2024: El año del genocidio
Por Luis Suárez-Carreño*
2024 es el año en que se normalizó el crimen de guerra: bombardeo indiscriminado de población civil, incluso en hospitales y escuelas; bloqueo de la ayuda humanitaria, incluyendo medicamentos y alimentos…
En el filo del cambio de año, en este momento de balances retrospectivos, resulta demoledor, frente a cualquier tentación de optimismo en el progreso de la humanidad, constatar que en el año que se extingue el mundo ha asistido impávido a un genocidio retransmitido durante sus 365 días por los medios de comunicación. La humanidad ha sido incapaz, o más bien ha carecido de la menor voluntad, de frenar la destrucción sistemática y continuada de un pueblo desarmado y prisionero por la potencia militar ocupante, una masacre financiada y armada por las potencias occidentales y perpetrada, gracias a los avances en comunicación, ante una audiencia universal. No será posible en este caso, a diferencia de los holocaustos del pasado, alegar ignorancia de los crímenes.
Durante este año se han sucedido sin duda en el mundo hechos relevantes de todo tipo, desde la política, la cultura, los avances científicos o la situación del planeta, entre otras dimensiones de nuestra realidad. Pero a mi juicio ninguno de esos hechos es comparable, en términos morales y de sus consecuencias para el futuro común, con el hecho de que una población indefensa haya sido sometida a la destrucción sistemática de su hábitat, incluyendo campos de refugiados y centros sanitarios y educativos, al asedio y bloqueo de sus suministros vitales, al asesinato de cualquier testigo, ya sea humanitario o mediático, al desplazamiento obligado…
Cualquier otro fenómeno global o mundial palidece en mi opinión ante este holocausto: La guerra de Ucrania, la elección de Trump y Milei, la caída de Asad, crisis en Corea del Sur, el nuevo fracaso del consenso climático, catástrofes ambientales, logros científicos en materia de salud o de exploración espacial, movilizaciones contra la violencia de género… todo resulta prácticamente irrelevante frente al fracaso internacional ante el genocidio en Gaza.
2024 es el año en que se toleró el asesinato frío y metódico de decenas de miles de niños y niñas (unos 40.000 entre muertos y desaparecidos, aparte de amputados, huérfanos, etc.) realizado con armamento suministrado por las grandes potencias occidentales, en primer lugar, EEUU. Para la historia, ningún otro hecho sucedido este año será tan transcendental, ninguno marcará tan profundamente el destino colectivo del planeta en términos éticos y civilizatorios, y, por supuesto, de estabilidad y convivencia.
2024 es el año en que se normalizó el crimen de guerra: bombardeo indiscriminado de población civil, incluso en hospitales y escuelas; bloqueo de la ayuda humanitaria, incluyendo medicamentos y alimentos; asesinato de periodistas y ataque a las ONGs y a las agencias de Naciones Unidas, por mencionar algunos crímenes que han traspasado líneas rojas y que de haberse perpetrado por otro país que no fuera Israel hubieran sacudido las selectivas conciencias de esa comunidad internacional (perdón por la sobada y hueca expresión).
2024, el año en que también muchos países supuestamente civilizados no sólo fueron cómplices de los crímenes masivos de Israel, sino que no dudaron en ejercer la censura y la represión de las libertades civiles en nombre del derecho del sionismo a masacrar no sólo a la población palestina sino a los principios de la verdad, la justicia y la libertad de expresión. Cuando los manifestantes contra el genocidio somos acusados de antisemitas, el discurso fake cobra la dimensión de propaganda orwelliana, de la verdad alternativa emitida por las propias autoridades negando la evidencia: además de asesinar, el sionismo calumnia y ofende a sus detractores achacándoles sus propios vicios: xenofobia, supremacismo, deshumanización.
En estos mismos días, en que Israel actúa, más allá de Gaza y Cisjordania, es decir, de lo que queda de los territorios palestinos, como un gendarme matón regional con total discrecionalidad e impunidad (bombardeando Líbano, Siria, Irán o Yemen), leía casualmente a Amin Maalouf, en concreto ‘El naufragio de las civilizaciones’ (2019), donde rememora el paraíso levantino de su infancia en Líbano, en el Oriente Medio anterior a las sucesivas intervenciones coloniales que lo trocearon y polarizaron, un espacio modelo de multiculturalismo y convivencia. Las potencias, sobre todo occidentales, responsables de convertir en el siglo XX aquel territorio en un polvorín, se desentienden del destino de sus más vulnerables víctimas, en primer lugar la población palestina, que arrastra su miserable existencia fragmentada en campos de refugiados -eufemismo por guetos- dispersos por los diferentes países, al menos desde mediados del pasado siglo (1948, la Nakba, por señalar un hito grabado a fuego en la memoria colectiva palestina).
¿Cuál es el plan?
Ante esta escalada de ignominia este año nos hemos preguntado qué hay detrás de todo esto, qué estrategia, qué proyecto político. La orgía de destrucción y muerte desarrollada por Israel en Gaza, acompañada por el incremento del expolio y acoso en Cisjordania, nos duele tanto como nos desconcierta ¿tiene por finalidad una nueva versión de ‘solución final’, en este caso con el pueblo palestino por destinatario? Lo único que está claro es que el resultado no será un escenario de paz, convivencia y equilibrio, sino todo lo contrario; aunque sea sobre un océano de escombros, la miseria y el rencor son las únicas semillas que podrán florecer tras el apocalipsis.
El documental ‘Expediente Netanyahu’, dirigido por la cineasta Alexis Bloom, que también este año hemos podido ver, no responde a esas preguntas pero sí ofrece -o más bien confirma- algunas pistas: al timón de esa máquina de guerra se encuentra un gobierno presidido por un político corrupto y venal, dispuesto por todos los medios a silenciar a los medios críticos y a controlar al sistema judicial, en alianza con algunos de los políticos más extremistas (como los infames ministros Smotrich y Ben Gvir, que abiertamente reivindican el derecho al exterminio palestino) de un espacio político, el sionismo, ya de por sí extremo en su militarismo y supremacismo étnico.
En esas manos se encuentra ahora el futuro no sólo del pueblo palestino, sino de Oriente Medio. Para muchas personas la única lectura coherente de la estrategia israelí, tras lo visto este año, es su voluntad de expandir la guerra hasta conseguir la implicación, no ya por ejército interpuesto, sino directa, de los EEUU, en concreto para atacar a su némesis regional, Irán, a quien Israel ha provocado reiteradamente también a lo largo del año. El gobierno de Netanyahu no parece tener un proyecto, sólo la huida hacia adelante como plan, una huida sobre tierra quemada, con incontables víctimas.
¿Feliz año nuevo?
Obviamente, a Israel no le ablanda la navidad; en estos días de final de año no sólo no ha cejado en la destrucción y matanza, sino que ha cometido nuevos asesinatos de equipos sanitarios y periodistas perfectamente identificados; al tiempo que la destrucción de infraestructuras provoca, según nos informan los medios, la muerte de niños, no solo ya por bombardeos y hambre, sino también por congelación; por eso, resulta difícil decir sin vergüenza eso de feliz año nuevo; 2025 ya tiene su propio título: el año en que prosiguió el genocidio en Gaza.
#FreePalestine #ApartheidIsrael #PalestinaLibre #GazaUnderAttack
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