Una visión feminista del desarrollo
Por Denise Comanne*
En este artículo publicado en 2005, Denise, que contribuyó en la fundación del CADTM en 1990, critica la noción de desarrollo promovida por las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. También critica la buena gobernanza mundial tal como es presentada por la ONU, ya que constituye, en realidad, una «sabia neutralización de los movimientos sociales». Denise denuncia las tentativas de recuperación del movimiento feminista por diversas instituciones. Igualmente critica la manera en que las mujeres pobres son objeto de la atención de las instituciones internacionales de la globalización neoliberal. Muestra también que esas instituciones internacionales se lanzaron a la promoción del microcrédito y nos presenta una crítica equilibrada de ese sistema en una época donde se escuchaban pocas voces disonantes. Finalmente, Denise insiste en la importancia de las movilizaciones feministas, especialmente, las organizadas por la Marcha Mundial de las Mujeres
En primer lugar, hay que descartar la idea de que el desarrollo es, en sí mismo, una cosa progresista. Si, como lo dice Jules Falquet [1], «el término “desarrollo” es una elipsis o un eufemismo para hablar de la organización de la producción, del comercio y del consumo», nos damos cuenta que tanto los partidos y los gobiernos de derecha, de izquierda o de centro, las diversas instituciones que los conforman, en resumen, todo el abanico político pueden «promover el desarrollo», propugnado una cosa y la contraria. Las orientaciones del desarrollo dependen, por lo tanto, de las correlaciones de fuerza entre diferentes sectores que tienen intereses contradictorios. Contradicciones que tiene un papel en el ámbito de las relaciones capital/trabajo, de las relaciones Este/Oeste y Norte/Sur (colonialismo e imperialismo) y en el ámbito de las relaciones sociales de sexo y de la división sexual del trabajo. Por lo que no nos podemos sorprender que el FMI y el Banco Mundial, al imponer planes de ajuste estructural, apliquen su visión del desarrollo, de la producción, del comercio, del consumo.
La definición «ortodoxa» del desarrollo que esas instituciones vehiculan corresponde al crecimiento del PNB. Recordemos que el inmenso trabajo no remunerado de las mujeres no está integrado en el cálculo del PNB [2]. Por ende, una gran parte de las mujeres en el mundo y, en particular, en los países del Tercer Mundo, están, desde un principio, excluidas como sujeto del desarrollo. Esa definición de desarrollo se adhiere perfectamente con las condiciones externas indispensables para la reproducción del capitalismo: la parte no remunerada del trabajo de las mujeres (trabajo doméstico, mantenimiento de la casa, cuidado y educación de los hijos e hijas, producción de alimentos en la huerta, transporte de agua y de leña para la cocina) que asegura la reproducción de la fuerza de trabajo necesaria sin que su coste no esté a cargo del capitalismo, por una parte y por la otra, el saqueo de materias primas y y los cultivos comerciales del Tercer Mundo, sin tener en cuenta el coste ecológico y el coste humano donde , una vez más, las mujeres son las grandes perdedoras.
Lo que permite a Maria Mies decir que «Las mujeres, la naturaleza y los pueblos y los países extranjeros son las colonias del Hombre blanco. Sin su colonización, es decir, la subordinación con el fin de una apropiación depredadora (explotación), la famosa civilización occidental no existiría» [3].
¿Qué se puede hacer con las mujeres en la globalización?
Las instituciones de Bretton Woods, muy bien arraigadas en el sistema capitalista, ya sean las «amables» como la ONU y sus agencias, o las «malas» como el FMI y el Banco Mundial, tienen, a pesar de todo, un problema con las mujeres. Según el análisis de Robert Biel [4], si bien el sistema elige dejar a las mujeres fuera de la globalización (de los mecanismos desenfrenados de producción y de mercado), respeta la visión normativa de la esfera privada en la que secularmente las mujeres han sido confinadas, pero esa elección comporta una faceta negativa: el sistema acusa una reducción de potencial de explotación y, por lo tanto, una reducción del beneficio. Por otro lado, si las mujeres son demasiado explotadas por y en su inserción en el mercado, nos podemos encontrar con el desplome del sistema global sobre el que reposan los pilares del patriarcado.
En ciertas épocas y en ciertos lugares, el Estado intervino de manera de que se sacrificara el beneficio a corte plazo para mantener el beneficio a largo plazo. Esa función del Estado se ha diluido a lo largo de los últimos 25 años por su alineación con las políticas neoliberales. El rol del Estado fue significativo, efectivamente, en todos los lugares, para ayudar a las empresas a realizar sus objetivos: la flexibilidad y la reducción del coste salarial.
