Viajar después de leer
Nònimo Lustre*. LQS. Agosto 2020
De tarde en tarde, nos conviene salir al extrarradio de nuestras pequeñas vidas. Hay muchas maneras de hacerlo pero todas requieren algo de trabajo. Una de las que menos energías mentales dilapida es el turismo mientras que el viajar es una de las que más energías físicas y mentales requiere. Evidentemente, acabamos de dejar claro que viajar es lo contrario que turistear; pero también conviene precisar que viajar para encontrar aventuras, no sólo es tan antagónico a viajar como el mentado turismo sino que, además, suele ser una actividad criminal. Estos análisis son antiquísimos y suelen estar recogidos en los clásicos, antropológicos u otros.
Pues bien, en una de esas excursiones librescas que nos permitimos -repetimos, de tarde en tarde-, releímos al gran Arnold Van Gennep, el llamado “ermitaño de Bourg-la-Reine”. Hoy, ahorita, recordamos que uno de los párrafos de su libro más conocido nos llevó a presenciar unas ceremonias entre Papúas. Así escribió Van Gennep:
“Recientemente [1907] R. Parkinson ha aportado informaciones nuevas sobre las sociedades secretas llamadas Dukduk en el archipiélago Bismarck y en las islas Salomón. Ésta es la secuencia de los ritos, cuya variación, de una localidad a otra, es muy pequeña incluso en los detalles”: 1º, se conduce al novicio al lugar sagrado; 2°, allí recibe azotes de vara, más o menos fuertes según la edad, asestados por el tubuan, especie de ogro divino; 3°, a los alaridos del novicio responden a lo lejos las lamentaciones de su madre y de sus otros parientes; 4°, el padrino distribuye regalos a los asistentes y se da de comer al novicio; 5º, el tubuan se desnuda por completo y los novicios reconocen que se trata de un hombre; 6°, las vestimentas del tubuan se mantienen en pie gracias a su armadura, lo cual prueba que están impregnadas de poder (mana melanesio); 7º, los asistentes bailan y enseñan a los novicios su danza, así como los secretos de la sociedad; 8º, todos los asistentes toman parte en una comida en común; 9°, cada novicio recibe una ropa ceremonial si tiene alrededor de doce años; si es aún pequeño, tiene que esperar cierto número de años. El don de vestirse, con el que termina la iniciación, tiene lugar otro día y siguiendo un ceremonial especial” (Van Gennep, Les rites de passage, 1908; un siglo después, edición española en impecable traducción de Juan Aranzadi)
Y esto es lo que nos llevó a comprobarlo en la isla de New Britain, casi la más oriental de Papúa Nueva Guinea:
16.septiembre.1983.– Los Tolai (hablantes de la lengua kuanua, antes conocidos como Gunantuna), más de 70.000 en toda la Gazelle Peninsula [isla de New Britain], gozan de buena fama si por buena entendemos que tienen fama de emprendedores. Dicen que son el pueblo indígena más opulento de toda Papua New Guinea. Por algunas razones que habré de estudiar, han resistido sin fragmentarse las sucesivas oleadas de conquistadores, desde los alemanes hasta los aussies [australianos]; de estar organizados en aldeas, han evolucionado hasta constituirse en un único pueblo que goza de un cierto, aunque escaso, control sobre su territorio. Si lo comparamos con docenas de otros ejemplos, ya es mucho. De cara al turismo etnográfico, son famosos por sus máscaras, las duk duk (más frecuentes, con un penacho más alto decorado con plumas, no con hojas) y las tunbuan (femenina, madre del anterior aunque sólo la porten los varones) que simbolizan a genios dioscuros del mar y de la tierra que, a mordiscos, arrancaron el trozo de cráter que ahora constituye la entrada al magnífico puerto de Rabaul. Por su parte -dejando aparte a pueblos menores demográficamente hablando como los Timoip y los Mokolkol-, los Sulka y los Baining, conocidos por sus bailes del fuego y de las serpientes, no resistieron hace siglos las mazas y las hondas de los Tolai y tuvieron que refugiarse en el interior de New Britain. Sin embargo, los Baining tuvieron un último acto de dignidad y, en 1904, masacraron a los misioneros católicos que pretendían asentarse en Massava Bay. Huelga añadir que, desgraciadamente, los Tolai colaboraron con el ejército ‘nacional’ que acudió enseguida para escarmentar a los sediciosos –y mucho les escarmentó.
