq y Nour al-Din al-Zenki… Pero una vez alcanzado este objetivo común, es difícil predecir hasta qué punto todos estos grupos participarán en el proyecto de una nueva Siria.
El primer paso de al-Jolani en su nuevo cargo fue nombrar un primer ministro, puesto para el que fue designado Mohamed al-Bashir, originario de la ciudad de Idlib, cuartel general de los yihadistas durante los años de preparación del asalto final al gobierno de Assad. Este ingeniero eléctrico de 41 años, licenciado por la Universidad de Alepo, será el encargado de organizar la transición y de demostrar que las promesas de moderación y respeto a la diversidad religiosa y étnica de Siria no eran sólo propaganda inicial. Al-Bashir había sido ministro de Desarrollo en el gobierno yihadista de Idlib, que impuso la sharia, la ley islámica.
Los antecedentes de Hayat Tahrir al-Sham y los pocos documentos conocidos parecen indicar que el proyecto pretende utilizar la experiencia de Idlib como modelo para la creación de un califato de inspiración salafista, lo que podría significar la implantación de la estricta sharia en todo el país.
No es una perspectiva optimista para las comunidades cristianas, ni para los drusos, alauíes y otros chiíes sirios, ni para los seguidores del sufismo, la rama mística del islam. Por eso, posiblemente previendo nuevas oleadas de refugiados, los gobiernos alemán y austriaco anunciaron el 9 de diciembre que los procedimientos de asilo para los ciudadanos sirios se suspenderían a partir de esa fecha.
De hecho, el 10 de diciembre, el canal de televisión árabe independiente Al Mayadeen difundió un vídeo que mostraba a militantes armados de Hayat Tahrir al-Sham asesinando a hombres desarmados en el pueblo de al-Rabia, en las áreas rurales de Latakia, y el asedio de agentes dentro de una granja en el mismo pueblo. Y fuentes vinculadas al Observatorio Sirio de Derechos Humanos informan de ejecuciones de hombres que huían del servicio militar en la zona de Sukhna, en el desierto de Homs, y también en los barrios de Nawaha y Al-Asadiya.
Repercusiones más allá de Siria
El cambio en el escenario sirio plantea muchos interrogantes sobre el futuro del país, pero los expertos también tratan de entender cómo ha sido posible la caída del gobierno en tan pocos días y cómo está cambiando la correlación de fuerzas regional.
Hay varias explicaciones posibles para la rápida caída del gobierno y la falta de resistencia, pero sólo el tiempo dirá si el panorama se está entendiendo correctamente.
Siria era un país importante en Oriente Medio (región que ahora se reconoce mejor como Asia Occidental, para evitar la denominación heredada del colonialismo), con un Estado laico, un ejército bien entrenado, un alto nivel educativo, instituciones que funcionaban y un nivel socioeconómico razonable. Washington lleva intentando cambiar la política siria desde la Guerra Fría, cuando el gobierno de Damasco era un aliado estratégico de la Unión Soviética.
Y este objetivo ha cobrado fuerza en los últimos tiempos, sobre todo desde 2011, cuando, en estrecha coordinación con Israel, Estados Unidos aprovechó las movilizaciones contra el Gobierno en el contexto de la llamada Primavera Árabe para infiltrar a sus agentes y a grupos yihadistas entre los manifestantes. La incapacidad del gobierno para atender las demandas de la sociedad, reprimidas con violencia, sumada a la creciente injerencia occidental, convirtió las pacíficas reivindicaciones económicas y políticas en una guerra civil.
A lo largo de los años, los yihadistas pasaron a controlar partes del territorio sirio, incluidas zonas industriales y regiones productoras de petróleo, que han quedado bajo el control indirecto de Turquía y Estados Unidos a través de los grupos extremistas. Al perder sus principales fuentes de ingresos y la soberanía sobre una parte importante de su territorio, además de sufrir graves sanciones económicas, el gobierno de Damasco quedó paralizado.
Los Acuerdos de Astaná, negociados en 2017 con Turquía con participación rusa e iraní, parecían augurar el fin del conflicto, ya que los grupos terroristas quedarían comprimidos en zonas delimitadas en la negociación, que además facilitaba el acceso de la ayuda humanitaria y permitía la reconstrucción de las infraestructuras destruidas por la guerra. Pero en realidad, los acuerdos (ingenuos?) sólo congelaron el conflicto, ya que permitieron a los extremistas permanecer en zonas vitales del territorio, donde -ahora se sabe- siguieron siendo financiados y entrenados por Turquía y Estados Unidos.
