¿Transición o Traición?
Ramón Alonso. LQSomos. Agosto 2017
Durante demasiado tiempo se nos ha bombardeado sistemáticamente con las bondades de la Transición, pero ¿qué tuvo de modélica? El propio franquismo, en sus últimos tiempos, utilizaba ese término, que aparece en la prensa tan próxima al Régimen como el ABC, donde figura en varias editoriales (por ejemplo, los días 2 y 3 de agosto de 1975). Esto prueba que sectores de la dictadura veían, aún en vida de Franco, necesario pasar a otro tipo de gobierno más adecuado a los intereses económicos de la mayoría de los poderosos sectores que habían apoyado al dictador con anterioridad, pero que ante la proximidad de su muerte creían más acorde con sus negocios unas políticas y administraciones públicas en mejor sintonía con la situación internacional.
La inestabilidad política del final de la dictadura no era el escenario más apropiado para los grandes proyectos. El Régimen, con su obsesión de perseguir implacablemente cualquier tipo de oposición o reivindicación, agravaba los conflictos, los que con elevada frecuencia terminaban de manera trágica. Los graves incidentes, incluidos tiroteos con la policía por las calles con resultado de muertos y heridos eran cada día más comunes. El último acto político relevante del dictador fue el criminal linchamiento (bajo una ínfima apariencia de legalidad) de los Cinco del 27 de septiembre. Como protesta, muchos países retiraron sus embajadores, produciéndose el mayor aislamiento político desde los años cuarenta. El 20 de noviembre, la situación española era extremadamente compleja y se caracterizaba entre otros factores por:
Una fuerte inquietud social que se derivaba de la ausencia total de libertades. Solo existían el Movimiento, como partido único y los sindicatos verticales cada vez más desprestigiados. Eran ilegales las reuniones, las manifestaciones, las huelgas, o cualquier otro partido o sindicato que los oficiales. El mantenimiento a cualquier precio de su “orden público”, era su máxima prioridad. En aplicación del infame decreto ley antiterrorista se preveía la petición de numerosas penas de muerte pues había varios sumarios (muerte de Carrero Blanco, atentado de la calle del Correo, últimas detenciones de ETA y FRAP), con procesados con graves acusaciones. La escalada represiva, los incidentes armados o las detenciones (con torturas a muchos de los detenidos) se multiplicaban. Desde mediados de octubre, se practicaban las típicas redadas preventivas con la detención de miles de “sospechosos habituales”. El número de presos políticos alcanzó sus cifras más altas durante muchos años.
A pesar de los desesperados intentos del equipo económico del gobierno por enmascarar los efectos de la crisis del petróleo en España, el paro aumentaba, los salarios se estancaban y la inflación alcanzaba cifras de dos dígitos.
La situación en el Sahara, entonces español, era muy delicada. La monarquía absolutista marroquí había expresado rotundamente sus deseos anexionistas. El Régimen iba a cometer una de sus últimas felonías: La entrega sin compensaciones conocidas al reino de Marruecos de ese territorio. El conflicto saharaui continúa sin resolverse.
La maniobra sucesoria tenía poca base social. La monarquía y la figura del rey nacían contaminadas por la influencia de los jerarcas del Régimen. Había muchas y fundadas sospechas de que se estaba “cocinando” un franquismo sin Franco.
Así, nació la nueva monarquía, en una situación muy desfavorable. Sus primeros días fueron contradictorios: por una parte se nombra un gobierno continuista, presidido por Arias, franquista acérrimo, pero con varios ministros más aperturistas y como ministro de la Gobernación a Fraga, lo más pretenciosamente europeísta de la dictadura. Por otro lado, hay movimientos para aminorar la tensión: Se conmutan todas las posibles penas de muerte, se da un indulto mínimo, pero que se aplica con ánimo de reducir el número de presos y se producen algunas salidas de prisión. Se abandona el Sahara.
Como era de esperar, las fuertes tensiones derivadas de la crisis y de la falta de libertades buscaron salida y la encontraron en la forma de grandes movilizaciones y huelgas. La respuesta no se hizo esperar, pues todo el aparato represor estaba intacto y con los mismos mandos. Esta maquinaria entró en acción de la única manera que conocía, aunque utilizando en algunas ocasiones mayor selectividad a la hora de reprimir.
