A veintitrés años de la caída del muro
Durante años, los berlineses colgaron del Muro mensajes, fotografías de parientes y demás personas caídas en su huida del lado oriental. Ahora, las nuevas generaciones se fotografían con los restos de éste como fondo.
Aquellos que salieron con vida del empeño, los que sobrevivieron a los bombardeos y a los “pasillos aéreos”, a la especulación con la penicilina y a los desastres de la II Guerra Mundial, al infierno de Vietnam y a todas las guerras del siglo XX; los que sobrevivimos a los devastadores bombardeos franquistas de las ciudades de Guernica, Madrid, Almería, Málaga, Barcelona, etc. nos preguntamos: ¿y dónde ponemos nosotros los nombres, las fotos de todos aquellos que, una vez derribado el Muro, una vez liquidada la “guerra fría”, con la derrota de uno de los dos contendientes, y liquidadas las pocas o muchas conquistas obreras, liquidadas también las cosechas de jóvenes y esforzados comunistas que, entre “sábados rojos” y desfiles entre flamantes rojas banderas con la hoz y el martillo y entonando patrióticos cantos, dónde, digo, ponemos los nombres de los que cayeron en una celda, norteamericana o europea, listos para ser deportados tras su vano intento de cruzar la delgada línea divisoria que separa la miseria de la supervivencia?
Decidnos dónde ponemos nosotros la foto de la joven huida de su país para caer en las redes de la prostitución de Madrid. Dónde ponemos ahora nosotros los nombres de todos aquellos que, una vez liquidado, abatido el comunismo, caen a diario en guerras que no entienden. Dónde pegamos un sencillo papel donde se pida cuentas por el empleo perdido, los derechos ignorados, las libertades pisoteadas, por el agua robada, los bosques devastados, por el niño desaparecido y tal vez entregado a la red que trafica con órganos humanos. Decidnos ahora dónde colgamos un papel donde se pida razón por la fábrica deslocalizada, la mina clausurada, el astillero desmantelado, la familia desahuciada, los ahorros de toda una vida desaparecidos en una operación bursátil de cualquier desaprensivo con el solo gesto de pulsar la tecla de su ordenador, desde el piso veintitrés de ese bosque de hormigón de cualquier ciudad moderna.
Decidnos dónde colgamos los nombres de tanto y tanto joven de esta generación que no conocerá otro oficio quizá que esporádicos empleos, vagando de aquí para allá, como polvo errante, que no haya dónde sembrar el fruto de sus estudios y conocimientos.
Dónde colgamos la foto del soldado desaparecido en el combate por defender las libertades, dónde la del estudiante torturado en comisaría, la de la activista de izquierdas arrojada a las aguas del océano, sin dejar atrás otra cosa que la copia sepia de su sonrisa en una cartulina.
Dónde colgamos la esperanza en un mañana sin policía, sin ejércitos, sin escalofriantes cifras de parados. Donde queda eso de un mundo sin guerras, sin mendigos en las colas de la sopa en cualquier centro benéfico, sin una Iglesia intolerante.
¿Dónde queda la anhelada disolución de los dos bloques, amado camarada Walt Whitman?
¿Dónde pastan hoy los caballos que se bebían las aguas de los arroyos, en tanto los amantes saciaban su sed de amor sobre la hierba, en las noches sin luna, Federico?
¿Dónde colgamos hoy una roja estrella soviética que ilumine el mundo del proletariado, León Felipe, Rafael, don Antonio, Miguel, tú, Pedro Garfias, compañero Pablo Neruda, camaradas Jorge Amado, Nazin Hikmet?
¿A quién pedimos cuentas ahora por el muro que divide a la familia palestina; el levantado por el rey de Marruecos en tierras saharauis, el muro de indiferencia hacia los países empobrecidos, el muro de marginación con el que se excluye desde hace décadas a la nación cubana, te pregunto, César Vallejo?
Decidme dónde fijamos los nombres de esas 25000 personas que mueren de hambre a diario en el mundo, los que mueren de enfermedades que podrían ser curadas por esos laboratorios que poseen los medicamentos para sanarlos, pero cuyo afán de beneficio está por encima del servicio a la Humanidad, camaradas del Partido que tomasteis un día la eterna senda del exilio.
Dónde los nombres de las mujeres lapidadas, León Felipe.
Huían del hambre en una barquichuela…, los de los que caen bajo las armas mortíferas de los empresarios de la muerte, en tanto estos juegan al golf en las respetables praderas USA…, dónde el nombre del periodista exterminado mientras cumplía su misión…; dónde el nombre de la aldea arrasada por la guerra, los oficios extinguidos, dónde los nombres de los niños y adultos mutilados por las minas y la industria de la muerte, el nombre del juez asesinado, por los desastres radioactivos, los vertidos de crudo en el océano, camarada Mayakovski.
Dónde, decidme, dónde pongo hoy una flor por las especies animales extinguidas, por los bosques devastados, por los sueños olvidados, por el poeta, el cantor asesinado, el guerrillero abatido, por el hombre en el campo de concentración, cuando ya pensábamos que aquella era una historia del siniestro y desaparecido III Reich; por el campo de refugiados pasado a sangre y fuego por el nuevo Reich (esta vez judío); por los amores pasados, por las generaciones perdidas, por el obispo abogado de los pobres asesinado en plena homilía, en plena enumeración de los agravios hacia los más humildes.
Dónde colgamos nosotros las esperanzas en un mañana solidario, igualitario, poetas del mundo, filósofos y hombres de ciencia.
Dónde, en qué oficina se pide un mundo sin empresarios, banqueros, periodistas sin escrúpulos. Un mundo sin festivales de Eurovisión, sin alienantes programas televisivos, sin perdedores ni ganadores, sin curas pederastas, sin peleas de gallos ni corridas de toros; sin políticos sin principios, sin monarcas infames…