Ternura y malvón
Al fragor del jardín crece la tarde. Conciliando colores y algún pájaro en fuga nos propone esa urdimbre de paisaje con palabras que abusan de su enigma. Un tal vez de ironía las ordena, se entrelazan sonriendo y pronto se niegan y alejan de sí mismas; más cuando se disponen y así como al desgaire, ellas llegan precisas, acordes, oportunas y henchidas orgullosas de integrar el conjunto. Se dice y no se sabe todavía, que su entramado en renglones sensibles al idioma es algo por su cuenta; las palabras conciben su espíritu y valor y el modo de sentir su vida propia. Y una frase es destello de lo mismo.
Más en el jardín y un sol a iniciar su retirada, palabras en manojos vienen para quedarse. O sólo se aproximan de curiosas aunque propias sencillas repetidas y de alinear de a una, forcejean ida y vuelta al ocultarse para seguir volviendo, según es su costumbre. Cierta fugacidad de tiempo imperceptible, pero útil para entender que una sola palabra indoblegable y en un jardín atardecido con olvidos que insisten en quedarse, tiene gusto a tristeza y tiempo transcurrido.
Por allí y sin anuncio, una hermosa palabra joven adolescente, tan alegre y sonriente saltarina palabra, se cayó de un malvón hacia el silencio. Desde lo alto de esa flor a ratos lánguida, melancólica y casi temerosa, se derrumbó esa palabra tan juvenil vital y necesaria. Que según se dijera tenía toda la vida por delante y decidió tirarse, eso nunca se sabe. Pero esa íntima voz de la ternura a musitar a veces, un silencio entre dos, al caer del malvón se tornó un sin retorno tan mustio y desgarrado. Y allí recién acaso pronunciara algo a saber de la juventud y la tristeza.