¿Qué pasó en el ámbito internacional? Parecería que el Banco Mundial ensayase ese rol, especialmente, apoyándose en la noción del empoderamiento de las mujeres (conceder poder, lo que puede comprenderse en el contexto capitalista, por «desarrollar con el fin de explotar») que consiste, en realidad, en limitar un poco la explotación actual en el interés de una explotación futura. El empoderamiento del que se regodean las instituciones de la ONU y multilaterales (como también, desgraciadamente, una gran cantidad de ONG) se injerta, efectivamente, en relaciones inalteradas en las que el trabajo de las mujeres no se ha modernizado y donde la explotación predominante se sitúa, todavía, fuera de la esfera monetarizada oficial.
Se trata, por consiguiente, de asegurar la permanencia de la explotación en un contexto de opresión y de explotación de las mujeres que genera una resistencia de las mujeres, que podría mostrase peligroso para el conjunto del sistema. Es necesario, por lo tanto, suministrar una salida segura a esta protesta, especialmente, en forma de cooptación.
En ese nivel, las iniciativas son numerosas: hay una operación, de gran envergadura, de recuperación de todo lo que puede ser subversivo en la lucha de las mujeres, de lo que constituyó un modelo de desarrollo feminista, verdaderamente portador de transformación.
¿Cómo es que «conceder poder» permite someter mejor?
Eso está, evidentemente, en relación con la evolución profunda de las relaciones públicas y sociales, independientemente incluso de la lucha feminista pero, por supuesto, con una incidencia profunda sobre esta lucha.
Una de las declaraciones más progresistas de la ONU, en lo que concierne a las mujeres, es la declaración de México y el plan de acción que derivaba de ella: esa declaración data de 1976 y todavía se inscribía en el marco de la promoción del Nuevo Orden Económico (NOE) consecutivo a Bandung, la creación del movimiento de los no alineados, en la misma época de la emancipación de los pueblos. Se consideraba, por ejemplo, que uno de los principales medios para la integración de las mujeres en un proceso de desarrollo pasaba por la industrialización. En esa época, la emancipación política, económica y social de las mujeres se concebía de manera integral con la emancipación de los pueblos y con las luchas de liberación nacional.
Desde entonces, la reivindicación de la emancipación de las mujeres no continúa ligada a una reivindicación de cambio en la relación de fuerzas. El empoderamiento de la ONU y del Banco Mundial, como incremento del poder de acción, se sitúa en la lógica del mercado omnipotente y de la ciudadanía: se trata de una capacidad individual de hacerse cargo de sí mismo. Es por lo tanto, una ruptura profunda con la lucha de las mujeres por los cambios sistémicos. Esto fuerza, también, a una reflexión sobre la ciudadanía en general —esta expresión ahora está de moda— que, aunque lo que tenga de bueno es que empuja a cada individuo hacia la necesidad de actuar, produce un impasse sobre el modo de organización de los ciudadanos y sobre la necesidad de las luchas colectivas para hacer triunfar sus reivindicaciones.
La buena gobernanza mundial de la ONU constituye, en realidad, una «sabia neutralización de los movimientos sociales» [5]. La ONU se hace liada aliada de las mujeres [6] para imponer, con otras organizaciones internacionales, un «desarrollo» consensual que es, en realidad, diametralmente opuesto tanto a los intereses de las mujeres que a los análisis radicalmente transformadores del feminismo. Distingo, efectivamente, dos aspectos: incluso sin pensar en una emancipación total de las mujeres (que se podría definir simplemente por la ausencia de cualquier dominación cultural, social, económica, económica y política), algunas organizaciones se concentran en algunas conquistas parciales para las mujeres. Desgraciadamente, incluso en ese nivel, los indicadores de la condición de las mujeres en el mundo, lejos de mejorar globalmente, acusan regresiones dramáticas por la aplicación generalizada de políticas neoliberales.
A partir de la «década de la mujer» (1975-1985), la ONU, a pesar de todo), consiguió tejer, en las conferencias mundiales (México, Copenhague, Nairobi, Pekín), un sistema de espacios internacionales de debate y participación que tiene un influencia creciente sobre el movimiento de las mujeres y la reflexión feminista. Para algunas feministas del Norte y del Sur, de trata de una victoria ya que la perspectiva de género ha sido introducida hasta en la agenda de la ONU. Esa evolución se acompañó de la creación de ministerios y de secretarías de Estado femeninos, de cambios legislativos, de importantes presupuestos para promover la igualdad de género. La ofensiva tiene tal magnitud que obliga reflexionar a los movimientos feministas, especialmente en América Latina y el Caribe. Los movimientos feministas parece que se han convertido en un vasto campo de ONG profesionalizadas con unas consecuencias por lo menos perversas.
