Un abate demasiado religioso
Por Nònimo Lustre*. LQSomos.
A menudo, nos hemos quejado de que proliferen las interpretaciones religiosas de algunos materiales antiguos. Nos resultan sumamente arbitrarias porque generalmente se apoyan en evidencias sin apenas entidad. Estamos hartos de que se interprete que todos los restos vetustos son de origen numinoso o bien tienen una función hiper-trascendental. Conocemos el dicho popular de que “a todos los tontos se les aparece la Virgen” pero es abusivo que la virgen se aparezca en las rayas de un petroglifo o en las sobras de un ágape medieval. Otro dicho, éste atribuido a santa Teresa, reza que ‘veía a Dios en los pucheros’; bien…, si el puchero era una reliquia mesopotámica, podría ver a Ormuz y Arimán pero difícilmente les reconocería como los tatarabuelos de Jehová.
Hablando de pucheros endiosados, es probable que el yacimiento de Gobekli Tepe sea el caso extremo de la obsesión divina: que una edificación del período neolítico pre-cerámico –ca. 10.000 años-, atiborrada de cacería sea publicitada como ‘el primer templo de la Humanidad’, donde pudo nacer ‘la conciencia de lo sagrado’ que dio paso a ‘la chispa de la civilización’, es una extrapolación insostenible. Peor aún, hipostasiando los vestigios de los animales enterrados, es considerado ‘el origen de la religión’. Sin necesidad de entrar en nuestro actual concepto de religión –que, sin duda, no coincide con el de sus predecesores ni en todos los lugares ni en todos los tiempos-, hace años que nos pareció que bien podía ser un lugar profano, por ejemplo, un merendero. Pero, lo cotidiano y lo laico tienen fama de prosaicos y, como tal, son despreciados por la Ciencia Oficial. Como ya trabajamos este caso, no insistiremos sobre él.
El ejemplo que hoy nos ocupa es un caso más en la nutrida lista de glosas religiosas abusivas. E insultantes porque su única base son unos datos del siglo XIX que distan mucho de la pía exégesis con la que los popularizó un sacerdote francés. Cuando (no un filólogo o antropólogo sino un bibliotecario de Dresde, un profano) demostró que eran un cuaderno infantil, el tal sacerdote se revolvió cual cobra real pero su réplica no convenció a nadie –cf. infra, #Julius Petzholdt-.
El abate Domenech
Emmanuel-Henri-Dieudonné Domenech (1825 –1903) fue un misionero que evangelizó en las Américas hasta que se empleó como capellán del Emperador Maximiliano. Hacia 1850’s, antes de que este personaje fue fusilado en México por el Benemérito Juárez (1867), Domenech regresó a Francia donde publicó, en 1860, la obra que le dio gracia y desgracia: el Manuscrit pictographique Américain précédé d’une Notice sur l’Idéographie des Peaux-Rouges par l’Abbé Em. Domenech, Membre de la Société Géographique de Paris, etc. Ouvrage publié sous les auspices de M. le Ministre d’Etat et de la Maison de l’Empereur. (disponible en internet)
Hace bastantes años, leí sobre este prestigioso misionero y dizque geógrafo en un librito que gozó de gran éxito popular: la Historia de la estupidez humana escrita por Paul Tabori (1959 y 1993) Este divulgador judeo-húngaro, nos contó sabrosas anécdotas; la más duradera en su popularidad, sobre la tulipomanía o precio delirante que alcanzaron los tulipanes neerlandeses –precisamente, la que menos nos divirtió porque Tabori veía el capitalismo como un modo sensato de manejar las mercancías y no entendió que la especulación y la irracionalidad le son consustanciales.
Sobre Domenech, nos contaba Tabori que “En la biblioteca del Arsenal de París había un misterioso manuscrito; nadie sabía cómo había llegado allí. En el catálogo figuraba con el título de Livre des Sauvages (Libro de los salvajes); contenía extraños diseños y dibujos, y de acuerdo con la tradición de la biblioteca, era obra de un piel roja norteamericano.” Se lo enviaron a Domenech y éste dictaminó que “los diseños eran ejemplos de la antigua escritura por signos de los indios… con detalles de cierto culto fálico”. El libro conmocionó y maravilló a los científicos franceses. Pero… como veremos al final de estas notas, Petzholdt, un erudito alemán publicó inmediatamente una refutación total.