Bajo el peso de las sanciones, sin control de zonas vitales, sin recursos para responder en lo más mínimo a la miseria en la que estaba atrapado el 90% de la población, el gobierno de Damasco fue consumido por una corrupción que afectaba incluso a los miembros del ejército, mientras los soldados sobrevivían con sueldos miserables y eran incapaces de prepararse para las nuevas formas de guerra, cada vez más sofisticadas y dependientes de la tecnología.
Con la situación aparentemente congelada, pero con grupos yihadistas entrenados y armados por Turquía, Estados Unidos y la OTAN, incluso a través de militares y mercenarios ucranianos, la «ventana de oportunidad» para un asalto decisivo contra el régimen de Bashar al Assad apareció en el interregno entre el final de la administración Biden y la toma de posesión de Donald Trump el 20 de enero.
Israel se sintió libre de cruzar cualquier línea roja y Turquía decidió poner a prueba su capacidad para extender su influencia y resolver el problema kurdo. El momento parecía ideal para seguir adelante con el proyecto de hacerse con el control de Siria. La sorpresa fue la falta de resistencia y la consiguiente rapidez del desenlace.
La explicación está en el escenario ya descrito en Siria y en la actitud personal de Bashar al-Assad, que habría recibido una oferta de apoyo militar explícita tanto de Irán como de Rusia, concretamente, en el caso del gobierno de Teherán, de entrar con tropas en territorio sirio si se le invitaba a hacerlo. Sin embargo, según informaciones que circulan en estos momentos, y que sólo el propio al-Assad podrá confirmar en el futuro, él no aceptó estas ofertas, tal vez por considerar que no había condiciones para resistir, ni siquiera con un baño de sangre.
Nueva correlación de fuerzas y ambigüedades de la victoria
A corto plazo, el nuevo escenario indica un fortalecimiento de Israel y una victoria táctica de Estados Unidos, la OTAN y Turquía. En el caso de Israel, tras infligir grandes pérdidas a Hezbolá, atacar a Irán y avanzar sin descanso en el genocidio de Gaza y la ocupación de Cisjordania, el gobierno ha conseguido abrir la posibilidad de hacer viable su proyecto de balcanizar Siria. Siguiendo el viejo dicho romano «divide y vencerás», Israel trata de aprovechar las dificultades de los yihadistas para consolidar su victoria, favoreciendo las divisiones en la compleja formación étnica del país.
Sin perder tiempo, Netanyahu ordenó al ejército entrar en territorio sirio por primera vez desde la guerra árabe-israelí de 1973, invadir nuevas zonas de los Altos del Golán y tomar el control de la zona desmilitarizada entre Israel y Siria. Al mismo tiempo, ha lanzado ataques aéreos en Damasco contra varios edificios gubernamentales, como la sede de la inteligencia militar, y está destruyendo toda la infraestructura militar en un intento de impedir que los grupos que han tomado el poder se apropien de estos bastiones y de las armas almacenadas en ellos. Informaciones del 10 de diciembre muestran tanques israelíes avanzando hacia Damasco.
Pero no sólo la situación en Siria indicará si se trata de una nueva victoria para Israel. A pesar de la propaganda del gobierno, la sociedad israelí está mostrando signos de cansancio y desesperación ante la guerra y la violencia diarias y sus consecuencias en todos los frentes. Si la imagen de al-Assad parecía fuerte pero resultó ser tan frágil como un castillo de naipes, Netanyahu y sus ministros pueden estar cegados por sus ambiciones desmedidas de conquista y por victorias momentáneas, sin darse cuenta de que están perdiendo el apoyo interno sin el cual, al igual que al-Assad, el gobierno no tiene futuro.
En el caso de Estados Unidos y el Reino Unido, los actores más importantes de la OTAN en la región, la dulzura de la victoria por el derrocamiento de al-Assad podría convertirse en un amargo dolor de cabeza. El conocido guión de aprovechar a los yihadistas para derrocar a gobiernos considerados enemigos no tiene final feliz. Basta recordar a Osama Bin Laden, presentado como un gran defensor de las libertades cuando fue entrenado para enfrentarse a los soviéticos en Afganistán… ¿Será al-Jolani el Bin Laden del mañana?