● El incremento de financiaciones internacionales conlleva una lucha de las organizaciones de mujeres para acceder a estas y una concentración de poder de las ONG que consiguen ese acceso;
● la agenda, las prioridades no están determinadas por las mujeres sino por las instancias de la ONU;
● la profesionalización se realiza en detrimento de la militancia, lo que conlleva una marginalización de la componente utopista o radical del movimiento;
● el arraigo local se pierde: las reuniones internacionales consumen toda la energía en detrimento del trabajo cotidiano sobre el terreno;
● la propuesta feminista global se parcela en temas fragmentados y desconectados que responden a la urgencia en lugar de transformar el sistema;
● una «élite» feminista formada por expertas en género en las conferencias internacionales se aleja de las mujeres comunes.
Las ONG se convierten en subcontratistas de la ONU, que se beneficia de las potencialidades de las mujeres y neutraliza las voces críticas del movimiento feminista: tratar con «socias», con la «sociedad civil» es menos amenazador que tratar con los movimientos sociales. En resumen, se asiste a una despolitización del movimiento, a su pérdida de autonomía y como consecuencia a una pérdida de radicalidad y de potencialidad transformadora. Es muy importante actuar contra esos peligros, pero esos riesgos no conciernen solamente al movimiento feminista sino que son válidos para la mayoría de los movimientos sociales.
El desarrollo pasó a la historia: ¡Viva la lucha contra la pobreza!
A partir del momento en la que la dimensión del desarrollo, como proyecto nacional de modernización ha desaparecido, a partir del momento, también, en que muchas de las organizaciones de mujeres abandonaron un proyecto global de transformación, el desarrollo social se disolvió en la lucha contra la pobreza.
En las décadas precedentes, la pobreza fue tratada como un déficit de desarrollo, dicho de otra manera, como un problema económico, social y político. Desde hace poco, se focaliza la atención de la opinión y de los responsables de la toma de decisiones sobre la pobreza de las mujeres: esta asociación pobreza/mujer permite evitar hablar de factores macroeconómicos. La pobreza se convierte, entonces, en un problema moral, cultural, un problema de discriminación. Para resolver el problema bajo este enfoque, no es, por lo tanto, ya cuestión de un problema global de integración de las mujeres en la esfera salarial, de aumento de salarios, de acceso a la seguridad social. Es suficiente poner en marcha proyectos sociales «antidiscriminatorios». E, incluso mejor, proyectos sociales para que sean las propias mujeres las que se hagan cargo de ellos. Esta estrategia sigue la lógica imperturbable del repliegue del Estado: «El estado social es reemplazado por las madres sociales» como dice en una expresión genial de Francine Mestrum [7]. La lucha de las mujeres en su globalidad por la distribución de los recursos disponibles es reemplazada por el derecho de una minoría de entre ellas a producirlos.
Aquí no es cuestión de negar la pobreza abrumadora de las mujeres en el mundo. Efectivamente, en la realidad, la vida cotidiana de las mujeres empeora de manera dramática bajos los efectos de la globalización capitalista. Pero las soluciones propuestas se deben coger con pinzas.
Dos temas permiten considerar bastante acertadamente los desafíos en el ámbito del desarrollo en la concepción «neoliberal» y de la instrumentalización de las mujeres que establece; la lucha contra la pobreza y el microcrédito.
En lo que concierne a la lucha contra la pobreza, es esencial leer la contribución de Francine Mestrum, «De l’utilité des femmes pauvres dans le nouvel ordre mundial» (Sobre la utilidad de las mujeres pobres en el nuevo orden mundial) [8]. La autora comienza por relacionar una conferencia de la ONU en 1946 en la que aparece que la igualdad no es reclamada por las mujeres, como mujeres [9], sino porque esa igualdad sirve al interés común (los derechos que le son atribuidos son, inmediatamente, puestos al servicio de la humanidad) con la lucha contra la pobreza actual que se coloca en el mismo contexto: hacer progresar a las mujeres hace progresar a la humanidad. Verdaderamente, hay que insistir sobre este distingo: los hombres tiene derechos, punto; las mujeres tienen derechos porque ellas sirven para algo.