Y seguía Tabori: para Petzholdt el ‘Libro de los salvajes’ era el cuaderno de ejercicios de un escolar germano americano. Era evidente que el niño vivía [en los EEUU] en alguna granja aislada, y que había llenado las páginas con diversos dibujos para matar el aburrimiento. “La figura que sostenía un látigo no era un brujo indígena, sino el maestro con su caña…
… La misteriosa forma alargada no era el símbolo del rayo y del castigo divino, ¡sino simplemente una salchicha! [cf. infra, final]…
… Para el abate, cierto grupo de ideogramas representaba la idea “aguardiente”; pero se trataba de la palabra alemana Honig (miel). Domenech sostuvo que, evidentemente, representaba un tonel de ron adquirido por los Pieles Rojas en alguna expedición comercial. Pero en realidad, el niño germano americano había dibujado una colmena y un barril de miel. Y debajo de los otros “extraños pictogramas” había docenas de palabras alemanas: will, Grund, heilig, Hass, nicht, wohl, unschuldig, schaedlich, bei Gott, etc.
Item más, “El hombre de seis ojos no era el sabio y bravo jefe de una tribu, sino un monstruo nacido en la imaginación infantil…
…“Y no se trataba de tres sumos sacerdotes con cierto objeto religioso entre los labios… ¡sino de tres niños que comían pretzels! “. Etcétera. No es cuestión de reproducir todos los dibujos por lo que hacemos el cuento corto. Resumiendo, el Manuscrito Pictográfico está plagado de glosas religiosas –y de prejuicios contra los indígenas.
El Manuscrito termina con unos párrafos de supuesta prosa poética más sentimentales que barrocos: “Estas inscripciones son cortas, simples, ignoradas como la existencia de aquellos que las trazaron… las peñas se cubren de musgo; la lluvia, los torrentes y las tempestades desgastan la piedra; los árboles mueren, se pudren, se deshacen en polvo; así mismamente se borran poco a poco las líneas del arte pictográfico de un pueblo, todavía en la infancia, que se apaga antes de su virilidad…” (nuestras cursivas)
Julius Petzholdt (1812-1891)
En la tradición radicalmente sedentaria que se hizo famosa con Kant-en-su-Könisberg (hoy, Kaliningrado), Petzholdt, no salió de Dresde, nunca viajó y, desde luego, no cruzó el Charco. Pero, indignado por el deliquio del misionero gabacho, pergeñó el folleto Das Buch der Wilden im Lichte franzósischer Civilisation (El libro de los salvajes, a la luz de la civilización francesa, 16 págs., Dresde 1861) que hemos mencionado a menudo. Una refutación exhaustiva de la fraude de Domenech que hizo del abate el hazmerreír popular pero que no impidió llegar a la provecta edad de 87 años.
Los misioneros son adictos al sostenella y no enmendalla y Domenech cumplió esa norma publicando, inmediatamente después que Petzholdt, La Verité, una rotunda descalificación del teutón en la que mantenía su tesis apoyándose en etnografías de los ‘Pieles Rojas’ tan vagas y elusivas como fuera menester.
Ejemplo: “Las figuras 21 , a , b , c , representan pinturas indias copiadas en las estufas del Pueblo de los Jémez [sur de EEUU] Habiendo pedido M. Simpson a Hosta, uno de sus jefes, qué significaban esas pinturas, el Jefe respondió: “Los círculos representan el Sol y la Luna; los semicírculos representan las nubes y los zig-zags representan el relámpago”. Encastillado en esta revelación, Domenech se ríe de que Petzholdt creyera que eran salchichas (Verité, p. 24)
En cuanto a la numinosidad de los indígenas, Tabori sigue a Petzholdt para aclarar que “El dios de las nubes, el espíritu del fuego y otras “representaciones trascendentales” debían su existencia al método usual de dibujo infantil: un pequeño círculo con dos puntos representa la cabeza, un gran círculo el estómago, y dos palitos son las piernas”
Volviendo al principio de estas notas, no nos preocupa que el affaire Manuscrito fuera el delirio religioso de un abate –encontrar a la virgen era su profesión-. Pero sí es lamentable que estudiosos ‘profanos’ caigan en las pías glosas. Incluso en la actualidad cuando no sólo los esotéricos las cultivan con fruición, provecho e impunidad.
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