En muy poco espacio de tiempo, quedó en evidencia que la continuidad o el franquismo atenuado solo incrementaban las tensiones políticas y sociales. Las numerosas muertes violentas bajo el gobierno Arias fueron la sangrienta prueba de ello. La brutalidad policial y la dureza judicial eran con demasiada frecuencia los únicos argumentos ante cualquier petición, con lo cual, los problemas se exacerbaban y las respuestas populares se endurecían. La inestabilidad que esta situación creaba cercenaba las posibilidades de grandes inversiones, reducía las perspectivas de progreso y excluía del mercado a más de treinta y cinco millones de consumidores. El sistema político había llegado a ser parcialmente incompatible con las actividades económicas del entorno occidental. Su mantenimiento era contrario a los intereses de gran parte del poder y sucedió lo habitual en estos casos: Las actuaciones de gobierno adversas a esos intereses desaparecerían y las formas y personajes más señaladamente fascistas abandonarían el poder y el aparato de Estado. El cómo se logró que la mayoría de estos “patriotas” se retirasen de escena y dejasen sus cargos, es todavía un misterio, pero sin duda, debieron recibir garantías de que el resto de sus privilegios, fortunas y propiedades serian intocables. También es posible que algunos obtuviesen suculentas gratificaciones a cambio. En resumen, la simbología y algunos de los organismos más notorios de la dictadura desaparecieron con rapidez, pero su aparato de Estado continuó sin sufrir alteraciones.
Pero, mientras tanto ¿qué hacia la oposición o la izquierda?. La idea generalizada en la izquierda era la imposibilidad de un gobierno estable tras la muerte del dictador. Veamos cuál era la distribución de fuerzas: Los liberales o los democristianos, eran solo unas pocas figuras de prestigio sin organizaciones detrás. El PSOE, con la mayoría de sus miembros en el exilio o la emigración, contaba con reducida presencia en el interior, salvo núcleos en Euskadi, Andalucía y Madrid. El congreso de Suresnes, amparado por la internacional socialista, intentó ganar influencia, pero con poco éxito. La relación con el PCE no era buena, resultado del catastrófico final de la guerra civil. El PSOE, junto con alguna organización de carácter moderado y algún personaje de relevancia, montó en el setenta y cinco, un año después de la Junta Democrática, otra plataforma de organizaciones para reducir el área de influencia del PCE, que constituía la más importante organización política de la oposición. Habían sido capaces de sobrevivir a más de 40 años de feroz persecución. A pesar de haber sufrido miles de detenciones y ejecuciones entre sus miembros, contaban con sólidas estructuras en casi todo el país y su influencia en Comisiones Obreras era muy fuerte. Sin embargo, sus políticas de reconciliación, como el “Pacto por la Libertad”, no habían tenido demasiado recorrido, pues los sectores más montaraces del Régimen impedían cualquier acercamiento en ese sentido: cualquier manifestación, huelga o protesta eran salvajemente sofocadas. La Asamblea de Cataluña constituyó su más rotundo éxito, pero sus secuelas en otras regiones o a nivel nacional como la Junta Democrática, habían tenido algunos aciertos, aunque su balance general era modesto. Esta Plataforma, constituida en el setenta y cuatro, incluía varias organizaciones y personajes de relevancia, pero lo más importante era el apoyo de Comisiones Obreras. En pocas palabras, que desaparecido el dictador, la organización política más fuerte en la oposición era el Partido Comunista y la fuerza con mayor capacidad de movilización era Comisiones Obreras, aunque con potencia desigual en las distintas regiones del país, especialmente en Euskadi, donde los sectores nacionalistas, ETA incluida tenían mayor poder de convocatoria. En lógica consecuencia las grandes movilizaciones al inicio de la monarquía fueron originadas por el entorno del P.C.E. y CC.OO., y obtuvieron notables éxitos. Los grupos de extrema izquierda, casi todos dentro CC.OO., también cosecharon algún triunfo. Por supuesto, el aparato de Estado, los sectores del poder y del capital, interesados en una salida civilizada y controlada del fascismo analizaron a fondo los hechos y detectaron algunos de sus componentes más relevantes:
Que los restos del franquismo debían desaparecer con discreción, de la escena política a la mayor brevedad posible.
Que la fuerza de los grupos de izquierda, sobre todo del entorno P.C.E-CC.OO., debía ser neutralizada y reducida.
Que si ambos factores fuesen resueltos por medios no violentos, la estabilidad política estaría prácticamente garantizada por mucho tiempo. La monarquía sobreviviría y los poderes económicos, apenas sufrirían.