Como mínimo, a corto plazo, los estrategas de la Casa Blanca y del Pentágono que lo entrenaron a él y a sus seguidores de Hayat Tahrir al-Sham tendrían que explicar a las familias de los asesinados el 11 de septiembre de 2001 cómo los terroristas de Al Qaeda, en nombre de cuya aniquilación se lanzó la «guerra contra el terrorismo» y se justificaron las invasiones de Afganistán e Irak, son hoy aliados «moderados» entrenados por Estados Unidos y la OTAN para inaugurar una etapa de libertad en Siria.
El mayor impacto del cambio de escenario parece producirse en relación con Irán. La caída de Bashar al-Assad es sin duda un golpe al llamado «eje de resistencia», en el que Siria jugaba un papel estratégico desde posiciones geopolíticas favorecidas por su privilegiada geografía. Ante este nuevo escenario, Irán probablemente reevaluará sus prioridades y sus relaciones en la región y a nivel global.
Su capacidad militar no se ve afectada, pero hay opciones -por ejemplo en relación con el programa nuclear- que podrían verse afectadas por la política de la nueva administración Trump, cuyos altos cargos, en línea con las posiciones defendidas durante la anterior administración del nuevo presidente, han hecho declaraciones a favor del fin de la guerra en Ucrania pero belicistas en cuando se trata de Asia, incluida la región del Medio Oriente.
La mayor especulación en este momento entre los analistas es sobre la continuidad del apoyo iraní a Hezbolá en el Líbano y los palestinos. El papel desempeñado por Siria en este campo no será fácilmente sustituido y cualquier especulación al respecto es prematura. Pero sí se puede afirmar que Hezbolá, apesar de haber sufrido duros golpes por parte de Israel, es una fuerza política de primer orden en el Líbano, además de militar, y ya ha demostrado su resistencia y capacidad de reorganización.
Y la causa palestina, a costa del genocidio en Gaza, no sólo ocupa titulares en todo el mundo, sino que vuelve a ser objeto de debate en las instituciones internacionales. Corresponde a la opinión pública y a los movimientos sociales y de derechos humanos redoblar su presencia en las calles y en todos los foros para que la solidaridad y la militancia en favor de Palestina superen la truculencia.
Por su parte, Rusia, antiguo aliado estratégico de Siria, que ha concedido asilo político a Bashar al-Assad, se ha mantenido cauta y ha expresado su falta de implicación en el desarrollo de la crisis siria. De hecho, el principal papel de Rusia en Siria, donde acudió por invitación de al-Assad, ha sido ayudar a estabilizar la situación del país, no sólo ante la agresión militar sino también por las consecuencias sociales de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y la imposibilidad de acceder a recursos vitales para el Estado.
Sólo los próximos meses dirán cuál será el futuro de las bases rusas de Jmeimim y Tartus y cuál será la actitud rusa hacia el nuevo gobierno sirio. En sus primeras declaraciones tras tomar el poder, Al Yolani afirmó que las bases rusas no se verían afectadas. Pero todo lo relacionado con el futuro de Siria es una incógnita. Los estudiosos de la guerra moderna estiman que las bases rusas en Siria, que fueron muy significativas en el contexto de la Guerra Fría, no tienen hoy la misma importancia estratégica. Y en este sentido, aunque la caída del gobierno de al-Assad signifique la pérdida de un aliado, no tendría el mismo peso para Rusia que para Irán.
En una primera valoración de las consecuencias del cambio en Siria, hay quienes lo celebran victoriosamente, del lado de los intereses occidentales, con Israel en primer plano, y quienes viven con amargura un golpe cuyos efectos son aún difíciles de evaluar. Por el momento se desconocen muchos detalles y episodios que podrían arrojar luz sobre los posibles desenlaces de la situación, y la alteración inicial en la correlación de fuerzas aún podría cambiar. A corto plazo, sin embargo, no parece prudente ceder al optimismo.
* Beatriz Bissio. Profesora de Ciencias Políticas, Núcleo disciplinario sobre África, Asia y las relaciones Sur-Sur, Universidad Federal de Río de Janeiro. Nota publicada en el CLAE.
Comparte este artículo, tus amig@s lo agradecerán…
Mastodon: @LQSomos@nobigtech.es; Bluesky: LQSomos;
Telegram: LoQueSomosWeb; Twitter (X): @LQSomos;
Facebook: LoQueSomos; Instagram: LoQueSomos;