Tango: danza inmoral en que el Papa Pio XI quería ver una “luz”

Tango: danza inmoral en que el Papa Pio XI quería ver una “luz”

Por Daniel Alberto Chiarenza*

1 de febrero de 1924: el bailarín de tango Casimiro Aín, “el vasco”, realiza la primera exhibición de la danza ante el Papa Pio XI quería ver una “luz” de distancia entre el hombre y la mujer

Aunque tal vez parezca mentira, para no muchos argentinos y para no tantos tangófilos – ya esto dicho en el plano universal- es conocido este episodio de la Historia del “sentimiento triste que se baila”, según la tanguera definición de Discepólo; y menos aún la de su protagonista: el Vasco Aín.

El “Vasco” Casimiro Aín, también tuvo otro seudónimo: El lecherito. Nació el 4 de marzo de 1882.

El Vasco Aín quedó inmortalizado en la historia del tango, no sólo por ser uno de los más grandes bailarines de principios del siglo XX. Además porque a iniciativa del entonces embajador argentino ante el Vaticano, Daniel García Mansilla –preocupado en disipar la acusación de la inmoralidad del tango y su prohibición eclesiástica-, el Vasco fue el que bailó la polémica danza ante el Papa Pío XI (sin sospechar, por supuesto que antecedería en casi un siglo al único Papa argentino, gran degustador de la danza arrabalera) y otros altos dignatarios, para que el sumo pontífice pudiese juzgar la moralidad del tango danzante.

El tango había sido cuestionado, entre tantos, por algunos jerarcas de la Iglesia católica -y no católica- por el arzobispo de París, que lo criticó debido a sus “connotaciones sexuales”.

Sin embargo, a las 9 de la mañana del 1 de febrero de 1924, Casimiro Aín, salió del hotelito de la vía Torino que le reservó la embajada y subió a un coche. Mostraba rastros del malevaje porteño: llevaba puesto el chambergo borsalino de cinta ancha y ribete negro en el ala. Aferra una valija con los elementos de trabajo: botines abotonados, lengue de seda japonesa, pantalón de fantasía con trencilla y chaqueta negra con vivos. Iba nervioso, era mucha la responsabilidad que le habían dado.

En el currículum de Aín, presentado a la secretaría vaticana por la embajada, se omitió sus actuaciones en lo de madame Blanche y en lo de la Negra María de Nueva Pompeya.

Al Lecherito lo recibió un capitán de la Guardia Suiza y lo condujeron dos monseñores hasta la biblioteca. Aín sentía un miedo guapo cuando lo condujeron al recinto donde el Santo Padre lo recibiría. No había señoras, por las dudas que ciertamente fuera “pecaminoso”.

García Mansilla le hizo un guiño cómplice, bien porteño, al Vasco, alentándolo en la “argentinada”. Sería el protagonista del intento de aceptación ecuménica del tango, resistiendo a los europeos que pedían su excomunión después del avasallador éxito del género en París. También el tango argentino comenzaba a concitar interés económico.

Se dice que Pío XI sentado en su trono, sólo murmuró: “avanti, figliolo, procedi”. El Vasco hizo una seña y el maestro del coro Vaticano convocado para tocar en el armonio esa música rara, arrancó con el tango Ave María, de Francisco -“Pirincho”- y Juan Canaro. El título era piadoso, ante otros impresentables como “¡Qué fideo!”, “El choclo”, “El fierrazo” o “Abanicame la zona”, nombres comunes en los para nada sacros lupanares de la época.

García Mansilla estuvo en todos los detalles: no dejó que el “Vasco” bailara con su compañera, la alemana Peggy, con la que acostumbraba actuar en el cabaret El Garrón de Montmartre. Frente al Papa, su compañera de baile, estirada y desconfiada ante aquel malevo exótico, sería la señorita Scotto, traductora en las oficinas de la biblioteca de la embajada. Sin falda con tajo ni zapatos de taco alto. La pollera de la señorita Scotto, azul oscura, bien debajo de la media pierna.

Por supuesto que salió un tango desapasionado. Nada de ocho, menos la sentadita y mucho menos otros insinuantes acercamientos que, por otra parte, la señorita Scotto no habría permitido. Aín escondió los secretos demonios del tango. Se prescindió de todo lo atrevido. Con una delicadeza de minué, era imposible que el Papa condenara a aquella ingenua danza.

La satanización clerical del tango perdía respaldo teológico, pues el Papa no encontró “pecaminosa” la danza. Los bailarines se habían esmerado para que quedara bastante “luz” entre el hombre y la mujer. Como última escena el Papa le regaló al “Vasco” una medallita de plata de Nuestra Señora de Loreto, aunque el Pontífice –antes de retirarse- recomendó reemplazarla por la furlana, danza de origen véneto que había conocido en su juventud.

Esta “leyenda”, la afirma Aín en un reportaje que se le realizó a su regreso de Italia. Pero el musicólogo Enrique Cámara, catedrático de la Universidad de Valladolid y con muchos años de residencia en Italia, recorrió pacientemente la hemeroteca del Vaticano, en especial su diario L’Osservatore Romano, y no encontró nada al respecto.

En sus primeros tiempos, Aín tenía una compañera de baile a quien conocían como La Vasca; luego cambió de pareja y en 1913, cuando ya había estilizado el baile de los primeros tiempos, marchó a Francia, acompañado por Edith Peggy y un trío formado por Celestino Ferrer en piano, Eduardo Monelos en violín y Vicente Loduca en bandoneón.

En 1920, actuó en el Teatro Marigny, ganó el campeonato mundial de bailes modernos y en 1926 se presentó con la orquesta de Francisco Canaro en el Club Mirador de Nueva York. El “Vasco” Casimiro Aín murió el 17 de octubre de 1940, un año después que Pio XI.

Imagen de cabecera: El “Vasco” Casimiro Aín junto a Edith Peggy.

*.- Desde Burzaco (Buenos Aires). Daniel Alberto Chiarenza redactó unos 200 fascículos dirigidos por Don Pepe Rosa. Colaboró, desde la apertura democrática en 1983, con publicaciones como NotiLomas, Buenos Aires/17 y Volver a las fuentes. Comunicador de temas históricos en radios locales: FM Ciudades, FMB, AM 1580, FM Sueños. Relator de las Comisiones de Identidad Bonaerense, y otras en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Redactor en los periódicos InfoRegión y La Unión. Docente jubilado, regente y director del Instituto Lomas y profesor de Adultos. Es autor de los libros Historia general de la provincia de Buenos Aires (1998); El olvidado de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo (2005); Ramón Carrillo: vida y obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco T. 1 (2009); Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón Carrillo (2010); El Jazz Nacional y Popular (2017). Más artículos del autor

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