2 de Mayo: mucha ranciedad y nacionalismo barato
Nònimo Lustre*. LQS. Mayo 2021
Florilegio del afrancesamiento
Ayer, Dos de Mayo, estaba desatado el más mohoso nacionalismo español. Ya no se dirige contra los gabachos porque pueden ser turistas pero sí se encrespa contra los ‘anti-españoles’, gentuza a extirpar.
Hace más de dos siglos, estos ciudadanos ejemplares eran vituperados como ‘afrancesados’. Los hubo de todas las personalidades, unos eran auténticos mártires por la libertad –no confundir con su antítesis, los actuales neoliberales- y otros eran unos trepas chaqueteros que en el infierno estén. Sintiéndome heredero de los primeros, es probable que, de prenderse hoy la mecha de la insurrección patriótica, servidor se vería en un aprieto: por un lado, tendría que unirme a la plebe pero simultáneamente preferiría a los republicanos –por muy invasores que, sin duda, eran. Rara vez he dudado frente al ejército, cualquier ejército, pero en 1808 a los napoleónicos se les suponía republicanos y liberadores, aunque a la postre se manifestaron como asesinos y expoliadores –el uniformado es ansí. Y es que, mejor pensado, mi opción estaría clara puesto que los invasores más canallescos no serían los vecinos sino los Borbones en el poder. Lastimosamente, la plebe liberal existía en 1808 y existe hoy pero rara vez está organizada en pie de guerra…
Antecedente republicano
“Por san Blas, la cigüeña verás”, dice el refrán. Pero, el 03.febrero.1795, a España llegaron no sólo llegaron las cigüeñas sino algo más: la primera confabulación republicana, auténtica y con correligionarios allende los Pirineos. La llamada Conspiración de San Blas fue un audaz, generoso y peligrosísimo empeño racionalista y democrático de unos cuantos revolucionarios encabezados por el mallorquín Juan Bautista Picornell (1759-1825) a quien acompañaron otros intelectuales como Sebastián Andrés y Manuel Cortés de Campomanes, ambos ligados al hoy conocido en Madrid como Instituto de enseñanza secundaria San Isidro. Picornell y los conspiradores fueron detenidos y, obviamente, condenados a muerte. Pero, antes de ser ejecutados, ocurrieron unos hechos que enumero en orden cronológico:
1793: Carlos IV y su valido Manuel Godoy, declaran la guerra a la Francia republicana y revolucionaria. España se ha llenado de exiliados realistas franceses, en su mayoría curas y obispos. Imprudente hasta la tontuna, la monarquía española decide ¡invadir Francia con tres ejércitos! Al mando de unas tropas hispano-portuguesas, el general Ricardos asalta efímeramente el Rosellón francés, pero los otros dos cuerpos del ejército monárquico –el vasco y el aragonés-, son rechazados antes incluso de cruzar los Pirineos.
1794: los republicanos franceses contraatacan e invaden España. El aparentemente inexpugnable fuerte de Figueres (10.000 soldados, 200 cañones), se pasa al ‘enemigo’ sin disparar ni un tiro. Poco después, Donosti se entrega con igual júbilo.
1795: cuando Picornell & Co. están a punto de subir al patíbulo, los generales españoles enviados al Norte se quejan de que no reciben ninguna ayuda de la población ni de las autoridades locales vasco-navarras. Al contrario, les boicotean y hasta cambian los rótulos de los pueblos; es obvio que los euskaldunes simpatizan abiertamente con los republicanos franceses quienes ocupan Euskadi con notorio alborozo popular. Los franceses siguen avanzando en loor de multitudes y cruzan el río Ebro por Miranda. Cuando ya están en tierras de Castilla, les sorprende la firma de un armisticio que precede a la capitulación sin condiciones de España –disfrazada en la historiografía española bajo el nombre de ’tratado de paz de Basilea’-. O de cómo la derrota del rey español salvó el pescuezo de los conjurados republicanos.
En efecto, la (mal) llamada Paz de Basilea (1795) puso fin a la conocida como guerra de los Pirineos o guerra de la Convención. La burda propuesta española de capitulación pedía mantener los límites de la soberanía española, puesto que Francia quería anexionarse Guipúzcoa, ocupada por el ejército de los sans-culottes -con la entusiasta colaboración de los guipuzcoanos. En el colmo de su más ignara prepotencia, una España que tenía las tropas revolucionarias a punto de llegar a Madrid, pretendía nada menos que, entre otras fantasías, ¡lograr el restablecimiento del culto católico en Francia y la liberación de los hijos del ajusticiado rey francés Luis XVI!. Al final, España cedió a Francia la hoy llamada República Dominicana y se comprometió a entregar durante seis años los ganados ovino y caballar andaluces y, de postre, tuvo que jurar que no perseguiría a los afrancesados vascos. Godoy obtuvo por ello el título de Príncipe de la Paz.