El derecho al desarrollo ya no es un derecho: es algo que se merece. Hay, por lo tanto, pobres que merecen el desarrollo (la lucha contra su pobreza), y hay otros que no lo merecen. Se focalizará, entonces, sobre los pobres que se responsabilizan (como ciudadanos), que participan a su autoasistencia, y no, por consiguiente, sobre los más pobres sino sobre aquellos cuyo interés coincide con el interés común. Y allí, las mujeres (las mujeres pobres) son campeonas: se espera de ellas (y lo sabemos) que produzcan los bienes públicos que aprovecha el conjunto de la sociedad. En efecto, «la mujer pobre tiene la particularidad de interiorizar todo lo que la rodea, su familia, su comunidad, su medio ambiente natural. (…) Ellas identifican su interés privado con el interés de la familia y de la comunidad, y sirven, por lo tanto, automática y espontáneamente al interés común.» [10]
Se trata, por ende, en el marco de la globalización capitalista, de eliminar las discriminaciones con respectos a las mujeres, de detener la subutilización de esos recursos humanos, de producir un ambiente favorable a su surgimiento en la esfera económica (en otras palabras, en la esfera pública). Pero, al mismo tiempo, es crucial para el sistema capitalista preservar las normas culturales, las tradiciones sociales que permitan, desde que eso sea necesario, reenviarlas a la esfera privada. La base patriarcal debe subsistir de manera que las mujeres continúen aceptando, «por obligación social» el rol asignado.
Mientras se permite a las mujeres (pobres) participar en el mercado (empoderamiento), las medidas preconizadas para ello no alivian para nada la carga de su trabajo doméstico. Puesto que, por el contrario, sus responsabilidades aumentan ya que el repliegue del Estado en los servicios públicos, la recuperación de los costes por la participación ciudadana (en los ámbitos de la salud y de la educación, en particular) constituyen otras medidas del ajuste estructural en el cual está insertado este empoderamiento. Francine Mestrum es muy clara sobre esta cuestión: «Si las familias pobres merecen un apoyo, es precisamente para evitar que las responsabilidades familiares sean transferidas a las instituciones colectivas o nacionales» [11]. El valor del trabajo doméstico de las mujeres sigue siendo, por lo tanto, un valor intrínseco que subraya la prevalencia de la función reproductiva (esfera privada) sobre la función productiva (esfera pública) aunque en algunos casos se vuelva virtual.
Esto conlleva una ambigüedad y un recorrido de equilibrista constantes por parte de las instituciones internacionales: conciliar el empoderamiento con el rol secular de las mujeres (concentrado en la maternidad biológica) no es un asunto banal. En cualquier momento, efectivamente, la maternidad biológica puede entrar en conflicto con la estrategia del empoderamiento promovido por las instituciones internacionales. Por ejemplo, el interés privado de las mujeres pobres —tener muchos hijos—plantea el problema del crecimiento demográfico que las instituciones pretenden frenar a cualquier precio. Sin embargo, estas instituciones no quieren, en ningún caso, generalizar y mejorar las políticas de seguridad social que son las únicas medidas aptas para bloquear el crecimiento demográfico y las únicas medidas colectivas capaces de dar un verdadero poder a las mujeres.
Pongamos otro ejemplo: es reconocido que las mujeres jefas de familia se encuentran, muy a menudo, en una mejor situación económica que en los matrimonios mixtos. Eso podría constituir, en cierta manera, un trampolín para el empoderamiento de las mujeres pero es una vía peligrosa ya que existe un riesgo de cuestionar la familia como célula de base de la sociedad (con el rol menor que es atribuido a las mujeres), al integrar, cada vez más, a las mujeres en los conceptos que representaban el «desarrollo» en el pasado: el salariado, las políticas sociales para los niños y las niñas pequeñas, la seguridad social, etc. Por lo tanto, las madres pobres de familias numerosas, las madres solteras son rebajadas a la categoría de pobres no merecedoras: dejan de servir al interés común.
Micro is beautiful
Las instituciones internacionales promueven otra estrategia en el mismo sentido: los microproyectos y las microempresas sostenidos por los microcréditos [12].
No hay que perder de vista que esta «solución» se propone en el contexto de los planes de ajuste estructural donde los pobres, las mujeres pobres sobre todo, tienen necesidad de recursos monetarios para cumplir con su rol social. Por ejemplo, una mamá podía llevar a sus hijos enfermos al hospital o a un centro de salud donde recibirían tratamientos gratis. Ahora, con el ajuste estructural, los presupuestos sociales han sido disminuidos y la ideología liberal impuso la participación de los pacientes en el coste de la atención médica (la recuperación de costes). Las mujeres que se empobrecieron por el ajuste estructural, confrontadas a su obligación de reproducción de la fuerza de trabajo, deben, por lo tanto, encontrar los fondos necesarios para ello. Las mujeres pagan, la mayor parte del tiempo endeudándose, los servicios que antes tenían gratuitamente o naturalmente.
