Una propuesta para convertir en propósito de año nuevo: Despotify
Por Redes nuestras*
Spotify rellena algunas de sus listas más populares con «artistas fantasma», o sea, con canciones hechas por encargo de la manera más barata posible. Así se ahorran pagar derechos a artistas reales. Es un proceso paulatino: cuando una lista se hace popular y ya hay mucha gente suscrita, empiezan a quitar las canciones de grandes bandas y añaden otras de artistas a quienes nadie conoce. Si se rasca, se averigua que provienen de agencias dudosas que editan canciones como churros contando con músiques de estudio a quienes pagan poco. Aunque probablemente las más recientes ya ni eso, porque pueden haber sido hechas por una inteligencia artificial (que aprendió de eses músiques que ahora perderán el trabajo).
Esto lo sabemos porque la periodista norteamericana Liz Pelly ha estado investigándolo durante años. Lo cuenta en un artículo publicado hace unos días en Harper’s Magazine, que a su vez es el adelanto de un libro que sale en enero (Mood Machine: The Rise of Spotify and the Costs of the Perfect Playlist).
Esta artimaña se suma a una larga lista de estrategias sucias de la que podemos concluir que Spotify hace mucho daño a la música: promueve que dejes de escuchar discos completos disparándote canciones seleccionadas por algoritmos que te manipulan emocionalmente, convierte la música en un «mood» para engancharte que no deja lugar a la experimentación artística y, todavía peor, reduce cada vez más el margen de beneficios que llega a las personas que la crean, mientras más intermediarios se forran. No voy a extenderme mucho en los males y voy a pasar a lo práctico…
Despotify, el laborioso y gustoso proceso para salir de todo esto
La palabra no es mía, es un término que aparece recurrentemente en aquellos rincones de internet donde nos reunimos la gente que hacemos cosas raras para evitar usar grandes plataformas. Por ejemplo, se la leí mucho en Mastodon a @Paroxia cuando decidió contarnos su proceso para dejar Spotify en un hilo entretenidísimo.
La verdad es que yo nunca lo he hecho porque sencillamente nunca he sido usuaria de Spotify. Llevo 25 años escuchando música en mp3. Tengo muchos archivos mp3 en mi ordenador que escucho en él y también están almacenados en una nube, para tener un backup automático y para poder escucharlos también desde el móvil. Por si te interesa dejar Spotify pero no tienes mucha idea de cómo hacerlo, voy a explicar cómo me organizo.
Cómo montarte tu propio Spotify en la nube
En mi ordenador tengo una carpeta con música. Ahora mismo ronda los 201 GB. Eso son 27675 canciones, 2884 álbumes, 1538 artistas. La escucho con un reproductor de música que me encanta, se llama Lollypop. Solo está disponible en Linux y lo escogí por su aspecto, pero hay un montón de otras opciones para todos los sistemas operativos.
Esa carpeta está sincronizada con mi espacio en pCloud, que es una nube que elegí porque es una empresa localizada en Suiza, donde las leyes de privacidad son bastante garantistas, y también porque te permite comprar almacenamiento de por vida. Es decir, pagué 200 euros y con eso tengo 500 GB en su servidor para siempre. Soy muy reticente a atarme a servicios pagando una cuota que puede subir de precio en cualquier momento, así que me convenció este formato. Obviamente puedes hacerlo con tu nube favorita y siempre será más ético y sostenible si tienes la capacidad de montártelo en un servidor autogestionado. Para esto último, hay quien recomienda usar Navidrome.
Con mi nube, tengo una copia de respaldo de mi música y además la puedo escuchar desde donde quiera. El cliente de archivos de pCloud que te puedes instalar en el teléfono móvil tiene un reproductor de música incorporado, aunque la verdad es que no es gran cosa. Mi móvil es Android y estoy usando Synfonium, que te muestra mejor los discos y permite hacerte playlists. No es gratis, tienes que comprarlo por 2.99 euros (pagas una sola vez y ya). También he usado Spiral. Hay más, claro, es cuestión de encontrar el que mejor funcione con tu móvil y que sea compatible con la nube que elijas (busca por «cloud music player»).
Por puro geekismo, uso una cosa que se llama ListenBrainz para registrar la música que escucho (desde el ordenador, aquí los reproductores compatibles). Sirve para tener listas de la música que escuchas, como el Wrapped de Spotify pero con menos márquetin, y puedes seguir a gente con gustos similares a los tuyos para descubrir música nueva. Sí, es como Last.fm, si es que te acuerdas de aquello, pero open source y sin comerciar con los datos de nadie. Mi usuaria es teclista, puedes seguirme e interactuamos por allí también.
Cómo hacerte con tu biblioteca de música digital
Y ahora la pregunta cuya respuesta es más difícil: ¿de dónde saco los mp3? Primero, hay sitios donde se pueden comprar. Mi preferido es Bandcamp, porque sé que es la plataforma que da más beneficio a les artistas. Algunos discos están a precio libre y puedes hacer donaciones voluntarias. Lamentablemente no todes están ahí. Les más mainstream suelen estar en las tiendas de iTunes (Apple) y Amazon. No nos gustan estas empresas, claro, pero si lo que te preocupa es que les artistas reciban retribución por su música, que sepas que pagan mejor que Spotify. Para la música electrónica está Beatport. Y hay alguna música que se puede descargar gratis legalmente: cuando sus autores han decidido compartirla así, o cuando es tan antigua que sus derechos han expirado; en Archive.org tienes una amplia biblioteca de estos casos.
