Sociedad industrial
Muchos de los problemas a los que hoy nos vemos abocados se interpreta que suceden como consecuencia del capitalismo. Me planteo dos preguntas. ¿Por qué se impone el capitalismo? y ¿no iba desparecer víctima de sus contradicciones internas?, algo que he oído durante años y años.
Y también el porqué de que los modelos comunistas más amplios, China y los países de la antigua Unión Soviética, han desembocado en el capitalismo más feroz. Pienso que en el fondo el modelo capitalista organiza el egoísmo humano, cuya puesta en escena en la sociedad genera el Poder. El capitalismo se adapta a la manera de ser humana y la refuerza.
Pero hay algo fenomenológico sobre lo que se desarrolla el capitalismo: la sociedad industrial en sí misma, la cual coincide con las sociedades comunistas que luego confluyen. Este modelo de sociedad afecta a lo más profundo de las personas, independientemente de su organización, siendo el ser industrial muy poco o nada cuestionado. Sucede la tecnificación de la cultura.
La sociedad industrial se ha impuesto y a medida que crece destruye más el medio ambiente, da lugar a enormes ciudades y al vaciamiento de los pueblos, establece formas de vida encajonadas en horarios y se convierte en el nuevo hábitat de la especie humana, unos porque están inmersos en ella y otros porque sufren sus consecuencias desde la parte residual del mundo. Las zonas no industrializadas del planeta no son más atrasadas, sino que son castigadas, expoliadas y pisoteadas por la arrogancia y el despotismo industrial. O el discurso ecologista se sumerge en estas profundidades o simplemente mariposeará en la política sin repercusión alguna.
Hace poco en una tertulia de los martes una persona dijo que en los pueblos todos quieren que asfalten las calles. Yo planteé que es que si se ha votado alguna vez. Se da por supuesto, pero yo nunca he elegido que las calles de la ciudad estén o no asfaltadas, y lo están ¡todas!. Es algo impuesto. Además se ha creado algo tremendamente perverso y es que se ha desarrollado el micropoder durante la extensión capitalista sobre la base de la envidia y la ambición como dos caras de una misma moneda. Si un vecino asfaltaba su calle los demás también, no por el hecho mismo sino porque lo hizo otro. Si alguien tuvo un coche los demás también, sin ver si es o no conveniente, desde el punto de vista personal y de la sociedad. Y querer un coche mejor que el del vecino. Esto ha impulsado el desenfreno de un segunda parte de la sociedad industrial: la sociedad del consumo y de masas.
Estamos atrapados en esta realidad, pero sobre todo cegados porque nos han convertido, sin saberlo, en soldados de la economía despojándonos de ser ciudadanos. Somos clientes y productores. Funcionamos como tales
Hace unos días fui andando por la calle, como siempre, pero aquel día me fijé en la cara de los conductores. Me quedé parado contemplando la calzada por la que circulan los coches. Me llamó la atención los rostros que miran fijamente, unos abstraídos escuchando música, otros pensativos, todos en la misma postura. Nadie, ni yo mismo hasta entonces, nos planteamos tal aberración. Me dio pena porque vi a los conductores encerrados en los coches, convertidos en la cucaracha de la novela “La metamorfosis” de Kafka.
La única salida a esta situación es el arte, dejarnos llevar por él como sociedad y a título personal, para ser capaces de crear nuestro mundo robado, ido, alejado y volver a caminar y desnudar las ciudades y bailar sin que venga a cuento… Porque como dice Martín Walser en su novela “Más allá del amor” es imposible desarrollar una vida de afectos y gratificante cuando se ha convertido el cuerpo y el espíritu en una máquina hecha para el trabajo