20-N: el regreso
Nunca como hasta ahora había tenido una sensación tan intensa de estar a punto de entrar por la puerta de salida. De acercarme a lo que siendo ayer un final, se transforma hoy en principio de una historia conocida, funesta, y parece que inútil. Siento que lo que probablemente ocurrirá el 20 de noviembre, lo acusaremos como un terrible empujón hacia atrás para revivir un franquismo sociológico que se viene gestando desde hace tiempo, pues la derecha de apariencia moderada y la más radical, ambas amparadas por unas mismas siglas, si algo han aprendido en todos estos años, es que las víctimas cuando no sangran dejan de parecerlo. Por eso somos unos cadáveres con tan buen aspecto pero cubiertos de heridas como los que reposan en las fosas abiertas por los mentores de estos herederos del espíritu del 36.
Al principio, con la memoria reciente y las víctimas directas todavía entre nosotros, lo de manifestarse acorde con su verdadera ideología lo hacían con diplomacia. Pero poco a poco, porque así lo requiere su estrategia y porque la labor efectuada para obtener la aceptación de la sociedad les ha funcionado bien, asoman ya sin apenas pudor por las pústulas de esta democracia que nació degenerada, enferma. Y lo hizo al brotar sobre las semillas esparcidas por los que durante tantos años la ahogaron en represión, sabedores de que algún día volverían, con nuevos rostros y discursos, pero siendo ellos al fin y al cabo.
Aunque confieso sentir alivio al ver que se han arrancado la máscara. Por más que me repugnen sus rostros originales quiero contemplarlos así, tal cual son. Y es que si algo me produce más nauseas que la mezquindad de ciertas acciones humanas, es el empeño en maquillarlas por parte de los que las perpetran. Estos ya no se molestan en disimular. El Partido que va a gobernar España en breve, una formación que alberga a personajes vinculados a concepciones de gobierno despóticas y elitistas, huele el triunfo desde hace tiempo, una victoria de la que se siente tan seguro, que se permite el lujo de lanzar mensajes que harían que los que en el pasado se dejaron la vida porque disfrutásemos de una libertad y dignidad a las que hemos renunciado, escupiesen sobre nosotros su desprecio. Hay conductas imposibles de perdonar.
Cómo me cuesta entender al ser humano. Se nos llena la boca hablando de paz y de respeto a los derechos de todos los seres. Se nos encoge el estómago ante la injusticia y la desigualdad. Sonreímos felices cuando en el mundo de la ficción al rico se le quita una parte de su fortuna para dársela al pobre. Cuando el animal se salva y el cazador se queda con las ganas de matarlo. Nos encanta imaginar y jurar que defendemos una sociedad no piramidal en la que todos disfruten de las mismas oportunidades. Somos tan justos como solidarios y rebeldes… en sueños. Pero al despertar, le entregamos nuestro voto a los más totalitaristas, reaccionarios, clasistas, corruptos, codiciosos y censores. Vaya progresistas y revolucionarios de edredón que estamos hechos, y qué mansos e ignorantes nos mostramos en nuestra vigilia. Y ellos frotándose las manos.