En el Tercer Mundo, es, esencialmente, en el sector informal (pequeños comercios de calle, pequeño artesanado doméstico, etc.) donde las mujeres encuentran recursos monetarios. El microcrédito se volcó, especialmente, en la economía informal y es, por lo tanto, importante comprender como constituye un hallazgo, un complemento ingenioso a los planes de ajuste estructural. Pero este elemento conlleva la necesidad de una reflexión crítica sobre el desmedido entusiasmo que las instituciones financieras internacionales, el Banco Mundial a la cabeza (relevados por los presidentes francés y brasileño, Jacques Chirac y Lula, y por la ONU que decretó este año, 2005, como «Año del microcrédito») quieren suscitar con respecto al mismo. Efectivamente, apostar fuerte por la carta del microcrédito impide un verdadero cuestionamiento de los planes de ajuste estructural: ¿para qué sirve buscar soluciones colectivas cuando está probado que las personas (¿cuántas?) pueden encontrar una salida? Por consiguiente, es urgente superar la admiración innata que se nos pide que sintamos por el «ingenio» de las mujeres pobres, para, en cambio, reflexionar junto a ellas sobre el escenario en el que quieren que actúen y el papel que se les adjudicó. Elisabeth Hofmann y Kamala Marius-Gnanou recogen varios argumentos que cuestionan la legitimidad y eficacia del microcrédito.
Contrariamente al mensaje mediático, no son los verdaderos pobres los que tienen acceso al microcrédito: es necesario tener antes un respaldo mínimo para proponer al prestamista (quien sea: Banco Mundial, banco privado, ONG;…). El prestamista, efectivamente, se preocupa por la viabilidad financiera del proyecto. Esto constituye una barrera que conlleva ya un renunciamiento espontáneo, una especie de «autoexclusión» por parte de una franja importante de la población pobre.
La naturaleza y el tamaño de la actividad económica y el volumen del microcrédito no permiten generar suficientes beneficios para lograr superar, de forma duradera, el umbral de la pobreza.
El tipo de interés es, en algunos casos, realmente usurero: «Algunos bancos consiguen una rentabilidad entre el 20 y el 25% para el capital invertido en el microcrédito; eso supondría tipos de interés próximos a la usura (50%) (…) En algunos países del sudeste asiático (Camboya, Filipinas…) algunas ONG de microfinanzas prestan con tipos de interés que pueden llegar al 60%, mientras que los bancos comerciales prestan, de media, ¡con un 12-18% anual!». [13]
El microcrédito necesita unas condiciones particulares para que sea un éxito: una sociedad ya muy diversificada económicamente donde exista un poder adquisitivo real.
Es corriente que dada la estructura patriarcal de la sociedad, la mujer le dé el préstamo de microcrédito a su marido —que no lo utilizará necesariamente con buen criterio— pero, de cualquier forma, es la mujer la que tiene la responsabilidad del reembolso. Y en este marco de estructura patriarcal, el microcrédito es, con frecuencia, la única dote que la mujer puede aportar a su futuro marido. En ese caso, por supuesto, el reembolso es más que aleatorio y comporta un aumento de violencias domésticas.
Declarar que el 95% de los préstamos de microcréditos son reembolsados por las mujeres no demuestra las dificultades que encontraron para poder hacerlo. Este último punto nos lleva a remarcar que el microcrédito se dirige a las mujeres, específicamente en función de su capacidad de sumisión (capacidad para plegarse a las leyes del reembolso) y no en función de su empoderamiento. Sin embargo, un elemento positivo —e importante— se debe tener en consideración: el microcrédito representa para las mujeres que lo contratan, la posibilidad de salir de la esfera privada en la que se hace todo para confinarlas. Y eso, cualesquiera sean los efectos perversos que podamos enumerar.
Ese es el elemento central —la voluntad de las mujeres de salir del yugo del patriarcado— que debería orientar la estrategia de los movimientos sociales, de los movimientos de mujeres/feministas en particular. La estrategia del microcrédito (integración en un sector productivo sin el acompañamiento de la noción de salariado y de la seguridad social) tiene por objeto más la supervivencia y la estabilidad social que el desarrollo entendido como modernización y cambio social.