1808, la invasión napoleónica
Trece años después del frustrado asesinato monárquico de Picornell, Napoleón invade España. Si hemos de creer a la historiografía sagrada/oficial, el pueblo se levanta al unísono. Algo hubo de ello pero también hubo multitud de afrancesados –eran llamados traidores– que colaboraron entusiásticamente con el nuevo rey, José Bonaparte I, al que denigraron como “Pepe Botella”.
Dos de ellos que, por razones personales, me interesan especialmente fueron el Alcalde de Madrid –feliz porque le aumentaron los efectivos de la policía local- y el Vicario de Extremadura, dedicado a extirpar la proliferación de tibios, insurrectos y ateos en general.
Otros ‘traidores’
Hubo picapleitos ciertamente criminales. Por ejemplo, “Ramón Casanova era un abogado barcelonés que trabajaba como agente de negocios al producirse la invasión napoleónica. Al llegar las tropas francesas a Barcelona, inmediatamente se puso a las órdenes de los generales imperiales para ayudarles a reprimir la sublevación catalana, por lo que, de hecho, se le puede considerar como el primer colaboracionista que públicamente se mostró, como tal, sin reservas de ningún tipo.
El 30.VII.1808, Casanova fue nombrado Comisario General de Policía. EI 15 de diciembre de 1808, fue detenido por la policía barcelonesa José Cantón, un rico usurero de origen milanés. El motivo oficial de esta detención fueron sus posibles contactos con los catalanes que intentaban recuperar Barcelona; posiblemente la razón real fuese su considerable fortuna, apetecida por Casanova y el general Giuseppe Lechi [Comandante de las tropas Italianas que llegaron en unión con las francesas] El Comisario General ordenó que fuese registrada Ia casa del detenido, con el pretexto de averiguar si escondía armas. Fueron encontrados gran cantidad de objetos de plata, oro y piedras preciosas, inmediatamente confiscados por la policía y transportados a la casa de Lechi. Cantón fue sacado de la cárcel y fusilado en Montjuich” (cf. Enric Riera Fortiana)
Y también surgieron militares de carrera que cayeron en lo que, desde siempre, se llama felonía. Por ejemplo, el general Gonzalo de O’Farrill, ministro de Defensa con José I, quien llegó a promover un contrainsurgente Manual para tropas de guerrilla.
Los exiliados liberales
La monarquía borbónica era tan despótica que buena parte de la intelligentsia hispana no era afrancesada sino liberal. Cuando se retiraron las tropas francesas, Fernando VII –este sí, el Felón por antonomasia- dejó su retiro dorado en Valençay y regresó a su cortijo patrio. Eso sí, con las intenciones más asesinas que le permitía el trono –por encarnar el absolutismo, eran todas.
“En primer lugar, debo subrayar a dos exiliados avant la lettre pues ambos huyeron de la Madre Patria antes de la mentada Independencia: José María Blanco White –en Inglaterra- y el supuesto abate José Marchena -en Francia donde estaba perseguido por su manifiesta liberalidad. Implantado el feroz absolutismo del Rey Felón, a ellos se les añadió una plétora de intelectuales: Leandro Fernández de Moratín, Juan Meléndez Valdés, Félix José Reinoso, Sebastián Miñano, Juan Antonio Llorente, Alberto Lista, Álvaro Flórez Estrada, José Gómez Hermosilla –sin olvidar que les siguió Francisco de Goya –muerto en Bordeaux.
Pero también hubo otros intelectuales liberales que se quedaron arrostrando las letales consecuencias de su valor: Agustín Argüelles, Francisco Martínez de la Rosa o Manuel José Quintana. Tras el decreto de mayo de 1814, Quintana fue sentenciado a seis años de cárcel en la fortaleza de Pamplona. Previamente pasó varios días en la cárcel del cuartel de los Guardias de Corps, en una celda al lado de las que ocupaban otros liberales como Francisco Martínez de la Rosa, Juan Álvarez Guerra y José María Gutiérrez de Terán. El también poeta Sánchez Barbero fue denunciado públicamente con la quema de sus composiciones en plaza de la Cebada de Madrid y enviado a Melilla, de donde nunca más volvería a salir vivo pues allí murió en 1819. Casos similares fueron los de José María Calatrava, García Herreros o Agustín Argüelles” (cf. Raquel Sánchez)
En definitiva, muchos de los ‘afrancesados’ eran la crema de la libertad –o del honesto liberalismo. Por tanto, menos obsesión con los patrióticos guerrilleros heroicos y más estudiar lo que nunca nos cuenta la Historia Sagrada hispana. Hay mucha ranciedad y nacionalismo barato que urge limpiar y lo firma un antifranquista que tuvo que exiliarse en Francia y que, por tan simple razón, siempre les guardará un sentido agradecimiento a los gabachos.
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