Como estamos de fiesta nacional, por la mañanita los expats [expatriados] han sacado sus yates, veleros y botes a pasear; tienen suerte porque les va a hacer sol y buen viento. Arrastrando mis llagas, tengo que bajar a tierra, consigo un programa detallado de las fiestas de la Independencia y vuelvo corriendo al barco para, inmediatamente, salir despepitado hacia los magnos eventos.
Bajo un sol de plomo, en el campo de fútbol las autoridades presiden las ceremonias enfundadas en sus camisas blancas y encorbatados pero con pareos lap lap. Para entrar, pago 70 toeas [70 céntimos de kina, la moneda nacional de PNG, aprox, equivalente entonces al dólar gringo] y me tamponan el brazo con un sello. Comienzan las imitaciones de los sings sings [antaño, bailes y cánticos comarcales] Van saliendo a escena varias comparsas de bailarines, todos ellos masculinos. Aparecen unos grupitos de flagelantes –probablemente Tolai de Labarr- que se atizan de lo lindo con una suerte de cañas finas. El camarógrafo Pedro Saura Ramos nos pone en peligro porque les ofende sosteniendo que no se hacen daño pues de lo contrario, “les dejaría señal” –como siempre, desprecia cuanto ignora-. Otros salen con el pene cubierto de tela y conchitas de cauri. Los espectadores, en filas densas, jalean sus coreografías eróticas. También aparecen grupos con relojes, sostenes, adornos de plástico y de papel de plata.
Salimos en taxi hacia Vunakapa (entre Navuneram y Vunakanau) donde me informan que hay un ‘concurso’ de duk duks. Damos millones de vueltas porque el taxista no ha estado jamás en esta aldehuela. Menos mal que recogemos a un jovial tolai que nos conduce directos a la asamblea. Sólo veo a una pareja de blanquitos; el resto, los que no estén navegando en sus yates, no llegarán nunca porque desprecian las ceremonias indígenas y porque, en el (raro) caso de haberse preguntado entre ellos, ninguno habrá querido reconocer que no tienen ni idea. Su desdén por los negros es palmario.
Toda la asamblea es masculina; cientos de hombres con sus lap laps rojos, ancho cinturón y bolso con las imprescindible nueces de betel en una mano y la cerveza SP y Sanmig (san miguel) en la otra. Los viejos, como directores del coro de las cofradías, reparten ristras de shell-money. Estas monedas de concha (dewara o tambu), conseguidas en Nakanai, muy al sur de New Britain, es un dinero que no conoce la inflación: todo lo que se puede intercambiar por él, vale lo mismo desde hace más de un siglo… y sigue funcionando en circulación.
En un sitio secreto para nosotros, se disfrazan con los dukduks. ¿Hasta dónde son importantes estas sociedades secretas para el mantenimiento de la unidad tolai? Puedo leerlo en alguno de los papers que tengo fotocopiados pero dudo mucho que pueda contrastarlo y confirmarlo in situ. Noto una cierta agresividad en algunos tolai pero predominan una amabilidad y una mansedumbre generalizadas.”
[Fragmento de un Diario de Campo que comienza así: “Este es el diario de un viajero no explorador que pretendió obtener en Melanesia algún tesoro etnográfico y que fracasó en el intento porque cayó ante el fuego cruzado entre la frenética inactividad de unos y la pretenciosa ramplonería de otros. Y también es un ejemplo de cómo la perversamente llamada Transición y su corifeo -el primer gobierno socialdemócrata-, agarrotaron a los españoles con los garfios de la mediocridad más presumida y de la ignorancia más embustera. Es, pues, un viaje a la cara más ingrata de una ciencia social y de un país.”]
Releído Van Gennep y nuestro Diario, sólo nos cabe el desconsuelo por no haber enriquecido la narrativa del anciano antropólogo de gabinete y, asimismo, por no habernos quedado entre los Tolai o entre sus vecinos cual era nuestra tendencia natural. Melancolía, rabia… si hubiéramos tenido dos dólares más…
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