Trilogía indostánica 3ª parte
Por Nònimo Lustre*. LQSomos.
Las memsahibs y sus sirvientes
La rebelión de los cipayos y de la Raní de Jhansi (ver la 1ª Parte de esta Trilogía Indostánica) señaló el comienzo del definitivo dominio británico sobre India. Esta hegemonía se consiguió gracias a las armas y, también, de las componendas transadas en las cacería de tigres (ibid, 2ª Parte) Ambos fenómenos dieron lugar a la cotidianeidad que hoy atacamos con más ilusión que tino.
¡Cuán duro era el trabajo de los britons en India! Ya lo denunciaron en 1875-1876 los periodistas que cubrieron la visita del Príncipe de Gales a la India –sus veleidosas impresiones fueron comentadas en Tigres, Príncipes y caza humanitaria. Para los plumillas enchufados, “los altos salarios son solo un minúscula recompensa por el sufrimiento que los ingleses y sus esposas tienen que soportar por el calor, las enfermedades”. También decíamos en Tigres… que la hipocresía rampante había pavimentado el éxito del Libro de la Selva. Hoy añadimos que esa misma doblez difundió su poema The White Man’s Burden, una de las piezas más intolerantes y embusteras que pergeñó el muy racista Kipling –ripio que también inspira la magnífica obra de Peterson que encabeza esta tercera y última Parte de la fervorosamente aclamada Trilogía.
Aunque Kipling estuviera tan dedicado en cuerpo y alma a lavar la cara del Empire que ni se lo imaginara, lo cierto es que la East India Co. –despojada en 1913 de su monopolio pero fuertemente armada hasta la rebelión de los cipayos- y el Reino Unido invadieron el Indostán –Assam, Tailandia, Myanmar y Malasia incluidos- con el único objetivo de apropiarse de sus riquezas y de esclavizar a su población. Quizá, el laureado vate hubiera debido aprender que, una de las primeras palabras hindúes que enriqueció el idioma británico fue saqueo en el slang o jerga hindostana.
La memsahib británica, ¿patrona colonial o colonizada por su master?
Para sintetizar la jerarquía del hogar colonial, Peterson estructura su cuadro en dos niveles: en el inferior está la mujer memsahib y en el superior, el hombre sahib. Pero, independientemente de que, en el Imperio, el papel de la memsahib fuera secundario o primario, fuera víctima o fuera agente invasor, en India era la patrona quien definía y controlaba las fronteras étnicas.
La sublevación de los cipayos (1857), difundió la especie de que ‘cientos de inglesas’ habían sido violadas y asesinadas por los amotinados. Sin embargo, respetados autores como sir W.H. Russell y G. Trevelyan demostraron que no había evidencias de esos crímenes. Como era de prever, nadie los escuchó. Al contrario, se fortaleció el mito del indio lascivo que amenazaba sexualmente a su inocentona memsahib.
Según el censo de 1881, había entonces 145.000 británicos sobre 220.654.245 hindúes, assameses, birmanos, etc., pero las englishwomen no estuvieron claramente desglosadas aunque es posible que supusieran menos de un tercio de los británicos machos. Atrincherada frívolamente en su palacete, la memsahib se obsesionaba con mantener las costumbres inglesas: comía como si viviera en Europa y su vestimenta pesaba cuatro libras en el abrasador verano indostano -despreciaban la seda. Jamás pisaban el mercado de alimentos. Estaban recluidas en sus bastiones domésticos, organizaban zenana –fiestas sólo para inglesas sin purdah, velo- porque desconfiaban de la ‘innata sensualidad’ de las indias. Más o menos, las hindúes estaban igualmente discriminadas -huelga añadir que éstas, las bibis estuvieron aún más segregadas que los niggers, como se denominaba a los indios para quienes las memsahibs no daban buen ejemplo puesto que eran auto-indulgentes, indolentes, inmodestas y perezosas en el hogar.
Los sirvientes
En su ensayo sobre el mito de la memsahib, Ghose nos cuenta una anécdota que refleja la relación con los sirvientes/esclavos que mantenía en India una cualquiera dueña inglesa: cuando la burguesa regresaba a su casa acompañada por un servant, en medio del camino surgió de repente una letal serpiente krait [una Bungarus, quizá la caeruleus] Automáticamente, el sirviente hizo algo impensable: detuvo el paso de su memsahib ¡tocándola en el hombro! La señora admitió que ese gesto la salvó la vida… pero al día siguiente le despidió.
Pese a todo, las memsahibs –expats que se creían exiliadas-, desarrollaron unas relaciones muy estrechas con sus sirvientes puesto que eran los únicos humanos con los que tenían algún contacto cotidiano. Y disponían de muchos, varones casi siempre, 57 para una opulenta pareja invasora si creemos a una anécdota de 1831 -en términos generales, un sahib que ingresara mil o 1.500 libras/año, podía permitirse emplear a seis sirvientes. Pero eran considerados como niños, pero niños misteriosos, mágicos y hasta envenenadores. Como los médicos coloniales prohibieron el amamantamiento porque debilitaba a las británicas, abundaban las amah, nodrizas locales, con el consiguiente peligro de que, mediante su leche, infectaran a los tiernos infantes con la malsana idiosincrasia asiática (cf. Indira Ghose. 2007. “The Memsahib Myth: Englishwomen in colonial India”, pp. 107-128 en Women & Others, C. R. Daileader et al. (eds.)