Hay otra faceta del microcrédito que se debe examinar minuciosamente: más allá del derecho (o del deber) de las mujeres a endeudarse, el microcrédito representa una recuperación por los circuitos del Norte del ahorro de las mujeres. El CADTM ya lanzó la alarma sobre el control que el Banco Mundial y los bancos privados quieren ejercer sobre las remesas que los y las emigrantes envían a sus familias y comunidades de origen [14]. Aquí, se trata de la captación de los recursos financieros informales que circulan tradicionalmente bajo la forma de economía solidaria. El entusiasmo por el microcrédito podría hacer olvidar que las mujeres del Tercer Mundo no esperaron al microcrédito para organizarse y funcionar: no se mantuvieron pasivas, crearon sus propios sistemas de préstamos sin pasar por los bancos. Hedwige Peemans-Poullet mostró la cercanía entre los sistemas tradicionales del Sur (tontinas, etc.) y los sistemas de protección social europeos que se construyeron sobre modelos mutualistas que no implicaban ni el ahorro individual ni tipos de interés [15]. «El esfuerzo del ahorro se sitúa, preferentemente, en el seno de una relación de cada uno con los otros que de una relación aislada de cada uno con el tiempo. […se trata de un] modo de desarrollo liberado de imposiciones exteriores, controlado por los intereses y concerniendo los intereses […]». [16] Esta frase se aplica maravillosamente al conjunto de la problemática del Tercer Mundo: el CADTM y otros movimientos subrayan, sin parar, la posibilidad realmente existente de un desarrollo sin endeudamiento.
¿Puede el microcrédito generar el empoderamiento tan deseado por las mujeres?
Evidentemente no, en el marco del microcrédito tal como se definió anteriormente y tal como es promovido por las instituciones internacionales. En ese caso, constituye incluso un factor de empobrecimiento de las mujeres.
Evidentemente sí, en el marco de las organizaciones de mujeres que desarrollaron y adaptaron el espíritu inicial de los sistemas tradicionales. Se trata esencialmente de organizaciones indígenas muy poderosas cuyo origen se remonta a los años 1970 (nuevamente las fechas no son anodinas): «Esas organizaciones ayudan a las mujeres a ser conscientes de sus derechos y a defenderlos, a mejorar sus condiciones de vida y su estatus social y alientan en ellas el espíritu de la solidaridad por intermedio de los grupos solidarios. (…) Son esos grupos solidarios los que tienen un papel esencial en el acceso de las personas desvalidas a los microcréditos porque estos permiten reemplazar las garantías colaterales por la fianza grupal para los créditos individuales. La presión social tiene, por lo tanto, un rol de amenaza, o sea, incita al prestatario a no adoptar un comportamiento oportunista. (…) Esto grupos de autoayuda (self help group, SHG) constituyen una ocasión para que esas mujeres puedan expresar su voluntad de crear lugares donde poder hablar, de acción colectiva y de edificar de esa manera espacios de sociabilidad, de autonomía, de negociación y de acceso al poder. (…) Esos grupos solidarios pueden en algunos casos proveer una base a una eventual organización de la lucha contra otros problemas de la sociedad tales como la violencia doméstica, el alcoholismo de los cónyuges, el sistema de dote (…). Una función mayor de los SHG es en la toma de poder político ya que un buen número de mujeres electas salieron de estos grupos de SHG.» [17]
Por consiguiente, con el empoderamiento, el microcrédito, etc., se tiene una situación que exige un análisis más ajustado para mantener el rumbo de la emancipación de las mujeres en el mundo: no tirar el grano con la paja, examinar en qué contexto se toman las iniciativas y sobre todo hacer un balance de cada una de ellas; estas son tareas que requieren el mantenimiento y el aumento de un movimiento y de una conciencia feminista.
Organizaciones de mujeres, organizaciones feministas
Hemos examinado antes los peligros que sustentan las relaciones entre las organizaciones de mujeres y la ONU, en la que subsiste una fuerte cultura patriarcal: prioridad a las conferencias internacionales en relación al trabajo de campo, competencia entre organizaciones, al límite de la deslealtad, para el acceso a las subvenciones, participación en reuniones donde las organizaciones no tiene derecho de voto y donde todo ha sido preparado para no permitir ningún cuestionamiento de fondo, demasiado atentos al cambio por parte de la ONU… Esos peligros están igualmente presentes en el nivel de la cooperación internacional bilateral pero sobre todo en la multilateral: allí, hay mucho dinero en juego. Los riesgos aumentan: se constata, en primer lugar, la pérdida de autonomía política: las prioridades temáticas cambian de acuerdo a la voluntad de los financiadores, se crean coordinaciones ad-hoc con el objetivo de obtener fondos. En segundo lugar, una pérdida de autonomía administrativa: las organizaciones están obligadas a modificar sus criterios, sus métodos, sus compatibilidades para adaptarse a las exigencias de los financiadores. Las organizaciones de mujeres reproducen la cultura jerárquica patriarcal y dan prueba de faltas éticas absolutamente extrañas a su origen y a su esencia: las relaciones verticales entre organismos intermediarios y organizaciones beneficiarias conllevan conflictos y en consecuencia la debilitación de la conciencia y de la fuerza del movimiento. La corrupción amenaza la transparencia y la probidad de las organizaciones.