Aparte, está el mundo de las descargas irregulares. La piratería, o como quieras llamarlo. Hay música que no se puede encontrar en ningún otro sitio, ni siquiera en Spotify o en las tiendas del párrafo anterior, y está ahí. Si tienes suficiente edad como para haber vivido la época en la que era habitual descargar archivos mp3, te acordarás de Soulseek. Pues resulta que sigue funcionando. Hay un cliente que funciona mejor, Nicotine+ (se conecta a la misma red que Soulseek pero la interfaz es más amigable).
No voy a entrar aquí en las implicaciones éticas de todo esto porque excede a lo que venía a contar. Solo recordar que la industria musical es un universo complejo dominado por unas pocas multinacionales que no se suelen caracterizar por buscar la justicia social y que se puede apoyar a artistas yendo a sus conciertos y comprándoles merchandising.
Un apunte más: el mp3 es, como quizá sepas, un formato de compresión. Cada archivo mp3 se hizo a partir de un archivo de audio original, que fue comprimido para que pesara menos y fuera más rápido descargarlo. Cuando comprimes siempre pierdes algo de información y por tanto de calidad de sonido. La tasa de compresión de un mp3 se mide con un numerito: por ejemplo, 128 kbps (kilobits por segundo; o sea, cada segundo de música ocupa 128 kb). Lo verás en las propiedades del archivo y muchas veces te dejarán escoger la tasa al descargarlo.
Pues bien: a menos que tengas un oído súper excepcional y un equipo de música de muchos miles de euros, quédate con mp3 de 320 kbps. Más calidad es inaudible y no merece la pena. Habrá quien no esté de acuerdo y te diga que es mejor utilizar formatos sin compresión (por ejemplo FLAC). Yo te diré que si lo haces así tu colección de música te va a ocupar muchísimo espacio, que vas a tener que gastar más en almacenamiento y que a la hora de decidir eso no solo hay que tener en cuenta lo que te puedas permitir económicamente, sino lo que el planeta se puede permitir medioambientalmente. No tiene sentido semejante gasto en centros de datos para servirte música que vas a escuchar sobre todo en el móvil o con unos altavoces normalitos. Haz la prueba con distintos archivos y dime si notas la diferencia.
Una forma más amigable de relacionarse con la música
Indudablemente, dejar atrás Spotify implica cambios prácticos en la forma en la que te relacionas con la música. No accedes a todo lo que quieras con un solo clic —aunque, insisto, la biblioteca de Spotify también tiene sus lagunas— y descubrir música nueva no es tan fácil como dejarse llevar por un algoritmo de recomendación. En mi opinión, todo son ventajas.
Por un lado, a estas alturas ya sabemos que guiarnos por un algoritmo opaco no es la mejor idea. Está claro que Spotify no selecciona la mejor música, sino la que le sale más rentable. Los algoritmos no innovan, sino que van a lo fácil: te muestran cosas que se parecen a lo que te gustó en el pasado y tienden a la homogenización, a aplanar la diversidad y disminuir la sorpresa. Te agrada lo que te dan, sí, pero también te anquilosan.
El descubrimiento puede venir de muchas otras maneras. Sigue existiendo la crítica musical y hay webs magníficas con personas humanas recomendando. El blog de Bandcamp, sin ir más lejos, es mi fuente favorita. También pillo mucho al vuelo, usando Shazam para reconocer lo que suena en cualquier sitio. En YouTube se publica prácticamente todo a la vez que en Spotify, así que te vale para escuchar antes de decidir si quieres comprar y/o descargar.
Por otro, quizá convenga cuestionar la necesidad de tanto descubrimiento y la inmediatez. Quizá esté bien revisarse cierto consumismo musical. ¿De verdad es necesario oír tanta música distinta sin dedicarle tiempo a escucharla realmente? ¿Puede que la mayoría de tus discos favoritos sean antiguos porque pertenecen a una época en la que los escuchabas con más atención? ¿Necesitas tener tantas playlists con canciones que no recordarías nunca si no estuvieran ahí?
Cuando me bajo un disco, me pregunto si lo escucharé otra vez dentro de un año. Si no es así, lo borro. No quiero acumular terabytes de música simplemente porque sea tan barato que parece gratis; me niego por ecología de datos y porque no es práctico: si quiero hacerme una lista de canciones con tal criterio, o encontrar aquella canción de la que solo recuerdo la melodía, cuanto más extensa sea mi colección más me va a costar.
Esto es solo una opción personal —pero lo personal es político y obviamente contempla criterios políticos—, entiendo que puedes tener otras motivaciones y prioridades a la hora de organizar tus preferencias musicales. Esta carta es, sobre todo, como siempre que escribo de tecnología, una invitación a que analices tus usos y valores si estás haciendo realmente lo que mejor se ajusta a tus deseos y necesidades, o si te estás dejando llevar por lo que las big tech te ponen por delante. Si la respuesta se acerca más a lo segundo, ya sabes, enero es una buena época para emprender cambios.
Bonus tracks
• Estoy haciendo una lista de la música que más me han gustado en 2024 y compartiéndola en un hilo de Mastodon.
• En Wikipedia, la entrada «Criticism of Spotify» tiene un buen repaso de mierdas atribuibles a esta empresa.
• Liz Pelly se hizo medio famosa en 2018 por acuñar el término «Streambait pop», que describe la música sosa y facilita que se hace para conseguir muchas escuchas en Spotify. Aunque sea pre-IA, su artículo sigue siendo revelador.
• Es muy difícil saber exactamente cuánto pagan las plataformas musicales a les artistas porque varía según factores cómo en qué país están les oyentes y por supuesto los contratos que firman con las discográficas. Puedes jugar un poco con esta calculadora o este selector de artistas. Otro problema es que es difícil acceder a datos fiables y actualizados, aquí tienes cifras de 2024. También son interesantes estas visualizaciones de datos sobre la cuota de mercado y los dueños de Spotify.
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