La contradicción entre las demandas populares de libertades y amnistía, y la aparente cerrazón del gobierno, favorecían a largo plazo al Poder, pues se le solicitaba que concediese lo que más le convenía conceder para gozar de una estabilidad que le permitiese ampliar su base política y sus beneficios. La simbología fascista desapareció y las libertades se impusieron. Sería injusto afirmar que las luchas contra los residuos del franquismo y la falta de libertades fueran inútiles, pues el sistema ya había intentado el continuismo, pero había fracasado por la fuerte contestación popular. Poco a poco, como si cada concesión fuese un doloroso parto, hubo amnistías o libertades que constituían el mínimo homologable a los derechos civiles de los países occidentales. Este proceso, destruyó una de las mayores falacias fascistas. Las libertades generaban conflictos porque los españoles éramos incapaces de vivir con ellas. En poco tiempo los hechos probaron lo contrario.
Cono se dijo, el poder tenia gran interés en neutralizar y reducir el prestigio y la fuerte capacidad de convocatoria de las organizaciones más representativas de la izquierda. Pero ¿cómo lo logró? Utilizando al PSOE y su entorno, buscaron dos vías. La primera fue dar gran cobertura mediática y apoyo económico al sector que capitaneaba Felipe González, que pasó de ser casi un perfecto desconocido en el mundillo de la oposición clandestina a ser un atractivo presidenciable en menos de dos años. Además, se montó una operación de confluencia, unificándose las dos plataformas, lo que benefició más a la órbita del PSOE, que ganó fuerza, representatividad y peso político en base a una unidad que, querida por todos, solo era viable por las concesiones hacia las posturas más derechistas que hacía la Junta Democrática, que rápidamente olvidó los slogans de huelga general política, ruptura, etc. para pasar a defender posiciones más aceptables para la Corona.
Esta moderación en el seno del PCE, vendida a la militancia como una táctica, donde se afirmaba que se quería ganar espacios de libertad, para conseguir su legalización, la que una vez conseguida, les colocaría en una posición predominante para poder desempeñar un papel protagonista en una situación de ruptura democrática. La aceptación de la Monarquía y de la bandera supuso el punto de no retorno de una espiral autodestructiva. Una vez agotada la novedad, a la vista de los resultados electorales, de que el sistema político saliente era estable y de que el tacticismo había fracasado, el partido inicio un inexorable declive.
Como la concesión de las mínimas libertades y la posterior amnistía habían sido difíciles, se presentaron como un gran triunfo. Había libertades. Sin embargo éstas eran
administradas por el mismo aparato de Estado de la dictadura. El marco jurídico era muy similar y aplicado por los mismos jueces, las estructuras organizativas siguieron sin cambios, los mandos policiales y militares en su inmensa mayoría se mantuvieron. Como el sistema no iba a dejar abandonados a las personas que tanto habían colaborado con dictadura en los Sindicatos Verticales y el Movimiento, la inmensa mayoría fue recolocada, con cargos y privilegios en la administración del Estado, a pesar de su ínfima preparación. Todavía hoy sobreviven en la administración algunas estructuras y hábitos de esas épocas.
Para las clases dominantes, fue una Transición modélica. Cambiaron la parafernalia fascista sin alterar seriamente el marco jurídico o las estructuras de poder. Se deshicieron de la basura quedándose con lo que más les convenía, el sistema de poder de la dictadura.
Pero para el pueblo llano, fue muy distinto. Se obtuvo menos de lo que cualquier democracia occidental ofrece. Los casos de corrupción y la impunidad que hoy nos rodean, son herencia de aquellos días. Al principio, se trató de obtener libertades en un ambiente desfavorable, lo que justificaría en parte hacer concesiones, como las que a cambio de nada hizo Carrillo. Pero la Transición duró según la mayoría de los expertos hasta el primero de los gobiernos de González, quienes dispusieron de más de doce años para democratizar a fondo el aparato del Estado, cosa que salvo mínimos retoques, no hicieron. Tampoco movieron un solo dedo en favor de las víctimas de la dictadura, a pesar de que muchas de ellas fuesen de su propio partido. En este caso, sí podemos hablar con rotundidad de traición. No solo no cambiaron en profundidad el aparato del Estado, sino que lo utilizaron en beneficio propio y en algunos casos, personal.
Yo sería un poquito más duro con Carrillo y otros dirigentes de la izquierda radical y sigo siendo del PCE.
En la Transición se les entregó a los golpistas y a sus herederos 40 años de lucha antifascista y el olvido de los que defendieron la Constitución y la legalidad republicana. Fue una TRAICIÓN -sobre todo a los que aún están en las cunetas- pese a la exaltación de sus apologistas en difundir lo contrario.