Pero, sobre todo, hay que insistir sobre el hecho de que la dependencia creada por esa situación deteriora y aniquila la creatividad del movimiento cuando no lo dirige directamente a su desaparición: la disminución drástica de los presupuestos de cooperación internacional a la que se asiste, conlleva, de hecho, la suspensión brutal de una serie de proyectos. El colmo de cinismo: a las organizaciones se las envía a la búsqueda de recursos nacionales (lo que, por otro lado, está determinado como «indicador de responsabilidad social»), recursos cada vez más aleatorios, como lo sabemos, vista la puesta en marcha de medidas neoliberales.
En principio, el riesgo comentado es conocido por las organizaciones: tienen la libertad de rechazar la peligrosa espiral de esa dependencia que, todavía no la hemos abordado, puede crearse igualmente entre una gran ONG y una pequeña ONG, entre una ONG del Norte y una ONG del Sur. Algunas organizaciones se niegan a perder su autonomía pero podemos imaginar fácilmente que son pocas dada las presiones ejercidas y el peso de la ideología dominante que logró pervertir los términos de la emancipación de las mujeres, propugnando el éxito individual en detrimento de los cambios sociales estructurales.
Marcha Mundial de las Mujeres: ¿el nuevo desafío de las feministas?
La Marcha Mundial de las Mujeres, que representa a más de 6.000 organizaciones provenientes de 161 países, merece, por lo tanto, para este propósito toda nuestra atención. Considerando su amplitud, la marcha se sitúa por encima de la división «organizaciones cooptadas» y «organizaciones radicales, críticas pero marginalizadas». Incluso si en su seno encontramos las expresiones de esas dos grandes tendencias definidas de manera bastante dicotómica.
Su mayor mérito es de estar constituida sobre bases propias, mediante las acciones decididas por sus componentes, fuera de cualquier agenda de la ONU, de cualquier otra institución internacional. Su otro gran éxito es de definirse como un proceso: esta comenzó y es «una acción permanente», es una cosa que se mueve y, por lo tanto, es difícil de «atrapar». Las reivindicaciones de la Marcha en el año 2000 constituyen una base que, nuevamente, se orienta hacia un proyecto de cambio global para las mujeres, un proyecto que no sea más «realista y flexible», sino que profundice en el corazón mismo de la cultura patriarcal y de dominación.
Como el movimiento altermundialista del que constituye un pilar esencial, la Marcha comporta todos los desafíos y las esperanzas. Frente a la institucionalización y el reclutamiento de las organizaciones de mujeres, constituye un contrapeso indispensable para hacer renacer una verdadera conciencia feminista a escala planetaria, una concience nutrida de la inmensa diversidad de las vivencias de las mujeres. Como tal, es evidentemente objeto de todas las atenciones: las instituciones internacionales, ampliamente desacreditadas en el seno de la Marcha Mundial, no pueden arremeter frontalmente: se ha subrayado como es más fácil para las instituciones tratar con un «movimiento social». Pero también se ha visto cómo unos sabios dispositivos pueden ser puestos en marcha para recuperar toda la subversión de los movimientos de mujeres a partir del momento en el que amenacen la estabilidad del orden patriarcal y capitalista. Es, por lo tanto, a nivel local o regional, que es importante vigilar a todas las iniciativas de recuperación (una vez más, ese peligro existe para todos los componentes del movimiento altermundialista): estas iniciativas pueden provenir de instancias gubernamentales especializadas en los asuntos «familias y mujeres» que, desde el año 2000, apoyaron, en algunos países, (especialmente de forma financiera) a la Marcha para controlarla mejor; coordinadoras nacionales de mujeres que, incluyendo las instancias «mujeres» de partidos en el poder, minimalizan, las propias mujeres, su orientación para salvaguardar un consenso tanto más fofo cuanto que es general… Por lo tanto, el proceso de la Marcha es a la vez muy fuerte y muy frágil. Es responsabilidad de cada una (organización o persona) de preservar el futuro, poniendo, de nuevo, en la agenda un feminismo explícito, única garantía de un cambio social real para las mujeres de todo el mundo.
La campaña 2005 de la Marcha no es una nueva versión de la del 2000 [18]. Si bien el éxito del año 2000 había sido de poner en el orden del día la visibilidad del invisible sufrimiento de las mujeres, y eso a escala planetaria, ahora sigue vigente un amplio reagrupamiento defensivo de naturaleza simbólica y generalista. La campaña de 2005 va más lejos y se articula alrededor de tres ejes: la Carta Mundial de las Mujeres para la Humanidad es el final de un proceso colectivo de elaboración (dos años de discusiones planetarias); la marcha de relevos a través de 53 países, creando una multitud de eventos y una miríada de acciones reivindicativas, dando lecciones de paz a todos los políticos del mundo (por ejemplo la manifestación de mujeres griegas y turcas por la unificación de Chipre); una acción mundial el 17 de octubre próximo cuando la marcha de relevo llegue a Uagadugú en Burkina Faso.
