20N. Atado, pero que muy bien atado

20N. Atado, pero que muy bien atado

Grupo Arenal Uno*. LQSomos. Noviembre 2013

20 de noviembre, día de aniversarios y de recuerdos intensos: muerte en la cama del criminal Franco. Lo que pudo parecer el fin de un ciclo, simplemente fue una continuación. Eso sí, con una “manita” de pintura por encima.

Treinta y ocho años después hay muchas cosas aún pendientes de repasar y de decir. Después de tantos años de Transición, el tinglado de la farsa, suma y sigue.

Al calor de la crisis parece haberse despertado en la ciudadanía una cierta actitud de análisis crítico respecto a este periodo, antes idealizado hasta la más reverente y cateta adoración. La reflexión subió de nivel cuando el movimiento 15-M cuestionó a nuestra clase política, fruto directo y soporte imprescindible del susodicho tinglado. Se cuestionaba así el sistema político resultante de la Transición… “lo llaman democracia y no lo es”.

Bajo el discurso del miedo como gigantesco chantaje y con los destacamentos socio-económico y militares de la dictadura a los mandos, se construyó este sistema político en el que vivimos.

Sólidamente cimentados en la dictadura –tal como quiso y dejó ordenado en su herencia política el criminal Franco–, de la noche a la mañana legiones de fascistas, torturadores y personajes oscuros pasaron a ser “demócratas de toda la vida”, o ejemplares “profesionales” al servicio del orden, ahora democrático. Guardias civiles, policías nacionales, torturadores de toda laya, miembros de la Brigada Político Social, jueces del Tribunal de Orden Público… fueron mantenidos en sus cargos ­–o en los correspondientes a los nuevos cuerpos constituidos con idéntica función que sus predecesores– y recompensados puntualmente con ascensos, honores y homenajes.

Una cierta “izquierda”, ansiosa por pasar a formar parte y beneficiarse del nuevo modelo político, asumió, amplificó e impuso, con violencia cuando fue necesario, el discurso del miedo, la aceptación del chantaje, la exaltación de las fuerzas represivas heredadas del franquismo, la bandera rojigualda y la monarquía, la dejación de todo propósito de ruptura democrática y depuración del aparato de Franco, la subordinación a los EE.UU., la obsequiosidad hacia la Iglesia… La participación de esta izquierda nominal era necesaria para dar credibilidad y caché democrático a la maniobra en marcha y para abortar cualquier movimiento popular que tratase de superar sus límites. Pongámosle nombre a las cosas: estamos hablando del PCE carrillista y de un PSOE que, a toda prisa, se fabricaba, a golpe de dólar y marco alemán, como aspirante a protagonista del bipartidismo, después de haber desaparecido por completo del mapa y de la lucha antifranquista durante decenios­–. En estos años, los adeptos del PCE repartieron leña con entusiasmo y convicción entre los que se atrevían a llevar banderas republicanas, tildándoles de “provocadores” y “antidemócratas” que “hacían el juego a la ultraderecha”. Así iban las cosas en los gloriosos tiempos en los que se cocía la Constitución monárquica por los padres salvadores de la patria. La Santa Madre Iglesia bendecía y metía la mano en la cartera.

En esos años de “modélica” Transición, más de un centenar de asesinados dejarían su sangre en las calles a causa de la represión institucional o los ataques ultras, amparados y/o organizados desde los mismos aparatos del Estado. Disentir se pagaba caro. No había lugar para cuestionar nada, absolutamente nada, de lo concerniente a la operación de blanqueo democrático diseñada por la CIA y apadrinada por las socialdemocracias europeas.

Las luchas por la amnistía, aquellas manifestaciones que ocuparon las calles de todas las ciudades a pesar de la represión –mortal con frecuencia–, lograron sacar lentamente a los presos políticos de las cárceles. Pero, a cambio, quedó una ley de amnistía que aún sigue siendo calificada como “ejemplar” por algunos­, y que, de facto, ha significado una ley de “punto final”, un vergonzoso pacto de silencio y de impunidad frente a cualquier futuro intento de justicia por parte de las miles de víctimas de la dictadura. Algo que hoy, gracias a la “Querella argentina”, ha quedado más que demostrado.

Sólo se cambió lo necesario para poder abordar, con interlocutores cómplices, remozaditos y aplicados, lo que inmediatamente comenzó: la reconversión industrial, el desmantelamiento de cientos de miles de puestos de trabajo, la modernización que necesitaba el aparato capitalista español para no morir colapsado bajo el peso de las rígidas y obsoletas estructuras del régimen político del que se habían amamantado codiciosamente hasta entonces: el franquismo. La banca sigue en las mismas manos, las grandes empresas también. Aquí no ha pasado nada. Aquellos polvos, estos lodos.

Se dice que, con la Constitución de 1978, la Monarquía se hizo parlamentaria. Más bien fue al contrario, la Constitución se hizo monárquica y, con ella, nos bautizaron a todos como monárquicos sin pedirnos opinión. Los trabajadores no ganamos realmente la libertad, pero el Poder sí ganó una solemne coartada para justificar e imponer sus recortes, sus ajustes, sus leyes represoras, sus pulsiones antidemocráticas. Y ganó también un argumento de hierro para cercenar cualquier desarrollo de libertad, cualquier voluntad popular contraria a sus intereses nacional-clasistas.

Psicológicamente, la Transición ha sido un gigantesco ejercicio de hipnosis colectiva, de robo de la voluntad, de abandono de la memoria y de adormecimiento en el diván. Hipnotizados por el péndulo monótono del bipartidismo, ahora PP, ahora PSOE, ahora PP, ahora PSOE, iguales, iguales, iguales, iguales, lo mismo, lo mismo, lo mismo, lo mismo… ¿Qué paso? No me acuerdo de nada. No quiero acordarme. No me despiertes. Soy clase media. Dame, dame. Quiero, quiero. Qué bonito sueño tengo, sueño que tengo. Más. Y más. Clase media. Quiero, tengo. Que nadie me despierte de mi sueño, que nadie me desengañe de mi engaño… Que alguien encienda todos los escaparates…

Pero, ahora, la crisis ha roto el sueño estrepitosamente. La brusca falta de dinero, la pérdida acelerada de posibilidades de compra, ha hecho que millones de personas vuelvan a reencontrarse con la realidad de su lugar social: son trabajadores, y, muchos, trabajadores sin trabajo, que parece menos aun. Nada es suyo; casi todo es de los bancos y esa minoría que, ahora se ve, era quien movía el péndulo.

No faltará en estos días una marabunta de analistas, profetas, oráculos, pesebreros y enterados en general, que vocearán su perorata acerca de lo bien que somos aunque que mal estemos –definición política de bache–, y que saldremos remando todos juntos en la misma dirección, coreando los gritos del timonel: “Monarquía, Constitución, Unidad, Patria, España, España, España” y, si hace falta, hasta “Toros, toros”. Bla, bla, bla…

Es momento, de pensar en República, en cómo la queremos, y en qué contenidos le damos: que no sea sólo una ruptura con la forma de Estado, sino con el contenido de ese Estado, con los actores y fuerzas protagonistas de ese Estado… Es momento de ruptura para poder vivir de otra manera, gobernándonos. Es momento de hablar de la independencia de los pueblos, y defenderla. Es momento de hacer justicia, popular, de tod@s, para poder merecer la libertad. Es momento de seguir luchando en la calle, conquistando lo nuestro.

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