En 1927, una patrona se quejaba de que, a diario, entraban y salían de su casa, multitud de kutnis [chulos], malin [vendedora de flores], nain [barbera], kaharin [aguadora], chamarin [mujer de Chamar], dhobin [fregona], barain [vendedora de betel], pisanharin [moledora de maíz], maniharin [vendedora de brazaletes] e incluso dai [comadronas] Entre esta turbamulta, habría que distinguir entre hindúes, musulmanes, castas subordinadas e incluso dalits (intocables) quienes, a principios del siglo XX, comenzaron a exponer sus reivindicaciones, especialmente cuando se adhirieron al movimiento Adi Hindu de los 1930’s. (Cf. Charu Gupta, Domestic Anxieties, Recalcitrant Intimacies: Representation of Servants in Hindi Print Culture of Colonial India en DOI: 10.1177/0257643018762939)
La relación de las memsahibs con sus sirvientes fue necesariamente tan simbiótica como contradictoria. Por un lado les creían infantiloides, inestables, perezosos, brutos, indisciplinados y, encima, plagados de enfermedades. Pero, por el otro lado eran quienes cuidaban el hogar ajeno hasta la máxima intimidad -en las mañanitas, llevaban el té al dormitorio de los amos. Estaban literalmente domesticados y segregados del Imperio pero, al mismo tiempo, se les permitía la corruptela de cobrar una ínfima comisión en las compras y, sobre todo, eran asexuados que se plegaban a la ‘imperial domesticity’ o absoluto poder de la familia invasora (para un estudio reciente, muy bien ilustrado, sobre las jerarquías entre
sirvientes, cf. Nitin Sinha, 2020, Who Is (Not) a Servant, Anyway? Domestic servants and service in early colonial India, https://doi.org/10.1017/S0026749X19000271)
Los no-muy-machotes sahib
En 1830, entre la infame East India Co. y el Reino Unido sumaban 36.000 militares y 3.550 civiles –y sólo 2.149 colonos. Al final del siglo XIX, menos de una cuarta parte de los adultos clasificados como ‘europeos’ en el censo de 1901 habían nacido en India. Ese mismo años, las tropas británicas seguían siendo el 36% de la población europea. La tasa de retorno de ese segmento demográfico era enorme; en cuanto de jubilaban, todos corrían de regreso a sus soñadas islas. Por eso, se decía que los hindúes nunca habían visto a un británico de pelo cano o entrecano pero lo mismo se podría haber dicho de Britania donde los mayores de 50 años apenas llegaban al 5% de la población total.
El ejército invasor era caro y carísima la administración civil. Pero la Crown tuvo la suerte de encontrar un país aherrojado por los rajás lo cual, en términos tributarios, quiere decir que estaba hecho para la exacción fiscal. A los británicos les fue muy fácil cobrar mil tipos de gabelas porque India entera era tax-payer de antiguo. Por otra parte, era general comidilla que los burócratas europeos eran mucho menos capaces que su contraparte hindú –y en habilidad manual, mejor ni mencionarla.
Otro de los mitos propalados religiosamente por Occidente es que India despegó gracias a la inversión foránea. Pero es más cierto que los bancos hindúes fueron opulentos y ágiles durante el siglo XIX. Más tarde, los britons lograron que funcionaran las restricciones comerciales impuestas a los productos locales que fue excelente para las mercancías británicas pero que menoscabó la importancia de los potentados indios. Al final, venció la ineptitud burocrática –respaldada por las armas, claro está. India pasó a convertirse en una colonia de explotación pues, probablemente asustada por la asimetría demográfica, jamás intentó siquiera entenderla como una colonia de asentamiento –cual fue el caso de Australia (cf. P.J. Marshall. 1990. “The Whites of British India, 1780–1830: A Failed Colonial Society?”, pp. 26-44, en The International History Review, DOI:10.1080/07075332.1990.9640535)
Como corresponde a una sociedad totalmente militarizada, se emplearon muchos medios y grandes esfuerzos para masculinizar la imagen de los expats pero, a la postre, los únicos ‘varonizados’ -y hasta el guerrerismo- fueron los sikhs. Cierto que la empresa era ardua puesto que los semi-recios sahib se refugiaron en los clubs y en el criket y en que los abanicaran con los punkahs. Su mayor trabajo consistía en montar a caballo. Y, un hecho que ahora prefieren olvidar: preferían el monoteísmo de los musulmanes al variopinto politeísmo de los hindúes.
– Trilogía indostánica 2ª parte
– Trilogía indostánica 1ª parte
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