Por lo tanto, esta acción mundial tendrá lugar en la fecha consagrada al «Día internacional contra la pobreza». Es necesario movilizarse con el fin de que esta denominación no sea solo un día más en la agenda de la ONU para ofrecer buena conciencia a todos y todas. Habrá que trabajar y luchar para superar los deseos inalcanzables y pasar al acto emancipador de la verdadera revolución de las mujeres en el mundo entero. Las herramientas están allí: mantengámoslas firmes en nuestras manos.
* Este estudio fue publicado en la revista del CADTM Les Autres Voix de la Planète del tercer trimestre de 2005.
Traducido por Griselda Piñero.
Notas:
[1] Falquet, Jules, Femmes, féminisme et développement, p. 75 in Bisilliat, Jeanne (sous la direction de),
2003, Regards de femmes sur la globalisation, Karthala.
[2] El PNB muestra la riqueza total producida, calculada por la suma de los valores agregados. El trabajo
doméstico de las mujeres no está integrado ya que no está monedatorizado. Sin embargo, según la ONU,
en un estudio de 1995, la contribución invisible de las mujeres a la economía representaría algo así como
11 billones de dólares. Esto nos da una idea de lo que representa el aporte de las mujeres a la toda la
humanidad (Éric Toussaint, La Bolsa o la Vida, Editorial CLACSO, Buenos Aires, 2004. 19 ediciones
diferentes en ocho idiomas desde la primera edición en 1998 en Venezuela (Editorial Nueva Sociedad).
[3] Maria Mies y Vandana Siva, (1993), Ecofeminismo, Icaria editorial, Barcelona, 2020.
[4] Robert Biel, Le capitalisme a besoin des femmes, p. 27 à 34, in Bisilliat, Jeanne (con la dirección de),
2003, Regards de femmes sur la globalisation, Karthala
[5] Jules Falquet, op. cit., p. 77
[6] En la conferencia de El Cairo, en 1994, la ONU se alió a las mujeres, frente a los Estados católicos y
musulmanes, con respecto al derecho a disponer de su propio cuerpo.
[7] Mestrum, Francine, De l’utilité des femmes pauvres dans le nouvel ordre mondial, in Bisilliat, Jeanne
(sous la direction de), 2003, Regards de femmes sur la globalisation, Karthala p. 71-
[8] Mestrum, Francine, idem, pp. 35 a 73.
[9] Mestrum, Francine, «El mundo no puede esforzarse en hacerlo (poner los cimientos de la paz y la
libertad) sin servirse (using) los ricos recursos que representan para las diferentes naciones del mundo, la
experiencia y la capacidad de las mujeres para el trabajo, la perspicacia y el bagaje de las mujeres»,
Intervención de Madame Dalen, delegación noruega, op. cit., p. 38.
[10] Mestrum, Francine, op. cit., p. 43.
[11] Mestrum, Francine, op. cit., p. 53
[12] Se leerá con interés sobre este tema la contribución de Elisabeth Hofmann Y Kamala Marius-Gnanou
« Le micro-crédit pour les femmes pauvres. Solution miracle ou cheval de Troie de la mondialisation ?
État du débat » in Bisilliat, Jeanne (sous la direction de), 2003, Regards de femmes sur la globalisation,
Karthala pp. 215 a 238.
[13] Elisabeth Hofmann y Kamala Marius-Gnanou, op.cit., p. 232.
[14] Éric Toussaint, op. cit., pp. 239 a 240
[15] Peemans-Poullet, Hedwige (2000), « La miniaturisation de l’endettement des pays pauvres passe par
les femmes », Chronique féministe. Féminisme et développement, n° 71/72, febrero/mayo, Bruselas
[16] Lelart, Lespes, 1985, citado por Elisabeth Hofmann y Kamala Marius-Gnanou, op. cit., p. 221.
[17] Elisabeth Hofmann y Kamala Marius-Gnanou , op.cit., p. 227 a 228.
[18] Sonia Mitralias, Une Marche qui marche in Inprecor, n° 507-508, julio-agosto 2005, pp 41 a 42.
* Denise Comanne. Feminista comprometida en las luchas locales e internacionales contra el capitalismo, el racismo y el patriarcado. Denise Comanne había creado el CADTM al lado de Éric Toussaint y otros y otras militantes. Revolucionaria infatigable, Denise militó hasta el último momento en los movimientos sociales. Falleció el 28 de mayo de 2010, de repente, después de haber participado activamente en un Foro sobre el cincuentenario de la independencia de la R.D. del Congo.
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